“LA CÓLERA DEL PUEBLO” por Alexis Brézet*
| 10 noviembre, 2016Traducción de Román Frondizi.
Es un huracán que se lleva todo. Los cálculos de los encuestadores y las previsiones de los expertos. El confort de las élites intelectuales y las certidumbres del mundo de los negocios. La suficiencia de los políticos y la arrogancia de los medios. La hoja de una espada cuya brutalidad corta el aliento. El ras de una marea inconcebible cuya onda de choque golpea nuestras riberas. En todo Occidente los pueblos han montado en cólera. Elegimos no quererlo ver. Tras la victoria de Donald Trump no podremos seguir haciéndolo.
Sabe Dios que nos hemos tapado los oídos y los ojos. Los americanos, nos decíamos, no confiarían su destino a ese clown, a ese histrión… La primera potencia económica y militar del planeta no se dejaría llevar por las pulsiones populistas de un puñado de electores considerados racistas e incultos…
A esos “pequeños Blancos”, quien se había tomado el trabajo de verlos sin anteojeras y de escucharlos sin prejuicios? Bien pocos…habían advertido esta América sufriente y rebelde, otrora rica por sus actividades industriales pero devastada ahora por la desocupación, el alcohol, el fracaso escolar y la ruptura de los lazos familiares. Esta América de “ghettos blancos”, satisfecha en otros tiempos de su modesta prosperidad, hoy día ulcerada por los “privilegios” concedidos a las minorías, las intrusiones moralizantes del “establishment” de Washington y la condescendencia de la mayoría de los grandes medios. Para comprender lo que se viene es necesario entender a esta América.
Cólera “blanca” en el sentido literal de la palabra? Sin duda alguna es la alianza de la midde class y de los poor white trash la que produjo el triunfo de Donald Trump. Pero cuidado con la caricatura! Más del 40% de las mujeres han votado por Trump, más de un tercio de los Latinos y un 12% de los Afro-Americanos. Los electores que votaron por Trump no obedecen a ningún determinismo “identificatorio”, simplemente quisieron expresar su cólera por habitar -cada vez peor- un país que se deshace.
La América oficial no ha querido ver esta realidad, tal como nosotros, en Europa, no hemos aprendido la lección que vino de los signos anticipatorios de esta gran sacudida. El “no” de los franceses al referéndum de 2005 sobre la Constitución europea? Un desagradable golpe de suerte! El Brexit, en el Reino Unido? (la rebelión de los griegos, la crisis social y política española, la frágil situación política italiana, etc., nota del traductor). Un desdichado accidente! Cómo, por ende, no entender esas palabras que hoy resuenan al otro lado del Atlántico? Proteccionismo, fronteras, identidad cultural, conservadorismo… Son las mismas armas que se alzan en todas partes contra las élites de las grandes ciudades por parte del pueblo “pequeño” de este “Occidente periférico”…
En verdad, mientras las Bolsas se enloquecen, se caen todos los valores de una cierta “postmodernidad”. Ante todo, la “globalización feliz”, esa idea de que el “dulce comercio” traería naturalmente la prosperidad, que el comercio aboliría la política, y que el consumo borraría las diferencias entre los hombres. Las fábricas que cierran, las desigualdades que explotan, los antiguos modos de vida que se disuelven le han inferido un golpe fatal. Con la elección de Donald Trump suenan las campanas para la inquieta globalización.
Es, asimismo, la derrota de lo políticamente correcto, “esta nueva religión política” (Mathieu Bock-Coté) que revierte el deber de integración (pues es el que recibe, el que hospeda, quien tiene que acomodarse a las diversidades). Trump juega sobre terciopelo: las admoniciones morales, profesadas por una clase política incapaz de resolver los problemas de los pueblos, no son más una receta útil. Sobre el fondo de la desocupación galopante y del Islam conquistador el mandamiento multiculturalista, en América como en Europa –paralelo vertiginoso- es vivida como una provocación.
Porque no es de serie, porque no es prisionero de ningún tabú, Donald Trump ha sabido introducir sus palabras entre y sobre los sentimientos que los otros no querían nombrar. Porque la provocación está en su naturaleza Trump ha hecho explotar todos los códigos –políticos, morales y culturales- de un sistema constitucional masivamente rechazado: ha cabalgado la cólera. Ahora debe apaciguar las pasiones, canalizar esa cólera a fin de que las energías que él ha desatado concurran, como él se ha comprometido, a enderezar a la nación americana.
Será capaz? Como Hillary Clinton y Barack Obama han sabido con un fair play ejemplar superar su común derrota, sabrá Trump elevarse por encima de las circunstancias de su victoria? Llevado por la rebelión del viejo mundo americano sabrá reconciliar y guiar a América por nuevas rutas?
La cuestión es decisiva para el porvenir de América. No lo es menos para nuestra vieja Europa confrontada a la misma rebelión popular que América, y que debe encontrar urgentemente los medios para apaciguarla si no quiere ver romper, de norte a sur y de este a oeste, una gigantesca ola de “trumpismo.
Raramente el destino del mundo ha dependido como ahora de un solo hombre. Donald Trump sabrá cambiar su traje de payaso por el de un hombre de Estado? El tono de su campaña, violento y caricaturesco, no incita al optimismo. Pero su primer discurso, digno y conciliador, es de mejor augurio. No tiene porqué darse obligatoriamente lo peor. “Es imposible conocer el alma, los sentimientos y el pensamiento de un hombre, ha escrito Sófocles, si no se lo ha visto manos a la obra en el poder y en la aplicación de las leyes”.
9 de noviembre de 2016.
*Jefe de Redacción de Le Figaro