BORGES Y KAFKA ANTE LA LEY por Marcela Solá*
| 29 noviembre, 2014a Diana Sperling
Borges y Kafka. Uno soñaba los laberintos, el otro soñaba el destino y la pesadilla contemporáneos. Los laberintos y las pesadillas habitan los textos tanto de uno como de otro. Voy a tratar de leer esas pesadillas y laberintos en referencia con la ley. La ley positiva y también la simbólica, sobretodo la simbólica. De esa ley simbólica como entidad abstracta ordenadora de la realidad. De esa ley como horizonte donde se despliega el mundo. De una ley de origen arcaico que sigue influyendo en las acciones de los hombres de manera secreta. Y que asoma como fatalidad , en el sentido de la existencia de algo que debe cumplirse. Quisiera poner en relación ciertos relatos de Borges y de Kakfa, en los que se puede advertir, en su trasfondo, una insólita similitud en cuanto a cómo se planta el sujeto, ante esa ley simbólica, que siempre se rehusa. En esos relatos hay algo que permanentemente huye. Huye pero deja una estela, y ambos autores caminan por esa estela que no tiene fin, a la persecución o a la espera de algo que se niega a dejarse apresar y ni siquiera a permitir que se lo comprenda. El momento de la resolución se halla siempre postergado, no hay resolución que apacigüe la tensión narrativa. Creo que, de esa manera, tanto Kafka como Borges, anulan, o al menos detienen, paradójicamente, la noción de destino.
Esa infinita postergación que impide todo cumplimiento final, la hallamos entre otros en La muerte y la brújula, y en el cuento de Kafka Ante la ley, que son de los que quiero hablar. En ambos relatos, sus protagonistas, en su relación con la ley, se encuentran inmersos en una serie de tiempo potencialmente infinita. El aplazamiento es la única forma de resistir.
Ante la ley es una pequeña parábola que apareció en vida de Kafka en el volumen de relatos titulado Un médico rural. Tras su muerte, se publicó inserta en el capítulo noveno de El proceso.
En ese relato, un campesino se presenta ante la puerta de entrada a la ley, queriendo acceder a ella. El guardián que la custodia le dice que por el momento no le permitirá entrar y le muestra los peligros que le aguardan si decide entrar, puesto que a esa puerta la suceden más puertas, y delante de ellas hay un guardián que cada vez es más peligroso y aterrador, más feroz. El campesino, asustado, vacila y permanece ante la puerta durante años sin decidirse hasta que al final, ya al borde de la muerte, ya casi sin voz, pregunta al guardián como es que nadie más se ha acercado con la intención de entrar si todos aspiran a la ley y el guardián contesta que esa puerta le estaba adjudicada sólo a él y que cuando muera procederá a cerrarla. Así, el campesino morirá sin saber cuál es la ley que lo rige.
La respuesta del guardián es quizá el centro de la parábola. La Ley podrá ser igual para todos está diciendo el guardián, pero es un hecho que cada uno entra por una puerta diferente. Es una ley, como dice Marina Gorali, “que impide o sustrae su propia aparición. Una ley que, inasible, funciona no obstante como referencia, como aquello que anuda, que sujeta, sin importar demasiado qué hay detrás. La puerta deviene entonces lo relevante, y no el contenido que ésta ha de revelar. La ley como pura forma cifra, en definitiva, el vacío mismo del universal. La puerta no está allí porque exista ex ante, sino porque la necesitamos y la necesitamos para el acto mismo de nuestra subjetivación. Por eso la construimos, como condición de nuestra propia posibilidad. Esa es quizás, la clave de la ley”. Ahora bien, la ley está hecha con palabras y las palabras no son absolutas. Hay una infinita potencialidad de sentidos. Es esa serie potencialmente infinita la que se despliega en el relato, la que se transparenta detrás de la precisión detallista y austera de la escritura de Kafka. La que espía el campesino, cuando el guardián no lo ve. La serie infinita de puertas y guardianes que se pierde en el horizonte de una ley que se ha vuelto impenetrable. Pero en el capítulo 9 del proceso, el sacerdote le cuenta a K, la historia del campesino y el guardián. Tiene lugar una serie de interpretciones de uno y otro y al final discuten si el vigilante decía la verdad o mentía. K se inclina por lo primero pero el sacerdote le contesta que no se debe tener todo por verdad, sólo se tiene que considerar necesario.
Triste opinión- dice K, la mentira se eleva a fundamento del orden mundial. Sobre esto volveré luego.
La muerte y la brújula, es un cuento policial que narra cuatro crímenes de ahí el nombre del cuento porque la brújula marca los cuatro puntos cardinales en los que se producirán las muertes. Sus protagonistas son, básicamente el detective Eric Lonrot, y el criminal Red Scharlach. El cuarto crimen será el del propio detective a manos del asesino Scharlach. Hasta allí, leemos un cuento policial. Pero en el instante final, antes de que el criminal termine con su venganza y mate al detective, este le dice textualmente: Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, a 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C a 4 kilómetrosde A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy. Es decir, ponga en obra la paradoja de Zenón de Elea. Este pedido final del detective resignifica la lectura del cuento y nos pone ante la sensación de que todo este tiempo hemos estado leyendo por encima del texto, cuando por debajo lo que estaba ocurriendo, se situaba en otra dimensión y en otro tiempo. ¿Red Scharlach mata o no mata a Lonroth? La obra de Kafka, Anta la ley, ofrece la misma incomodidad de lectura debido a la sensación de estar leyendo al mismo tiempo, dos relatos en dimensiones diferentes. ¿Es o no accesible la Ley? ¿Es tan siquiera comprensible?
El criminal le tiende una trampa matemática al detective, basada en su conocimiento de cómo funciona la mente razonadora del mismo. El detective cae en su propia trampa y la última e incierta muerte es la suya. En el medio está el jefe de la policía, que usando el sentido común y su experiencia da una solución que resulta ser la correcta pero que Lonroth deja de lado porque no es interesante.
—No hay que buscarle tres pies al gato —dice Treviranus, el jefe de policía, y continúa exponiendo la idea de que el crimen ha sido la consecuencia involuntaria de un robo.
—Posible, pero no interesante —responde Lönnrot, Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar.
Walter Benjamin, en sus Apuntes para un ensayo no escrito sobre Kafka, habla de su obra como “la enfermedad del sano sentido común”. Esa alteración del sentido común es la que padece Lonroth con su feroz empecinamiento racional, semejante al empecinamiento del campesino que, sin atreverse a traspasar el umbral, sin embargo elige permanecer allí hasta la muerte. A Lonroth esa enfermedad de la razón lo lleva a excluir el azar. Es decir, la posibilidad de lecturas imprevistas y distintas. Las mismas que, sin embargo, Borges crea en ese relato policial, donde el criminal es más inteligente que el detective, la verdad no triunfa, la justicia tampoco, etc. Es decir, la inversión de todas las leyes del policial.
En ambos cuentos está presente la ley. La ley positiva y la ley simbólica. Es desde esta última que me interesa leerlos. La ley que gobierna los actos del detective es tan arbitraria como la ley inaccesible para el campesino ante su puerta y que impera en las novelas de Kafka. Aparentemente, en un caso, ese destino parte del interior de Lonroth y en el campesino o en K en el Proceso, desde el exterior y sin explicación posible. Eso es lo que la vuelve arbitraria e inexorable. Y es esta idea de destino, al que están condenados sin saberlo que, de manera encubierta, subyace bajo los personajes de ambos cuentos. En ambos flota la idea de que hay algo en constante reproducción. Tanto Lonroth y Red Scharlach como el campesino, están inscriptos en una serie potencialmente infinita que no deja percibir ninguna resolución. A lo largo de esa serie, la ley positiva se ha esfumado, sólo aparece una ley simbólica que los atraviesa pero a la que no se puede acceder, que los atraviesa sin que ellos puedan, aparentemente, determinar lo que les sucede. Hay en esto una violencia implícita que viene por afuera de la ley, que es, en suma lo que debería protegerlos de la misma. Una violencia que escapa a la ley porque ¿como aplicar la ley cuando en el relato de La muerte y la brújula la justicia y el andamiaje en el que se sostiene se hallan subvertidos y cuando el campesino, atemorizado, carece de voluntad?
. Hay una frase de Nietzsche que dice: quien tiene carácter tiene también una experiencia que siempre vuelve. Se suele unir la idea de carácter a la de destino. Pero qué entendemos aquí por destino. Nosotros no pensamos en términos de destino: esto esta totalmente fuera de moda. Sin embargo, como dice el filósofo italiano Roberto Espósito, hay ideas o nociones que aunque no se nombren, actúan y configuran conductas y formaciones culturales, mucho más allá de lo que uno sepa o se dé cuenta. ¿Es ese resto atávico, arcaico, lo que atraviesa a los personajes mencionados? ¿Es la inagotable repetición de lo que ya ha sucedido y está sucediendo desde siempre? Es lo que parece decirle Red Scharlach a Lonroth cuando le habla de un laberinto que consta de una sola línea recta y que es indivisible, incesante. Sin principio ni fin. ¿Es esa ley a la que están sometidos los personajes de esos cuentos? Una ley que como dice Kant no necesita que nadie responda por ella. La ley está entre nosotros, hecha para nosotros. ¿Y de dónde viene su autoridad?: tautológicamente, de la ley misma. Ella misma se da su propio valor. Nada legaliza la ley salvo ella misma.. Pero, recordemos una vez más, la ley está hecha con palabras y las palabras no son absolutas.
Hay dos maneras de no dar en el blanco en los escritos de Kafka, dice Walter Benjamin, una sería la interpretación natural, otra la sobrenatural, y lo mismo podría aplicarse a Borges. Ni dioses ni naturaleza sirven como explicación de ambos relatos. Por eso he abordado la lectura desde una interpretación que no es ni una ni la otra, sino intermedia como es la ley, ya que la ley es la intermediación simbólica inventada por la humanidad para sustraerse a los dioses, por un lado, y a la pura biología, por el otro. Creo que a través del lugar que toma la ley, en esos relatos, podemos acceder a una lectura que nos permite llegar a una segunda interpretación que evita recurrir a los rasgos de carácter al que se les adjudica la noción de destino. Algo que sería fácil advertir en una primera interpretación natural si advertimos la empecinada racionalización de Lonroth, que lo hace caer en la trampa de Scharlach y la indecisión intrínseca del campesino que le impide traspasar la puerta. Esa segunda lectura permite acceder a una realidad más allá, pero no del más allá, que indica que habitamos en la incertidumbre y la absoluta dependencia de la manera en cómo leemos el mundo, lectura que puede estar provista de infinitos sentidos. La ley, como universal, es una estructura que nos permite pensar y actuar, aunque vacía de contenido empírico.Esa es la hendija por la que se cuela la palabra.
En otras palabras, cuando la posibilidad de conocer la ley se desplaza hacia una serie potencialmente infinita de puertas y guardianes, de venganzas que replican en ese laberinto que es la aporía de Zenon de Elea hasta desdibujar esa ley y volverla simbólica e inalcanzable y, sobre todo, incomprensible, entonces sólo la ficción, al fin y al cabo también una violencia que imponemos sobre el mundo, puede dar cuenta del mundo en que habitamos. A través de sus creaciones, los grandes escritores han ido nombrando el mundo y añadiendo sus gentilicios a la manera de ladrillos en su estructura, por eso nosotros atravesamos, ahora, situaciones dantescas, shakespereanas, kafkianas y borgeanas. Eso hace el arte por la realidad: la crea. Ya lo dijo Cervantes en su última novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda: Llegué a las puertas de la gramática, que son aquellas por donde se entra a las demás ciencias.
*Escritora y ensayista