DEL DESARROLLO NACIONAL AL DESARROLLISMO por Albino Gómez*
| 19 septiembre, 2016Ante la aparición de ciertos “neodesarrollistas” Decidí releer ¿Qué nos hace más Nación?, de Horacio García Bossio, publicado por la editorial La Cooperativa de la Universidad de Lanús, el libro más completo que se ha publicado en nuestro idioma sobre la temática teórica del desarrollo en el mundo y cómo se gestó con un sentido estrictamente nacional e integrador en nuestro país durante la presidencia del doctor Arturo Frondizi ,con la elaboración colaboración teórica y la puesta en práctica de su principal asesor Rogelio Frigerio. Pero la total falta de comprensión por parte de las Fuerzas Armadas, de los partidos opositores e incluso de parte de la Iglesia y del sindicalismo, de lo que era y debía ser la Argentina en ese Mundo en transición a fines de la década del cincuenta y comienzo de los sesenta, frustraron al país dar el salto cualitativo del subdesarrollo al desarrollo, grave error que todavía no pudo ser reparado, sumiéndonos en una situación política-social y económica tal, que resulta de difícil explicación y comprensión para el resto del mundo.
Siguiendo la exposición de García Bossio, afirma que Rogelio Frigerio, intuía apasionadamente que no existía un horizonte más allá del presente inmediato, con la convicción dramática de quien sabía que no se repetiría otro instante para dar ese salto cualitativo que podía depositar a la Argentina en ese lugar largamente merecido. Así, desgranaba sus sentencias en su obra Las condiciones de la victoria, como quien se sentía un pionero, que abría caminos de una política nueva –el desarrollismo- y que al mismo tiempo debía teorizar sobre la propia praxis. Porque sabía como compañero de proyecto y asesor personal del presidente Arturo Frondizi (1958-1962) que el recurso escaso era, precisamente el tiempo. Y si ese despegue, que llevaría al país a un lugar de privilegio, no se daba en el corto plazo, las endebles condiciones de la victoria se desmoronarían y la nación quedaría subsumida en el lamentable estatuto del subdesarrollo.
Así las cosas, los términos de la disyuntiva eran evidentes en la perspectiva frondizista-frigerista, y los dos dirigentes estaban convencidos de que nunca como hasta 1958 se habían dado las condiciones necesarias para realizar simultáneamente la expansión y la independencia económica (el llamado take.off, o sea el salto hacia el desarrollo, y al mismo tiempo, asegurar los vínculos de unidad nacional y popular mediante la integración, evitando con el mismo impulso transformador el atraso económico y el caos político. Parafraseando otros discursos y otras banderas –a las que hacían suyas, resignificándolas- el binomio gobernante enarbolada sus propias categorías: grandeza o miseria; patria o colonia; integración o disgregación, democracia auténtica o dictadura implacable.
En ese tiempo, las preguntas se hundían en la opinión pública como una daga filosa: ¿somos un país rico o pobre? ¿petrolero o con petróleo no explotado? ¿una nación minera o simplemente con minerales ¿con una estructura industrial o agroimportadora?. Porque de qué servía ser potencialmente desarrollado si se seguían reproduciendo las conductas de sumisión y de dependencia. ¿Para qué seguir defendiendo un discurso idealista nacionalizante si los recursos básicos que llevaba a a verdadera liberación estaban enterrados en el subsuelo sin poder ser extraídos? ¿Para qué nacionalizar burocráticamente las decisiones mientras se debían importar esos mismos recursos que alentaban y permitían la verdadera emancipación? En otras palabras, como dice Garcia Bossio, dentro del desafío frondizista-frigerista, la cuestión se debatía en esta pregunta esencial; ¿qué nos hace más nación?.
De modo tal, que el “desarrollismo” surgió como un proyecto de política económica dentro de un sector de intelectuales y políticos que alcanzó amplia difusión, especialmente en los países llamados “periféricos” durante las décadas de 1950 y 1960. Porque el notable auge económico de posguerra y la división bipolar del mundo de la Guerra Fría, introdujo la posibilidad de la transformación de las estructuras económicas de los países que el eufemismo sesentista utilizaba para clasificar a algunas naciones del Tercer Mundo, mediante el crecimiento económico sostenido medido en términos del PBI, a partir de la industrialización de las hasta entonces economías primarias-exportadoras. Pero aquí comienzan las diferencias conceptuales porque crecimiento y desarrollo no tenían el mismo significado para todos los que lo empleaban. Los “desarrollistas”, Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en nuestro país y Juscelino Kubitschek y Helio Jaguaribe en Brasil, afirmaban que el desarrollo implicaba que la industria pesada les aseguraría a sus naciones un lugar entre los países poderosos del planeta.Kubitschek sostenía en 1956 que su objetivo era la expansión, el fomento y la instalación de las industrias que el Brasil necesitaba para su total y verdadera liberación económica.
Claro está, que el carácter multiforme del concepto de desarrollo generó diversas aproximaciones conceptuales. En un primer abordaje se lo concibió como un corpus epistemológico entre los economistas y científicos sociales, quienes se basaban en las tesis de la transferencia del conocimiento cuantitativamente acumulativo, desde los laboratorios y centros de investigaciones ubicados en los países desarrollados hacia sus colegas del mundo subdesarrollado. Y su andamiaje ideológico, que presuponía cumplir con los parámetros e índices ideales que debían alcanzar los países para penetrar en una suerte de círculo virtuoso, incluía la firma convicción de que dicho desarrollo sería progresivo, continuo y objetivo, es decir sin la interferencia dañina de las ideologías políticas que perturbaran esa marcha sostenida hacia el progreso.
*Diplomático, escritor y periodista