LENGUAJE POLITICO, LENGUAJE POÉTICO por Ernestina Gamas*
Con-Texto | 6 octubre, 2024
A diferencia de la voz de los animales que sólo emiten sonido para indicar dolor o placer -dice Aristóteles- sólo el hombre posee la palabra para expresar el sentimiento del bien y del mal, de lo justo y lo injusto. La palabra es el medio, entonces, del que se valen los hombres que viven en comunidad, para alzar su voz y hablar de la justicia con qué se reparten las ventajas y las pérdidas que les toca de lo común.
No todas las voces tienen la misma preponderancia, no todas las voces tienen el mismo grado de libertad para representar una parte de esa comunidad. La libertad que debería ser la cualidad de quienes no tienen otra, ni riqueza ni poder, es en la práctica lo que sólo algunos hombres ejercen. Muchos, el resto de los que integran el demos, son la apariencia escandalosa de un sonido que resulta inaudible. Esa ficción necesaria para conformar el todo, es la parte masificada que se ve empujada al silencio.
El sistema llamado democracia, fue pensado para involucrar a todos, también a la parte de los que no tienen parte y es un sistema que origina, también, según Jacques Rancière, (El desacuerdo, política y filosofía, Ediciones Nueva Visión) el sentido de la política y de su voz.
La democracia fue pensada para canalizar el conflicto, para equilibrar las desigualdades y hacerse cargo de la violencia que el conflicto de esas desigualdades pudiera ocasionar. Por ello, la palabra política debería ser la voz de quienes no tienen voz, para tomar el lugar de ese silencio y hacerse reclamo y grito. Debería ser su obligación. Sin embargo el lenguaje político ha tergiversado la razón de ser de la política y aprovechando ese silencio, ha levantado la voz sin parar de vociferar y en un acto de traición permanente, ha salido al paso de cuanto sonido intente cuestionar su acción.
Así, roto el contrato con su función de origen y apelando al desgaste de la palabra, el lenguaje político se ha vaciado de sentido. Vacío de la palabra, en una repetición ad infinitum del sonido que nada dice, y cuanto dice lo desdice sin pudor, escondiéndose detrás de múltiples máscaras que ocultan sus verdaderas intenciones, la de un poder que sofoca, coopta voluntades y aplasta con su fuerza de sojuzgamiento.
Ya que la política para ser ejercida es inseparable de la comunicación, los actores necesarios de la misma son los políticos, los medios y la opinión pública.
Hoy, la autoridad que se delega en los administradores de la res-pública, toma forma de poder ilimitado, que se esgrime desde el Estado como forma de dominación. Encubierta en instituciones democráticas, lejos de equilibrar la impotencia de los más desprotegidos, se imprime como violencia. Esta violencia es el resultado de una alianza desvergonzada de la corporación política con el poder económico al que también representan los medios de comunicación masiva, o que ellos mismos integran y que se convierten en la corriente por donde circula la palabra política que por su autoridad toma estado de opinión pública.
Se utilizan el eufemismo, la información tergiversada, los discursos estandarizados en entrevistas y declaraciones, y cuanto mecanismo significante haya que encubra el saqueo del futuro de aquella masa silenciosa.
Por ello más que detenerse en lo que dice la palabra de los políticos cabe denunciar que lo que encubre es una carencia total de ideas.
Pero si un político tiene ideas y habla sin encubrimiento y las desarrolla utilizando riqueza de palabras, si en lugar de mistificar la realidad, la presenta con toda su crudeza, al enfrentar a la gente a su dramática condición cotidiana, es tachado de rara avis e inmediatamente vilipendiado. Se lo juzga como agorero, como si fuera el portador de desgracias que él no crea sino que sólo describe.
Los sofistas enseñaron, mediante su arte retórico, delante de una multitud de espectadores, a jugar con las ideas. Las convirtieron en vehículo de una gran libertad mental, permitiéndose subvertir el orden al hacer notar que éstas estaban al servicio del hombre y no el hombre para rendirles culto. Jugaron con las ideas y jugaron con las palabras. Por ello fueron acusados por Platón de “agitación popular retórica” (Gorgias 502 d). Equiparándolos a los poetas los estigmatizó por su “vergonzoso discurso vulgar” (503,a). Vio el peligro de aceptar cualquier forma de disidencia o crítica a la palabra oficializada.
Cuanto más cuando la palabra poética es el lirismo de la idea, la libertad de la palabra. En el lenguaje político habitual no hay juego posible porque estos discursos empobrecidos e idénticos unos a otros, temen ese juego y desconocen la riqueza de las palabras.
La palabra poética es la contra cara de la palabra que obtura, es la palabra que descubre, la palabra que desvela y presenta un mundo.
Allí donde otras formas de decir quedan cortas, es el lenguaje poético el que alarga el brazo para poder decir un paso más allá.
Sin otro fin que sí misma, la poesía, de la nada hace mundo, y es reverberación del lenguaje en una permanente creación de otras formas de decir. Es del lenguaje, de esa fuente inacabable, de la que esta poiésis, esta producción incesante, se nutre. Es su materia prima que al mismo tiempo que la abastece aumenta su contenido y se enriquece.
La palabra poética, haciendo uso de su memoria, es consciente de sus paradojas, que aumenta su capacidad expresiva, mientras que la palabra política, en su continuo decir y desdecirse desmemoriado, se arregla para no decir nada. No tiene en cuenta al que oye pues la operación es justamente el olvido, que se parapeta y justifica en el poder.
Como ya se dijo, la palabra política como palabra que el poder autoriza a través de su brazo comunicador que son los medios, es la formadora de opinión pública, que en una operación de sinecdoque, toma la parte por el todo. El fragmento como presencia de una ausencia que es una operación de engaño.
Mientras la palabra poética, en la misma operación, es un ojo por donde mirar la inmensidad que va más allá de sí misma y hace aparecer aquello que se escapa.
Es belleza sin más objeto que el gozo que ella misma produce.
Detrás del discurso político, el poder aprovecha su capacidad de generar “verdad”, mientras el discurso poético, despliega su capacidad intentando desarmar esa “verdad”.
Para contradecir a Platón: ¿deberían ser los poetas los que gobiernen? ¿Podría transformarse la palabra del poder en palabra poética?
El ejercicio retórico del discurso presidencial . no es el contenido sino su eficacia para organizar y encauzar la energía grupal;( Mirar Furet en fascismo )
Buenos Aires, 25-9-2024
*Ernestina Gamas es directora de este sitio