SARMIENTO Y LA REPÚBLICA por Francisco M. Goyogana
| 29 agosto, 2014En lo que parece un juego de palabras que conjugan al prócer con el sitio en que nos encontramos, quizá deberíamos referirnos a Sarmiento en la República.
La dimensión de este conjugado se presta para ser revisada desde diferentes posiciones del observador.
Sarmiento, en origen, representaba un producto de la peculiar cultura española, con profundas raíces inmersas en una cosmovisión colonial.
Tanto Cuyo como Chile, fueron los espacios donde nació y se hizo hombre. Cuando inició su primer periplo por el mundo, afín con la cultura que había adquirido a través de la lectura, tomó contacto con las ideas modernas, pero su naturaleza intrínseca estaba impregnada entonces, de la atmósfera provinciana propia de una remota aldea de la colonia española, con sus particulares características de una cristiandad primitiva.
Muchas de esas características eran las propias de una cultura en crisis, producto del derrumbe del sistema español del virreinato. La pérdida de las instituciones españolas, mostraron un pueblo en proceso de fragmentación.
Mientras tanto, algunas muestras de las crisis de las monarquías europeas llegaban a América y despertaban las inteligencias de muchos de sus hombres.
Las incesantes lecturas de Sarmiento lo aproximaban a las nuevas ideas que habían brillado sobre la Francia del siglo XVIII y estaban minando las viejas tradiciones, entibiando las creencias, y aún suscitando odio y desprecio por las cosas que hasta entonces eran veneradas.
Las novedosas teorías políticas trastornaban a los nuevos gobiernos, desligados de la Metrópoli, y abrieron las ex colonias a nuevos hábitos de vida, y a nuevas costumbres. El mismo Sarmiento ha expresado que las ideas de regeneración y de mejora personal, aquella impiedad del siglo XVIII, habían entrado en su propia casa por las cabezas de sus dos hermanas mayores.
Cuando Sarmiento se refiere a su educación, de acuerdo a sus propias palabras, alcanza un momento en que termina lo que llama la historia colonial de su familia.
Y lo que sigue, es la lenta transición , también penosa, de un modo se ser a otro. Sobrevienen entonces la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la guerra civil, la proscripción y el destierro.
El mundo comenzaba a entreverse por las puertas que se le abrían en la diáspora.
Por 1833, decía Sarmiento que pudo comprobar en Valparaíso que tenía leídas todas las obras que no eran profesionales, de las que componían un catálogo de libros publicados por el Mercurio. Esas lecturas, enriquecidas por la adquisición de los idiomas, le habían expuesto las ideas filosóficas, morales y religiosas. Educado por el presbítero Oro y por el cura Albarracín, procuró siempre la sociedad de los hombres instruidos, entonces y después sus amigos, y tantos otros que contribuyeron a desenvolver su espíritu.
se era el Sarmiento cabal en el segundo exilio de 1841.
Sarmiento era de extracción europea, y europea era su cultura, y aunque fue relativamente primitiva la que tuvo su primer desarrollo, evolucionaría luego a través de la influencia de la Reforma, la Ilustración y tantos otros movimientos que ocuparon su cerebro.
En 1845 el ministro Montt lo comisiona para que estudie los sistemas más avanzados de educación en los países adelantados.
En su viaje de alrededor de dos años, Sarmiento sufre el resquebrajamiento del espejo idealizado, en el que había imaginado se pudiesen mirar los rasgos futuros de la América del Sur. Lo inundan las decepciones cosechadas en el Viejo Mundo.
Pero lo aguarda la sorpresa.
De manera casi casual, toma una tardía decisión para alargar su peregrinaje en los Estados Unidos, en una corta estancia de unas seis semanas.
Después de casi dos años en Europa, Sarmiento ya había cumplido con la mayor parte de sus objetivos originales: había visitado los sistemas de educación pública en Francia, Holanda, Prusia e Inglaterra. Posiblemente Sarmiento no tendría en mente un recorrido por Estados Unidos, dado el tiempo transcurrido desde su salida de Chile y el agotamiento de los fondos disponibles.
Y fue precisamente en Londres, donde leyó Informe de un viaje educacional en Alemania, Francia, Holanda y Gran Bretaña, escrito por Horace Mann, un norteamericano de Boston.
Desde ese momento Sarmiento tuvo la idea fija de conocer personalmente a Mann y observar por sí mismo los logros de la educación en los Estados Unidos.
La dificultad para visitar a Mann consistía básicamente en la escasez de fondos. Pero tuvo suerte de encontrarse en Birmingham con un chileno amigo, Santiago Arcos, que llegó a aliviarle la necesidad económica con su ayuda. No obstante, Sarmiento tuvo que aplicarse a practicar severos medios de economía para hacer un viaje rápido y a la vez extenso. Visitó todas las grandes ciudades del noreste, Boston, Filadelfia, Nueva York, Pittsburg, Buffalo y Washington, y pasó por veintiún Estados.
En carta a Valentín Alsina, del 12 de noviembre de 1847, Sarmiento escribe:
(…) Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior (…) No es aquel cuerpo social un ser deforme, monstruo de las especies conocidas, sino como un animal nuevo producido por la creación política (…) De
manera que para aprender a contemplarlo, es preciso antes educar el juicio propio, disimulando sus aparentes faltas orgánicas, a fin de apreciarlo en su propia índole, no sin riesgo de vencida la primera extrañeza, apasionarse por él, hallarlo bello, y proclamar un nuevo criterio de las cosas humanas, como lo hizo el romanticismo para hacerse perdonar sus monstruosidades al derrocar al viejo ídolo de la poética romano-francesa.
Educados usted y yo, mi buen amigo, bajo la vara de hierro del más sublime de los tiranos, combatiéndolo sin cesar en nombre del derecho, de la justicia, en nombre de la República, en fin, como realización de las conclusiones a que la conciencia y la inteligencia humana han llegado, usted y yo, como tantos otros nos hemos envanecido y alentado al divisar en medio de la noche de plomo que pesa sobre la América del Sur, la aureola de luz con que se alumbra el norte. Por fin, nos hemos dicho para endurecernos contra los males presentes: la República existe, fuerte, invencible; la luz se hace; un día llegará para la justicia, la igualdad, el derecho; la luz se irradiará hasta nosotros cuando el sud refleje al norte.
¡Y cierto, la República es! Sólo que al contemplarla de cerca, se halla que bajo muchos aspectos no corresponde a la idea abstracta de que ella teníamos. (…) Así, pues, nuestra República, libertad y fuerza, inteligencia y belleza, aquella República de nuestros sueños para cuando el mal aconsejado tirano cayera, y sobre cuya organización discutíamos candorosamente entre nosotros en el destierro, y bajo el duro aguijón de las necesidades del momento; aquella República, mi querido amigo, es un desiderátum todavía, posible en la tierra si hay un Dios que para bien dirige los lentos destinos humanos, si la justicia es un sentimiento inherente a nuestra naturaleza, su ley orgánica y el fin de su larga preparación.
Si no temiera, pues, que la citación diese lugar a un concepto equivocado, diria al darle cuenta de mis mpresiones en los Estados Unidos, lo que Voltaire hace decir a Bruto:
Et je cherche ici Rome, et ne la trouve plus
Como en Roma o en Venecia existió el patriciado, aquí existe la democracia; la República, la cosa pública vendrá más tarde. Consuélanos, empero, la idea de que estos demócratas son hoy en la tierra lo que más en camino van de hallar la incógnita que dará la solución política que buscan a oscuras los pueblos cristianos, tropezando en la monarquía como en Europa, o atajados por el despotismo brutal como en nuestra pobre patria.
(Domingo F. Sarmiento, O.C. V, Universidad Nacional de la Matanza, San
Justo-La Matanza, 2001, pp. 255-256)
Más adelante, Sarmiento expresa:
En Norte América, el yanqui será fatalmente republicano, por la perfección que adquiere su sentimiento político, que es ya tan claro y fijo como la conciencia moral; porque es de dogma que la moral es adquirida, sin lo cual la revelación era inútil, y no se ha hecho revelación alguna a los hombres para guiarse en sus relaciones con la masa.
(Ibid., pp. 291)
Sarmiento, fiel discípulo de las más adelantadas tendencias del pensamiento europeo de su tiempo, absorbe una perspectiva que aceptaba a la cultura europea o anglosajona como norma privilegiada.
Esto es especialmente evidente en relación a sus ideas en cuanto a la libertad.
En sus comentarios sobre los Estados Unidos, Sarmiento ofrece un himno a la libertad que gozaba la población en su comportamiento individual.
Para él, la hazaña máxima de la sociedad norteamericana era que el hombre había alcanzado por fin la estatura de ser completo, dueño de sí mismo en todas las esferas de la vida. Esto era evidente, en razón de que allí todos los ciudadanos vivían sin restricción alguna sobre su modo de expresión, asociación, movimiento o creencias religiosas.
El tema de la libertad universalmente compartida, llega a ser el motivo vivo de todo el relato de la experiencia en Estados Unidos, que registró en su libro Viajes por Europa, Africa y América (1845-1847).
Es posible inferir, aún, que el propósito central de Sarmiento era “mostrar como obra la libertad para producir prodigios de prosperidad que los Estados Unidos ostentan.”
En Sarmiento y los Estados Unidos, Ezequiel Martínez Estrada (Cuadernos Americanos 63, Nº 3, 1952, pp. 186-204) ha dado una explicación de la importancia que tuvo esta primera visita a los Estados Unidos en el pensamiento de Sarmiento.
Sarmiento, como él mismo escribe, descubrió un mundo que anteriormente sólo había soñado.
Antes de esta visita, había ideado teorías acerca del tipo de civilización que ambicionaba para su país y Sudamérica toda. Pero lo que vio y aprendió en Norte América, le proveyó de un modelo concreto para reemplazar lo que antes eran ideas dispersas en sus sueños.
Su obra de 1849, Viajes por Europa, África y América, como lo expresa su título, es una crónica viajera con impresiones personales, y referencias a los temas que más le interesaban:
1. Instituciones relacionadas con la educación pública.
2. Organización y funcionamiento de los gobiernos municipales.
3. Relación entre las tradiciones sociales.
4. Principios constitucionalistas.
Muchos otros temas se encontraban en proceso de incubación, y fueron omitidos en Viajes. A medida que fue consolidando esas nuevas ideas, resolvió desarrollarlas con mayor detalle en otros escritos.
Fiel a su intención, los trabajos posteriores atestiguarían la importancia que tenían los ejemplos de los Estados Unidos; así aparecieron De la educación popular en 1849, Argirópolis en 1850, y Comentarios de la Constitución en 1853.
En el segundo destierro chileno, Sarmiento, de treinta años, se encontró en Chile con una república fuerte dotada de un gobierno conservador y un clima de liberalismo progresista; y hacia 1842, comenzó a advertir una actividad intelectual relacionada con la captación de las nuevas ideas nacidas con los movimientos revolucionarios, que sacudían a las monarquías del Viejo Mundo.
Más tarde, las experiencias chilenas, el primer viaje a los Estados Unidos y su segunda oportunidad norteamericana como ministro argentino en la nación que terminaba de dejar atrás la guerra de secesión, completaron el inventario necesario de su propia concepción de una República fuerte, de cuyos beneficios fue un defensor entusiasta, especialmente desde la prensa y el Senado, antes y después de su presidencia ejemplar, y obviamente durante su ejercicio de la primera magistratura.
Sin embargo, se mantenía en un punto de equilibrio que le impedía caer hacia algún extremo; y seguramente no le resultaba lejana la interrogación sobre cual era el mejor régimen, que en el decir de Alberdi, le significaba a Sarmiento no perder de vista las cosas concretas de aquel relativismo:
(…)entre la república de Estados Unidos y la monarquía española, sería
estúpido ser monarquista; entre la república de Bolivia y la monarquía
inglesa sería estúpido ser republicano.
Sarmiento, con su obsesión por el orden, no se enceguecía con el paradigma de una república que estuviera fuera del rango de una polaridad entre virtud e interés, entre una república de habitantes y una república de ciudadanos.
En el medio se encontraba el contraste entre el bien que persigue un ciudadano virtuoso y las consecuencias imprevisibles de la actividad humana; la disputa que contrapone formas puras y formas mixtas de gobierno; los conceptos novedosos que caracterizan dos tipos de participación política, sean de naturaleza directa o indirecta; el rol del pluralismo opuesto a la centralización estatal; la dificultad para resolver la paz entre concepciones de guerra; la capacidad, en fin, para el ejercicio de una política capaz de conjugar igualdad y libertad, virtud e interés.
Sarmiento, que se había definido como unitario en Recuerdos de Provincia al referirse a su familia de los Oro, que reitera más adelante, en el capítulo La vida pública del mismo libro, cuando confiesa “Al día siguiente era yo unitario”, da paso al Sarmiento que le escribe a Mitre que era “federal de convicción.”
El unitario Sarmiento, partidario de una Nación grande en vez de un país fragmentado por el caudillaje que se llamaba a sí mismo federal pero no lo era, había superado el término federal en ese momento, que contenía el concepto y alcance de lo que se entendía por federal en los Estados Unidos.
En Estados Unidos, federal era y es sinónimo de nacional y hace referencia a una federación en la que, aunque manteniendo un alto grado de autonomía, cada Estado de la Unión norteamericana ha cedido la parte más sustantiva de su soberanía al gobierno central, que adquiere de ese modo jurisdicción directa sobre los ciudadanos de los diferentes Estados.
En las Provincias Unidas del Río de la Plata, la Confederación no dejó de ser una asociación de Estados federados, donde no había un gobierno central que tuviera jurisdicción directa sobre los habitantes de las provincias.
Era precisamente Sarmiento el que proponía en Argirópolis, publicada en marzo de 1850, la creación de la Capital de la Confederación Argentina en la isla Martín García, como proyecto de solución frente a las dificultades que impiden la pacificación permanente en el Plata.
Desde esta perspectiva, se puede abordar la idea de la Nación adjetivada civilizada y cívica en el discurso político de Domingo Faustino Sarmiento. En tanto, miembro destacado de las élites ilustradas del siglo XIX argentino, su discurso es representativo del filosofema republicano (afirmación de una nacionalidad) que era sostenido por esas mismas élites frente a otras formas políticas que, en un momento de confrontaciones violentas y luchas inacabables, eran consideradas como una continuidad del orden colonial o, peor aún, como límites naturales al proceso de civilización.
Sarmiento es un adelantado en el siglo XIX que ha dejado atrás las disputas onto-teológicas de la política y se encuentra de lleno en un momento de legitimación de los sistemas políticos que tienen como base el derecho natural, que concibe a los individuos libres e iguales, y al contrato como nueva representación del lazo social. Allí aparece la República.
El establecimiento de la República parte de la necesidad de recomponer el orden político luego de la independencia de España, que comprometía no solo el reemplazo de un régimen político que había caducado, sino también la de formar una Nación en el antiguo territorio del virreinato.
La construcción de la República no sería cosa fácil. Todavía en el siglo XX, precisamente en 1918, José Ingenieros sostenía, comentando los postulados sociológicos de Alberdi:
La República no era de verdad de hecho en la América del Sur porque el pueblo no estaba preparado para regirse por este sistema, superior a su capacidad.
(José Ingenieros, La Evolución de las Ideas Argentinas, O.C. T. V, Elmer,
Buenos Aires, 1957, p. 71)
La comparación entre los ideales republicanos y las prácticas efectivas que los gobiernos republicanos han llevado adelante, han tenido siempre como resultado expresiones pesimistas, ya que en pocas ocasiones la república ha encarnado aquellos principios de libertad e igualdad sobre los que pretendía basarse. Por el contrario, muchos proyectos que inicialmente se quisieron republicanos, fueron acercándose en la práctica a propuestas de carácter contrario.
Si en los inicios de la República moderna en Estados Unidos se recurre al modelo antiguo de Grecia y Roma, o de las repúblicas del renacimiento italiano, para encontrar matrices de pensamiento y lenguaje que pudieran dar sentido a las nuevas experiencias, la República en la Argentina se introduce primero por la vía de los libros, o sea por la influencia directa de las reflexiones de los filósofos.
La construcción de la Nación Republicana y la consecuente búsqueda de una identidad colectiva que le sirviera de base, ha sido la tarea explícita de una generación intelectual, la autodenominada nueva generación, de la cual Sarmiento y Alberdi son figuras paradigmáticas.
Ubicados entre un pasado colonial que no debía volver pero de cuyo legado se sentían portadores, abiertos a las nuevas ideas pero críticos de la frustrada experiencia del ensayo rivadaviano, que involuntariamente había sido la puerta de entrada para la anarquía y la tiranía, proscriptos bajo ese régimen, la realidad se les presenta como un enigma, que al decir de Sarmiento, requiere los recursos del entendimiento y la imaginación, para comprender y actuar sobre ese desvío, que contravenía el desenvolvimiento político de los principios de la razón.
El discurso de la generación de 1837 surgía de la revolución, y como toda revolución era un nuevo inicio que rompía radicalmente con lo anterior.
Los republicanos del 37, confiados en los principios racionales, no podían, sin embargo, negar la historia, los fracasos, las inconsecuencias, las oposiciones.
La República a instaurar debía ser, en consecuencia, producto de las luchas y de los compromisos. Partidario de una filosofía y de un régimen de libertad, oponiéndose a la violencia de su adversario el despotismo, será con las armas de la libertad que Sarmiento podrá defenderse o atacar. Por eso sus escritos, los artículos que escribe en el Mercurio o El Progreso en Chile o sus libros, redactados siempre al calor del debate, son parte de la acción política sarmientina.
La obra Argirópolis, escrita en Chile, al igual que el Facundo, fue concebida como una intervención en los conflictos del momento.
En el comentario de éste libro aparecido en la revista de los republicanos franceses La liberté de penser, Ange Champgobert previene sobre una mala interpretación del nombre. No se trata, dice, de una República de Utopía, como la Atlántida de Platón, o la Ciudad del Sol de Campanella.
Argirópolis “es el nombre expresivo de la futura capital de los Estados Unidos del Río de la Plata”. El comentario de Champgobert, dirigido a sus compatriotas franceses, elogia el proyecto de Sarmiento, que destacaba los dos puntales del interés de Europa en América: la inmigración, ya que las tierras de los márgenes del Plata pueden representar “un lugar para los miles de pobres obreros que mueren de hambre en la vieja Europa”, y en segundo lugar el comercio, “que puede aportar millones” para Francia.
Debe recordarse aquí que Sarmiento fue, junto con Alberdi, responsable del proyecto de poblar estas tierras con inmigración europea, para incorporar por ese medio hábitos laboriosos y actitudes cívicas de los que carecían los habitantes de la región.
En Argirópolis, Sarmiento imagina la reorganización del territorio colonial según el modelo de la República federal norteamericana.
Con la idea de que los territorios segmentados y enfrentados pudieran algún día conformar los Estados Unidos de América del Sur, Argirópolis sería su Capital.
Desde el exilio, Sarmiento propone la tarea de fundar la República e intervenir en el conflicto de influencias entre Buenos Aires y las provincias de la Confederación, para desplegar el modelo de la República como reordenamiento del territorio colonial.
En Argirópolis, Sarmiento repasa las instituciones políticas, porque la construcción de la Nación se confunde con la organización del Estado en el Congreso, porque la forma de gobierno es la República representativa, y la división de poderes la que establece los mecanismos de control horizontal de los gobernantes y garantiza la existencia de una justicia autónoma.
Refiriéndose a su idea de un orden político republicano en América del Sur, dirá:
Son sueños, (…) pero sueños que ennoblecen al hombre, y para los
pueblos basta que los tengan y hagan de su realización el objeto se sus
aspiraciones para verlos realizados.
(Domingo F. Sarmiento, Argirópolis o la Capital de los Estados
Confederados del Río de la Plata, Claridad, Buenos Aires, 1916, p. 102)
Es más bien la conjunción de utopía y voluntad propia de un individualismo moderno, la que aparece en los argumentos nutridos del espíritu de la época con lo que apoya su propuesta de fusión del territorio colonial. Así, adjudica la tendencia moderna de los pueblos a reunirse en naciones a la ley de la marcha de la especie humana que determina la reunión en grandes grupos, por razas por lenguas, por civilizaciones idénticas y análogas, y asimismo recurre a la ciencia económica para mostrar cómo desde el mecanismo de las fábricas hasta la administración de los Estados, grandes masas de capitales y brazos soportan con menos gasto el personal que reclaman.
Oponiendo lo universal de la historia al particularismo que derivaba de la fragmentación colonial, Sarmiento se mostraba como un hombre moderno.
Estos valores orientan para Sarmiento, el pasaje de la barbarie a la civilización en la América del Sur.
La República moderna que se estaba gestando en América del Norte es un momento en el orden temporal de la República, que la América del Sur intentará continuar a su tiempo.
En el discurso que pronunciara en la Sociedad Histórica de Rhode Island el 27 de octubre de 1865, La Doctrina Monroe, pone a la historia como base del desenvolvimiento de la República:
No os pedimos indulgencia sino justicia para la América del Sud. Sólo el tiempo necesario para que cada causa produzca su efecto (…) Los Estados Unidos pusieron diez años en hacer la guerra de la Independencia y cuatro en la de la esclavitud. Como nosotros hicimos las causas a un tiempo, pusimos quince. Estamos a mano (…) vosotros no habéis hecho la guerra para establecer la libertad de conciencias que la Inglaterra hizo por vosotros en un siglo de horrores, de persecuciones y de destierros por millares. Vosotros sois el resultado de esa guerra.
(Domingo F. Sarmiento, O.C. XXI, Luz del Día, Buenos Aires, 1947, p. 13)
Esta referencia a la historia puede ser de utilidad para hacer una reflexión final.
La República estaba a la vez dentro de la historia y fuera de ella.
Los obstáculos en la construcción de la República, como así también en la formación de la ciudadanía, dependen de la condición temporal.
Las ideas de libertad e igualdad que daban sustento racional a la forma política republicana, representaban, por el contrario, el más alto logro de la humanidad.
Confrontado a la realidad de Sud América, se trata para Sarmiento de construir una sociedad posrevolucionaria, próxima a los modelos franceses que había estudiado en los textos de Cousin y de Guizot, en primer término, y luego siguiendo la experiencia de la República norteamericana.
Esto supone traer a la realidad ideas y principios: el Estado-nación, como principio de centralización en el orden temporal, y la libertad y la igualdad, como principios del despliegue del espíritu humano en el campo inmaterial.
Principios que responden a naturalezas distintas pero que se conjugan en el gobierno representativo, medio en el que se realiza históricamente la esencia de la civilización.
Sarmiento deseaba ardientemente instalar en su República la combinación de la democracia, con la defensa de la libertad para cada ciudadano.
Y Sarmiento sabía que la historia tiene ese sentido, una dirección ineluctable, porque era la realización de una idea de grandeza.
Francisco M. Goyogana es miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia