TODO HOMBRE TIENE SU PRECIO por Carlos Manus*
Ernestina Gamas | 30 abril, 2013“Omnia cum pretio” (Juvenal)
Con el título de “Conservadores”, la edición del diario “La Nación” del 16/3/2003 publicó una carta del lector Hugo Gambini en la que detalla los nombres de “los conservadores que se pasaron directamente al peronismo”: Héctor J. Cámpora, Manuel A. Fresco, José Emilio Visca, Ramón Carrillo, José Arce, Jerónimo Remorino, Uberto Vignart, Edmundo Sustaita Seeber, J. Morrogh Bernard, Adrián Escobar, Oscar Ivanissevich y Ramón J. Cárcano. A esa lista cabe agregar los nombres de Angel J. Miel Asquia y de Hipólito J. “Tuco”Paz.
Entre los conservadores “que no aceptaron el convite peronista y decidieron militar en la oposición”, Gambini menciona a Vicente Solano Lima aclarando que “en 1947 Solano Lima debió exiliarse en Montevideo perseguido por Román A. Subiza, el secretario de Asuntos Políticos de Perón”. La persecución de Subiza le impidió a Solano Lima volcarse en ese entonces al peronismo, lo que concretó años después recibiendo como premio la candidatura a Vicepresidente acompañando al “Tío” Cámpora.
La nota de Gambini ha dado lugar a las siguientes aclaraciones: Pablo González Bergez (29/3/03) afirma que Adrián Escobar “no se arrimó nunca a Perón”; Horacio Manuel Resta (20/3/03) dice que “su abuelo materno, Manuel Fresco, fue peronista sólo por 90 días”; y las hijas de Morrogh Bernard (2/4/03) desmienten que su padre haya sido peronista.
Se ha dicho que los militantes de otros partidos que emigraron al peronismo eran “la resaca de esos partidos”. En el Partido Conservador siempre militaron más caciques que indios por lo que ese descalificativo no sea tal vez aplicable a la totalidad de los dirigentes mencionados los que, más que por reacción al “injusto repudio” a integrar la Unión Democrática –como dice González Bergez en su aclaración- se pasaron al peronismo por ser dirigentes de segunda línea conscientes de que no podrían llegar a ocupar posiciones de primer nivel o de que el Partido pudiera llegar a ser gobierno.
Es injusto González Bergez en culpar a la Unión Democrática de esa diáspora: el arribismo ha sido común en todos los partidos políticos y en todas las épocas.
Ese arribismo es lo que ha llevado a algunos dirigentes conservadores a aceptar los ministerios o las canonjías que en forma de embajadas les ofrecieron los distintos gobiernos o las dictaduras de turno.
Como dictaminara Joseph Fouchıé, “Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es”.
Es una lástima que el Partido Conservador haya desaparecido de la escena política, desaparición que, entre otros motivos, fue producto de que sus miembros no supieron cómo ganarse limpiamente al electorado por lo que recurrieron al fraude en sus distintas formas.
En nuestro país fracasó todo intento de conformar “un partido conservador de masas” . Ni el proyecto corporativo del dictador José Félix Uriburu ni las propuestas políticas y sociales de Fresco fueron viables en la Argentina de los años 30 .
En opinión de Gonzalez Bergez “el Partido Conservador empieza a diluirse en la provincia de Buenos Aires y quien le hizo el mayor daño fue Manuel Fresco, porque no sólo era muy (sic) fraudulento, sino que además se jactaba de ello”, y agrega que Fresco “sentía orgullo por estimular el fraude y encima se confesaba fascista, admirador de Hitler y de Mussolini”.
En 1935, el Partido Demócrata Nacional de Buenos Aires consideró a Fresco el candidato ideal para las elecciones de gobernador por sus buenas relaciones con la cúpula partidaria y con los grupos nacionalistas. Fresco admiraba abiertamente a Hitler, a Franco y a Mussolini, quien lo recibió en audiencia cuando aquél preparaba su candidatura a gobernador . El mote de “Mussolini criollo” -en lugar de ofenderlo, como suponían sus opositores- le debe haber enorgullecido. Cabe recordar que Winston Churchill también era admirador del Duce.
Los jóvenes de aquélla época abrazaron el corporativismo desilusionados del sistema democrático ante el desgobierno de la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen. Paradójicamente, Diego Luis Molinari adhirió al corporativismo siendo senador por el Partido Radical, y presentó su proyecto de Código Laboral inspirado en la Carta del Lavoro, como informa en los fundamentos del mismo.
Los conservadores sabían que para ganar las elecciones presidenciales necesitaban triunfar en las provincias más populosas (Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe), y estaban conscientes que, para lograrlo, era necesario recurrir al fraude pero, luego, una vez obtenido el triunfo, pretendían apartarse de los dirigentes que, como Fresco, habían incurrido en esa práctica para desvirtuar la voluntad popular.
El desprestigio del Partido Conservador se inicia con la participación de sus dirigentes en la sublevación de Uriburu y por integrar su gabinete. Dijo José Aguirre Cámara en su autocrítica:
Nosotros sobrellevamos el peso de un error tremendo. Nosotros contribuimos a reabrir (sic) en 1930 en el país la era de los cuartelazos victoriosos. El año 1930, para salvar al país del desorden y del desgobierno, no necesitábamos sacar a las tropas de los cuarteles y enseñar al ejército el peligroso camino de los golpes de estado. Pudimos, dentro de la ley, resolver la crisis. No lo hicimos, apartándonos de las grandes enseñanzas de los próceres conservadores, por precipitación, por incontinencia partidaria, por olvido de las lecciones de la experiencia histórica (sic), por sensualidad de poder. Y ahora está sufriendo el país la consecuencia de aquel precedente funesto…. .
Contrariamente a lo que sostiene González Bergez, el presidente Agustín P. Justo no impuso una economía que reactivara el trabajo: las Juntas Reguladoras fueron creadas para limitar la producción de los cereales, carnes, leche, yerba mate y vinos a fin de defender los precios de la producción agrícola-ganadera . El ministro de Hacienda Federico Pinedo careció de iniciativa para buscar mercados extranjeros donde colocar esos productos, prefiriendo que se emborracharan los caballos con el vino que en Mendoza se tiraba a las acequias en lugar de bajar los precios al consumidor o de exportar esos productos. Tampoco se reactivó el trabajo: había una gran desocupación y empezaron a aparecer las villas miseria.
Reconoce González Bergez que fue José Luis Torres el que acuñó la expresión “la década infame” para denostar el período que se inicia con la sedición del 6 de septiembre de 1930, pero no es cierta su afirmación de que “hoy nadie se acuerde de Torres”. Aunque así fuera, el supuesto olvido del autor de esa frase no hace desaparecer los actos que dieron lugar a ese descalificativo, entre los que se encuentran aquellos ocurridos durante la presidencia de su admirado Justo: pacto Roca-Runciman, prórroga de las concesiones eléctricas, atentado contra la vida del gobernador de San Juan Federico Cantoni, asesinato del senador Enzo Bordabehere , fusilamiento del cabo Paz, intervención federal a la provincia de Santa Fe , creación de la Sección Especial de la Policía, prisión y exilio de dirigentes radicales, etc.
En su afán por distraer la atención por la ilegitimidad de su mandato, el gobierno de Justo fue pródigo en la construcción de obras públicas. Tal vez sea ese el único mérito que cabe reconocérsele.
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*El autor es Licenciado en Administración de Empresas y Escritor