BUENA NOTICIA PARA UNA BUENA POLÍTICA: APARECIÓ UN LOBO… MANSO por Alberto Ferrari Atcheberry
| 22 marzo, 2015
Algunos amigos recordaron y me pidieron que reenviara este art. mío de junio de 2007 sobre Macri. Entienden, y me permito compartir esa opinión, que puede ser útil hoy, luego de la decisión de la reciente convención radical.
Los fines y los medios
1. La política, sin duda, es forma y contenido; y su principal conflicto es, precisamente, la relación entre forma y contenido.
En realidad, para una política cuyo objetivo substancial es el mantenimiento del orden vigente, no hay tal conflicto: esa política es, por definición, mentirosa, como que no puede proclamar que su objetivo es que los pobres sigan siendo pobres y que la injusticia siga siendo injusticia. Por eso, estrictamente, la forma de la política que defiende el statu quo es la demagogia: “la dominación tiránica de quienes carecen de privilegio con su propio consentimiento”, como define el diccionario de la lengua.
Por eso la relación forma-contenido aparece como problema entre quienes se proponen el cambio del statu quo. Para unos: “el fin justifica los medios”, dicen que dijo Lenin; esto es, el cambio social valida dejar de lado la opinión ajena, como se reprochó a los bolcheviques rusos y a sus seguidores en otros países, los partidos comunistas. Para otros: el medio importa más que el fin: “el movimiento es todo y el fin es nada”, como habría dicho Bernstein, el teórico del reformismo socialista alemán; esto es, el cambio social debe supeditarse al respeto a los medios; abreviando, el cretinismo parlamentario que se reprochó a la social democracia.
La experiencia soviética se concretó en Stalin; el gulag fue el único medio y concluyó muy lejos del fin: las bandas de oligarcas y el gobierno de la KGB. Los avances de la socialdemocracia alemana – y de sus émulos franceses, italianos y españoles- en buena medida abrieron el camino a quienes supeditaban todo a un fin: Hitler, Mussolini, Franco.
¿La cuadratura del círculo?
El fin condiciona al medio
2. Hay otra lectura del apotegma corrientemente imputado a Lenin: la sustancia del fin determina los medios que pueden usarse para lograrlo. Esto es: “el fin justifica o no justifica los medios”. La búsqueda de una sociedad de hombres libres no puede hacerse destruyendo su libertad, su autonomía, su derecho a pensar. Por eso también si “el fin es nada” inevitablemente el “movimiento” queda sin rumbo y el “todo” se convierte en defensa del statu quo, es decir, en demagogia.
Claro que no se redujo al bolcheviquismo y sus herederos la legitimación del cambio por el fin buscado a despecho del medio usado. Entre nosotros, sugestivamente peronismo y antiperonismo coincidieron en el método, con la ventaja, para el peronismo del resultado, esto es, la transformación en sujeto de los excluidos. En ese sentido es un error calificar al peronismo de demagogia; quizás fue lo contrario: se propuso como conservador del orden y concluyó en cierto modo subvirtiéndolo al transformarse los pobres en una clase social con conciencia de si misma. Tampoco fue demagógico el antiperonismo; tal vez fue idiota, pero no demagógico: proclamó un objetivo antihistórico : reducir la clase obrera a pobres con un método explicitado: excluirla del sistema político.
De todos modos y más cerca del hoy: borradas de la agenda propuesta al estilo de la bolchevique y aun de la socialdemócrata bernstiana, y de las revoluciones “nacionales” estilo Perón, las tradiciones parecen confluir en "el progresismo”, una versión aun más vaga y confusa que sus antecedentes por lo que su contenido demagógico es más visible. Sin definir qué es ser progresista; sin precisar adonde se va; sin concretar la propuesta presente, el progresismo es nada más que una forma de la demagogia que le niega a los no privilegiados tanto el fin como el medio; esto es: el presente y el futuro.
La crisis de la política occidental
3. Esta es la situación argentina actual que, además, se engarza en la crisis del sistema europeo u occidental de la acción política que, con marchas y contramarchas, en definitiva es el surgido hace más de dos siglos con la revolución francesa y sus frutos: la soberanía popular y el nacionalismo que engendraron a la opinión pública como el factor legitimante. Ese sistema confina la soberanía popular en la cadena que se inicia en el voto para hacerla sinónimo de representación y finalmente concluye depositándola en los partidos políticos, ya en el marco del interés nacional, ya en el marco de la construcción de la nación, que devienen, de tal modo, contenidos programáticos condicionantes de la soberanía popular.
(Se dirá que nuestra crisis es más profunda, por lo que suena a exceso integrarla a ese marco general. Sin embargo, no es más profunda sino más evidente, como que corresponde a lo que se llama subdesarrollo. Esto es: el eslabón más débil muestra antes el fenómeno, así como el niño siente antes que el adulto la falta de oxígeno. Basta poner sobre la mesa a Bush y los fundamentalistas evangélicos, a Berlusconi, al hijo de inmigrantes Sarkozy convertido en adalid de la antiinmigración, para comprender que no hay diferencias cualitativa ni cuantitativa, salvando las distancias, esto es, la riqueza.)
Esa crisis general del sistema político occidental no puede sorprender porque es la respuesta a la negación de su basamento histórico, la nación, por parte de distintos y profundos fenómenos de globalización; en primer lugar, la globalización informativa que ya ha destruido el concepto mismo de opinión pública, que fuera la brújula que, por afirmación o por negación, guiaba la conducta de la cadena partido político/representación/voto; en concreto, que facilitaba la demagogia civilizada , entendida, está dicho, como la manipulación de los no privilegiados para hacerles aceptar acciones de gobierno contrarias a sus intereses, aunque justificadas por valores que eran o aparecían como comunes a todas las clases o sectores.
También se ha roto la dicotomía de la política; su contenido no puede ya ser un objetivo tan promisorio como abstracto que posponga la necesidad de precisar los medios concretos para lograrlo; ni los medios pueden reducirse a un procedimiento formal que carezca de justificación concreta y práctica.
De tal modo los no privilegiados se encuentran hoy espontáneamente, sin mediaciones políticas, enfrentados a sus problemas e intereses concretos, aunque a menudo sea entendido lo concreto meramente como cotidiano, por lo que, en reemplazo de la opinión pública, la brújula del mensaje político será ahora, en primer lugar, la aptitud para definir ese interés concreto. Esa aptitud y esa definición no tienen un contenido apriorísticamente determinado. Así históricamente ocurrió con la opinión pública: los actores políticos buscaban definirla o influenciarla de acuerdo al contenido social que pretendían representar. También ahora será así, habrá definiciones progresistas y no progresistas del “interés concreto”, pero el mensaje político a los no privilegiados será valorado sólo en cuanto esté centrado en sus intereses concretos.
La política argentina actual
4. Nada más alejado de la realidad política argentina actual: clientelismo desaforado, partidos y partiditos que funcionan como agencias de empleo, incapacidad de gestión, la publicidad comercial como único medio de vinculación con “la gente”, el conocimiento de la realidad reducido a la encuesta permanente, la ignorancia en primer lugar y la corrupción luego como explicación suficiente para entender los actos de gobierno.
Entre nosotros la crisis del sistema político ha adquirido caracteres tan caricaturescos precisamente porque la etapa anterior y originaria, centrada en la opinión pública, tuvo escasa vida: a lo sumo, concluyó en 1930. Y con ella desapareció la posibilidad de formar partidos políticos que crearan y a la vez interpretaran a la opinión pública, que enlazaran la construcción de la nación con los intereses concretos de los no privilegiados; partidos que, en definitiva, fueran capaces de esa forma civilizada de la demagogia que es el reformismo democrático. El canto del cisne fue 1983: bastó para destruir el militarismo pero no para resucitar a lo que nunca había existido. Y a ello se suma la fenomenal caricatura que es el peronismo como partido político – una contradicción en los términos – para peor despojado de su basamento obrero, minado por la desindustrialización y por la corrupta descomposición de su “columna vertebral”, el sindicalismo.
¿Cómo subsiste, y se profundiza, semejante situación?
En primer lugar porque ha desaparecido el actor político central desde 1930 a 1983: las Fuerzas Armadas ; y, a la vez, porque no existen, nacional ni internacionalmente, condiciones para su retorno. De tal modo, la llamada clase política se ha comportado en cierto modo como en el juego del baile por el lobo ausente. A comienzos de su gobierno, los socios de Menem, aterrorizados por la hiperinflación y por sus promesas incumplidas o incumplibles, justificaban sus premuras “económicas” personales en que era inevitable el inminente golpe militar; mientras que entre los radicales se proponía posponer toda crítica en defensa de las instituciones amenazadas por el peligro del golpe. La historia impedía comprender el presente. La convertibilidad fue disipando ese temor, pero lo hizo trayendo una corrupción tan inédita como impune que se fue convirtiendo en la razón de ser de la acción política que, de tal modo, perdía toda posibilidad de su reforma desde adentro. En aquel presente el riesgo no era el golpe militar sino la descomposición (la ”democracia a la colombiana”, presagié entonces) a la que hemos llegado: el hoy permite comprender el pasado.
Además, porque recién ha surgido una generación cuya madurez no ha sido trabada por las sucesivas leyes de amnistía que hasta la amnistía de 1973 prohibían conocer la historia; y que es, también, ajena a ese juego de medio siglo de golpe militar y restauraciones condicionadas, pero que ha crecido y crece en el escenario de esa acción política degradada. Conoce la historia; desapariciones, muertes y torturas han sido y son el marco de su aproximación a la política, pero cumplen la función de ser los límites de un contenido abstracto, cuando no inexistente y siempre ajeno a su propia experiencia.
Por eso es difícil imaginar cómo, y hacia donde, puede cambiar la actual situación política.
Es necesario conformarse con mostrar algunos signos.
Un signo: la primera vuelta de la elección porteña
5. Un signo es la elección porteña que ha ganado Macri. ¿Por qué? Sin duda, en primer lugar, porque ha sido entendido como la negación del modo de hacer política dominante.
Sus dos rivales se abroquelaron en el lenguaje abstracto, como si compitieran en la reunión de la mayor cantidad de muestras de lo peor de la política actual, los que definen y sólo interesan a sus propios actores. Candidatos que no pueden mostrar su historia encabezaban rejuntados anacrónicos, ninguno de cuyos integrantes resisten pocos minutos de interrogatorio riguroso, dedicados a la confrontación soez del adversario que, frecuentemente, hasta ayer era socio.
Por el lado de Telerman, el radicalismo, un viejo exponente de la pretensión reformista democrática, escondía su senectud irreversible en un apoyo a ese saltimbaqui oportunista, que incluía como segundo a un reciente expulsado por traidor, que en términos políticos se expresaba en un cargo menor con una candidata tan impresentable como de dudosa chance, situación que justificaba que se afirmara que ese apoyo se basaba en la promesa de nombramientos que asegurarían la continuidad del que fuera matriz democrática como agencia de empleos.
No fue menor la desvinculación con la realidad de la campaña de Filmus, aunque la prensa y aun sus rivales le perdonaran la exposición pública y frecuente de su currículo, de modo alguno más sólido que el de Telerman. Y en este caso se agrega la inédita participación con malas artes del gobierno nacional y del Presidente y, como siempre, la imputación de conductas pasadas de las que el propio Kirchner es un caracterizado ejemplo: indiferencia ante el proceso y la violación de los derechos humanos, el neoliberalismo de los años noventa, el apoyo a la convertibilidad, Cavallo y las privatizaciones, el menemismo.
La confrontación Telerman-Filmus pareció una recíproca recriminación entre ladrones: “cuando dos ladrones se pelean siempre se aprende algo bueno”, dice un refrán alemán citado en una obra clásica. Mutatis mutandi, ahora ocurrió algo similar y el único beneficiario fue Macri, pero no pasivamente sino por el contexto dentro del cual encaró su campaña: el buscado alejamiento de todo lo que pudiera vincularlo a la forma actual de la política.
Único acompañado por una mujer, Macri se mostró junto con ella y con su silla de ruedas toda vez que pudo, formando un equipo balanceado y no proclamado que se dirigía al “vecino” la forma más concreta posible del votante y, con ello, simbolizaba su alejamiento de toda definición abstracta – pasada, presente o futura. El “vecino” (en inglés, también "el prójimo" de resonancia bíblica) por definición tiene problemas e intereses concretos, que no siempre el equipo Macri-Micheti identificaba directamente pero sí a través del uso del dinero: el costo de un canal televisivo que nadie ve equivale a equis número de escuelas; los inútiles guardias de tránsito “que parecen boy scouts disfrazados” a tantos metros de subtes prometidos y no cumplidos. A la vez, una repetición de la palabra “propuesta”, el olvido permanente de los rivales y una modesta publicidad.
Primera conclusión: frente a dos exponentes de la forma política dominante, Macri consiguió:
1) diferenciarse absolutamente en forma y contenido;
2) llegar al interés concreto del votante, incluyendo el de los no privilegiados: propone “arreglar las plazas”, como se burló el Presidente Kirchner.
El "caso" Macri
6. Se le enrostra, sin embargo, que es “la derecha” camuflada. Hay un error de concepto.
La derecha es, por definición, realista. El conservadorismo es la esencia de la derecha; esto es, la capacidad para entender su propio privilegio como tal y, por lo tanto, la necesidad de cuidar su fragilidad evitando la confrontación abierta, que lleva a eliminar las capas de la cebolla institucional e ideológica que esconden ese privilegio. En tal sentido, la “buena” derecha es siempre “camuflada” y es, además, buena en cuanto no se escuda en la violencia. Claro que esta derecha “lampedusiana” no tuvo existencia social entre nosotros, por razones estructurales varias, todas unidas a un momento de la conformación nacional cuya perención ha sido acelerada precisamente por los fenómenos de globalización.
De tal modo no sirve descalificar a Macri como derecha, porque el problema central hoy es el de la relación de los no privilegiados con la política.
En otros términos, hoy la política se ha reducido a la forma. O, con mayor precisión, hoy sólo a partir de la forma, de los medios que se usen para hacer política, puede llegarse a un contenido de la política que sea a la vez concreto y en el interés de los no privilegiados.
Es por eso que el fenómeno Macri va mucho más allá de esta elección.
En la Argentina “la derecha” tradicionalmente ha optado por la violencia o la usurpación de los gobiernos camaleónicos surgidos del voto: Alsogaray, el “Rodrigazo”, Martínez de Hoz, la Ucedé, Cavallo, son ejemplos más o menos recientes.
Si se definiera a Macri como “la derecha”, debería concluirse que hay un cambio inédito: en 1928 fue la última vez que “la derecha” pretendió el poder a través del voto. También sería inédito que “la derecha” se ocupara del “vecino” y los problemas municipales, cuestiones que siempre despreció y que en la belle époque electoralmente delegaba en el socialismo tradicional.
Macri, sin duda, fue apoyado en todos los barrios aunque en ningún lugar obtuvo tantos votos como en los considerados económicamente como de “la derecha”. Esto agrega otra peculiaridad, porque los bolsillos de esos sectores son los principales beneficiarios de la política económica del gobierno que jugaba su prestigio a la candidatura Filmus nacionalizando, con buenas y, sobre todo, malas artes, la campaña electoral para aprovechar sus logros económicos.
Por otra parte, Macri no ha hecho una campaña violenta ni confrontacional, por lo que no parece la expresión de un voto negativo o del llamado voto bronca.
Todo eso justifica intentar trasladar el análisis a otro plano.
La conducta del Presidente Kirchner
7. El gobierno nacional muestra resultados inéditos en cuanto a las principales variantes económicas. La Argentina ha pasado de la crisis brutal del 2002 a una situación entonces impensable. Es cierto que las principales causas de esa transformación fueron anteriores a este gobierno, que ya heredó una curva ascendente. También lo es que el artífice principal (Lavagna) también fue heredado, como dos de los ministros (Tomada y González García) que se destacan mucho por sobre la mediocridad del resto. Pero más importante que todo eso es que Kirchner ha sabido y podido continuar y acrecentar lo recibido.
A esa gestión Kirchner le ha agregado una búsqueda permanente de bases sociales y políticas propias, desde la persecución a quien lo creó (Duhalde) a arrogarse méritos en materia de derechos humanos y en el repudio a “los noventa” que no resisten una mínima confrontación con su historia personal, pasando por hechos objetivos positivos, como la configuración de la Corte Suprema, y negativos, como la inexistente política exterior. Un saldo, empero, que no alcanza a empalidecer los resultados macroeconómicos.
Hay algo más que lo distingue: la pretensión de generar una base partidaria nueva, ajena a los tradicionales peronismo y radicalismo con un corte transversal que está destruyendo lo poco que les quedaba y que se apoya en un hecho real y objetivo: en el mejor de los casos, peronismo y radicalismo no son hoy sino una confederación de fuerzas provinciales de escasos vínculos entre sí y por lo tanto, preparadas para insertarse en toda combinación que les otorgue un espacio nacional sin alterar sus reductos locales.
Puede agregarse otra circunstancia, quizás paradójica. Kirchner se presenta como un “hacedor”, como un práctico: cuida la caja y le importa el superávit fiscal; mantiene alto al dólar cuando cae en todos lados, especialmente en Brasil, el principal socio; pretende contener los precios del consumo popular con un pedestre señor que usa pedestres métodos; ignora a sus ministros y jamás los convoca a reunión de gabinete; desprecia los modales y le gusta mostrarse como un muchachote groserón, como tal vez lo es, que necesita ayuda. Y, sin embargo, su discurso (además de un atentado a la gramática y a la sintaxis) es profundamente ideologizado, aunque él crea que no porque lo transmite en tono de barricada: “ de acá” al FMI; neoliberalismo, los noventa, derechos humanos, las madres de Plaza de Mayo, los setenta , venimos del infierno. No puede negarse que este discurso ideologizado se sostiene en la tergiversación: la historia de Kirchner podría figurar como ejemplo de lo que critica, pero esta contradicción entre letra y hecho hoy es tan general que, por un lado, ya no sobresale y, por otro, lo que es peor, fortalece la habitual actitud discepoliana de “Cambalache”: “todo es igual, nada es mejor…”.
De todos modos lo que parece más importante es que el discurso de Kirchner junta lo viejo con lo nuevo, los vicios de la política dominante actual con lo concreto y, de tal modo, coloca, o pretende colocar, al votante ante una opción que se fenomenaliza de modos distintos: “billetera” o conducta/estilo de gobierno; vuelta al pasado o aceptación de un presente mediocre; madres de Plaza Mayo o soportar a Quebracho y los cortes de calles. Aquí, entiendo, radica la potencia y la debilidad de Kirchner – especialmente en una elección municipal – y precisamente en esta contradicción pegó la campaña de Macri.
Dos estilos de campaña electoral
8. Macri se redujo a un único slogan: “propuesta” y para cada uno de los 47 barrios identificó los cuatro o cinco problemas principales y sus propuestas como respuesta a una misma afirmación: “usted compartirá que no se puede…”: Algunos problemas comunes a todos los barrios: por ejemplo: “…vivir con temor por un robo o por su vida”; “…convivir con la basura en las calles”; tránsito y ruidos. En otros agregó lo específico: construcción de torres, vías de ferrocarril, malos olores, iluminación, gente que vive en espacios públicos, ocupación ilegal de inmuebles, roedores. Así surge de la página de internet, que es una sola y coherente con el audaz mensaje que llega oral y con subtítulos: “revolución contra los conservadores”. Pero, además así fue la actividad proselitista: en los barrios y sin actos multitudinarios con público llevado en ómnibus, como el propio Macri lo subrayó señalando un hecho comprobable por cualquier ”vecino”. Sumó una modesta publicidad circunscripta básicamente al rostro y el nombre de los dos candidatos principales, otro contraste verificable fácilmente y anunció el fin de la copiosa e inútil publicidad callejera que ha caracterizado sospechosamente al gobierno porteño citando números comparativos: un canal de televisión que nadie ve equivale a equis escuelas, por ejemplo.
La característica principal de sus principales rivales fue, o es, la heterogeneidad y hasta a veces la incoherencia, tal vez resultado de la suma de grupos políticos distintos; una cosa es la página de Filmus y otra la de Heller, por ejemplo. El resultado es el incremento tanto de los slogans como de la vaguedad de sus contenidos: una modesta selección: “Una ciudad para todos”; “mejor salud y mejor educación”; “la transformación de cambio”; “cambio social”; “ciudad más equitativa y más hermosa; “para todos la misma ciudad”; “establecer criterios”; “implementar acciones concretas”; ”cada decisión de acuerdo a un modelo de país y de ciudad”; “por el cambio”. En algún caso el absoluto desborde: “Cromañón es igual a los desaparecidos”. Y ya con Filmus enfrentando a Macri: “contra quienes hambrearon al pueblo”; “contra los 90”; “modelo empresarial o estado activo”; “discutir los 70, los 90 y los 2000”; “contra un proyecto que deja a la gente sin trabajo, sin jubilación, que margina y excluye”, cuando no la imputación, gratuita por otra parte, de futuros horrores vinculados a hechos o cosas del ámbito…nacional.
Acentuar el contraste de forma y contenido me parece un pleonasmo innecesario, pero es útil señalar otro: la campaña de Macri no parece ser fruto de la espontaneidad – ya ninguna lo es – ni del mecanismo al que recurre habitualmente la pedestre política dominante: los publicitarios – utilicen bien o mal, generalmente mal, las encuestas o los “focus group”- devenidos en los responsables finales de identificar el voto con la gaseosa y, en todo caso, al ciudadano con el consumidor. En mi opinión, la sencillez y la concreción son en el caso Macri el resultado de un conocimiento y un análisis que es anterior y que va mucho más allá de una campaña electoral y que por su finura contrasta con la pobreza dominante, no sólo en la política, por cierto, y, en el caso, con la política en manos de agencias de publicidad.
Y eso es lo que a mi juicio debe tenerse en cuenta, más allá del propio Macri: ha aparecido un protagonista nuevo: un mensaje político centrado en el interés concreto. Ahora ya el “vecino” que vote a Macri podrá hacer lo que desde hace años es imposible: valorar y juzgar. Porque ¿qué puede reprocharse al candidato que propone “la transformación de cambio”; "estado activo”; "implementar acciones concretas”; o aún “la condena de los noventa”?
Sin duda Macri ha mostrado “aptitud para definir el interés concreto”. Queda por verse, por cierto, en buena medida la sustancia: ¿quién puede negar que el temor por la inseguridad es hoy común a todos los sectores sociales? Macri propone duplicar policías: más allá de si esto es bueno o no, es un dato verificable y por lo tanto, exigible o reprochable. Recuperar el derecho al reproche no es poco; tal vez sea el comienzo de una preocupación ciudadana real por lo común.
Conclusión e interrogante
9. Política sin programa, sin propuesta, es puro oportunismo, y oportunismo del peor.
La política tiene siempre, así sea de hecho, un contenido didáctico. La lamentable acción política dominante lo prueba: ha enseñado a fortalecerse en los peores vicios de la cultura social tradicional argentina: el “no te metás” que generó el “yo, argentino”; el acomodo y el curro, el clientelismo y los “contratos” convertidos en sistema de financiación de los partidos políticos, mejor dicho, de las internas de los partidos políticos. Y digo “fortalecerse” porque ni por asomo creo que esta sea una sociedad virtuosa manipulada por una malvada partidocracia. Pero tampoco pienso que sea irrecuperable, particularmente hoy cuando la globalización informativa ha destruido el encierro que anestesiaba mayores y mejores ambiciones.
Macri, entonces, puede reemplazar al lobo que no existe más: tal vez a partir de esta situación habrá políticos que no jueguen en el bosque con la tranquilidad de la ausencia de peligro: amén. Porque Macri, derecha o no, es un lobo que no viene anunciado por el comunicado número uno…
¿Bienvenido Macri? No: bienvenido el fenómeno Macri. Si es derecha, bienvenida una derecha que baja al ruedo y favorece el análisis concreto de la concreta realidad porteña.
Bienvenido que sepulte al progresismo vacío y mentiroso. Bienvenido el desafío a hacer política y construir caminos futuros a partir del interés concreto
Junio 9, 2007.