ACUERDO USA-IRÁN: ¿HAY OTRO CAMINO? por Ricardo Lafferriere*
| 8 abril, 2015Decíamos hace un mes que un cambio estratégico sustancial se estaba produciendo en el escenario global.
No hay causas únicas, pero sí tendencias de largo plazo en cuyas raíces se encuentra el aprovisionamiento energético.
A mediados de la primer década del siglo, un informe (2004) –luego extendido a un libro (2005)- realizado por Michael T. Klare, denominado “Sangre y petróleo – Peligros y consecuencias de la dependencia del crudo”, desató la reflexión bipartidaria norteamericana. Su tesis central era la limitación inaceptable a la independencia norteamericana producida por la dependencia del crudo que se recibía del medio oriente.
Seguir dependiendo de esa “yugular” enconducía inexorablemente –decía sintéticamente la reflexión- a pagar con sangre de soldados norteamericanos el petróleo que la economía de su país necesitaba para funcionar y a asumir como propios conflictos ajenos, en los que no estaba comprometida la seguridad nacional del país, nada más que para responder a las alianzas estratégicas territoriales que necesitaba para mantener el emplazamiento de sus tropas, bases y naves.
El resultado de ese debate fue la decisión de cambiar esa ecuación, tras un objetivo: lograr la independencia de factores extraños al país. Decidieron acelerar el desarrollo de la tecnología del “fracking” –apuntando a hidrocarburos profundos, en los que el territorio norteamericano es muy rico-, el impulso a las energías renovables y la construcción de nuevas centrales nucleares.
El resultado está a la vista. En una década, Estados Unidos logró nivelar su balanza energética y en par alcanzará su total autoabastecimiento en hidrocarburos. El desarrollo de energía solar –siguiendo el ejemplo alemán- está abasteciendo ya, bajo normas de mercado, las sociedades del Oeste –California es su punta de lanza- y se extiende al nuevo paradigma de “consumidores-productores” al abrir la posibilidad de venta a la red de la energía generada por los particulares, lo que ha generado una verdadera revolución en las millares de granjas y hogares que han instalado paneles solares generando más energía de la que necesitan, y agregando una nueva fuente de ingresos a sus presupuestos familiares.
El nuevo riesgo estratégico norteamericano no está ya más en su provisión energética, sino en las amenazas a los canales de comercio global, y el peligro está concentrado en el Asia-Pacífico, lugar al que proyecta deslizar su emplazamiento militar externo de mayor fuerza. Pero para ello, necesita liberarse de los compromisos del anterior escenario, entre los cuales el del oriente medio es el más costoso.
Consecuencias colaterales del acuerdo
Cada cambio, sin embargo, desata procesos autónomos. Las consecuencias colaterales de este cambio de estrategia son variadas:
- Cambia la situación de los viejos aliados, a los que por un lado EEUU no desea defraudar, pero a los que ya no responderá con el mismo nivel de compromiso.
- Los equilibrios regionales se modifican. Los rivales anteriores de la superpotencia dejan de serlo, porque no existen ya motivos concretos. Los viejos aliados sienten debilitada su propia fuerza, al no poder contar ya con el total compromiso de su vieja alianza.
- El novedoso cambio de correlación de fuerzas es aprovechado por protagonistas de tensiones secundarias, que habían sido desplazadas a un segundo plano por la importancia del contencioso principal pero que eclosionan al advertirse la debilidad de los Estados en grandes sectores geográficos de la región.
- El gran cambio en el Oriente Medio produce el recrudecimiento de la puja milenaria shiíta-sunita. El obvio favorecido por la nueva situación es Irán, de pronto liberado de sus ataduras y socio sin buscarlo de su enemigo histórico. Estados Unidos necesita a Irán para detener a ISIS, para gobernar Irak y para reconstruir un equilibrio político en la región sin su presencia. Su vieja alianza con los árabes sunitas moderados –tácitamente liderados por Arabia Saudita- se ve afectada por el nuevo acercamiento estratégico –ya que no alianza- de EEUU con sus enemigos, la eterna rebelión shiíta, liderada por Irán.
- Irán, por su parte, no es inocente y comprende su inesperada ventaja estratégica. Acerca su brazo armado paraoficial –Hezbollah- a Siria y el Líbano, y apoya la rebelión Houti en Yemen con recursos y armamentos, colocando al reino saudí en un también inesperado riesgo en sus propias fronteras. Acentúa su presencia en Irak, donde su lucha contra ISIS incrementa su prestigio y donde devalúa permanentemente ante la población la magnitud de la presencia e importancia militar norteamericana, reducida al apoyo aéreo y muy pocos asesores. Y aprovecha la necesidad norteamericana de atenuar la presión sobre su aliado Al Assad –shiíta/alawita- (debido a su prioridad anti-ISIS) para devaluar también allí la importancia militar norteamericana.
- Adversarios históricos de Estados Unidos –principalmente, Rusia- deciden aprovechar el vacío político que deja el cambio de estrategia norteamericana para reforzar su presencia regional, al no tener enfrente a su poderoso rival. Esta actitud, a su vez, desata otro proceso:
- La toma de Crimea y el apoyo desembozado a los rebeldes separatistas ucranianos despierta los más crudos fantasmas en los países que fueran dominados por la ex Unión Soviética (Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania, los países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania-), desatando tensiones en cadena, carreras armamentistas y el cambio de la lógica del poder en esos lugares, en los que los relatos bélicos-atemorizantes comienzan a dominar las decisiones políticas. Con mayor o menor profundidad, en todos esos países pierden espacio las posturas integracionistas, pacifistas, a tono con el nuevo paradigma económico global, y renacen las visiones nacionalistas, cerradas, reactivadora de miedos históricos. Piden rearmarse, aumentar sus fuerzas armadas, reforzar sus alianzas.
- Rusia se acerca a Turquía, también víctima del redespliegue norteamericano, buscando ampliar su zona de influencias y explotando la cuña de desconfianza provocada por el acercamiento de EEUU con los kurdos –viejos enemigos de los turcos, que aspiran a conformar un país con territorio tradicional propio, segregándolo de Turquía, Irán, Irak y Siria- (Los kurdos son los únicos combatientes en tierra que han aceptado –por intereses propios- sumarse a la ofensiva norteamericana anti-ISIS). El desvío hacia Turquía del gasoducto ruso del Sur (South-Stream), originalmente dirigido a Ucrania para proveer de gas a la Europa sud-oriental, refuerza ese giro estratégico.
- Las sanciones occidentales a Rusia la acercan a China, que aprovecha también –aunque con su tradicional bajo perfil- la nueva situación, ofreciendo además colaboración amplia a Irán ante la eventualidad del fracaso de las negociaciones, que no se dio.
- De las consecuencias del acuerdo, la posibilidad del desarrollo nuclear de Irán es la que más preocupa a Israel, mientras que el “respiro” económico que dará a Irán el levantamiento de las sanciones es lo que más preocupa al reino saudí. El primero, porque en ello puede ir su existencia. El segundo, porque un Irán con recursos implica más Hezbollah, más influencia regional y más poder para su eterno rival político-religioso.
Ese es el escenario en el que se asienta el acuerdo celebrado entre las naciones desarrolladas, lideradas por Estados Unidos, con Irán.
Lo que vendrá
En esa perspectiva las actitudes de los protagonistas no se alejan mucho de lo esperable.
Los países aliados de Estados Unidos que sienten reducir el compromiso de su gran aliado responden según sus propias percepciones, que reflejan su historia, sus miedos y su cultura.
Las naciones europeas desarrolladas, en el medio de una crisis que complica su propio proceso de construcción europea y amenaza sacarlo de rieles, no desean embarcarse en un nuevo estadio de conflictos que la obligue a incrementar sus gastos militares y acompañan a EEUU en la búsqueda del acuerdo.
El reino saudita, en un cauto silencio, trata de compensar el alejamiento.
- Por un lado, desata una guerra petrolera contra Irán y Rusia, altamente dependientes de la exportación de crudo, reduciendo su precio a la mitad mediante el aumento de sus exportaciones, buscando profundizar la crisis económica de ambos rivales.
- Por otro, reclama mayor apoyoarmamenticio a su viejo aliado y comienza operaciones militares avasallantes –principalmente aéreas- contra quienes considera sus peligros más cercanos, que son los rebeldes yemeníes, pero también ayudan a Estados Unidos en su lucha contra ISIS –que, a pesar de ser sunitas, desafían su primacía político religiosa en el mundo árabe con la autodeclaración de Califato, hasta ahora poco más que un título vacío-.
- Por último, busca un mayor acercamiento con los demás sunitas de la región –Turquía, Jordania y otras monarquías del golfo- para reforzar los frentes anti-shía y anti-ISIS.
Los países europeos del Este no se preocupan por Irán, sino por Rusia. Quieren más armas y más compromisos diplomático-militares de sus vecinos de Europa Occidental, reticentes para no desafiar a Rusia, lo que hace recaer el pedido sobre Estados Unidos.
Y queda Israel. El otrora considerado “portaaviones” norteamericano en el medio oriente, se opone fuertemente al acuerdo entre las potencias occidentales e Irán. Considera una traición realizar un acuerdo con un país que aún sostiene como objetivo nacional la destrucción de su Estado y reclama haber esperado de sus aliados una actitud más firme.
Al no obtenerla, su reacción previsible es incrementar su propia autodefensa. Es imaginable un Israel más militarizado y sensible a cualquier ataque, con mayores armamentos de alta tecnología y –tal vez- hasta del incremento de su arsenal nuclear, aunque todas esas opciones responderán principalmente a las decisiones de la política interna israelí. Al compartir el mismo rival, no sería de descartar un acercamiento mayor entre Israel y los países árabes sunitas.
El viaje de Netanyahu a Estados Unidos, invitado por el Congreso de mayoría republicana, para usarlo como tribuna contra Obama, colocó a la relación entre Estados Unidos e Israel en su punto más sensible desde la fundación del Estado, en 1948. Los republicanos, por su parte, carentes de liderazgo, ven en este tema un espacio de desgaste al alicaído liderazgo de Obama, y un escalón más en su posibilidad de recuperar el control de la Casa Blanca.
Sin embargo, no pareciera que hubiera otros caminos que los adoptados. El Secretario de Estado lo ha dicho con claridad: era esto, o nada.
“Esto” era lo que se podía lograr en la actual correlación de fuerzas y decisiones estratégicas: una reducción sustancial de las posibilidades de Irán de construir un artefacto nuclear –gran temor israelí- al precio de levantar las sanciones que atenazan la economía persa.
El momento es adecuado, porque el inicio de un nuevo período presidencial en Irán circunstancialmente conducido por el ala más moderada y dialoguista de la autocracia de los Ayatolas permitirá a este sector consolidarse con la recuperación económica de su país, desatando una previsible modernización, reclamada por la mayoría de su electorado, que sueña con viajar a Europa, acceder a bienes occidentales y atenuar la dureza de sus costumbres.
“Nada”… es volver a Bush. Privilegiar el conflicto, incrementar en Estados Unidos el gasto en armamentos –lo que echaría por la borda el esfuerzo que ha llevado a la recuperación económica-, volver a la búsqueda de la preeminencia imperial y al desempeño de su país como “sheriff” mundial. “Nada”, es decir continuar con el bloqueo, empujaría más a Irán a la órbita rusa y china, fortalecería al sector más duro de su política interna y conduciría a desatar una carrera armamentista global. Esto, que no quiere Europa Occidental, mucho menos quiere Estados Unidos sabiendo que, en última instancia, será al que miren todos pidiendo recursos, soldados y armas.
En el medio entre “todo” o “nada”, está la construcción de un mundo cooperativo, multipolar, pacífico, democrático. Es el gran desafío de la actual generación y las que vienen. Lo único que no sólo tendrá en cuenta las necesidades de Estados Unidos, o de Israel, o de Irán, o de China o Rusia, sino de todo el género humano, entre los que estamos muchos otros.
Por ahora, “la economía es global pero la política sigue siendo nacional”. La afirmación, compartida por politólogos de todos los matices, desemboca en estas contradicciones. El escenario va demostrando cada vez más que una economía global necesita una política global, que hoy por hoy se ve lamentablemente alejada de las posibilidades de los actores.
Hasta que el mundo cuente con un sistema político en condiciones de garantizar el manejo institucionalizado de la fuerza y un mecanismo de toma de decisiones articulador de las necesidades de cada región, fijando sus límites y facultades, las contradicciones seguirán apareciendo. Es necesaria una especie de “Constitución” mundial, hoy por hoy utópica.Hasta que eso llegue, los fatales juegos de la diplomacia y de la guerra, de las alianzas y las armas, de los amigos y los enemigos, serán una espada de Damocles sobre todo el género humano.
Sólo cabe esperar que no sea necesario atravesar una confrontación global desatada para que llegue la reacción sobre las ruinas, como fue la creación de las Naciones Unidas luego de las dos grandes guerras en las que debieron morir cerca de cien millones de personas.
Si las mortíferas armas de la segunda guerra mundial duplicaron los muertos que se dieron en la primera, la letalidad del arsenal planetario hoy podría llegar a exterminar al género humano, o, como alguna vez observara Albert Einstein, regresarlo a la edad de piedra.
Absurdo, si tenemos en cuenta que el otro arsenal con que cuenta la humanidad, el científico técnico, le permitiría ya hoy asegurar a todos los seres humanos que viven en el planeta una vida digna, sin necesidades básicas insatisfechas y con perspectivas de dar el gran salto hacia una vida plena. Sólo haría falta poner en marcha la cooperación, en lugar del conflicto.
*Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor