LA RENOVACIÓN REVISIONISTA por Arnoldo Siperman*
| 15 octubre, 2016Artículo publicado en 20º aniversario. Museo del Holocausto. Buenos Aires Shoah Museum 1993-2013, pag. 16.
En una conferencia pronunciada en Londres, en 2007, la profesora Deborah Lipstadt puso en circulación el neologismo “soft-core” (núcleo blando), para referirse a una nueva modalidad de revisionismo.[1] No se trataba ya del cuestionamiento de la magnitud de la Shoah ni de sostener que su memoria es un cúmulo de falsedades. Que no habría habido exterminio, que las cámaras de gas serían el fruto imaginario de una conspiración judía y que ni siquiera habría habido una política concertada de muertes sistemáticamente planeadas y ejecutadas. Tal el discurso de aquellos –especialmente historiadores- a los que Pierre Vidal-Naquet calificara como “asesinos de la memoria”.
No obstante, el revisionismo blando no puede ser desvinculado de las expresiones más duras que lo precedieran; pero hay que atender a los matices de su enfoque. Aunque no rechaza la realidad histórica de los crímenes perpetrados por el nazismo contra los judíos, lo hace inscribiendo a la Shoah en el circuito general de las masacres que jalonan la historia, masacres que deberían enfocarse sociológicamente como el ejercicio de recursos al servicio del cambio social.[2] Al minimizar la especificidad racista que la preside, desdeñando la historia y la conversión que en el siglo XIX llevó de la judeofobia tradicional cristiana al antisemitismo antropológico configurado como plataforma política, esos desarrollos contribuyen a formas renovadas de antisemitismo. Incluso, pese a la convicción derechista de sus principales exponentes, a las cultivadas por sectores de izquierda, especialmente a partir de visiones relacionadas con los conflictos de Medio Oriente.
Algunos revisionistas “blandos” se ubican en la corriente general de revaloración del nazifascismo, especialmente los que siguen la línea argumental difundida por Ernst Nolte. Sostienen, además, que los judíos habrían sido en mayor medida víctima del antisemitismo europeo que del nazismo germano, como lo demostraría que sin la colaboración de franceses, húngaros, rumanos, belgas, croatas, letones y ucranios, entre otros, el Holocausto no hubiera sido posible.[3]
Esta versión actualizada y perturbadora del revisionismo manipulador de la memoria histórica, coloca el tema del Holocausto en un plano peculiar respecto de los parámetros morales comprometidos y del papel del pensamiento ilustrado en relación con estas cuestiones. Conviene mencionar entre sus defensores al teórico de la literatura, discípulo de Heidegger y profesor emérito de la universidad de Bielefeld Karl Heinz Bohrer (1932-…).[4] Este intelectual conservador fundamenta su euroescepticismo en que las diferentes culturas existentes en Europa serían demasiado grandes como para integrarse en un común proyecto europeo. Su argumentación conduce a un escenario continental en el que se reconozca una superioridad, aunque sea en la definición de políticas económicas y de criterios de organización social, implicando un centro de irradiación desplazado de Bruselas a Berlín.
Su propuesta es una reorientación de la conciencia histórica alemana hacia una “memoria de larga duración” en oposición a la fijación en una “memoria reciente” anclada moralmente en el tema del Holocausto. Implica oponerse a los proyectos que centran la memoria en los crímenes nazis, calificándolos peyorativamente de iluministas, para promover una “profundización” de la memoria histórica. Apunta a cambiar su eje, desplazándolo hacia la nostalgia de una grandeza alimentada por una historia que atienda, largamente, a los tiempos que lo precedieron. En ese contexto, la Shoah sería un accidente, sobre cuya dimensión histórica habría que regresar, pero en la perspectiva de una teoría normalizadora de las catástrofes. El efecto de esa teoría sería neutralizar sus especificidades y, en lo que atañe al Holocausto, restándole significado en la trama general de la conciencia nacional alemana. Jürgen Habermas, para quien es precisamente el Holocausto el acontecimiento cuya enormidad implica una bisagra en la conciencia histórica, a partir de cuyo reconocimiento se posibilita una construcción de la identidad alemana, ha denunciado, en esta particular forma de revisionismo, un nuevo populismo antieuropeo que propone eliminar capítulos enteros de memoria cultural e histórica.
El profesor norteamericano nacido alemán Hans Ulrich Gumbrecht (1948-…) ha adoptado, en parte, la posición de Bohrer. Cuando se produjo el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, este académico de Stanford lo denominó “vergüenza de Manhattan”, sugiriendo un paralelo con la “vergüenza de Versailles” que, según el relato de los sectores antidemocráticos y antirrepublicanos alemanes, justificó la reacción política y militar que habría de fructificar en el Reich nazi. Como lo ha puntualizado Jan Assmann, este “neopatriota” denigraba toda actitud prudente respecto al acontecimiento en cuestión, calificándola de “lloriqueo liberal”.[5] Según esa línea de pensamiento, el Holocausto y el atentado del 11 de septiembre de 2001, participan de análoga calificación: son catástrofes. En el marco de esa teoría, que considera las matanzas, desde las Cruzadas hasta la de Nueva York, como momentos de una fenomenología de lo catastrófico, la persistencia en la memoria del Holocausto deviene lloriqueo de iluministas trasnochados y, eventualmente, un vulgar argumento político. La fijación de la conciencia nacional teniendo al Holocausto como núcleo configura un proyecto que Gumbrecht descalifica.[6]
Estos enfoques fueron replicados, en Brasil, por el profesor de la universidad de Campinas Marcio Seligmann-Silva.[7] Para este último, el Holocausto no constituye tema legítimo de debates intelectuales. Esos falsos debates conducen, simplemente, al encubrimiento; no por la vía tradicional de cuestionar su existencia o magnitud sino en tanto habilitan un discurso de inevitabilidad y de disolución en una temporalidad jalonada por la crueldad y la masacre.
En esa línea crítica, el escritor alemán Manfred Osten (1952-….) ha centrado su atención en una “historia del olvido” como parte de la historia de la cultura, relacionando sus facetas actuales con el proceso de digitalización que caracteriza a nuestro tiempo. La relegación de la memoria a los ordenadores y a las bases de datos conduce a desprenderse de la carga del recuerdo a cambio de una acelerada obtención de competencias de futuro. Constituye una declinación de la memoria cultural, en términos, agrego, que contribuyen a presentar a la Shoah como una masacre entre otras tantas. Al aceptarse la expansión de la tiranía digital al orden de la vida, se pierde la posibilidad de penetrarse el sentido de su especificidad.[8] La consecuencia es la asignación de potencia legitimadora a lo fáctico y su correspondiente neutralización moral.
Conviene llamar la atención sobre algunos aspectos de estas líneas de pensamiento. En primer lugar, señalar los riesgos de una apresurada desestimación de la herencia ilustrada. Luego, poner en evidencia el modo en que esas reflexiones oscurecen la presencia de los devaneos pasatistas, caros a la mística del Volk y a la ensoñación wagneriana, inseparables del antisemitismo nazi. Puntualizar, además, lo que está implicado en una impregnación tecnificada de la memoria. Finalmente, señalar que, en ese contexto, desplazar a la Shoah de su lugar específico en la historia ubicándola como una matanza más en la correntada de una historia que parece no tener actores definidos, lleva consigo un elogio de la violencia autosatisfactoria. De ahí a una aceptación de la crueldad como estrategia existencial la distancia es corta. Es mucho lo que hay para decir a estos respectos. Entre otras cosas, que algunas máscaras cayeron: Martin Hohmann ha caracterizado a los judíos como “pueblo victimario”, versión puesta al día, nada “blanda” por cierto, de los más arraigados prejuicios.[9]
Renovado revisionismo, acompañando al actual recrudecimiento del antisemitismo europeo. Y nuevas imágenes, como un eco visual: Erich Priebke paseando su prisión perpetua por las soleadas calles de Roma.
* ARNOLDO SIPERMAN, Abogado, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1958), Profesor en las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Profesor, Jefe de Departamento y Vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires). Director de publicaciones universitarias, jurado de concursos, miembro del Consejo Superior Universitario (1960/61). Autor de numerosos artículos, monografías y varios libros. Los más recientes: Una apuesta por la libertad. Isaiah Berlin y el pensamiento trágico, Ed. De la Flor (2000) El imperio de la ley. Política y legalidad en la crisis contemporánea (2002) Ideología. Una introducción (2003) Pensamiento trágico y democracia (2003), El drama y la nostalgia. Racismo político, Wagner y la memoria reaccionaria, Buenos Aires, Ed. Leviatán, 2005 y La ley romana y el mundo moderno. Juristas, científicos y una historia de la verdad, Ed. Biblos (2009).
[1] Sus principales obras dedicadas al tema: Denying the Holocaust. The Growing Assault on Truth and Memory, Penguin, Nva York, 1994, la más amplia y comprensiva; History on Trial: My Day in Court with David Irving, de 2005 y The Eichmann Trial, Schoken, Nva York, 2011. Las ediciones que cito son las tenidas en cuenta en este trabajo.
[2] ¿Qué idea debería uno formarse del “cambio social” para considerar como sus agentes a la SS, a los Fasci di Combattimento, a los jihadistas o a la Mazorca?
[3] Ese hecho es innegable. Las deportaciones en gran escala comprometen la conciencia moral en casi todos los países de Europa; y también las matanzas in situ. Por citar un par de ejemplos puntuales: el asesinato de judíos ejecutado por población polaca en Jedwabne (bajo el condescendiente amparo de tropas alemanas) en 1941, y el pogromo perpetrado en Polonia en 1946, ya terminada la guerra. Pero ese anclaje histórico carece de aptitud exculpatoria. Subraya la potencia expansiva del nazismo, afincado en estructuras nacionales infectadas de antisemitismo, que poco vacilaron en la colaboración con los asesinos; pero no absuelve a nadie de los crímenes cometidos.
[4] Difunde sus ideas especialmente por medio de la revista Merkur.
[5] Jan Assmann, Aprender de las catástrofes. Porqué es importante para el futuro el análisis y la elaboración psíquica y crítica del atentado, en Kulturchronik nº 6, 2001, publicación del Goethe Institut, Bonn, 2001, pag. 16. Traduce un artículo publicado en el Allgemeine Frankfurter Zeitung. El autor es profesor de la Universidad de Heidelberg.
[6] Tal como lo sería el lamento democrático sobre las ruinas políticas de Weimar. Los puntos de vista de Hans Ulrich Gumbrecht, fueron publicados como El Holocausto y la Conciencia Alemana”, en +Mais!, Sao Paulo, 25.11.2001.
[7] Marcio Seligmann-Silva, en la revista + Mais!, Sao Paulo, 16.12.2001, artículo a su vez respondido por Gumbrecht.
[8] Véase Manfred Osten, La memoria robada, Ed Siruela, Madrid, 2008, esp. pag 49.
[9] Véase La vigencia de los prejuicios: Wolfgang Benz compara el nuevo y el viejo antisemitismo, en Kulturjournal, publicación del Goethe-Institut, Munich, nº 2 2005, pag. 28, comentario al libro de Benz Was ist Antisemitismus? Ed. Beck, 2004. La definición de Hohmann de los judíos como “pueblo perpetrador” fue expresada en un discurso como parlamentario alemán en octubre de 2003, en base a dos pretextos: impugnar la tesis desplegada por Daniel Goldhagen en su libro Los verdugos voluntarios de Hitler y adjudicar a los judíos la responsabilidad central en la revolución bolchevique.