MIEDO Y PODER por Ernestina Gamas*
Ernestina Gamas | 18 septiembre, 2012
El miedo es nuestro y lo llevamos siempre escondido en el revés de nuestra piel. Miedo al dolor, a las privaciones, al castigo, a las persecuciones, a lo que nos impida decir lo que creemos o lo que sentimos. Miedo a la exclusión, a la soledad, a la pérdida del trabajo, a la violencia. Basta poner en escena algunos símbolos que lo activen y aquello que está alojado en la trastienda de nuestro inconsciente aparece de manera impiadosa y nos avasalla. Despertarnos ese miedo es una forma de disciplinamiento cuando se lo hace desde el poder, porque el miedo social es el arma más poderosa con que cuenta.
En las sociedades arcaicas con modos arcaicos de pensamiento, lo poderoso y lo peligroso estaban asociados y a lo largo de la historia esto fue usado por gobernantes despóticos y autoritarios para mantener sojuzgados a sus pueblos. Thomas Hobbes, habló del miedo como condición necesaria para salir del estado de naturaleza y entrar a la civilidad, deviene como creación disuasiva para la convivencia social. Se teme a la ley, que además de ser un conjunto de reglas imprescindible para regular la coexistencia, es la causa fundamental de coacción entre seres humanos.
Nicolás Macchiavelo cuyos escritos sacados del contexto de su época han sido usados para los más diversos fines, dijo “La mejor fortaleza que existe consiste en no ser odiado por el pueblo”. Aunque también: “El príncipe, sin embargo, debe hacerse temer de modo que, si no consigue que lo amen, también pueda evitar el odio, porque el ser temido y el no ser odiado bien pueden estar juntos. Y lo conseguirá siempre si se abstiene de tocar los bienes de sus ciudadanos y de sus súbditos, y también de robar sus mujeres. Y cuando sin embargo necesitara derramar la sangre de alguien, debe hacerlo sólo en caso de justificación conveniente y causa manifiesta pero, ante todo, absteniéndose de los bienes ajenos” El Principe” año 1513.
Montesquieu en “ El espíritu de las leyes” manifiesta admiración por las instituciones y considera a la ley y a la división de poderes, lo más importante del Estado.
Tantos años después de las crueles tiranías de caudillos americanos, de haber pasado por las consecuencias del accionar de grupos guerrilleros que atemorizaban a toda la población y de su contracara, el terrorismo de estado, creíamos haber entrado en sistemas democráticos duraderos con más respeto por la legalidad. Varios estados vecinos han logrado seguir el camino institucional, pero lamentablemente en nuestro país vuelve a asomar esa amenaza. Hoy los métodos de opresión han cambiado significativamente en la región y en los países donde se ha enquistado el caudillismo político, y a pesar de utilizarse procedimientos menos traumáticos para perpetuarse en el poder, se advierte que el miedo sigue siendo el instrumento preferido de muchos gobiernos para manipular, dominar o paralizar a la opinión pública.
En nuestro país esa reiteración del padecimiento viene de la mano de un gobierno populista, que quiere hacer callar nuestro desacuerdo e imponernos un discurso único que marca una línea divisoria entre los que están con ellos y los que disienten, entre lo nacional y lo cipayo. Entre los amigos del poder y el resto, los enemigos. Por eso es conveniente recordar:
“… ningún argentino de bien puede negar su coincidencia con los principios básicos de nuestra doctrina sin renegar primero de la dignidad de ser argentino” Perón, 1º de mayo de 1950. No querer lo que Perón quería era ser un renegado.
“…… el justicialismo, que no ha sido nunca ni sectario ni excluyente, llama hoy a todos los argentinos, sin distinción de banderías”. Discurso de Perón el 21de junio de 1973. Hay un juego ambiguo entre “peronistas” y “argentinos” entre dos entidades claramente diferenciadas: nosotros y los otros.
El discurso, como acción social, tiene una estructura simbólica e imaginaria que lo sostiene. En el contexto de una comunidad produce un campo de efectos posibles. A veces no hace falta echar mano a políticas violentas o represivas. Se atemoriza, se arrincona, se neutraliza a la sociedad de muchas maneras diferentes.
La discrecionalidad, la manipulación de fondos públicos sin dar explicaciones es usada para subordinar a sectores populares extorsionando sus necesidades. El otorgamiento de cualquier beneficio que los acerque a un bienestar siempre prometido pero nunca alcanzado los hace sentir tocados por una varita mágica. De la misma manera que se recibe, se teme perderlo. No llega como derecho sino como dádiva y esa diferencia trae aparejada una fragmentación que va debilitando la acción colectiva y solidaria. Al no cumplirse la ley que otorga derechos, se cuela la oscilante amenaza del miedo.
El miedo al recaudador repite la misma matriz de amedrentamiento. Al no cumplirse la ley que fija las obligaciones, lo que debería ser norma, así como su correcta fiscalización, se utiliza como amenaza y castigo para quienes osen hacer conocer públicamente su malestar y sus discrepancias con la conducción de los asuntos del Estado. Esos premios y castigos necesitan del anuncio, de la puesta en escena y de un discurso siempre fundante, épico. De buenos y malos. Se invoca a Nuestra Señora de la Cadena Nacional, con la imagen de nuestra Madre-Reina-Ella en el nombre del Padre-Mártir-El, que dio la vida por nosotros iniciando el camino de la historia. De una nueva-nuestra historia, que llega junto al repicar de tediosas e incomprobables cifras. Entre las bondades de su relato las amenazas de sanciones y represalias se deslizan entre los intersticios de recompensas y gratificaciones.
"…….yo soy fanática de la Realpolitik y sé dónde se deciden las cosas y dónde se adoptan las decisiones", Cristina Fernández, 3 de noviembre de 2011.
"…. me siento un poco Napoleón", Cristina Fernández, 1° de marzo de 2012, al anunciar un nuevo Código Civil.
"….sólo hay que tenerle miedo a Dios. y a mí un poquito", Cristina Fernández, 6 de setiembre de 2012.
“…. La informática es maravillosa y los software que vienen últimamente son fantásticos” 11 de septiembre de 2012
Las decisiones se toman sin consulta, y todos podemos ser observados mediante los últimos adelantos de la técnica. Temamos.
Para eso ya se han despojado de poder a todos los mecanismos de control y se ha desactivado gran parte de la justicia, sobre todo la que se encarga de juzgar los actos de corrupción. Con el mismo sistema de premios y castigos se ha neutralizado la independencia de los jueces. Es el miedo también, a ser sancionado, a ser relevado, a perder toda una carrera judicial o también a perder el beneficio de recompensa que compra voluntades.
El miedo político tiene, de esa manera, un claro efecto inhibitorio: anula toda actitud de rebeldía o
de disconformidad. La paradoja es la desactivación de la política que es la que sirve para enfrentar el miedo y no para crearlo. Nos recuerda que al no haber instituciones que nos defiendan, al no haber partidos políticos de clara vocación opositora, todo resulta confuso. Se descree.
Es por eso que ante este atisbo de poner el pecho al miedo, sólo una consigna debería unificar la diversidad de intereses.” Porque queremos educación, salud, seguridad, y equidad, queremos, pedimos y exigimos ampararnos bajo el paraguas de la ley, queremos vivir en un estado de derecho”
Septiembre 2012
* Ernestina Gamas es escritora y ensayista
Muy buena la pagina y excelante este articulo