VIEJAS Y NUEVAS RELIGIOSIDADES EN EL MUNDO POPULAR. RUPTURAS Y CONTINUIDADES por Jorge Ossona*
| 19 noviembre, 2014En la geografía de un barrio popular, templos evangélicos de diversa calidad arquitectónica suelen convivir con casas particulares distinguidas del resto por inscripciones dedicadas a San La Muerte o El Gauchito Gil. Son puntos de encuentro tan concurridos como una radio, una parroquia católica, un club de futbol; o los punteros políticos, pays umbanda, o capos de barras bravas.
Un común denominador define a su sociabilidad: una emocionalidad intensa, lúdica, por momentos hasta eufórica que sus participantes perciben como un estado de gracia en el que se confirma la presencia del “espíritu santo” u otros no tan santos pero igualmente pasionales. Lo divino convive, entonces con lo cotidiano; y hasta resulta posible circular de uno a otro merced a la intermediación de iniciados habilitados por la legitimidad vecinal.
¿Cómo explicar estas religiosidades? ¿Se trata de un fenómeno nuevo o de viejos repertorios reformulados? Suele sostenerse que son una expresión típica de esta etapa pos utópica; y que en estas zonas de la sociedad son correlativos a la radicalización de la pobreza. Una de las principales víctimas de este proceso serian las iglesias establecidas como la católica, flanqueadas por cultos más idóneos para suscitar la devoción popular. Una mirada más detenida y sensible a los procesos históricos profundos podría demostrarnos un equilibrio más sutil entre continuidades y rupturas.
En la Argentina, el mundo industrial y urbano que se construyo durante el siglo XX había resultado de incorporar contingentes aluvionales de inmigrantes europeos, de las zonas rurales de la “pampa gringa” durante los años 30 y 40, y del interior profundo y norteño conjugados con los de países limítrofes desde los 60 en adelante. Todos ellos traían consigo creencias y practicas ancestrales de origen rural o aborigen en convivencia tensa con el catolicismo desde la propia conquista. En la gran urbe, esos repertorios compartidos con otros recién llegados les permitieron sobrellevar el choque con la cultura moderna y cosmopolita en la que tuvieron que resocializarse. No dejaron, por caso, de existir curanderos y sanadores por siempre impugnados por sacerdotes católicos pero cuya credibilidad vecinal los habilitaba a prácticas domiciliarias tan secretas como extendidas socialmente.
Los fenómenos políticos de masas como el yrigoyenismo y el peronismo tuvieron un efecto paradojal. Su irrefrenable tendencia a devenir –típico en el siglo XX- en religiones seculares supuso una vía para su ingreso en el mundo moderno pero también la posibilidad de un canal de expresión de muchas de esas tradiciones. En improvisados altares hogareños era muy frecuente advertir la convivencia de crucifijos, imágenes de destinas Vírgenes, con Pancho Sierra, Hipólito Yrigoyen y Perón y Evita.
La crisis del mundo industrial suburbano supuso, a raíz del desempleo masivo o la pobreza, habilito a nuevas formas de sociabilidad fundadas en la cooperación solidaria. Viejas instituciones como clubes y sociedades de fomento debieron ampliar y diversificar sus funciones subsidiarias, al tiempo que aparecieron otras nuevas bajo la forma de comedores, cooperativas, etc. Su común denominador eran los liderazgos fuertes legitimados por su capacidad a mitad de camino entre la compulsión y el consentimiento para la eficacia de la subsistencia.
Pero esta, no era solo material sino también “moral”. Integrar una red significaba la necesidad de ajustarse a códigos, lenguajes, normas y valores tácitos pero precisos. Los vínculos de los jefes o de algunos de sus allegados con lo sobrenatural constituyo un insumo de lo más eficaz. No hubo instancia socializadora que no absorbió alguna cualidad mística: desde el futbol hasta el fomentismo y la política.
Curas y punteros tradicionales experimentaron, entonces, los mismos desafíos cruzados y frecuentemente interconectados. Los primeros, ya no de curanderos y manosantas sino de pastores y pays, los segundos de los referentes sociales de diversa índole –frecuentemente también religiosos – que negociaban su lealtad política a cambio de apoyo o de votos de sus grupos de pertenencia en riesgo de caer en la indigencia. El común denominador de los nuevos mediadores respecto de sus subordinados era el trato directo, su prestigio ganado para resolver problemas urgentes –desde el hambre y los servicios públicos hasta el alcoholismo, la depresión o la drogadicción- y su capacidad de conducir emocionalidades intensas que la política y la religión convencional habían dejado de ofrecer por si mismas.
Independientemente de su inscripción en colectivos más vastos, los pastores pentecostales –llamados en la jerga popular como “los evangelios”- y los pays no introdujeron, de todos modos, demasiadas novedades: absorbieron y resignificaron las antiguas creencias de curanderos y sanadores. Sus adherentes no dejaban de ser, en su mayoría, referencialmente católicos. Simplemente les añadían a sus prácticas heterodoxas -siempre observadas de reojo por la iglesia como las cadenas de oración, los templos hogareños, etc.- estos nuevos repertorios sin demasiados miramientos morales. Con los referentes sociales paso otro tanto: su inscripción “territorial” no comprometió su identidad peronista; aunque negociada con jerarquías mucho mas taimadas que las sobrenaturales: las procedentes de la estructura burocrática estatal.
*El autor es historiador y docente
Excelente análisis de la penosa omnipresencia del "pensamiento mágico" en todos los niveles del quehacer político, del que la fe en el mesianismo constituye una componente inseparable.- Es cierto que, el pobre tiende al mismo tiempo a ser conservador (porque, desconfía del cambio "explicado", prefiriendo el "status quo") y religioso, no solo porque cuando el diario vivir solo ofrece penurias, el creer en la posibilidad del "milagro" (sea político, religioso o ambos) ayuda a hacer la vida más llevadera, sino porque la fe elimina el principio de contradicción (que impide que algo sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido) y deja el camino abierto a la omnipotencia del pensamiento.- En ese sentido la aparición -en el mismo conexto- de la droga y su tráfico viene a cerrar el círculo.- En primer lugar porque la droga (que no es antirreligiosa, sino, a lo sumo, indiferente) no hace depender la fuga de la realidad de un futuro paraíso a lograr sino que, en proporción mayor que el alcohol, lls brinda ahora y ya y, en segundo lugar, porque su tráfico, sea al menudeo o en mayor escala, ofrece un empleo rentable y con futuro en un país cuyo crecimiento vegetativo natural (250.000 por año) por no agregar la sumatoria de una inmigración descontrolada) desde hace tiempo triplica la creación de empleo.- Este último es un tema que la incongruencia de los planteos religiosos (incluída la religión laica del marxismo y otras creencias políticas afines), empeñados en la defensa de la procreación ilimitada (cuando no en su fomento a través de subsidios) lisa y llanamente NO QUIEREN VER.- En la Argentina de hoy el "poblar" NO ES "gobernar"… sino TODO LO CONTRARIO y mientras, como parte ESENCIAL de la lucha contra la pobreza no se encaren políticas que frenen la inmigración y alienten la paternidad responsable (cuya ausencia aumenta un desempleo que la economía, y menos aún la argentina, aún creciendo a tasas chinas, dificilmente podrá revertir) la droga continuará siendo el mejor de los horizontes laborales para un numero creciente de proletarios sin otro futuro.