EL PERONISMO Y SUS HEREDEROS por José Armando Caro Figueroa*
| 3 marzo, 2017Asistimos a un largo, oscuro y absurdo debate, iniciado hace más de 40 años, y que aún permanece abierto alrededor de esta pregunta: ¿Quién hereda a Juan Domingo Perón y su capital político?
Es bueno recordar que este debate fue abierto por Mario Firmenich (comandante en jefe de “Montoneros”) quién, tras visitar Puerta de Hierro en Madrid, trazó estrategias militares para suceder a Perón, y soñó con “apropiarse” del pueblo peronista.
Había existido antes un intento de suceder en vida al mítico General, protagonizado por Augusto Timoteo Vandor bajo el rótulo de neoperonismo. Es muy probable que la querella así abierta estuviera en la raíz de su vil asesinato.
Consciente de su finitud y de las apetencias que despertaba su legado, Perón sentenció: “Mi único heredero es el pueblo”. Y procuró dejar ideas que orientaran a sus millones de herederos, en sendos documentos: “Actualización Política y Doctrinaria para la Toma del Poder” (1971), y “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (1974).
El panorama después del terror
Llegada la fatídica hora, el General falleció sin que ninguna de las organizaciones armadas (para-estatales y estatales) que se disputaban la herencia a fuerza de balas, explosivos y vejaciones lograra su propósito.
El peronismo estalló en pedazos, dando lugar a una nueva disputa legitimista: Cada fracción reclamaba y reclama para sí la pureza doctrinaria, y negaba y niega furiosamente el pan y la sal a las demás. La determinación de cual sea el “verdadero peronismo” -pasado o por llegar- es un intríngulis que sigue apasionando a ciertas personalidades del mundo peronista.
Por supuesto, las luchas por el control del aparato del Movimiento y de las instituciones del Estado fueron (y siguen siendo) un factor de unidad que posterga querellas intestinas. En los genes del peronismo se inscriben poderosas tendencias unificadoras que se manifiestan cuando una de las fracciones ejerce el poder, y también cuando se trata de actuar en la oposición buscando reconquistarlo.
Estas unificaciones “oportunistas” se dieron alrededor de dos experiencias de gobierno ciertamente antagónicas desde el punto de vista programático.
Durante la Presidencia de Carlos Menem, el peronismo intentó reformas de mercado, ensayó sumarse al proceso de globalización, y propició un cierre del conflicto terrorista de los años 70.
El turno iniciado en 2002 por Duhalde y coronado por el matrimonio Kirchner representó un giro de 180 grados, que se llevó a cabo sin abjurar (abiertamente al menos) del rótulo peronista, siendo fácil encontrar lazos entre el kirchnerismo peronista y el peronismo histórico.
En esta suerte de comedia de enredos el movimiento fundado por Perón fue abandonando su ideario esencial, hasta quedar convertido en una cáscara vacía capaz de conservar mayorías electorales que daban entrada a experimentos programáticos alejados de aquellas “esencias” contenidas, por ejemplo, en el documento sobre la “Comunidad Organizada”, en la Constitución de 1949, o en las “20 Verdades”.
Muertos el líder y la generación fundacional que le acompañó, el peronismo que les sucedió fue incapaz de remozar su ideario y de construir una propuesta programática que, conectando con aquellas “esencias”, diera respuestas sólidas y eficaces a los nuevos problemas mundiales, nacionales y locales.
Muchos de los integrantes del “horizonte directivo” cayeron en los personalismos, se rindieron ante los materialismos, y se empobrecieron intelectualmente al circunscribir sus reflexiones al respetable legado de Jauretche, Hernández Arregui, o John William Cooke, por poner hitos significativos del amplio espectro ideológico que albergó el peronismo.
Esta deserción de la intelectualidad peronista y su incapacidad de recrear el ideario de forma de colocarlo en condiciones de hacer realidad las tres banderas en el espacio de la moderna democracia constitucional, permitieron que aquella cáscara -intencionada y convenientemente vaciada- cayera en manos de una poderosa coalición de intereses sectoriales.
Fue esta coalición silenciosa y solapada la que se adueñó de las siglas, de las ceremonias y de la liturgia peronista tradicional, poniéndolas al servicio de sus ideas egoístas, sectarias y excluyentes.
Los dueños del peronismo
A mi modo de ver, aquella coalición está encabezada por los propietarios de las grandes y medianas industrias radicadas alrededor del puerto de Buenos Aires y que sólo pueden subsistir en un mercado cautivo, en donde les está permitido enriquecerse a costa del interés general y de los intereses de consumidores y usuarios.
Los capitanes de estas industrias tuvieron el acierto de celebrar dos pactos no escritos: Uno, con la mayoría de los dirigentes sindicales que perduran en el poder merced a las ventajas institucionales que se derivan del inconstitucional monopolio que destrozó la libertad sindical. El otro, con un sector de los intelectuales peronistas a quienes albergaron en tiempos de la última dictadura militar y que actúan hoy en sintonía con el lema “Sin industria no hay Nación”.
Este industrialismo contemporáneo deformó y manipuló las ideas del primer peronismo que, condicionado por la posguerra, prohijó la sustitución de importaciones y diseñó medidas coyunturales para defender la incipiente industria nacional. Pero, después de más de 70 años, las protecciones, ayudas y diseños unitarios han sido incapaces de dar nacimiento a empresas y sectores en condiciones de competir con el mundo, de innovar, de invertir y de crear buenos y suficientes empleos.
Estos nuevos dueños del peronismo promovieron o toleraron, hacia comienzos del presente siglo, los nuevos pactos que el kirchnerismo celebró con los protagonistas del sector logístico y de la banca.
Es bueno señalar aquí, desde Salta, que este diseño unitario sirvió para asfixiar a las economías regionales cerrándoles toda posibilidad de desarrollo. Impuestos, tipos de cambio, convenios colectivos salariales, inflación, inversión en infraestructura, políticas de comercio exterior o, lo que es lo mismo, todas las herramientas de política económica con las que cuenta el Estado argentino han sido puestas al servicio de tan exitosa coalición que nos segrega.
En un segundo círculo actúan los así llamados barones del cono-urbano bonaerense en condiciones de controlar el aparato electoral peronista y, en la generalidad de los casos, decidir la suerte de casi todos los argentinos.
Hay un tercer anillo y es el conformado por los gobernadores de extracción peronista (por llamarlos de alguna manera, pese a que figuran en este espacio personas que no soportarían ningún test que tenga en cuenta sus trayectorias en relación con las tan mentadas “esencias”).
Conviene señalar que, hacia el año 2001, esta coalición sumó el apoyo de sectores del radicalismo bonaerense y de la iglesia católica, en su triunfante empeño por derrocar al Presidente Fernando de la Rúa.
Para completar este panorama, ciertamente muy personal, tendría que añadir al arrinconado peronismo histórico en sus versiones organicista y republicana. Se trata, empero y lamentablemente, de expresiones sin fuerza suficiente para liderar un imaginario proceso de regeneración y remozamiento del viejo peronismo.
Más allá de los debates históricos, los pasos y contrapasos de esta ingeniosa alianza deberían preocuparnos; en primer lugar, por su capacidad para condicionar y enfrentar al actual gobierno de la Nación y, en segundo lugar, por los daños que sus éxitos acarrean a los productores y trabajadores salteños y del norte argentino.
*Ex Fiscal de Estado de la Provincia (1973), ex Ministro de Trabajo de la Nación (1993/1997)
Coincido plenamente con las descrpcion de la coalision que señala elautor y los tres niveles que la compomen,hoy lo vemos hasta en colores. Muy buena la nota!!
[…] Caro Figueroa ha enviado un muy razonado artículo http://www.con-texto.com.ar/?p=2433 que da cuenta de los caminos que ha tomado el peronismo desde hace más de 40 […]