VLADIMIR PUTIN HA CALCULADO MAL por Michael R. Krätke*
Con-Texto | 14 marzo, 2022Para hacer la guerra se necesitan tres cosas: dinero, dinero y más dinero. El presidente ruso, Vladimir Putin, parecía tenerlo en abundancia. Pero la guerra está durando más de lo previsto. Las reacciones, las sanciones y las contramedidas económicas llegan más rápido y resultan más duras de lo que se esperaba. Putin ha cometido un gran error de cálculo.
La exclusión de los bancos rusos del sistema de pagos y comunicaciones bancarias SWIFT -se decidió finalmente el fin de semana pasado tras titubeos iniciales, especialmente de los gobiernos alemán, italiano y húngaro- aísla a la economía rusa de sus socios comerciales en Occidente. El rublo cayó en picado. El lunes, el banco central se vio obligado a duplicar el tipo de interés básico hasta el 20%. La paga de los soldados rusos ha perdido la mitad de su equivalente en dólares desde que comenzó la guerra. Y las sanciones contra el banco central ruso conducen a que Putin pierda su caja destinada a la guerra. El banco central ruso ya no tiene acceso a sus reservas de divisas ni a sus cuentas en el extranjero.
Al comienzo del ataque de Rusia a Ucrania, parecía que las reservas de divisas del banco central, más de 460.000 millones de dólares, permitirían al país sostener un prolongado periodo de sanciones económicas. Pero entonces la UE, Estados Unidos y el Reino Unido decidieron congelar los saldos de Rusia en cuentas de bancos centrales en el extranjero. Éstas, junto con los préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI), constituyen el grueso de las reservas de divisas. Y como el FMI, según sus estatutos, no puede cofinanciar guerras, tiene que bloquear los saldos de los derechos especiales de giro de Rusia. Esto significa que partes sustanciales del fondo de guerra de Putin han volado, a excepción de unos 130.000 millones de dólares en oro que están en Moscú. El régimen ya no tiene crédito en el extranjero. Y China no apoyará financieramente en absoluto la guerra de Rusia en Europa.
La recuperación económica tras el coronavirus está aplazada
La guerra de agresión contra Ucrania no es sólo un paréntesis en la política mundial. También desbarata los proyectos de todos aquellos que habían apostado por una rápida recuperación de la economía mundial tras la larga y continuada crisis debido al coronavirus, la cual ha supuesto la mayor caída de la economía mundial desde el final de la última guerra mundial. Porque esto es seguro: habrá pérdidas significativas en el crecimiento. Así pues, el Banco Central Europeo y también la Reserva Federal de Estados Unidos aplazarán probablemente sus ya anunciados virajes en los tipos de interés. Es muy posible que, en lugar del fin de la tan denostada compra de bonos del Estado, le siga una nueva edición.
La economía ucraniana sufrirá los peores daños sea cual sea el resultado de la guerra. En el mejor de los casos, si Ucrania sobrevive como Estado independiente, necesitará muchos años y una ayuda financiera masiva de la UE para reconstruir el país devastado por la guerra. Se pueden reparar los ferrocarriles y los puertos, restablecer las cadenas de suministro y las redes comerciales, pero a un alto precio. Y si Ucrania permanece bajo la ocupación rusa, degenerará en el pantano del capitalismo gansteril ruso.
Rusia es un enano económico con ambiciones de gran potencia y un ejército completamente sobredimensionado. Su economía, que ya ha experimentado dos considerables caídas en 2015 y a partir de 2020, y que ya sufre una tasa de inflación superior al 15%, se verá gravemente dañada por la guerra y las sanciones. En este año y en los siguientes, la economía rusa seguirá disminuyendo, al igual que la población rusa. El éxodo de jóvenes rusos bien formados hacia Occidente continuará. Si Putin sigue en el poder, los rusos seguirán escuchando anuncios del Kremlin sobre grandiosas reformas económicas, mientras que más del diez por ciento del producto interior bruto irá a parar al presupuesto militar. Esto se subestima sistemáticamente y se oculta en los presupuestos en la sombra.
Antes de esta guerra, la economía nacional rusa representaba un escaso tres por ciento de la producción económica mundial. Como consecuencia de las sanciones, esta cuota se reducirá, puesto que para la economía mundial, Rusia solo es importante como proveedor de materias primas y energía. Rusia es grande, pero Estados Unidos y los países de la OPEP son mucho más grandes. Si caen las importaciones rusas de gas y petróleo debido a la guerra, otros países exportadores las sustituirán, en primer lugar Estados Unidos. Ganarán con ello: El cambio al gas licuado, aún más dañino para el medio ambiente, es más caro.
Los precios de la energía seguirán subiendo porque los comerciantes y especuladores aprovecharán la oportunidad. Mientras los gobiernos de Europa y América se lo permitan. Entretanto, sería muy posible liberarnos de nuestra dependencia autoinfligida del gas y el petróleo rusos. Para Europa sería un cambio molesto y costoso, pero cualquier cosa menos una catástrofe económica. Sin embargo, para la economía rusa se trata de un escenario de hundimiento: si los ingresos de las exportaciones de gas, petróleo y carbón se desploman, el Estado ruso se queda desnudo. Más de la mitad de sus ingresos regulares provienen del negocio internacional con materias primas y energía.
¿Ayudará China a sacar del apuro a Rusia? A Pekín le molesta mucho la guerra de Putin y no quiere verse arrastrado a un enfrentamiento con la OTAN bajo ningún concepto. Compartir la posición de Rusia como paria de la política mundial es algo que China no desea. En el Consejo de Seguridad de la ONU, China se abstuvo en lugar de votar con los rusos. China no reconoció la anexión de Crimea y no reconocerá una conquista de Ucrania por parte de Rusia. Pero a China no le viene mal que su adversario geoestratégico, Estados Unidos, tenga que concentrarse por completo en Rusia.
Lo que incomoda a China de la guerra de Rusia contra Ucrania
China, una potencia económica mundial, necesita materias primas, pero no necesita que los precios de la energía y de las materias primas sean permanentemente altos y crecientes. Aprovechará la debilidad de Rusia para bajar los precios. También necesita productos intermedios y semiacabados de alta tecnología, pero no de Rusia. Como mercado de consumo, Rusia no es interesante para China. No hay comparación con los mercados de consumo de Europa, Asia y América. No hay comparación con las inversiones de o en los países occidentales. Aparte de algunos sistemas de armas, Rusia tiene poco que ofrecer a China.
Sin duda, Rusia intentará vender a China más materias primas, gas, petróleo y carbón. Puesto que China ha desarrollado su propio sistema de pagos internacionales, al que Rusia está conectada, las importaciones de gas y petróleo pueden pagarse sin necesidad de SWIFT. Pero China no puede sustituir la previsible caída de inversiones extranjeras de Occidente.
Además, la propia China tiene intereses económicos en Ucrania que se ven perjudicados con cada día de guerra. El gigante de las telecomunicaciones Huawei está involucrado con fuerza en Ucrania, y China es el socio comercial más importante de Ucrania desde 2017. Esta última suministra ante todo productos agrícolas; un tercio de las importaciones chinas de maíz proceden de allí. Pero también productos de alta tecnología de la construcción de máquinas y aviones ucranianos. La guerra en Ucrania no encaja en absoluto en los planes de China.
En cambio, Europa puede prepararse para una nueva fase de la carrera armamentística. El gasto en fines militares aumentará en todas partes, a medio y largo plazo. El cercano auge de la producción de armamento de alta tecnología, que incluye la producción en masa de municiones, armas cortas y equipamientos, debería alegrar a los fabricantes de armas alemanes, franceses, belgas, británicos y suecos. Occidente puede mantener una coyuntura armamentística financiada con créditos durante algún tiempo. En cualquier caso un tiempo más largo del que dispone Rusia.
09/03/2022
*Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, profesor de economía política en la Universidad de Lancaster y colaborador asiduo de Der Spiegel