POLÍTICA Y ECONOMÍA EN LA NUEVA ARGENTINA por José Armando Caro Figueroa*
| 25 agosto, 2016Los últimos 100 años de nuestra historia registran varios intentos fundacionales. Uriburu, Perón, Aramburu, Frondizi, Videla, Alfonsín, Menem y Kirchner pretendieron, cada uno a su manera, refundar la Argentina arrasando, cuando hizo falta, las instituciones y tradiciones precedentes. Fueron, por lo general, tentativas efímeras, pronto revocadas por nuevos experimentos “adanistas” (DEL AGUILA[1]).
El kirchnerismo fundacional
Sin embargo, a estas alturas, es posible entender que el experimento inaugurado en 2003 por Néstor Kirchner fundó una “nueva” Argentina, bien es cierto que esta “novedad” incluyó la recreación y manipulación de ciertos mitos peronistas.
Contamos, en efecto, con un nuevo escenario político protagonizado por dos grandes fuerzas que, más allá de las maltrechas siglas tradicionales, denominaré aquí “partido populista” y “partido republicano”.
Tras doce años en el poder, el “partido populista” eliminó el federalismo, verticalizó el poder, adulteró los incentivos exaltando la cultura de la irresponsabilidad y del menor esfuerzo, y puso la Justicia a su servicio sembrándola de jueces oportunistas, afines y militantes.
Sucede, además, que el kirchnerismo (versión vigente del “partido populista”) consolidó un régimen económico de inusitado vigor, centrado en la autarquía, el mercado interno, la inflación y el estatismo de amigos que se apropió de parte de la renta agraria para transferirla a los sectores protegidos de la producción y la obra pública. Un modelo en donde el Estado decide qué y cuándo se produce, quienes ganan y quienes pierden, y en el cual el clientelismo y la corrupción son elementos constitutivos e inescindibles.
Los límites del “partido republicano”
Como ocurrió en otros momentos de nuestra historia, el “partido republicano” adolece –en su versión macrista- del vigor político, intelectual y programático necesario para emprender la modernización de la Argentina. En todo caso, tuvo y tiene serios problemas para pactar o para confrontar con el siempre activo “partido populista” que en las coyunturas más variadas logra conservar el poder en los territorios en manos de señores feudales (Salta entre ellos) y su estratégica hermandad con los sindicatos oficiales.
En los hechos, el “partido republicano” está encontrando enormes obstáculos para despolitizar la justicia y el ministerio público; no sólo porque el anterior régimen aprovechó las garantías institucionales para blindar a sus militantes, sino porque los jueces oportunistas corrieron a ofrecer su vasallaje a la Casa Rosada investigando a los antes aforados y protegidos por el poder entonces de turno.
En la misma línea, el “partido republicano” no ha encontrado el modo de restablecer la justicia en relación con las secuelas del terrorismo (estatal y privado) de los años de 1970. El tratamiento inhumano a ciertos militares presos, es una vergüenza para los demócratas que no podemos sino repudiar que la democracia responda con “estados de excepción” a los responsables de la violación de los derechos humanos.
En el terreno económico el “partido republicano”, al menos hasta hoy, carece de proyecto. Las medidas adoptadas a lo largo de estos primeros meses por el Gobierno Macri apuntan a restablecer las condiciones para mejorar la producción y la competitividad del campo (más precisamente de su “zona núcleo”), y -en paralelo- mantener los irritantes privilegios de la industria y de los servicios. Privilegios que los argentinos pagamos con inflación, atraso tecnológico, mala calidad de los servicios y costos que nos impiden acceder a los mercados extranjeros.
Conviene recordar aquí que, a nivel global, el capitalismo ganó todas las batallas que se le propusieron gracias a su enorme capacidad de innovar y alumbrar revoluciones sociales (la democracia, el Estado de Bienestar y la libertad sindical, por ejemplo) y productivas (las dos revoluciones industriales).
En este sentido, sobresale el contraste de nuestro país en donde, de la mano del “partido populista”, la Argentina alentó el clientelismo social como sucedáneo del Estado de Bienestar, y promovió la autarquía económica como frontera frente a las tres últimas grande innovaciones capitalistas: la revolución energética, la revolución logística y la revolución comercial.
El derroche, la contaminación y el fin del autoabastecimiento fueron las consecuencias de la política energética del “partido populista”. Consecuencias que Salta sufrió de modo más intenso que el resto del país, ante la mirada impávida del curioso “partido oportunista” que nos gobierna.
Las obsoletas estructuras comerciales y de transporte de la Argentina son responsables de la inflación, de la falta de competitividad internacional, del atraso y de la pobreza.
Para hacernos una idea de las tribulaciones que sufre el “partido republicano” para solventar la herencia económica y social que le legó el “partido populista”, bastaría con analizar dos de las promesas estrellas del Presidente Macri:
En primer lugar, la “pobreza cero”. Más allá del encomiable propósito, el “partido republicano” no ha sido capaz de explicar cómo conseguirá el objetivo ni ha dado un solo paso que no sea sostener las medidas asistenciales diseñadas por su adversario el “partido populista”. Subsidiar la pobreza no conduce a la “pobreza cero”.
En segundo lugar, la “eliminación del feudalismo en el Norte Argentino”, promesa incluida en el Plan Belgrano, de azarosa y vacilante marcha. Tal y como sucediera en otros momentos de nuestra historia (QUINTIAN[2]), los señores feudales del Norte se han travestido y hoy “militan” dentro del “partido republicano”. No para traer la democracia al Norte, sino para garantizar regímenes dinásticos, negocios y la concentración del poder en manos de amigos, parientes, clientes y favorecedores.
Vaqueros, 13 de agosto de 2016.
*Ex Fiscal de Estado de la Provincia (1973), ex Ministro de Trabajo de la Nación (1993/1997)