LOS FUSILADOS por Ariel Kocik*
Ernestina Gamas | 20 noviembre, 2012
En 1945 el gendarme Solveyra Casares reprimió a 60 campesinos en el Chaco, matando a cinco de ellos, como Leonor Quaretta. Pablo Cepeda, obrero de la selva, sufrió la picana y tiros de carabina. Otros tragaron barro y orines. La prensa ocultaba estos hechos, ignorados hasta hoy. En Buenos Aires, dos hombres soñaban con una reforma agraria. Eran Birabent y Molinari, llamados por el mayor Estrada, un yrigoyenista al lado de Perón. Moisés Lebensohn lanzaba un programa social en Avellaneda y Cipriano Reyes una huelga en Berisso, semilla de octubre. La guerra mundial terminaba, naves misteriosas llegaban a costas argentinas. Perón preparaba un enemigo, el embajador Spruille Braden, pero buscaba un arreglo con el radical Amadeo Sabattini. Evita aún no tenía papel. Pasó el 17 de octubre y Perón proclamó "dar la tierra a quien la trabaja" en una gira por el noroeste. El diario Democracia anunció la toma de campos al oligarca Patrón Costas. Ya electo Perón, indígenas jujeños viajaron a Buenos Aires a pie y en carreta, para reclamar la tierra, pero los mandaron de vuelta. Detalla los hechos Hugo Gambini.
Estatuto del peón
Para entonces, el torturador Solveyra Casares (retratado por León Gieco) tenía un puesto en la Casa Rosada, y Molinari ya no tenía el suyo. Solveyra era también presidente del club Tigre, como si nada. En 1946 Cipriano Reyes pidió escuchar "las voces de los esclavos de Misiones, del Chaco, de Tucumán… parias en su tierra, objetos de la más inicua explotación y verguenza de nuestros días, a los que no llegaron, en la práctica, las ventajas del estatuto del peón". Poco después el diputado Reyes era ametrallado en La Plata. Mientras tanto, miles de habitantes de la zona de Formosa, de las etnias pilagá y wichí, se negaban a ser explotados en Salta por el estanciero Patrón Costas, quien los echó del ingenio. La caravana de braceros hambrientos, trasladados a pie, recibió del gobierno comida que se pudrió, y empezaron a morir. Enfermos y desesperados, la gendarmería los rodeó y los aisló, en un verdadero campo de concentración, abandonado de todo derecho. Por último, milicos y civiles los fusilaron con ametralladoras, matanza que continuó por varias semanas, contra los fugitivos y testigos, quemando, rematando y enterrando a niños, hombres, mujeres y ancianos.
Mientras tanto, el gobierno festejaba los dos años del 17 de octubre, cuando la propaganda por primera vez le inventó un papel a Evita, recuerda Mariano Plotkin, mientras le negaba su papel real a una combatiente del gremio de la carne, la señora María Natalia Roldán. Durante la masacre, Evita, de vuelta de su viaje a Europa, recibía un premio de la República Dominicana, como se narra en sus museos, sin recordar que allí gobernaba el dictador Rafael Trujillo. Otro genocida mayor, Ante Pavelic, llegaría a la Argentina en el buque Andrea Gritti, propiedad de Alberto Dodero, acompañante de Eva en su viaje a Europa. Uno de los nazis croatas de Pavelic, Milo de Bogetic, fue custodio de Perón, como Jorge Osinde. Moderadamente, se citan mil quinientos caídos en Formosa, pero entre muertos y desaparecidos, ascenderían a más de tres mil vítimas fatales, en una de las masacres más impresionantes de la Argentina, que nadie recuerda, secuestrada y desaparecida de la historia. El esfuerzo por llamar "fusiladora" a la revolución de Aramburu, por las treinta víctimas de 1956, negando a los miles de caídos de 1947, ilustra que los pobres originarios no valen, para los soberbios, como los militares peronistas o los civiles de clase media.
Roca y Perón
No hay recuerdos y no hay compensación. No se pide cambio de calles, como se hace con Julio Roca. Lo que Roca hizo en el desierto, una fuerza de Perón lo hizo en el monte. A traición, contra gente desprevenida, matando a niños (los "únicos privilegiados", se decía). Tras décadas de emocionarse con los fusilados de 1956, nadie toma nota de que el gobierno de Perón fusiló a muchos más hombres, mujeres y niños que el general Aramburu, y que las familias pilagaes portaban retratos de Perón y Eva al caer bajo la metralla. Apenas pedían comida, que la Argentina regalaba a la dictadura de Francisco Franco. El diario El Intransigente de Salta, negó que las víctimas hubieran agredido a los gendarmes. El Intransigente sería expropiado y su director, David Michel Torino, encarcelado. Sesenta años después, el periódico Página 12 debió decir tímidamente que una masacre de Formosa tiene "comprobación científica", pero nada más. La matanza más brutal permanece sin nombrar por los empleados de los derechos humanos, ocupados en repudiar a Sarmiento y Roca, nombres con que Perón bautizó a los ferrocarriles nacionales.
En 1953 el líder sindical de San Javier, Misiones, Alfredo Da Rosa, fue muerto apuñalado y envuelto en bolsas de cereal de la gendarmería. Mientras tanto, el dictador Anastasio Somoza era aplaudido por la CGT en la Plaza de Mayo. Ya bajo Aramburu, el chaqueño Pablo Cepeda fue a declarar por las torturas y se encontró con otro dirigente campesino, de Buenos Aires, el español Ángel Rodríguez, secuestrado por decreto reservado del presidente Perón (junto a obreros metalúrgicos como Alfredo Saravia) y torturado con picana en la cárcel de Olmos. Fue un desaparecido con vida bajo el régimen de Roberto Pettinato, donde otros morían. Hoy Pettinato es homenajeado por todo el gobierno delante de la señora Estela Carlotto, Abuela de Plaza de Mayo. En Formosa todavía hay fusilados pobres que viven. Rodolfo Walsh era de clase media y no supo de ellos. Tampoco supo que en Florida, donde detuvieron a varios de los fusilados que él retrató, cinco años antes, la policía de Mercante había matado a decenas de humildes, como Teodoro Baziluk, Pedro Moreno y Martín Graneros, tirados a potreros y arroyos. Pero había censura de prensa.
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*Es periodista e investigador histórico
Tremendo. Es el peor genocidio de la historia argentina, aun más sangriento que la conquista del desierto, que costó 1,500 vidas. Es el peor en un doble sentido: por la cifra de muertos y por el olvido que aun lo mantiene fuera del debate público. La Gendarmería Nacional, en 1947 respondía directamente a Perón: ¿Quien dio la orden de disparar?¿ Quien dio la orden de ocultar la masacre?¿Que opinaron de la masacre los intelectuales peronistas de hoy y de ayer, como Jauretche, Marechal, Hernandez Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Jose Pablo Feinmann, Horacio González? Diran que «no sabían nada» y eso es casi tan grave como la matanza. El primer deber de un intelectual es buscar la verdad, aunque duela a su «ideología». Excelente el trabajo de Kocik.
Depende de cuáles intelectuales hablemos. Hay algunos que cobran lo suficiente como para saber otras cosas como por ejemplo, que las palabras no tienen nada que ver con las cosas, que siempre se trata de un significante vacío que se puede llenar con cualquier relato y la memoria también. Coincido con que el trabajo de Kocik es de excelencia y muy valiente. Ernestina Gamas
Qué los pilaga delque fueron masacrados habían Sido despedidos del inge de Patrón Costas es otra gran mentira del peronismo. Estaban en una reunión religiosa. Lo invito a ver Octubre Pilaga, relatos sobre el silencio y s leer el libro fruto de la investigación sobre el caso. Un saludo . Valeria Mapelman