INUNDADOS por Antonio Camou*
| 20 agosto, 2015
Cada día,
la luz del amanecer los desafía
tras el sueño
hasta el mundo que nadie quería
Villas miserias, trapos,
hijos de la misma agonía…
Os Paralamas do Sucesso, “Inundados”, 1986.
En algún momento de la noche platense del 2 de abril de 2013, mientras surcábamos con mi mujer las aguas que habían invadido nuestra casa, me acordé vagamente de esta canción de los Paralamas. Empecé a tararearla en versión desmemoriada, mechando unas pocas palabras del estribillo con desbarranques musicales de mi cosecha, y así me acompañó hasta la exhausta madrugada.
Ahora vuelvo a escucharla una y otra vez, mientras miro las aguas que bajan turbias por media provincia de Buenos Aires, y entonces reaparecen espasmódicas las imágenes de aquel ir y venir de trastos mojados, de velas parpadeando en la oscuridad, de libros flotando en el oleaje que va de la cocina al comedor.
Como la inundación es una especie de incendio frío, que avanza en ondas largas y perezosas, te da una brizna de tiempo para pensar qué se salva y qué se entrega al remolino de barro, basura y petróleo que se colaba por cada rendija. Después vendría el tiempo inútil de preguntarse por qué se eligió esto y no aquello, el pálido balance de lo rescatado y lo perdido, la hogareña contabilidad de objetos que sobrevivieron o que sucumbieron a la correntada feroz.
Entonces vuelvo también a ver en el espejo los mismos rostros abatidos que ya vi, y reconozco una vez más ese punto exacto en que algo se quiebra o se deshace bajo la lluvia, cuando la voluntad cruje sin ruido pero igual se rompe; ese momento preciso cuando el cansancio, el sueño o el hambre te bajan las defensas, y hasta el más fuerte se entrega al naufragio.
Pero al deshilachado recuento de lo que nos pasó ayer, y lo que a tantos otros compatriotas le está sucediendo por estos días, hay que anteponerle una aclaración obvia: estas breves notas las escribe un ciudadano de clase media, profesor universitario, que habita una vivienda sólida y confortable, en un barrio con todos los servicios. Frente al trágico saldo de muertes que no terminaron nunca de contarse o a la par del sufrimiento de tantas familias que lo perdieron todo, que cíclicamente lo vuelven a perder todo, nuestro contratiempo fue un detalle menor y subsanable.
Y sin embargo hay un poderoso hilo de bronca e indignación que une aquella experiencia de ayer con esta realidad de hoy: la persistencia de los mismos problemas, agravados en la actualidad por el clima o el simple rodar del calendario, la desidia de siempre con cara de yo no fui, el desvío de fondos destinado a obras prioritarias que primero son promesas y luego demoras y más tarde interrupciones y finalmente abandonos, la palmaria incapacidad de una clase política -que en el territorio bonaerense lleva el apellido del peronismo en el poder desde hace más de un cuarto de siglo- de comprometerse con mínimos objetivos de desarrollo de mediano plazo, la manipulación partidaria de la pobreza como negocio electoral, los obscenos bolsillos de la corrupción pavoneándose desde el country o la revista de variedades, y siguen las firmas.
Frente a ese espectáculo siniestro apenas queda el consuelo de la solidaridad de la sociedad civil, de la pelea a brazo partido de los bomberos, de los equipos de defensa, de médicos y enfermeras y curas y maestras, y de ciudadanos de a pie con el agua al cuello arrastrando improvisados botes para salvar ancianos y niños, perros y gatos, ajuares indigentes o bártulos desvencijados.
Es poco y es mucho tal vez, quizá la punta del ovillo por dónde empezar a desenredar una trama de imprevisión y de irresponsabilidad que lleva varios lustros. Que estas inundaciones hayan coincidido con el tramo caliente de una campaña electoral de resultado todavía incierto puede ser una “ventana de oportunidad” para que los candidatos firmen un compromiso explícito para la conclusión de obras de infraestructura iniciadas (para las que incluso ya se ha establecido el mecanismo de financiamiento!), y que han sido suspendidas. Pero el compromiso debe incluir especialmente un estricto monitoreo por parte de universidades y de organizaciones de la sociedad civil independientes, tanto nacionales como internacionales: un plan de metas físicas de estricto seguimiento que servirá de hoja de ruta en los próximos meses y años.
Cuando bajen las aguas y se seque la pobreza que siempre estuvo allí, y que ahora solamente se mojó, al menos habrá por delante un principio de solución, una respuesta concreta para dar a los abuelos, y a los padres, y a los nietos, para que alguna vez –por fin- dejen de ser “hijos de la misma agonía”.
La Plata, 14 de agosto de 2015
* Sociólogo (UNLP). Miembro del Club Político Argentino