FÚTBOL, POLÍTICA Y DISTORSIONES por Ernestina Gamas*
| 14 julio, 2014Desde finales del siglo XIX se han desarrollado estudios sobre el comportamiento y la psicología de las masas o multitudes. “En una masa todo sentimiento, todo acto es contagioso” (Le Bon), “La masa tiene que hallarse mantenida en cohesión por algún poder y a qué poder resulta factible atribuir tal función si no es al Eros” (Freud) Pese a las diferencias bastante significativas entre ambos autores, los dos coinciden en que el comportamiento de la masa es emocional y pasional. Mucho se ha escrito desde entonces sobre el tema.
El fútbol, está considerado “pasión de multitudes”. Frente a este espectáculo se producen vínculos entre la hinchada y su club. Esto pasa particularmente en el caso de los campeonatos mundiales, cuando la identificación se produce con la selección que representa a su país. Podría decirse que durante estas confrontaciones se entra en “otro estado de conciencia”. Se trata de un fenómeno de rivalidad que supera el barrio, la barra o el estrato social y donde se involucran complejos aspectos culturales e históricos
Johan Huizinga, filósofo e historiador holandés, escribió en 1938 una de sus principales obras, “Homo Ludens”, donde plantea la teoría de que el juego ocupa la función de la lucha por algo, pero que se desenvuelve dentro de límites establecidos, según reglas aceptadas, en un espacio y tiempo determinados. Durante su desarrollo, se permite a la conciencia “ser de otro modo en la vida corriente”, en un clima de tensión y de alegría. Según Huizinga, el juego es un fenómeno de cultura, esencial a la condición humana.
El “Fair Play” o juego limpio, pretende contener esta manifestación cultural dentro de sentimientos naturalmente satisfactorios y agradables. Se juega para enfrentar al contrincante respetando las reglas, para que no se trate solamente de ganar sino también de aceptar la posibilidad de perder. Eso no concierne exclusivamente a los jugadores sino al público que simpatiza con los equipos. Pero como se trata de pasiones y de multitudes, se eluden los comportamientos reflexivos.
La utilización del deporte que ha hecho la política se remonta a los orígenes de la civilización. El fútbol en particular tiene una tremenda repercusión social. Percibido por los que detentan el poder, no es de extrañar que su aprovechamiento no siempre se mueva por motivos “puros”. Muchos intereses futbolísticos están imbricados con los intereses políticos y se produce su constante manipulación para acrecentar poder y dinero. En nuestro país el “Futbol para todos” ha sido una vergonzosa vía de propaganda del gobierno dirigida a una clientela cautiva o mejor dicho, cautivada durante el desarrollo de su deporte favorito. Los aportes para el financiamiento de dicha campaña han salido de diferentes cajas, todas ellas alimentadas por los impuestos que los mismos espectadores pagan.
En 1978, durante la dictadura Militar, Argentina fue la sede del campeonato Mundial de Futbol. El régimen se valió del mejor telón para encubrir el siniestro y macabro plan de torturas, desaparición y muerte de personas. Con un amplio programa de propaganda, se distrajo a la población y al mundo de la realidad que se escondía a pocas cuadras del estadio Monumental, donde se jugaron gran parte de los encuentros. La ESMA era una de las cárceles más brutales de tormento y de represión. Es probable además que en esos mismos momentos, a pocos kilómetros de distancia, aviones cargados de prisioneros adormecidos sobrevolaran el agua para tirarlos vivos al fondo del mar.
En ese entonces, el triunfo de Argentina en el partido final contra Holanda dio lugar a multitudinarios festejos callejeros. Hay testimonios de prisioneros que cuentan que ese día, algunos fueron sacados de su encierro por sus guardias y obligados a participar de los festejos, subidos en autos con techo corredizo. Cuenta Miriam Lewin que en ese momento hasta los prisioneros asomaron la cabeza y se dejaron arrastrar por la euforia del triunfo. “Nos llevaron a una pizzería en la calle Maipú. La gente no dejaba de saltar arriba de las sillas, de subirse a las mesas, de abrazarse y de tocar bocina”. Describe la escena como dantesca, donde la alegría era tal que nadie percibía esta presencia de seres pálidos y temblorosos que eran dados por desaparecidos.
La imagen del General Videla, presidente de la Nación, paseaba por el mundo capitalizando la victoria, dando la sensación de que era amado y respetado por todos los argentinos. A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. Para la realización de este campeonato de futbol se creó el EAM, Ente Autárquico Mundial y se calculan sus gastos en 700 millones de dólares, una cifra sideral y envuelta en corrupción. El ente se disolvió al año siguiente sin dar cuenta de la diferencia entre lo recibido y lo gastado.
Salvando las distancias de ese horror con el presente, el mismo día en que la selección argentina ganaba el partido contra Holanda, por la mañana, en los festejos del 9 de Julio en Tucumán, un vicepresidente procesado y con pruebas contundentes de su responsabilidad por los cargos de que se lo acusa, presidía el acto de la conmemoración más importante de la Patria. No se limitó a eso sino que tomó la palabra y arrogándose la categoría de Prócer, destacó los méritos del gobierno al que pertenece, alabando a Perón, a Néstor y a Cristina. Se trata de un gobierno que durante el tiempo de su mandato, ha degradado valores, instituciones, comportamientos y sentimientos del pueblo a quien dice representar. Al mismo tiempo, una periodista que cubría el acto pretendió acercarse para realizar su trabajo y fue ferozmente golpeada por la custodia de este personaje aventurero, oportunista y sin escrúpulos, cuya vida viene transcurriendo entre el fraude y la guitarra. Una de las imputaciones que le hizo un fiscal al Vicepresidente es que, junto al actual director de la ANSES, ejercieron administración fraudulenta y realizaron malversación de caudales al haber desviado fondos de ese organismo para el “Futbol Para Todos”.
Un Vicepresidente acusado de corrupción al frente de esa conmemoración, de un acto patrio convertido con el mayor cinismo en un acto político, es una de las mayores humillaciones a las que ha sido sometido el pueblo argentino. El alboroto de la contienda deportiva por desarrollarse ese día, hizo que la gran mayoría de los argentinos ignorara este hecho escandaloso. Debe agregarse que en todos los titulares de los diarios de ese mismo 9 de julio, se hablaba de la “humillación” con que Alemania había “avergonzado” a Brasil por su goleada de 7 a 1 el día anterior. En honor a la realidad sólo se trataba de un partido de fútbol en el que uno de los dos equipos había jugado mejor.
Pocas horas más tarde con el triunfo de Argentina, la multitud se volcó a las calles y cantó el himno con fervor patriótico. Festejaba sin reparar en el ultraje y el oprobio al que los ciudadanos habían sido sometidos esa misma mañana. Faltaba el último escalón para alcanzar la gloria.
Ahora, después de jugado el último partido, después del gol de último aliento que consagró al campeón del mundo, el saldo resulta bastante lamentable. No se trata de una evaluación deportiva. Eso queda a cargo de los especialistas y opinólogos que ensayarán explicaciones sobre la realidad y todo tipo de especulaciones contra fácticas para explicar el no triunfo. En cambio, sí se trata de hacer una valoración sobre esa multitud nuevamente de las calles. Esta vez para festejar la derrota. Multitud que según la interpretación de Spinoza, tiene existencia en tanto muchos y que sentía la necesidad catártica de vivir su última noche épica. Pero a veces los hechos tuercen las mejores intenciones.
De la multitud surgieron individualidades. Inadaptados conformando una horda desenfrenada y salvaje que comenzó desde temprano el saqueo y el destrozo de cuanto encontraba a su paso. Habría hecho falta tal vez una acción de inteligencia por parte de la policía para saber que esto no podía terminar de otra manera. Los trabajadores de los medios que cubrían con sus cámaras la marcha, mostraban impotentes y, hasta con riesgo de su propia integridad, la acción delictiva de sujetos a los que fue difícil controlar. Habrá que evaluar los daños y el costo de los mismos.
Cabe hacerse unas preguntas frente a la demostración pasional de esa multitud, conformación que se siente como suficiente amparo. Si sus integrantes hubieran reflexionado sobre posibles riesgos, ¿habrían expuesto a niños, a criaturas en cochecitos, a una posible violencia o salida de cauce del festejo? Es más, si se hubieran detenido un segundo para razonar para darse cuenta de que la fiesta había llegado a su fin, a lo mejor habrían perdido el control, devastados por el pánico. Y la cruda realidad cotidiana se habría tomado la revancha y les habría enrostrado su condición individual desprotegida.
Julio 2014
* Escritora y Directora de con-texto