LA ARGENTINA NECESITA UNA TREGUA PARA REFORMARSE Y CONSOLIDAR LA PAZ INTERIOR por José Armando Caro Figueroa*
Con-Texto | 6 marzo, 2021(Este artículo fue escrito el domingo 28 de febrero y publicado antes del discurso del Presidente en el Congreso)
Los argentinos vivimos, desde hace un tiempo demasiado largo, en un escenario de enormes tensiones, que son políticas, económicas y sociales.
Si bien es cierto no hay nada que presagie -ni nadie que postule- regresar a la violencia política que conocimos -desagraciadamente- en los años de 1970, estamos sumergidos en un vendaval de odios, descalificaciones y acciones empecinadas y aleves para excluir, marginar, castigar o acallar al Otro diferente.
Podría caricaturizar este conflicto poniendo, de un lado, a quienes bregan por construir una conjetural patria peronista (o socialista), y, en la vereda opuesta, a los grupos y personajes que sueñan con una patria sin peronistas.
Se trata, a mi modo de ver, de dos utopías perversas que no llevan a ningún otro sitio que al del enfrentamiento perpetuo, condenándonos a casi todos los argentinos a la decadencia integral.
Es fácil advertir que experimentamos en gran cansancio colectivo; un enorme agobio producto del desorden de los precios, de la caída de salarios y jubilaciones, de la escasez de las ayudas sociales, de la espiral impositiva.
La sempiterna puja entre el centro poderoso (zona núcleo) y el interior empobrecido se salda con los resultados harto conocidos: desigualdad territorial, descalabro del aparato productivo del Norte Grande, crisis de infraestructuras, decadencia de las instituciones de la republica (el caso de Formosa es emblemático).
El centenario conflicto entre el campo y la industria -donde sus actores luchan por el destino de las divisas y por las reglas del comercio exterior- muestra los vaivenes habituales.
Las infracciones a la ética pública y las maniobras para alcanzar impunidades, son también causa de aquel desencanto colectivo.
Los debates desordenados, recargados de medias verdades, de mentiras o silencios, incentivan la desorientación cívica.
Todos (o casi todos) estamos a merced de operaciones destinadas a controlar las mentes. A intoxicarnos, imponiéndonos agendas que, muchas veces, oscurecen las urgencias sustantivas.
Creo que necesitamos una Tregua.
Un momento de sosiego que serene los espíritus. Que nos permita pensar más allá de la agenda que marcan los escándalos cotidianos o las pujas distributivas signadas por egoísmos o cargadas de las urgencias que provoca el hambre.
Necesitamos de esta Tregua para dialogar desde la sensatez y el respeto activo y recíproco entre dirigentes enfrentados, y también entre ciudadanos, por encima de discrepancias legítimas.
Acceder a este interregno de paz, de serenidad, nos permitiría abordar la construcción del imprescindible Programa de Salvación Nacional.
En las actuales circunstancias, la Tregua debería ser propuesta por el señor presidente de la Nación a todos los actores sociales, políticos, económicos e intelectuales.
Para ingresar en este sendero de tránsito difícil, el convocante y los convocados deberían comprometerse al escrupuloso respeto a las normas de la Constitución Nacional. También a adoptar los comportamientos mesurados y las actitudes responsables que son propios de cualquier Tregua.
Un previo compromiso concreto de respetar la independencia judicial, vale decir de renunciar a manipular, presionar o intentar controlar a los jueces, sería la mejor prueba de las buenas intenciones que hacen posible reunir al Gobierno y a la oposición.
A mi modo de ver, los primeros pasos y los consensos estructurales deberían ser dados, debatidos y acordados entre los representantes de las fuerzas políticas con representación parlamentaria.
Para avanzar en la búsqueda de un nuevo consenso fundamental y operativo, todos deberíamos estar dispuestos a abandonar maximalismos, a deponer egoísmos. A revisar posiciones, a escuchar voces y propuestas diferentes a las propias.
El siguiente paso consistiría en pactar una agenda de temas a tratar durante la Tregua.
Creo que sería fácil coincidir que en esta Agenda ha de figurar temas como la creación de empleo decente, la productividad, las inversiones, los impuestos y la inserción de la Argentina (también del Norte Grande) en la economía internacional. La reforma y potenciación de nuestros servicios de salud y educación (que incluya la formación profesional). El rediseño de los programas destinados a asistir a quienes no pueden atender sus necesidades básicas. La integración territorial, entendía como la rectificación del país unitario y desigual y la definición de un programa federal. Las bases de un Estado abierto y transparente.
El espíritu de Roque Sáenz Peña e Indalecio Gómez (mi paisano). Antecedentes como el Consejo Nacional de Posguerra (de 1943), el Congreso de la Productividad y el Bienestar (1954,) y el Pacto de Olivos (1994), podrían muy bien guiar a quienes están llamados a asumir las mayores responsabilidades a lo largo de la Tregua Creativa que necesitamos.
Salta, 1 de marzo de 2021
* Socio del Club Político Argentino
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