DETRÁS DE UN LARGO MURO (LA VIVIENDA SOCIAL DURANTE EL PERONISMO) por Ariel Kocik*
Con-Texto | 26 febrero, 2021Fuente: www.cuentosperonistas.com
"Berisso poblada, en general, por casitas de chapas de zinc, metal y madera, levantada sobre terrenos cenagosos, frente mismo a los imperialistas frigoríficos… se nos presenta como el símbolo de la injusticia social. Pero Berisso, merced a la acción del movimiento laborista del que es baluarte, verá muy pronto transformadas sus actuales casitas de lata en cómodas e higiénicas viviendas”, afirmaba un legislador en octubre de 1946, varios meses después de la llegada de Juan Perón a la presidencia del país
La imagen refiere al pueblo que fue cuna de la reacción popular del 17 de octubre de 1945, y en buena medida del Partido Laborista que llevó al "coronel de los trabajadores" al poder constitucional. Lo cierto es que a muchos barrios de Avellaneda y del actual partido de Lanús, de casitas bajas y conventillos, les cabía una descripción muy similar. Se estaban formando nuevos “lateríos" que daban una fisonomía muy humilde a lo que llamamos conurbano bonaerense.
Surgían ranchos muy precarios hacia el sur de la ribera portuaria que inmortalizó el pintor Benito Quinquela Martín en 1946, donde podían oírse el chamamé y el idioma guaraní. Mientras tanto, cuarenta familias se apiñaban en un conventillo del corazón boquense.
En el interior del país la situación era aún peor. Muchos obreros del norte argentino nunca supieron de las viviendas populares anunciadas en provincias como Jujuy como parte de la “acción revolucionaria” del gobierno. Por entonces urgía la reconstrucción de la ciudad de San Juan, prometida después de que un terremoto la destruyera en parte considerable en 1944.
Pasaba el tiempo y no se habían hecho las obras, sino principalmente ranchos de emergencia. Se exhibieron vistosas maquetas y hubo anuncios de barrios modelo, pero incluso diez años después de la tragedia, la mayoría de los damnificados seguía esperando su casa. Uno de los mitos consolidados del peronismo clásico es el de la
vivienda para todos, promesa que Perón encarnó desde el gobierno de facto de 1943 y reflejó la doctrina peronista escrita en 1947. Una creencia generalizada indica que durante esos años el justicialismo tendió a solucionar el problema habitacional del país mediante la construcción de cientos de miles de casas, una generosa acción del Estado volcada en beneficio de los más necesitados, que hasta entonces había brillado por su ausencia.
Pero ni el gobierno elegido en 1946 hizo tantas casas como se cree, ni era estrictamente cierto que nunca se habían levantado viviendas populares. Por ejemplo, el barrio obrero Azucena Butteler databa de la época del presidente José Figueroa Alcorta (1906-1910). Otro vecindario había tomado el nombre del diputado conservador Juan Caferatta, impulsor de la ley de casas baratas en 1915.Ambas vecindades conservan sus nombres hasta hoy. El barrio cervecero de Quilmes también dio alojamiento a empleados y obreros industriales.
Una dificultad para investigar el peronismo desde su génesis es el enorme trabajo necesario para desmontar las capas de propaganda proyectadas como fotografías en el imaginario social y validadas en el mundo educativo. Implica explorar fuentes desconocidas y considerar la inexactitud de la información brindada por el Estado en tiempos en que los funcionarios tenían prohibido divulgar datos que contradijeran el discurso oficial. Perón decía que logró hacer en tres años lo que nadie había hecho en cincuenta, y la cadena de medios oficialista replicaba esa propaganda sin más, omitiendo fotos incómodas de la pobreza real, o preguntas sobre las obras que nunca se hicieron efectivas.
Los barrios “modelo”, y las cien mil casas de la propaganda – tal fue la cifra anunciada una y otra vez por Perón desde 1944- completadas o no, ocultaban los barrios más insalubres, cuya miseria podía verse desde el Puente La Noria hasta el Puente Alsina, a la vera del Riachuelo. Otro reguero de miseria, incluso sin paredes, se veía en lo que sería el circuito de tren que sale de Lacroze hacia el noroeste. En 1955 Cipriano Reyes hablaría de chicos que nacían enfermizos y morían, describiendo la miseria del conurbano desde Tigre a Florencio Varela, donde vivían como en ranchos “de la peor estancia”, en los que faltaba incluso el agua. Una postal que impresionó fue la Villa Maldonado, entonces dependiente del municipio de San Martín. Allí había inundaciones, basura, casas de lata, cartón, arpillera y paredes endebles. Perón había mandado de vuelta a una delegación de la villa que intentó visitarlo. En situación parecida estaba Villa Garay – a pocas cuadras de Constitución- y en condiciones aún peores se hallaba Villa Jardín, el citado borde sudoeste del Riachuelo, donde un testigo afirma que Perón levantó un muro para ocultar la pobreza durante alguna visita presidencial. Esa circunstancia habría servido de inspiración para el film Detrás de un largo muro, de Lucas Demare, estrenado en 1958. Barrios en condiciones similares había en La Plata, Rosario, Santa Fe, Goya, Resistencia y otras ciudades. El peronismo podía publicitar un barrio modelo, pero estaba muy lejos de una solución integral.
En los conjuntos habitacionales como 17 de Octubre – en Villa Pueyrredón- y Ciudad Evita– en La Matanza- hubo beneficiarios impensados. Uno de esos vecindarios llegó a ser llamado “Villa UES”, por la cantidad de colegiales peronistas allí alojados. Otros en cambio denunciaron perjuicios: “Fuimos expropiados para construir la Ciudad Evita, más de cuatrocientos propietarios de humildes casitas y terrenos comprados a fuerza de grandes sacrificios”, denunciaría un grupo de vecinos del Desvío Querandí de La Matanza en carta al presidente Lonardi, publicada en 1955 en Noticias Gráficas.
En plena época de hacinamiento humilde – que contradecía las supuestas realizaciones del primer plan quinquenal- el gobierno nacional había derribado viviendas para construir un camino hacia el aeropuerto de Ezeiza, y ocupado otras con locales políticos y “unidades básicas” partidarias
También se tiraron edificios para ampliar la avenida Nueve de Julio. Mientras tanto, la crisis inflacionaria y la falta de insumos de primera importancia conspiraban contra la industria de la construcción, como el crítico estado de los caminos y del transporte. Según el autor Francisco Domínguez, contemporáneo a los hechos, las cien mil casas prometidas no se habían completado de ningún modo hasta1951 (hoy se da por cierto que el peronismo logró quintuplicar esa cifra), y algunas de las ejecutadas eran invadidas por la maleza. Por el contrario, habían surgido núcleos de pobreza que cualquiera podía divisar viajando en tren por la república. Y esto sucedía durante el primer gobierno de Perón, cuando se supone que la Argentina era una fiesta
. ¿Qué decir a partir de 1952, cuando la crisis motivó un ajuste sin precedentes que impactó sobre la economía popular?
Incluso en pleno centro capitalino había postales de hacinamiento insalubre, como un inquilinato ubicado sobre la calle Sarmiento. Alejándose un poco más, podían verse conjuntos de “laterío” en Villa Ortúzar y tantos otros lugares. Por el contrario, el barrio modelo denominado “Perón”, construido por el gobierno en uno de los ingresos de la capital federal, tenía garages para coches y dependencias para servicio doméstico, un modelo ajeno a las necesidades del trabajador argentino promedio (un ejemplo similar era el hotel sindical Tourbillón de Mar del Plata, que tenía boite, finos cortinados y garajes aprovechables por jerarcas privilegiados pero no por obreros). Algunas casas eran otorgadas de modo selectivo a personas conocidas identificadas con el régimen o a dirigentes de la Confederación General del Trabajo.
Los ingresos del peronismo eran cuantiosos en capacidad impositiva, exacciones al capital privado, aportes obligatorios, porcentaje de espectáculos públicos, lucro con el juego, control y uso de las cajas jubilatorias, disposición casi unitaria de los fondos federales del país. Por lo visto, no estuvieron tan bien dirigidos.
Al mismo tiempo, en esa época faltaban materiales como cemento – que se cotizaba al doble en el mercado negro- y combustibles, bajando la calidad de ladrillos, mosaicos, chapas y pinturas. Pero además, se desmejoró la producción de alimentos, y hasta se ironizaba de la creación de una especie de vino aguado de consumo popular. La injerencia del Estado en casi todo, queriendo ayudar, podía también complicar o inhibir a la industria.
Para quienes no contaban con algún tipo de amistad o simpatía del partido gobernante, se hizo dificilísimo el sueño de la vivienda, máxime cuando la iniciativa individual o privada era frenada por las carencias de todo tipo de materiales, dejando paso a una total dependencia del Estado. En el medio, estaba la corrupción. El presidente del Banco Hipotecario (la vieja principal entidad crediticia del país), Abelardo Álvarez Prado, había renunciado en 1949. Gente del ministro Miranda le había ordenado absorber empresas fraudulentas en estado de quiebra, lo que finalmente se hizo, para salvarlas. Prado señaló que empezaron a hacerse casas de ínfima calidad. Muchas había que construirlas de nuevo. A fines de 1955, el déficit habitacional se había tornado pavoroso, según coincidieron dirigentes laboristas y socialistas, además de economistas e informes de medios de prensa gráficos (que antes reflejaran la propaganda del gobierno peronista sin cuestionarla), además de testimonios de gente de la villa para diversas publicaciones. Era necesario construir 150 mil casas por año durante una década para solucionar una urgencia nacional que había quedado detrás de los muros y los carteles publicitarios. La carencia de unidades de vivienda duplicaba la cifra que hoy se atribuye haber construido al peronismo. Es decir que, con toda naturalidad, se enseña una historia con datos imaginarios.
Para rebatirlos, basta tomarse el trabajo de conocer los barrios insalubres que datan de 1945 y que continúan en condiciones similares en zonas como el Riachuelo
*Docente, periodista e investigador de historia. Licenciado y profesor de Comunicación Social