DÓLAR BARATO: POPULISMO DE GUANTE BLANCO por Andrés Ferrari*
| 7 abril, 2018Fuente: El Cronista 1-2-2018
En el Foro Economico Mundial en Davos, el presidente Mauricio Macri expresó efusivamente su alegría por lo que considera un gran logro de la Argentina y de su Gobierno: haber salido del populismo, sin caos. Vaya uno a saber a qué ciertos políticos y personajes públicos y mediáticos se refieren por populismo.
Según la Real Academia Española, se trata de una “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”, aclarando que es usado más en sentido despectivo. Desde el punto de vista lógico, utilizarlo en sentido despectivo sería problemático para quién se considere defensor de la libertad individual. Al fin y al cabo, todo gobierno democrático, algebraicamente, es populista. Elegido por la mayoría de la población.
Esto no es un juego de palabras, pero sí un problema conceptual. Lo que se puede decir que constituyen actos económicos populistas –en ese sentido despectivo actual– no formaba parte, evidentemente, del recetario de medidas correctas por quienes forjaron inicialmente el liberalismo económico. Pero la democracia tampoco. Mientras, históricamente, el liberalismo económico proviene de los sectores mercantiles superiores de países de Europa occidental, el movimiento democrático es resultado, bastante posterior, de los conflictos sociales (para evitar espantar lectores diciendo lucha de clases).
Liberalismo y democracia
Quién desea ir más allá de una versión hollywoodense de la historia, no podrá pensar que en Inglaterra pasó regir la libertad política después que el Rey Juan aceptó la Carta Magna en 1215 o luego de que la Guerra Civil decapitara al Rey Carlos I en 1649. De hecho, el líder de ese movimiento, Oliver Cromwell, rápidamente reprimió al movimiento de Niveladores del ejército que procuraba instalar en el país sufragio universal e igualdad ante la ley, entre otras medidas radicales para la época. Tampoco el sufragio universal formó parte de la Declaración de Derechos de 1689. Ese año se publicó el famoso Dos tratados sobre el gobierno civil en el cual su autor John Locke –“padre del liberalismo clásico”– plantea fundamentales principios del Gobierno Republicano y de libertades individuales, pero no una democracia como hoy se entiende. Salvo Rousseau, que proponía una democracia directa, ninguno de los principales pensadores liberales –político o económico– proponía una democracia en el sentido actual. Algunos, como John Stuart Mill o Alexis de Tocqueville, aceptaban, y con pesar, que eventualmente sería inevitable una democracia como las actuales, pero no proponían su implantación en su tiempo. Ellos, como también Montesquieu y Kant, veían problemático “que la mayoría decida la autoridad política”. En general, compartían el temor de Platón de que la democracia degeneraría hacia una tiranía y a lo sumo aceptaban su viabilidad en pequeñas ciudades-estado, que evidentemente era contrario a la tendencia política de la época del liberalismo que era la construcción de grandes estados-naciones.
Todo gobierno democrático, algebraicamente, es populista. Elegido por la mayoría de la población
Históricamente, el “grado” de democracia que hubo fue definido por alguna forma de “selección” –económica, racial, status social, religiosa, clase, etc.– sin siquiera entrar en la cuestión de género, ya que el voto femenino es un hecho que, en el mundo entero, comienza recién en el siglo XX. Por ejemplo, al nacer EE.UU., sólo los hombres blancos, protestantes y dueños de propiedad tenían derecho a votar: 6% de la población. En Francia, luego de un breve período entre 1792-95, recién en 1848 con la “Segunda República” se estableció el voto universal masculino. En el año anterior, la democracia censataria permitía votar a menos de 250.000 hombres dentro de una población 36 millones. En el Reino Unido, la reforma de 1832 aumentó el derecho voto a uno de cada seis hombres y esta cantidad recién será duplicada en 1867. No obstante, durante todos estos momentos existieron diversas restricciones “de letra chica”.
Esto en cuanto a poder elegir; el derecho a poder ser elegido era aún más restricto, inclusive a los cargos parlamentarios.
Crease o no, nuestra Constitución de 1853 nos convierte en uno de los primeros países en la historia en adoptar el sufragio universal masculino —aunque sin “peros” luego de la Ley Saénz Peña de 1912-. En los que llamaríamos países avanzados, su adopción comienza a fines del siglo XIX, pero toma cuerpo luego de la primera guerra mundial. En Estados Unidos, el fin de la esclavitud luego de la guerra civil no terminó con diversas limitaciones y recién un siglo después, en 1965, se elimina todo tipo de restricción.
Por eso la relación liberalismo y democracia es problemática histórica y conceptualmente.
Populismo
Quién defiende un sistema democrático no puede darle al populismo un sentido despectivo. Se argumenta que populismo es obtener los votos para ser democráticamente elegido mediante promesas y políticas que pueden ser agradables para la
mayoría de la población pero inviables temporalmente. Es más, serían perjudiciales para el bienestar futuro. Pero, ¿quién tiene derecho a considerar que todos los demás están siendo engañados?
Quién defiende un sistema democrático no puede darle al populismo un sentido despectivo.
Si el concepto de liberalismo es libertad –y no una doctrina específica política y económica– el conflicto con democracia, sin los peligros que temen los que usan populismo en sentido negativo, se resuelve mediante el diálogo y el razonamiento. Demostrando que una cierta política sería inconveniente para la mayoría. Ahora, si no se logra convencer, no significa que la mayoría está equivocada; significa que la mayoría opta –al menos en ese momento– por algo distinto. Tocqueville llamó a esto la tiranía de la mayoría –y sí, en parte es así: en una democracia, la minoría es víctima en cierto, pequeño o mayor, grado de las decisiones de la mayoría-.
El uso del Presidente del término populismo es, claro, el despectivo. Se refiere a políticas económicas que buscan obtener votos afectando negativamente el futuro económico de la Argentina. Esto porque, a pesar de ser un mandatario populista en el sentido democrático, su recetario conceptual es doctrinario. Sus propuestas económicas buscan eliminar vestigios de ese populismo que habría heredado de acuerdo a esa doctrina: la reforma jubilatoria, negociaciones salariales, régimen de trabajo, sistema tributario, etc. Viene a corregirles a los argentinos los engaños que sufrieron por un gobierno populista, aunque llegó al gobierno de igual manera que el suyo. ¿Por qué un gobierno democrático que sigue otras políticas es populista y el suyo no lo es? Porque se guía por un concepto doctrinal por encima de un concepto democrático para definir lo correcto. La situación inversa constituye para él ese populismo despectivo.
Sin embargo, el mismo uso despectivo de populismo que él hace puede aplicarse a su Gobierno en el manejo cambiario. ¿Qué es sino el mantenimiento de un dólar barato bajo el cual millones de argentinos pululan por los centros turísticos mundiales, salen de compras al exterior o consumen fútilmente baratas importaciones triviales? Todo siguiendo una mundana política de endeudamiento externo como si se tratara simplemente de una cuestión de ir cerrando cuentas al andar. ¡¿Qué país –más aún uno de bajo desarrollo y poca riqueza como la Argentina– aceptaría mantener una política de endeudamiento externo y tipo de cambio barato para observar cómo esos recursos tan rápido que llegan, se van en turismo externo?!
La mitología del libre mercado
Como Macri es doctrinario, probablemente respondería que ese es un resultado del mercado libre que con el tiempo se ajustará. Esto es obvio: no aceptar la mitología del libre-mercado, y mucho menos considerar inteligente colocarse a su merced, no significa negar que el mercado existe. Lo que está en juego es a qué costo. Y lejos, muy lejos, de pensar que dejando que sólo el mercado ajuste esa irrealidad se estaría llegando al mejor de los mundos.
¿Qué país –más aún uno de bajo desarrollo y poca riqueza como la Argentina– aceptaría mantener una política de endeudamiento externo y tipo de cambio barato para observar cómo esos recursos tan rápido que llegan, se van en turismo externo?
De todas formas, el mercado no se puede expedir aun porque el Gobierno mantiene esa política que constituye un populismo en el mismo sentido despectivo con que él aplica el término. Es una fantasía total que mantiene argentinos alegres. Pero no todos claro. Es populismo cuyo acceso va disminuyendo de la cima para abajo de la pirámide social. Y, por eso mismo, un subsidio que el conjunto de la población les hace a esos privilegiados. Quién haga turismo externo puede pensar que es un gasto fruto de su propia actividad laboral. Sí; pero el precio barato del dólar lo obtiene gracias a que el Estado se endeuda y lo ofrece al mercado. Sin esos recursos obtenidos por el endeudamiento público, el precio del dólar sería significativamente más caro – y la gran mayoría no haría ese viaje externo. Ahora, como es endeudamiento público, se pagará por la recaudación tributaria que el Estado nacional haga sobre toda la población. Por eso, es populismo de guante blanco. Subsidio de los menos a los más pudientes.
Algunos argumentarán que devaluar traería un caos inflacionario. Es debatible, aunque sea una herejía decir esto en Argentina. Pero aceptando ese argumento, que se aplique, al menos, un impuesto fuertísimo sobre el turismo y compras externas. El doctrinarismo liberal se indignará con esta propuesta porque el Estado estaría interviniendo en la libertad de mercado con el gravamen. Y sí, por eso se llama im-pues-to. Tan impuesto como todos los otros impuestos que existen. O sea, tan intervencionista como la aplicación de cualquier impuesto.
El 'dólar barato' es un subsidio que el conjunto de la población le hace a un sector de privilegiados.
Si no se acepta un Estado que aplique impuestos, no se tendría ningún Estado –por lo que no habría fronteras, ni país: ¿cómo se pagaría, por ejemplo, a los trabajadores de migraciones? De hecho, sólo el ultraliberalismo más infantil llega a proponer ese extremo. La mayoría acepta, al menos, un Estado mínimo que realice tareas esenciales que el mercado no podría efectuar. Sin entrar en esa discusión más específica, esto significa que acepta impuestos. Por lo tanto, la discusión es cuáles impuestos. Y cómo se deciden…
Más absurdo aún es que mientras el liberalismo doctrinario rechaza cualquier alteración al mercado cambiario como intervención, pocos de esta visión aceptan que mantener un tipo de cambio ficticiamente barato también es intervenir. Si se hiciese para buscar favorecer la capacidad productiva adquiriendo, por ejemplo, maquinarias y bienes de capital que posteriormente incrementen el producto nacional, el liberalismo doctrinario al cual Macri es afín pegaría el grito en el cielo exclamando que estaríamos volviendo a los errores del pasado, a pesar de que es lo que han hecho todos los países en el mundo que llegaron a industrializarse.
Ahora, frente a este populista dólar barato la propuesta es esperar al mercado, a pesar que esa espera significa que se va reduciendo la capacidad productiva con sectores que no pueden competir frente a las importaciones o salidas de compras, turistas del exterior que no nos visitan (si al argentino se le sale barato salir, al extranjero le sale caro venir) y, por ende, un mercado interno que se va achicando a medida que aumenta el desempleo y se reduce la recaudación impositiva, en una interminable espiral recesiva. O sea: intervenir para intentar aumentar la capacidad destructiva, no; para observar la progresiva destrucción de la capacidad destructiva, sí.
Sobredosis de dólar barato
Habría que preguntarles aún a los beneficiados por este populismo de guante blanco –si aceptasen distraerse por un instante de sus paseos por el mundo– cuál se imaginan serán las posibilidades para sus hijos de la continuidad de este delirio fantasioso cambiario. Aun así, no se trata de cortar como acto autoritario este peligroso camino, si no como decisión populista, es decir compartida por la mayoría. Por otro lado, claro, al ver que los argentinos son los que más están demandando entradas para el mundial en Rusia este año, puede ser que se haya entrado en una irreversible sobredosis de dólar barato.
O quizás no es ese el caso, cuando uno observa nuestra reciente historia. Por ejemplo, la famosa grieta genera discusiones ásperas en prácticamente todos los temas, aunque no en este. De hecho, en el período anterior también se ejercía una política similar. Con la posibilidad de adquirir al Estado dólar a precio menor que en el mercado, y permitiendo libremente gastos en el exterior, ya en 2011 comenzaron el aumento del endeudamiento y el
surgimiento de déficits externos, el inicio de esta tendencia. En realidad, sin endeudarse y sin déficit externo, el creciente gasto turístico y de importaciones a dólar subsidiado es anterior a ese año y fue parte del modelo “no fue milagro”.
Quizás populismo define la cantidad de población con posibilidad de embriagarse con dólar barato. Aunque no debe olvidarse, claro, que este combo completo ya se había consumido en la plata dulce de Martinez de Hoz y en la fiesta del “1 a 1” de Menem-Cavallo.
Siendo así, nobleza obliga a pedirle disculpas a nuestro presidente. No por estar de acuerdo con su manejo económico-cambiario, si no porque este manejo constituye, evidentemente, una voluntad populista —sin ningún sentido despectivo— de los argentinos. Macri estaría siendo, con la aplicación del dólar barato, un gran estadista que sigue una política de estado vista cómo estratégicas por la población —ajena a diferencias ideológicas-. Y por eso mismo se debe aceptar esta decisión democrática, aunque uno piense que constituye la senda hacia un suicidio colectivo.
*Profesor de UFRGS / Brasil