UN PASO ATRÁS EN EL SENDERO DE AGATHA CHRISTIE por Jaime Javier Cornejo Saravia*
| 18 julio, 2016Desde que decidí venir a Egipto hace un año y medio no hice prácticamente nada mas que comer, dormir, ejercer mi profesión y leer egiptología.
En el cúmulo descomunal de información digerida, en un libro de Romer de unas cuatrocientas páginas sobre “Últimos hallazgos en el Valle de los Reyes” una frase llamó mi atención y procedí a marcarla como jalón inevitable: “el brazo Norte, de unos 150 m. de largo es, por su lado externo una parte del círculo de montes donde están los templos de Deir el Bahari. Por el centro del brazo Sur sube un camino escarpado que es un atajo para llegar, por los cerros, hasta el Valle de los Reyes, situado detrás. Es una subida peligrosa, pero que los guardias de las tumbas hacen todavía como parte de su trabajo. Sin que ellos lo sepan ha sido bautizado como el sendero de Agatha Christie, pues figura en una de sus novelas que tiene por escenario las tumbas de Egipto”.
Me entrevisté entonces en Buenos Aires con el embajador egipcio Dr. Abdel Hadi y luego con su ministro plenipotenciario Dr. Salah Selim para pedirles información y ayuda en un viaje de 46 días por su país. Ninguno de los dos conocía este sendero ni lo había oído nombrar.
Llevaba ya cuarenta días en la tierra de los faraones y una semana en Luxor y todavía nadie me sabía dar razón de la bendita senda.
Una mañana, luego de unir a pié el Valle de los Reyes con el templo de Hatshepsut en Deir el Bahari, en una travesía que comenzó a las siete de la madrugada frente a la tumba de Seti I después de despertarme a las cinco en mi hotel al otro lado del río, tuve un encuentro providencial.
Eran ya las nueve y el sol picaba fuerte, me dirigí a pié desde el templo a la población de Sheik Abd el Gourna en busca de un descanso y una cerveza fría. Al lado de las tumbas de Menna y Nakht, había una casa de artesanía y un hombre joven esculpiendo un pedazo de piedra caliza. La misma piedra que horadaron los reyes para construir sus tumbas en el valle y pintar en sus paredes, una y otra vez la epopeya de Osiris, el beneplácito de los dioses para con ellos, el Libro de los Muertos, el de las Puertas, el del Amduat, el de los Infiernos.
Presumí era de los pocos que hablaban inglés pues debajo de las pinturas que decoran el frente de su casa, leo su nombre y su título: “artist artisan”. Pasé en su compañía el día entero. Me metió en cubículos imposibles, con restos de momias y vendas resinosas todavía adheridas a las calaveras. A ellos llegábamos luego de agotar un fósforo tras otro en la más completa obscuridad. Los restos eran fotografiados y luego dejados exactamente en su lugar anterior: el respeto era doble, habían sido seres humanos como nuestros padres y, además, estaban allí desde hace casi treinta y cinco siglos.
Al salir de las tumbas, en la puerta de su casa, vuelvo a preguntar por enésima vez por la famosa senda y, ahora sí, se hizo la luz. Me muestra un sendero que sube por los cerros casi frente a nosotros I me dice nosotros lo conocemos como la senda de Abd el Rashul, jamás supe que se llamara de otra manera. Miro hacia arriba, me subo a un montículo vecino y puedo reconocer, casi fotográficamente, la descripción de Romer. En mi mal inglés: dígame la verdad Sid Ahmed, ¿es realmente peligrosa?. Bueno, puede hacerse siempre y cuando no se sufra de vértigo. El paso es corto pero muy angosto, no hay de donde agarrarse… y la caída tiene casi 200 metros. A renglón seguido me confesó haberlo realizado una sola vez y haber sentido un vahído cuando vio el vacío. Pero era más joven y no lo intentó de nuevo.
Discutí duramente con mi mujer durante 48 horas; la víspera de mi partida de Luxor me hago despertar a las cinco, y a las seis y media ya estaba del otro lado del Nilo, frente a la casa de Id Ahmed con mis cámaras fotográficas y mi empecinamiento. No lo quise despertar. Esperé fumando y tomando té en silencio con su mujer, barrera idiomática de por medio y observando su embarazo de ocho meses… con su cuarto hijo, de año y medio, correteando por los alrededores. Mi amigo, medio adormecido, se asombra al verme. Ya nos habíamos despedido, quizá para siempre, dos días atrás.
Vengo por dos motivos, my friend, el primero es despedirme, el segundo pedirte me consigas dos guías, uno irá delante de mí el otro atrás, quiero intentar la senda de Abd el Rashul. Si me cruzan al otro lado habrá una buena “bakshesh” ( propina o paga irregular), 20 libras egipcias each, muy buena plata sin duda Me miró un largo rato: ¿ lo tienes decidido, doctor? ¿qué dijo tu mujer?. No contesté nada.
Empezó a gritar unos nombres y al rato aparecieron dos hombres jóvenes, mi hermano menor y mi sobrino cuidarán de ti, yo los acompañaré hasta donde pueda.
Nos ponemos en marcha y el sobrino se ofrece a llevar mi bolsa cuando la senda se vuelve empinada y resbaladiza. El poblado va quedando atrás y en el valle del templo de Deir el Bahari los turistas aparecen como puntos negros, los grandes ómnibus como objetos algo mayores. El precipicio es imponente y yo intento fijar mi atención en el tobillo del guía delantero, sufro mucho de vértigo y un resbalón aquí sería definitivo.
Un momento más y paramos a descansar junto al borde de la cuchilla. Los dos guías se adelantan, estudian el terreno y vuelven. Están muy serios.
“Pero como en el descenso suele más peligro haber, y yo cuando subo pienso que tengo que descender…”, querido Don Mendo, jamás pensé que sus versos deliciosos encerraran tal grado de sentido común. Cruzara o no la marcha atrás sería azarosa, doble precaución entonces.
Nos reunimos los cuatro al borde del desfiladero. Teníamos hecha la mayor parte del camino pero el peligro estaba adelante. El inglés era pésimo, los pasados imperfectos iban para cualquier lado pero nos entendimos a la perfección: usted me toma por la cintura y no mira para abajo, mi sobrino lo tomará a usted de la misma forma. Son sólo 20 metros pero no trate de mirar ni de pensar. Si quiere, allá vamos.
Y esos dos hombres jóvenes se jugarían la vida por un extranjero desconocido y por algo menos de siete dólares por cabeza.
Sócrates, el más sabio de los hombres, consideró como rasgo de suprema sabiduría el conocimiento perfecto de sí mismo. Pocas veces en mi existencia, quizás nunca como en ésta, tuve más clara conciencia de cual era mi camino: la senda hacia adelante, en la vida, era precisamente aquélla que dejábamos atrás. Los 20 metros siguientes, por el filo de una cuchilla que permite apoyar sólo el ancho de una zapatilla y una garganta de 200 metros de profundidad, una altura mayor que la Gran Pirámide a ambos lados, me dieron la medida exacta de mis limitaciones y el aval a mi decisión.
Sin decir una palabra saqué la billetera y extendí un billete de 20 libras a cada uno de mis guías. Me pareció ver una mínima expresión de alivio en sus caras inescrutables; la negativa con la cabeza con que acompañé mi gesto era ya, sin duda, una redundancia. Con infinitas precauciones iniciamos el regreso.
Cuando la senda se transformó en algo, para mí, parecido a la 5ta. Avenida me decidí a hablar: ahora pueden contarle a vuestras mujeres que un argentino cobarde llegó hasta aquí. Lo intentó pero no pudo, los comprendo perfectamente si se ríen de mí.
¿Porqué dice eso señor?, Usted sabe que no es verdad.
Sí es verdad y muy dolorosa, ustedes han podido ver que tuve miedo.
No señor, nosotros sólo hemos visto que usted amaba la vida. No es una derrota señor, es una gran victoria. Además, el espectáculo que ha visto desde aquí es muy hermoso, trate de recordarlo junto al momento de terror.
Así me despedí de esas montañas bellísimas donde fueron enterrados más de 20 reyes, algunos entre los más grandes de la historia humana, unas cuantas reinas y casi 500 entre príncipes, nobles y pobres diablos. No sé si volveré a verlas algún día, pero, mientras descendíamos, me mostraron al fondo del cañadón la tumba de Abdulah, el segundo hijo del descubridor de la senda, aquel Abd el Rashul que tanto mal y tanto bien le ocasionó a la egiptología, si bien esto último sin proponérselo.
Murió despeñado en esa cresta que no consiguió verme por los aires y que para mí será siempre el punto metafísico de bifurcación, cuando di UN PASO ATRÁS EN EL SENDERO DE AGATHA CHRISTIE.
1993
* Médico Cirujano Oncólogo, Ex Agregado cultural, Consejero de Prensa y Medios de la Embajada Argentina en el Cairo. Egiptófilo y estudioso de historia antigua..