POBREZA Y NUEVAS DEVOCIONES POPULARES por Jorge Ossona*
| 16 julio, 2017III. La Umbanda (Segunda parte)
El eximio antropólogo Alejandro Frigerio y su colega María Julia Carozzi, los especialistas argentinos más idóneos en estas religiones, formulan la siguiente estadística acerca de las razones que aproximan a las personas a consultar a un umbandista: un 34 %, por problemas económicos y laborales; un 33%, por problemas familiares; un 27% por razones de salud; un 22 % por problemas de pareja; un 14 % por problemas anímicos; y un 6 % por cuestiones espirituales. Por cierto que se trata de problemas genéricos distribuidos en toda la sociedad. Sin embargo, también lo es el hecho irrebatible que desde fines de los 90 las religiones africanistas crecieron exponencialmente en las clases bajas. Sin duda que la crisis que termino detonando a fines de 2001 contribuyó a ello; pero lo llamativo es que desde entonces, y a lo largo de los 2000 hasta la actualidad, la umbanda no ha dejado de propagarse mediante el sistema de redes filiatorias por adopción entre líderes, hijos de religión, caciques, y consultantes.
Las causas de su pregnancia entre los pobres son varias. En primer lugar, su informalidad; tan propia de ese sector social, al punto de devenir en un apreciado valor distintivo respecto de la antigua cultura de las clases trabajadoras hasta fines de los 70. En efecto, cuando el culto se empezó a extender en los barrios pauperizados hubo muchos paes auto investidos, sin la sanción positiva de pares que, situados en otro sitio de la sociedad, se lanzaron a condenarlos. A veinte años de distancia, las cosas cambiaron y el cuentapropismo es mucho más difícil por la densidad de las redes africanistas en todo el GBA. Ello permite un control más riguroso de las umbandas heréticas y especulativas al servicio exclusivo del delito, del narcotráfico; y de practicantes de rituales terminantemente prohibidos como el sacrificio de animales de cuatro patas como perros y gatos. Es que este tipo de umbanda marginal –más bien reconocida como “magia negra” y asociada a cultos como San La Muerte- suele ser abrazado por bandas que utilizan sus símbolos para afianzar lazos de lealtad, pero a instancias de fundamentos falsos o contrarios a las distintas líneas africanistas. Es bastante común la inscripción de estos últimos como “quimbanda” -que literalmente significa “gente de sangre”- pero se debe solo a algunas analogías respecto de esa venerable línea o nación más proclive a los sacrificios animales de dos patas.
Aun dentro de las variables legitimadas por el colectivo umbanda y por sus “hijos de religión” -y tal como había ocurrido con los evangélicos durante los 80 y 90- cualquier vivienda precaria puede convertirse en un improvisado templo de consulta a cargo de “gente de blanco”; esto es, iniciados o bautizados en la fe por las autoridades de rigor debidamente reconocidas, aunque informalmente. Los religiosos no son sino vecinos comunes con los que se comparten otras experiencias de la intensa convivencia barrial; otra de las razones del éxito de su difusión. Muchas maes, por caso, son mujeres golpeadas o violadas, ex prostitutas o reconocidos travestis; así como muchos paes son trabajadores con hijos adictos o detenidos, o han pasado ellos mismos por los embates de la mala vida y la marginalidad en alguna etapa de su vida. “Conocen la calle”; y, por lo tanto, están siempre dispuestos al favor de escuchar todos los problemas manteniendo la debida reserva. Administran explicaciones consoladoras, sedativas y sencillas tan convincentes como esotéricas que invitan a ulteriores disquisiciones; sobre todo, cuando se empiezan a registrar mejoras.
Además, se trata de cultos “activistas” en los que sus militantes asumen la responsabilidad de hacerse cargo del problema poniéndose a “trabajar” en la confección de ofrendas cuyas materias primas deben ser aportadas por el interesado. Eventualmente, estos debe también “hacer ofrendas” invocando a divinidades afines a su tradición religiosa equivalentes a los distintos “orixas”. Ello habilita sentimientos de confianza y de confraternidad reconstituyentes de los vínculos sociales en situaciones de anomia. En su ejercicio de la representación de los sufrientes, elevan sus pedidos a sus autoridades eventualmente invitándolos a las congregaciones del culto en su versión obviamente más básica y abierta denominadas “sesiones de caridad”.
Otra de sus virtudes procede, entonces, de su sincretismo. Estos cultos oriundos en los esclavos de Brasil debieron sobrevivir mimetizando a sus divinidades con santidades católicas. De ahí que a la mayoría de los consultantes se los encomienda a Jesús -“Oxala”, rey de las naciones africanas-, a la Virgen -“Oxun”, reina de los ríos, del amor y de las distintas femineidades-, a San Jorge –“Ogun”, santo de la guerra y protector de personas que gustan vivir en los limite; desde policías hasta delincuentes- ,a Stela Maris – “Iemanya”, madre de todos los orixas y diosa de los mares- ; a Santa Catalina –“Oba”, reina de las rutas y caminos, asociable en la zona cordillerana con la Difunta Correa, a San Cayetano – “Bara” , dios del trabajo, el bienestar y la armonía familiar-, o a otros santos del panteón cristiano. El africanismo más puro y específico solo se le presenta a consultantes más avanzados y empapados de su lenguaje y de los significados e los rituales. Ello suele ocurrir cuando la efectividad de los resultados los lleva a confiar y a creer de veras en las dotes mediumicas del religioso. También, son altamente permeables a los cultos populares venerados en el Noroeste de orígenes quechuas o rurales del Nordeste como San La Muerte y el Gauchito Antonio Gil.
La inmensa mayoría de los consultantes quedan impresionados por el despliegue de los rituales pletóricos de ropas finamente diseñadas de acuerdo a las tradiciones afrobrasileñas; en su mayoría, de impecable blancura (razón por la que se denomina a los iniciados “gente de blanco”). Además, las reuniones conjugan una atmosfera mística con otra de intensa alegría, buen humor, canto, baile y confraternidad. Pueden durar horas y terminan como verdaderas fiestas de canticos pegajosos afines a las estéticas musicales populares. Se termina cantando y bailando al compás del tamboril en las denominadas “batuqueadas”, rondas en grupos que pueden sumar a decenas de fieles o consultantes. Hay otras ceremonias que, en cambio, implican el confinamiento del pae con sus hijos durante varios días –generalmente de jueves a sábados, y con un mínimo de asistencia de siete horas- en los que no se puede hablar por teléfono ni escuchar radio, ver televisión ni mantener relaciones sexuales. En el lenguaje del culto se denomina “hacer suelo” y supone una prueba de la continuidad de la fidelidad de un hijo a su pae o mae de danto. Se consumen las comidas rituales procedentes de los sacrificios de animales de granja –cuya sangre se ofrece como restituidor de energías gastadas por los orixas u otras divinidades – y se reafirma la intimidad que debe a unir a los padres con sus “hijos de religión”. Es otro factor de calma de los afligidos a su desgracia reconfortándolos y procurando su bienestar psíquico y físico que algunos conciben como “pruebas” de la presencia del orden trascendente en el terrenal.
Sin embargo, pocos son los que optan por la conversión. Los más, en cambio, son “gente de público” que recurre al culto para resolver problemas concretos y reforzar su respectiva fe tradicional, aunque reconociendo el sentido místico y mágico de la vida y del mundo. Solo un porcentaje menor accede a comenzar los rituales iniciáticos convirtiéndose en “gente de blanco”. Aun así, este sector participa, en su mayor parte, en condición de militantes, por así decir. Porque sólo pueden escalar el “cursus honorum” oficial de la religión en tanto prueben sus cualidades mediumicas que los torna pasibles de “ser ocupados” en cuerpo y alma por una entidad trascendente. En su defecto, su participación consiste en reconocerse como parte del colectivo referenciado por la autoridad máxima del terreiro.
No es poco: la pertenencia brinda la sensación de la fuerza perdida y de contención y defensa merced a los nutridos lazos que unen a todos los seguidores y que se plasman en distintos tipos de favores terrenales contantes y sonantes. Recién cuando son bautizados y reconocidos como “hijos de la religión” pueden lanzase a hacer “trabajos” u “ofrendas”. Su éxito sustenta su reputación en el grupo al que, además, le deben compromiso, lealtad, y cumplimiento estricto con sus “obligaciones” consistentes en asistencia y aportes de dinero e insumos. Llegados a un punto, el pae o mae de santo puede adoptarlos como sus “hijos”; y desde ese preciso momento, reciben la autorización para instalar en su hogar su propio terreiro o conga. Pero ello no es fácil: se requiere de espacio y de apoyo familiar; e incluso, de ingresos para sostener la compra de prendas y enseres de culto.
Paes, maes, hijos y médiums componen un orden jerárquico que, además, de ofrecer pertenencia implican compromiso con las “obligaciones” periódicas con sus respectivo orixa en sus terreiros o en los de la autoridad consistentes en ofendas de frutas, maíz, sangre animal y monedas acompañadas de papelitos con los deseos de creyentes y consultantes. También en dinero – pago de “axe de faca”- en favor del convocante que procura obtener un resto como ganancia personal o para solventar ulteriores rituales. Luego están los “agrados” en los que padres e hijos se reúnen para honrar a su santo. Por último, las “aseguranzas” consistentes en aportes en especie o dinero a divinidades menores para la protección ante alguna situación de riesgo o para “abrir caminos” venturosos.
Hasta aquí un pantallazo a las prácticas umbandistas clásicas. Frigerio sostiene, añadiéndole otro matiz adicional al significante “umbanda” que esta constituye un campo solo introductorio respecto de los africanismos profundos e intensos, solo reservados a los paes y maes de santo. Estos, a su vez, se subordinan a autoridades más elevadas (por ejemplo, los “babalorixa”), pero que no dejan de oficiar también como paes comunes en sus respectivos colectivos. En algún punto, esta complejidad recuerda a los vínculos vasallaticos del feudalismo occidental en el medioevo. Quienes ingresan en esa secta cerrada abandonan las traducciones cristianas o regionales para encomendarse estrictamente a divinidades africanas. En ese estamento, los rituales son cerrados y secretos; y sus miembros comparten una perspectiva integral de toda la realidad; desde los estados de ánimo hasta la salud y la enfermedad, así como de todas las vicisitudes de la vida cotidiana en el trabajo y el barrio. Incluso, se bautizan según nombres distintos correlativos a su santo u orixa, de uso obligatorio entre los iniciados.
En la Argentina, predominan los africanismos del Brasil meridional siguiendo la tradición del corredor comenzado en los 60 que conecta a la zona “gaucha” con el Uruguay y nuestro país. Son más abiertos al sincretismo y están fuertemente influenciados por el espiritismo como la umbanda propiamente dicha, la quimbanda y el “batuque” o “nación”. Este último dato es uno de los elementos que los tornan tan atractivos para consultantes en los que la muerte siempre pasa cerca por el solo hecho de vivir en el barrio y por integrar agregados numerosos. Aun así, durante la última década es notable el crecimiento de africanismos más densos y cerrados procedentes del nordeste brasileño como el “candomble” –o “religión africana tradicional” – pero solo a la manera de archipiélagos aislados y frecuentemente distorsionados hasta que su difusión permita mejores mecanismos de control de su observancia ortodoxa.
La cualidad de intermediación de los “hijos de religión” permite su “ocupación” por los espíritus de difuntos cercanos con los que pueden seguir hablando y obteniendo consuelo de su perdida física compartiendo esa instancia con los demás creyentes del núcleo. Las escenas de llanto, trances y torsiones corporales acompañadas por alaridos de desesperación al compás de tamboriles las vuelve intensas y no sin cierta cuota de violencia potencial. Esos estados pueden servir para reconciliar a clanes enteros suscitando la cura o el abandono de prácticas ilegales o compulsivas. Pero también pueden ser un factor de rupturas y conflictos por recriminaciones de hechos del pasado; aunque son los menos.
A veces, los “hijos de religión” son “ocupados” entidades menores como “pombashiras”, espíritus femeninos alegres y libertinos dados al canto y la danza; “pretos velhos” – negros ancianos- ; “caboclos” –indios-; “ciganos” –gitanos-; o “exus”, almas solitarias desclasadas, fuera de toda legión. Se los debe respetar y eventualmente recurrir en procura de venganzas u obtener avales para actividades ilegales. Porque muchos exus son maleantes, prostitutas, proxenetas, asesinos, violadores o traficantes dispuestos a ponerse al servicio de causas perversas. Cuando se los convoca para producir una “incorporación” exigen el pago a su pae o mae representante de una “aseguranza” –una suerte de seguro protector trascendente frente a las fuerzas de la ley- a cambio de favores trascendentes y terrenales que pueden facilitar apoyos logísticos cruciales. Muchos religiosos a veces se prestan a este tipo de rituales por las más diversas situaciones de excepción que van desde las necesidades económicas –las “aseguranzas” suelen ser carísimas- hasta las presiones de parientes o vecinos involucrados en el delito.
Las causas de la reproducción vertiginosa de los africanismos en los sectores populares estriban, en suma, en su capacidad de ofrecer representación a todas las situaciones de la nueva cotidianeidad de la pobreza bien evocada en los repertorios cumbieros, raperos o rockeros de los conjuntos barriales. Sin embargo, la umbanda no es solo patrimonio de los sumergidos. De hecho, sus pioneros en el país se remontan a los años 60 y 70 cuando algunos paes adquirieron resonancia en los sectores medios de la Capital Federal y en distritos de la zona norte y oeste del GBA. No fortuitamente su principal exponente fue y sigue siendo hasta el día de hoy el Pae “babalorixa” Hugo de Iemanya que posee su templo en Floresta y cuyo nombre civil es Hugo Waserman, descendiente de una familia judía. Los pioneros sobrevienes de los 60 y los 70 suelen lamentar la proletarización de la umbanda durante las últimas décadas por prestarse a las deformaciones de rigor. Pero mientras que el pentecostalismo luce semiestancado, los africanismos ya se sitúan en un cómodo segundo lugar en el ranking de las nuevas religiones y por encima de cultos locales de creciente difusión como el Gauchito Gil o San La Muerte.
Su presencia se irradia, aunque a un ritmo menor, también en las clases medias acomodadas, y aun en las altas como lo prueba que algunos consultantes no sean sino dirigentes políticos en procura de capitalizar su creciente popularidad; aunque también por convicción cuando los paes y maes aciertan en sus pronósticos y consejos. No debería asombrarnos. Un reconocido iniciado llego a ser un memorable ministro de Bienestar Social, hombre fuerte del gobierno argentino entre 1973 y 1975, y creador de una “legión”. No es difícil adivinar su nombre, aunque en el ámbito íntimo de la familia presidencial se lo reconocía como “Hermano Daniel”.
*Historiador, miembro del Club Político Argentino