DEMASIADO DINERO, POCOS VALORES por Román Frondizi*
Ernestina Gamas | 27 abril, 2013
Para con-texto
La teoría del salto cualitativo, cuyo origen radica en la filosofía griega y que, contribuyeron a desarrollar, entre otros, Kant, Hegel, Darwin y Marx, explica que, cuando la cantidad de un fenómeno supera una determinada medida ello modifica su calidad. Por eso no se podría definir simplemente como corrupción el giro que ha venido tomando la vida pública en nuestro país, caracterizado por el paulatino y constante menoscabo de las instituciones constitucionales cuyo paso más reciente es el paquete de leyes destinado a domesticar a la justicia, presuntamente justificado en una circunstancial mayoría electoral. Ello acontece en el marco de una ya indisimulable red de delincuencia económica protagonizada por las más altas jerarquías del gobierno y sus muchos socios y cómplices.
En realidad lo que está bajo nuestros ojos es el colapso del conjunto del sistema político-institucional, que reconoce como actor principal al gobierno nacional y a sus personeros. Es todo el edificio de la vida política y social que se está hundiendo en una ciénaga inevitable. Hoy por hoy, enteros grupos o “partidos políticos”, que giran en la órbita gubernamental, tienen su principal razón de ser en la perpetuación de un régimen que tiene como objetivo la apropiación del dinero público. Se han adoptado muchas decisiones y existen muchos organismos públicos, incluyendo sociedades aparentemente nacionalizadas, en función exclusiva del uso privado, político y clientelar del dinero del erario. Algunos ejemplos: el manejo discrecional de la obra pública, la importación de combustible, la compra de aviones para AA. A ello se unen los escandalosos negociados denunciados por el periodismo, que deberían ser investigados en serio y no lo son.
El colapso y la corrupción de la mayor parte de la clase política, en sentido amplio, no nace tan solo de la perversidad de los dirigentes o de la falta de controles eficaces (que sin duda deberían aumentarse y sobre todo mejorarse). Su causa real, así como la causa de su vastedad capilar, está en otro lado: está en la desintegración del cuadro general -ideal e institucional- en el cual aquella clase está llamada a actuar. Desde un tiempo a esta parte la mayor parte – no todos, por cierto- de quienes empiezan a hacer política – y no pocos de los que a ella se dedican profesionalmente desde antes- no tiene más ningún punto de referencia histórico-ideológico fuerte, no puede vincularse a ningún valor; en sentido estricto, se podría llegar a afirmar que no sabe ni siquiera en nombre de qué país habla, ya que no conoce la historia argentina y, en muchos casos, ni siquiera el idioma nacional. La Argentina que se les cruza en la cabeza puede ser, al máximo, la del futbol o algún otro deporte, en el mejor de los casos la del tango, o, en política, la de un vago, borroso, deformado y en realidad desconocido peronismo. Pero sí es, sin duda, la de una suerte de cosa para desguazar y apropiarse de sus despojos. Por una razón o por la otra, todo el horizonte simbólico e inclusive práctico sobre el cual fue construida la Nación, se les presenta hecho añicos. La política, los partidos, la movilidad social, la justicia, el trabajo, han perdido -para los dirigentes, salvo honrosas excepciones- toda capacidad movilizadora, no representan más aquellas seguras y plausibles líneas de acción que representaban tiempo atrás: ellas deberían ser repensadas de la cabeza a los pies, pero nadie lo hace.
Los órganos electivos –particularmente el Congreso Nacional- languidecen desde hace años en una creciente irrelevancia funcional, transformados, como bien se ha dicho, en escribanías del Poder Ejecutivo.
Quien se mete hoy a hacer política desde las filas del oficialismo se introduce en un vacío habitado por la nada salvo la apetencia del poder con fines espurios que pretende malamente disimularse con un relato pseudo ideológico. Ese vacío llama, en la mayor parte de los casos, y no por casualidad, a mujeres y hombres ellos también vacíos, sin ideas ni principios. Personas que, una vez elegidas, están destinadas a pasar su propio tiempo en las aulas parlamentarias o en las oficinas de la administración o de las empresas estatales como si fuesen peces en un acuario: ocupados en moverse sin un verdadero objeto, en dar vida a falsas pasiones o falsas batallas, su único objeto es quedarse allí, a la espera del “alimento”. Qué triste espectáculo de la inutilidad y de la frustración!
Preguntémonos con desprejuiciada sinceridad: ¿qué más puede hacer verdaderamente significativo para su presente y su futuro, en estos tiempos, un diputado o un senador cualquiera, que enriquecerse cuánto más y mejor pueda, o al menos acomodarse todo lo posible, él, su familia y amigos, sacar frenéticamente ventaja, y construirse una buena clientela personal? Y qué decir de ciertos ministros y gobernadores! Basta de ilusiones: abandonada por la fuerza de las ideas y por la autoridad de las instituciones, la política y sus alrededores ha sido trasformada cada vez más en un territorio destinado a caer en las manos de gente indecente. Es lo que está sucediendo.
Claro que hay reacciones que generan esperanza.
Provienen de la sociedad civil, que ha dado tres grandes lecciones, en todo el país, con las multitudinarias manifestaciones del 13S, el 8N y el 18A.
Sus principales destinatarios no son solamente los hombres del gobierno, en quienes no cabe depositar esperanza alguna y a cuyo respecto el repudio ha sido total. Son también los políticos y dirigentes sociales opositores, quienes parecen no querer comprender el reclamo de millones de argentinos de que deben reaccionar de una vez por todas proponiendo un programa de gobierno concreto, con prioridades claras, capaz de suscitar un consenso ciudadano, y unirse a través de acuerdos que despierten confianza en una actitud menos sectaria y más patriótica. Deben recoger la furia de los honestos y canalizarla hacia soluciones posibles.
Es hora de apretar filas, de una solidaridad democrática de mirada abarcativa, de largo alcance, que se concentre sobre los problemas prioritarios del trabajo, de la inseguridad, de la corrupción, de la justicia, de la economía, de la vivienda, de la salud y de la educación.
El tiempo se agotó. Qué esperan?
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*El autor es abogado