BREVE ENSAYO SOBRE LA PARTICIPACIÓN JUVENIL EN EL PROCESO ELECTORAL MEXICANO por Gastón Solari Yrigoyen*
Ernestina Gamas | 19 junio, 2012Desde Toluca, 28 de mayo de 2012
Si hay un tema que se ha destacado por sobre los demás en estas semanas previas a las elecciones en México es la participación juvenil, principalmente bajo la forma de las nuevas movilizaciones estudiantiles que han surgido en el espacio público sin pedir permiso ni dar previo aviso a la ciudadanía mexicana. Estas nuevas marchas, que se caracterizan por ser masivas, mayoritariamente universitarias y ajenas a todo apoyo partidario concreto, se han estado dando todos los días, sin descanso, desde el pasado sábado 19 de mayo, cuando miles jóvenes asistieron a la marcha Anti-Peña Nieto, organizada previamente en las redes sociales.
Frente al espectáculo inédito que están dando las decenas de miles (la cifra misma es objeto de discordia) de universitarios reunidos en la capital de la República, marchando del Zócalo al Ángel de la Independencia, de la Estela de Luz a Televisa, muchos analistas no dudaron en considerar las manifestaciones políticas como el despertar de los jóvenes, o la primavera mexicana. En efecto, para una juventud que muy seguido ha sido calificada como apática o desinteresada, y en un contexto general de inmovilismo por parte del grueso del pueblo mexicano, estas marchas asombran por su impulso espontáneo y su impresionante fuerza de demostración política. A esto se refería la pancarta que con orgullo levantaba un hombre de unos cincuenta años, el jueves 24 de mayo en la marcha del \”Yo soy 132\”: \”Yo apoyo a los jóvenes que están haciendo la tarea que los adultos no hicimos por cobardía y valemadrismo (sic)\”. Para los aparatos partidarios que se movían con comodidad a través de una campaña electoral despolitizada, de encuestas dudosas y medios de comunicación arrodillados frente al candidato que las lidera, esta aparición política de la juventud excluida, que deja de emitir meros ruidos para formular discursos de disenso, plantea un grave obstáculo democrático al viejo proceso electoral y está en capacidad de modificar sustancialmente las reglas del juego.
La fuerza de estas nuevas manifestaciones reside en el hecho de que parecen darse bajo la forma siempre brutal de un devenir visible de los invisibilizados, de una demostración estética del desacuerdo que existe entre el aparato político mexicano y una juventud que intenta inscribir el cambio. Para el filósofo francés Jacques Rancière, es ésta la lógica esencial de la política. Todo lo demás, incluido el proceso electoral, es asignación policial de lugares y funciones para los elementos de la sociedad. En otras palabras, el estudiante no sólo cumple con su función social asignada, la de estudiar, sino que también es capaz de desligarse de la exclusividad de esta función para inscribir el disenso político en el seno de la sociedad conformada y conformista. Introducir temáticas en el discurso predominante, desviar la agenda electoral, reconfigurar el espacio político, en fin, ser eventualmente sujeto de cambio. En este sentido, las movilizaciones estudiantiles que hoy presenciamos podrían constituir la máxima expresión de la práctica política.
Habiendo entendido esta potencia política subyacente en las manifestaciones juveniles actuales, podemos comprender también el aura singular que las sobrevuela. Para quién asistió a alguna de las innumerables marchas que se expandieron por varias ciudades del país a partir del rechazo del candidato priísta Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana, existe una innegable sensación de novedad entre los jóvenes reunidos. Esto se debe sin duda al espontaneísmo de las marchas que federó en apenas unos días a miles de estudiantes a través del país y que constituye la primera refutación a la etiqueta de \”acarreados\” que intentaron imponer el discurso príista y los medios afines. Pero también, entre los elementos innovadores que explican esta sensación encontramos el rol fundamental jugado por las redes sociales. Desde los videos en Youtube del fracaso de la conferencia de Peña Nieto en la Iberoamericana a aquél de los 131 estudiantes que rechazan el calificativo de porros o acarreados, desde los eventos Facebook que aglomeran a miles entorno a la organización de cada marcha al seguimiento incansable de la campaña por los twitteros, la web 2.0. ganó muchísima importancia. Lejos de cerrarse sobre sí mismas, como muchos le critican a las redes sociales, desencadenaron un formidable movimiento dialéctico entre ellas y las calles, dónde una se retroalimenta de la otra indefinidamente. Su efecto democratizante es aún mayor en contraposición con los medios manipulados del poder. Por otro lado, es remarcable la federación natural de las mayores universidades mexicanas, con la combinación público/privado que esto significa. La yuxtaposición de un estudiante de la Universidad Iberoamericana y un estudiante de la UNAM, marchando juntos por una misma serie de reivindicaciones, es talvez la imagen más simbólica de esto.
Estos aspectos innovadores, que desencajan en el contexto de una campaña que pareciera encaminada a repetir la misma historia de corrupción y violencia, son los que alimentan esta sensación de cambio. Así lo refleja la ya conocida pancarta \”Hace un tiempo perfecto para vivir un momento histórico\”. Esto ha permitido a muchos analistas establecer paralelismos entre este despertar de los jóvenes mexicanos y los movimientos -ya consagrados como tales- del resto del mundo: la primavera árabe, los indignados y los Occupy.
Sin embargo, llegados a este punto, nos parece necesario introducir un mínimo escepticismo (a no confundir con pesimismo). Si esta renovada participación juvenil ha logrado imponerse con tanta fuerza, rapidez y extensión, se debe en gran parte a que sus fórmulas fundamentales son muy abarcadoras. Los rechazos a Peña Nieto, al PRI, y al duopolio televisivo (Televisa y Tv Azteca) son rechazos específicos, claro, pero constituyen un discurso negativo (en el sentido de negación). Las proclamas positivas comunes a estas marchas son mucho más abstractas o generales, por lo que más fáciles de compartir. Aquí surge el apartidismo característico de la movilización: \”No somos porros! Somos ciudadanos!\” corea el contingente en cada marcha. O bien, en la declaratoria oficial del \”movimiento Yo Soy 132\”: \”Somos un movimiento ajeno a cualquier postura partidista y constituido por ciudadanos, por lo tal no expresamos muestras de apoyo o rechazo hacia ningún candidato político\”.
No decimos esto prefigurando una desagregación inminente entre los estudiantes. Todo lo contrario, el envión de estas nuevas marchas demuestra tener la capacidad de establecer lazos aún más fuertes y extenderlos a aún más gente (superando la frontera estudiantil). Sin embargo, existe un riesgo político en la voluntad, en muchas ocasiones reiterada, de hacer de las marchas un movimiento apartidista que no se compromete explícitamente con ningún candidato[1].
Es cierto que el apartidismo cuenta con una ventaja práctica: la no-pertenencia oficial a ningún partido o grupo específico dificulta la crítica por parte de sus adversarios. El carácter apartidista de las marchas no es en sí un problema. Pero a la vuelta de la esquina se asoma la despolitización. El discurso propio al ciudadanismo honestista lleva siempre en sí una inminencia apolítica. Desde este discurso se explica, por ejemplo, la increíble falta de toda mención a la crisis de guerra que somete a México. Los 20.000 desaparecidos, los 60.000 muertos y el estado de excepción panista brillan tristemente por su ausencia en cada marcha.
Este es el discurso explícito del candidato de Nueva Alianza, Gabriel Quadri de la Torre, que se esfuerza en creer que un país puede ser administrado por tecnócratas como una empresa privada. La ideología neopolítica no es más que la política que niega su carácter político.
Aquí reside el riesgo de la nueva movilización universitaria: el de disipar su enorme potencia política abrazando un discurso apolitizante. Lejos de condenar la movilización a esta fatalidad, hace falta asumir la existencia de este peligro para evitarlo. Como dijo el filósofo esloveno Slavoj Zizek en reiteradas ocasiones respecto a los Indignados y los Occupy: \” [EDIT: Uno debería evitar la tentación narcisista de las causas perdidas]. Es demasiado fácil admirar la belleza sublime de las insurrecciones destinadas al fracaso\”. En la movilización estudiantil se está gestando una política esperanzadora. Para lograr explotar su potencia renovadora, deberá asumir progresivamente una identidad política clara y contundente, que logre dejar atrás todo ciudadanismo apolítico.
[1] En la declaratoria citada más arriba, ni siquiera el rechazo de un partido específico puede ser manifestación explícita del movimiento. Debemos recordar aquí que fue el contundente rechazo del candidato priísta Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana que disparó las movilizaciones en general y el movimiento Yo Soy 132 en particular.
*Gastón Solari Yrigoyen es estudiante de movilidad en la Facultad de Ciencias Política y Sociales de la UNAM.