EL FUTURO DE EE.UU.: ENTRE IMPEACHMENT O REELECCIÓN DE TRUMP Y ALGO MÁS por Andrés Ferrari Haines*
Con-Texto | 8 diciembre, 2019El miércoles 30 de octubre en New York Times Thomas L. Friedman expresó: “Nunca; ni en la Guerra Fría, ni en Vietnam, ni en Watergate, temí más por mi país” que en el momento actual, apuntando contra el comportamiento de su Presidente Donald Trump, Mark Zuckerberg y sus amigos que estaban quebrando el país con más capacidad que lo podrían lograr sus “los peores enemigos”. Friedman denuncia comportamientos afirmados en intereses personales y mezquinos, basados en argumentos arbitrarios y conductas amorales e, incluso, ilegales que violan reglas y leyes que “dan legitimidad al gobierno y lo hacen la envidia del mundo”. En particular, critica a los que no cumplen los procedimientos correctos para llevar adelante el proceso de impeachment al Presidente, como el senador Lindsey Graham que estaba totalmente dispuesto en “acusar a Bill Clinton por mentir sobre haber tenido sexo con una secretaria y no levantará un dedo para juzgar a Trump por usar el dinero de los contribuyentes para obligar a un líder extranjero a intervenir en nuestras elecciones en nombre de Trump.”
En los últimos años, y en forma creciente, la sociedad estadounidense viene tomando conciencia de estar sumergida en una profunda crisis. Encontrar análisis como el de Friedman, no sólo periodísticos sino también de importantes académicos como Jill Lepore, Kurt Andersen, John Mearshimer, Greg Grandin, David Horowitz, Nwet Gingrich o Peter Beinart, expresan que la elección de Trump constituyó un momento crítico para la sociedad. Lo que tienen en común muchos trabajos académicos como los citados – algunos a favor y otros críticos de Trump -, es que, a diferencia de muchas expresiones más frecuentemente escuchadas, no sitúan el origen de esta crisis en la persona del actual mandatario estadounidense. Trump no es la razón de la crisis, si no su expresión.
Aun así, esto puede ser todavía demasiado. Porque las críticas al comportamiento de Trump y de la elite política y empresarial estadounidense hacen parecer que ahí se encuentra la diferencia con el pasado de EE.UU. Como si el país hubiese entrado crisis porque actualmente existiera una forma de ser distinta a la de antes. En verdad, los comportamientos criticados no son excepciones en la historia de EE.UU. – en todo caso, en muchos aspectos, están más cerca de ser la regla. Por ejemplo, Trump es acusado de exacerbar el racismo y la supremacía blanca, cuando eso ha sido una marca de nacimiento desde que lo que llaman Founding Fathers, como George Washington o Thomas Jefferson, pese a que su Declaración de Independencia afirmara “Sostenemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales, que su creador les otorga ciertos derechos inalienables” eran dueños de esclavos, a los que les negaron esos derechos, como también a los pueblos originarios.
Mientras Trump es tomado como una intromisión en la cultura liberal y tradicional estadounidense, porque, por ejemplo, le demandó a Obama que demuestre su origen ancestral para probar que tiene derecho de ser electo, Lepore ve esa actitud como expresando, en parte al menos, la trayectoria histórica del país: “Trump estaba afirmando su derecho a cuestionar la ciudadanía por derecho de nacimiento y la ascendencia racial de sus oponentes políticos, y al proporcionar ese certificado de nacimiento y esa prueba de ADN, parecían reconocer su derecho a pedirlos”. No es casual que al llegar a la Casa Blanca, Trump haya colgado un cuadro de Andrew Jackson, presidente entre 1829–1837, cuya época –“La Era Jackson” según algunos—es considerada como la expresión de un consenso democrático de los blancos en que, según Lerone Bennett, Jr. “el racismo en Estados Unidos alcanzó niveles nunca antes conocidos por el hombre”. Alabado junto a Jefferson en la cena anual para recaudar fondos por el Partido Demócrata, el historiador Hal Brands afirma que en su época Jackson fue aclamado como el “segundo George Washington”. Responsable por remover los pueblos originarios por la fuerza de sus territorios, su fama de “exterminador de indios” que llevó desde entonces en forma positiva, actualmente comenzó a incomodar a parte de la población estadounidense, que inició una campaña para que el billete de $20 ya no contenga su imagen.
Largas batallas y considerable violencia, en muchos aspectos, se observan en forma constante en la historia del país. Como convivir con un Klu Klux Klan renacido en 1915, más de medio siglo después de la Guerra Civil y que en menos de una década tendría dos millones de miembros y sería conocido como “El imperio invisible”. Más tarde, similares tratos irían a recibir mexicanos y latinos en general y, hasta, europeos orientales. Externamente, distintos países que fueron objeto de invasiones, intervenciones y guerras por parte de Estados Unidos. Nada más sintomático que la observación señalada por el periodista Michael Herren su libro sobre la Guerra de Vietnam que soldados estadounidenses flameaban la bandera de la Confederación en Vietnam, incluso para conmemorar el asesinato de Martin L. King, y decían que matar vietnamitas era como “jugar a indios y vaqueros”.
También la política externa de Trump es acusada de este corte histórico por su postura belicosa y de confrontación con otros países. Y nuevamente no condice con la historia. En un artículo en marzo en The New Republic, John Glaser cuestionó “La amnesia del establishment de política exterior de EE.UU.” porque “ningún otro estado en el sistema internacional usa la fuerza más que los Estados Unidos” por lo que afirma “Trump es distinto de sus predecesores no porque su política exterior sea una desviación radical, sino porque está llevando a cabo políticas similares sin la justicia moralista de sus predecesores”. Robert Leckie denuncia el mito tradicional estadounidense de que es ‘la nación más amante de la paz del mundo’. Según el Servicio de Investigación del Congreso EE.UU. hizo más de 200 intervenciones militares individuales de 1989 hasta 2018.
En este aspecto, Trump también es una expresión de desorientación. Como explica Greg Grandin:“ Estados Unidos se encuentra ahora en el decimoctavo año de una guerra que nunca ganará. Los soldados que lucharon en Afganistán e Irak a principios de la década de 2000 ahora ven a sus hijos alistarse. Un general retirado de la Marina dijo recientemente que Estados Unidos estará en Afganistán, al menos, durante otros dieciséis años. Para ese momento, los nietos de la primera generación de veteranos se alistarán”.
Ni los conflictos internos ni los externos de la sociedad estadounidense son nuevos. Si Trump no es su solución, tampoco es su origen. Brian Culkin en su libro El significado de Trump sostiene que el presidente de EE.UU. es “una señal” de un conflicto que significa “una crisis de la humanidad, una crisis que se desarrolla y se intensifica exponencialmente acerca de nuestro futuro compartido en el planeta Tierra”. Visto el poderío económico y militar de Estados Unidos, las consecuencias para el mundo de una no-resolución de sus conflictos internos, en efecto, pueden ser globalmente dramáticas. Y esto es más profundo que el comportamiento de Trump; es resolver por qué un comportamiento como el de Trump, mucho menos fuera de patrón histórico de lo que se cree, actualmente para Estados Unidos le es desgarrador.
Mientras tanto, Nancy Pelosi, la más importante representante del partido demócrata afirmó estar en contra del impeachment porque “divide al país” y Trump “no vale la pena”. Algunos medios señalan que ella ocuparía el lugar de Trump si el impeachment lo destituye…
*ProfesorUFRGS (Brasil)
afhaines1@gmail.com