LOS DETRACTORES DEL TANGO ARGENTINO por Carlos Manus
Ernestina Gamas | 20 agosto, 2012
"A mi me gusta el tango, pero el tango,
aquel que fue tildado de guarango"
Carlos Bahr, Sencillo y compadre
“Negar la argentinidad del tango es un acto tan patéticamente suicida como negar la existencia de Buenos Aires”.
Ernesto Sábato
Algunos escritores argentinos de fuste se dedicaron a desprestigiar el tango, a negar su origen o a renegar del mismo. Dado su prestigio o las posiciones relevantes que ocuparon, sus opiniones fueron acogidas en algunos periódicos nacionales y extranjeros, además de ser manifestadas en conferencias y charlas o vertidas en sus libros.
En la primera edición de Cosas de negros. Los oríjenes (sic) del tango y otros aportes al folklore rioplatense. Rectificaciones históricas del uruguayo Vicente Rossi -impresa personalmente por su autor en 1926 así como en las sucesivas ediciones publicadas con su título abreviado- éste expresó su asombro y desconcierto ante esa abjuración:
“La ‘arjentinidad’ (sic) del Tango tuvo sus impugnadores; fue un caso curiosísimo; eran arjentinos (sic) de figuración social e intelectual. (…) Rechazaron indignados la ‘arjentinidad’ del Tango, en varios diarios ingleses y franceses”. [1]
Encabezaban la protesta Enrique Rodríguez Larreta –Ministro Plenipotenciario en Francia (diciembre 1910 a octubre 1916)- y Leopoldo Lugones quienes intentaron demostrar que, si bien el tango procedía de Buenos Aires, era allí un desagradable aparecido y no un nativo. Ambos explayaron sus agravios en París donde el tango ya se había impuesto, por lo que sus manifestaciones -contrariamente a lo que en su vanidad esperaban- fueron recibidas con total indiferencia.
Enrique Rodríguez Larreta
Entrevistado en París por un periodista, dijo Enrique Rodríguez Larreta:
“Se baila, en efecto, el tango en nuestro país, pero no en las pampas, sino en ciertas grandes ciudades y sobre todo en Buenos Aires: es un baile especialmente reservado a los lupanares, de donde no ha salido sino para conquistar la Europa… El tango, entre nosotros, es algo como el baile de los apaches, como la ‘chaloupé’ de las barreras…; además el tango es más una especie de aperitivo sensual que un baile… Una ciudad como París, la más delicada y refinada, no podría bailar el tango como la canalla de las pocilgas de Buenos Aires. Es el mismo baile, los mismos gestos, las mismas contorsiones; pero estoy seguro de que las parisienses ponen en todo eso la templanza, la medida que saben poner en todas las cosas y que hace que, para ellas, nada haya imposible… Hay en París por lo menos un salón donde no se baila el tango argentino y ese salón es el de la legación argentina”.[2]
Insistiendo en sus injurias, afirmó en otra oportunidad:
“El tango es en Buenos Aires una danza privativa de las casas de mala fama y de los bodegones de la peor especie. No se baila nunca en los salones de buen tono ni entre personas distinguidas. Para los oídos argentinos la música del tango despierta ideas realmente desagradables. No veo diferencia alguna entre el tango que se baila en las academias elegantes de París y el que se baila en los bajos centros nocturnos de Buenos Aires. Es la misma danza, con los mismos ademanes y las mismas contorsiones”.[3]
Leopoldo Lugones
En su ponencia El proyecto nacionalista de los intelectuales del centenario dice María Lourdes Lodi:
“Siguiendo con otra antinomia representativa del enfrentamiento entre Buenos Aires y el interior que también simboliza las querellas entre ‘nacionalismo y cosmopolitismo’, y entre ‘espiritualismo y materialismo’ encontramos lo que se da entre la ‘música autóctona y el tango’. En Lugones hay una reivindicación de la música criolla y un denuesto colmado de ironías hacia el tango.’, “ese reptil del lupanar, tan injustamente llamado argentino en los momentos de su boga desvergonzada…”[4]
El 25 de octubre de 1913, en la sesión pública anual de las cinco Academias (Francesa, de las Inscripciones y Lenguas Antiguas, de Ciencias, de Bellas Artes, y de Ciencias Morales y Políticas) celebrada en el Instituto de Francia, el poeta y dramaturgo Jean Richepin, delegado de la Academia Francesa, pronunció un elogioso discurso titulado A propos du tango.[5]
El café “Los Inmortales”-bautizado así por su gerente, el francés León Desvarnats,[6] debe su nombre al discurso de Richepin: los “inmortales” son los 40 miembros de la Academia Francesa..
Lugones, a la sazón en París, replicó ese discurso en “La Nación” de Buenos Aires del 23 de noviembre afirmando:
“…hay temas imposibles, dada su bajeza, y el tango es uno de ellos…” (…) “… danza prostituta…” (…) “…el talento [del orador], a despecho de su propio dueño y señor, es incompatible con los necios, los degenerados, los advenedizos, que forman la clientela danzante de la macaquería dernier cri…” (…) “… el objeto del tango es describir la obscenidad…” (…) “… [el tango] resume la coreografía del burdel, siendo su objeto fundamental el espectáculo pornográfico…” (…) “…. su éxito proviene de ser exótico conducto de lo indecente…” (…) “… el tango no es un baile nacional, como tampoco la prostitución que lo engendra. No son, en efecto, criollas, sino por excepción, las pensionistas de los burdeles donde ha nacido. Aceptarlo como nuestro, porque así lo rotularon en París, fuera caer en el servilismo más despreciable… “ (… ) “… cuando las [damas] del siglo XX bailan el tango, saben o deben saber que parecen prostitutas, porque esa danza es una danza de rameras…” (….) “… el pesado mamarracho lo exagera [el contacto corporal] cuanto puede, haciendo de la pareja una masa tan innoble que sólo el temperamente de un negro puede aguantar su espectáculo sin repugnancia…” (…) “… y para apreciar cuán inferior, cuán innoble, cuán fea, en una palabra, es nuestra sediciente danza nacional, basta saber que su talento [el de Richepin] no ha logrado justificarla…”. [7]
Disertando sobre “La poesía gaucha”, expresó Lugones:
“Nada más distinto de esos tangos mestizos y lúbricos que el suburbio agringado de nuestras ciudades cosmopolitas engendra y esparce por esas tierras a título de danza nacional, cuando no es sino deshonesta mulata engendrada por las contorsiones del negro y por el acordeón maullante de las ‘tratorías’…”.[8]
El desprecio de Lugones por el negro, el mestizo y el mulato no condice con su aspecto achinado y su tez oscura.
Manuel Gálvez
Manuel Gálvez tenía con el tango una relación de amor-odio. En Crónica general del tango [9], José Gobello cita algunas frases de los libros de Gálvez que revelan esa antinomia:
“Hacia 1904 o 1905 tocaba tangos en el piano en la tertulia de Leopoldo Lugones”.[10] “La danza del arrabal me resultó fácil. No era extraño: yo sentía su música, y desde 1900 o 1901 tocaba tangos en el piano. Quienes me oían se asombraban de que yo, un ‘joven distinguido’, le diese a la música del arrabal tanto sabor. Lo bailé, pues, y bastante bien, ‘con mucho sentimiento’, según mis cómplices compañeras. Es que de veras lo sentía; sentía su alma, su color, su gusto a pecado, su voluptuosidad hipócrita”.[11]
Pero, por otra parte, Gálvez no mezquinó epítetos cuando se refirió al tango en sus novelas:
“Los vaivenes pecaminosos del tango…” (Una mujer moderna); “Un canallesco tango arrabalero…” (La maestra normal); “Mientras, de la guitarra y el bandoneón surgían las frases compadronas de un tango. Era una música sensual, canallesca, arrabalera, mezcla de insolencia y bajeza, de tiesura y voluptuosidad, de tristeza secular y alegría burda de prostíbulo, música que hablaba en lengua de germanía y de prisiones y que hacía pensar en escenas de la mala vida, en ambientes de bajo fondo poblados por siluetas de crimen. La melodía era de líneas desiguales, tan pronto unida como cortada, recta como sinuosa. Se hacía rígida para quebrarse enseguida. A veces se precipitaba para interrumpirse de súbito, o marcaba golpes rítmicos y duros para deslizarse al fin oscuramente. Y a su encanto adormecedor y turbador, a su sabor, que mareaba como un vino fuerte y espeso y que emborrachaba los sentidos, todo el patio bailaba. Las parejas se movían con lentitud pesada. Se bajaban, se alzaban, torcían a un lado y luego a otro, seguían tiesas caminando rectamente, y al fin se detenían para hamacarse hacia adelante y hacia atrás, en siluetas grotescas, cada hombre pegado a su compañera: ellas, graves y con los párpados entornados, y ellos con miradas torvas bajo sus chambergos de alas grandes que les caían sobre los ojos…” (Historia de arrabal)[12]; “El litoral ha olvidado su música. Los inmigrantes, desalojando a los gauchos, han concluido con las canciones y los bailes criollos (…) En cambio tenemos ahora el tango, producto del cosmopolitismo, música híbrida y funesta. Yo no conozco nada tan repugnante como el tango argentino (…) Su baile es grotesco a fuerza de actitudes torpes y ridículas y significa el más alto exponente de guaranguería nacional. La música del tango ha penetrado en las más elevadas clases sociales; y en todas partes uno oye como castigo esa música fea y antiartística, prodigiosa de guaranguería y lamentable síntoma de nuestra desnacionalización. Cuando el argentino se emborracha le entra por hablar en ‘malevo’, por cantar La morocha o El choclo y por hacer odiosas posturas de compadrito orillero. Todo eso me parece muy natural. Su borrachera guaranga necesita exteriorizarse en una música y en un baile que son específicamente guarangos”. (El diario de Gabriel Quiroga, opiniones sobre la vida argentina). [13]
Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges también experimentaba una relación amor-odio hacia el tango. Denostaba públicamente al tango con letra, al que consideraba un engendro lacrimoso, y aseguraba que no soportaba a Carlos Gardel. Sin embargo, admitió que esos mismos tangos que su intelecto rechazaba le hicieron brotar lágrimas cuando los escuchó en el extranjero[14] y, además, dejó en su “Soneto para un tango en la nochecita” -antecesor de su poema “El tango”- su homenaje a la música de Buenos Aires:[15]
¿Quién se lo dijo todo al tango querenciero
Cuya dulzura larga con amor me detuvo
Frente a unos balconcitos de destino modesto
De ese barrio con árboles que ni siquiera es tuyo?
Lo cierto es que en su pena vi un corralón austero
Que vislumbré hace meses en un vago suburbio
Y entre cuyos tapiales hubo todo un poniente.
Lo cierto es que al oirlo te quise más que nunca.
Carlos Ibarguren
En De nuestra tierra (Bs.As., 1917, pág. 17), dice Carlos Ibarguren:
“Sin embargo, un producto ilegítimo que no tiene la fragancia silvestre ni la gracia natural de la tierra, sino el corte sensual del suburbio, ha corrido por todo el mundo deleitando a la clientela abigarrada de los hoteles europeos y de los cafés cantantes de las grandes capitales: el tango, que el mundo le ha dado patente de argentino, otorgándole una filiación que, en realidad, no tiene. El tango no es propiamente argentino; es un producto híbrido o mestizo, nacido en los arrabales y consistente en una mezcla de habanera tropical y de milonga falsificada. ¡Cuán distinto al crudo balanceo del tango es el noble y distinguido de la ‘cueca’, que se desenvuelve con una mímica tan aristocrática como la de una pavana o la de un minuet![16]
Leónidas Barletta
Olvidando, tal vez, que Fulvio Salamanca y Osvaldo Pugliese eran sus conmilitones en el Partido Comunista, afirmó Leónidas Barletta: “el tango es la música de unos degenerados que se niegan a usar ropas proletarias”.[17]
Ezequiel Martínez Estrada
En Radiografía de la pampa[18] pontifica Ezequiel Martínez Estrada:
“El tango, la música nocturna, entristece estos lugares de diversión [el cabaret]@