RES PÚBLICA EN REVERSA por Francisco M. Goyogana
| 22 marzo, 2014La Argentina, todavía al acercarse a la mitad de la segunda década del siglo XXI, continúa mostrando conductas tribales políticas y sociales similares a las de las épocas primitivas.
Esas conductas tribales demuestran la anulación de la ciudadanía, al tiempo que corrompen perversamente a la Res Publica.
La realidad corriente también exhibe la desviación de los partidos políticos que se encuentran, al parecer más que nunca, ajenos a la Res Publica en sus ataduras con el partido político respectivo.
La generalización de un término, partido, si es referido a la política, acusa una falta de precisión si se lo evoca como una división del todo, la acción de partir, significando una mera parte, olvidando de la palabra partido tiene más de tres decenas de significaciones y que la primera de ellas posee como adjetivo su relación con lo franco, lo liberal. Sin embargo, otra acepción como substantivo masculino alude al conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa. Si se trata de partido en el sentido de juego, consiste en un conjunto de varios elementos que entran en él como compañeros, contra otros tantos, además de una interpretación que lo hace como competencia.
Un vocablo polisémico como partido, en la práctica significa transmitir para la observación corriente, que su empleo tiende a mostrar en grado variable, a una parte del todo distante del cuerpo político de una sociedad y por ende, de la Res Publica, causa pública, del común o de su utilidad. Es decir, el divorcio al menos de dos segmentos socio-políticos de una misma sociedad y la desunión de un pueblo.
En este punto, la visión partido-céntrica deja de considerar el interés general a expensas de los réditos destinados a satisfacer un beneficio tribal, alejado de la Res Publica. La falta de unión de un pueblo representa la mayor dificultad para su conducción, razón por la cual es necesario contemplar en términos generales las mejores condiciones básicas para la totalidad de la población. Sin perjuicio de las formas de administración, los objetivos de la República se encuentran en la letra y espíritu de la Constitución Nacional.
La Res Publica, la cosa pública, es en sentido amplio, una forma de gobierno que se caracteriza por la organización política que descansa sobre un principio. Este principio estima a los ciudadanos con derecho a voto, al electorado, como la raíz última de la legitimidad y de la soberanía. Por extensión, se denomina República o sea Res Publica, al Estado que posee dicha organización. Su uso se vincula generalmente con los conceptos actuales de sector público y Estado, y con los conceptos comunes de bien común y procomún o de utilidad pública.
El término latino Res Publica proviene del período intermedio del Reino y el Imperio en la historia de Roma, pero su antecedente, con un significado más genérico para referirse a la política y sus actividades en general y al gobierno estatal, se traducen en el concepto griego de politeia, término con el que Platón llamó a su libro que hoy es conocido como República.
Mucho después, Montesquieu ( 1689 – 1755 ) señalaba en 1748, la existencia de tres especies de gobierno: el monárquico, el despótico y el republicano. Para Montesquieu, el apego a la República es la adhesión a la democracia, al postular el liberalismo parlamentario, y sobre todo, la separación-división del poder del Estado, para hacerlo republicano y democrático con el advenimiento de sus partes independientes: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial. El pensamiento de Montesquieu tenía como objeto derribar todo tipo de despotismo y mantener las libertades políticas por medio de esos tres poderes, al obrar como contrapesos, en un balance que provea la gobernabilidad republicana.
La no contemplación debida de la idea de Montesquieu conduce a la esencia del desgobierno, todavía más de doscientos cincuenta años de haber sido manifestada, debida básicamente a la falta de predicción de las dificultades a su debido tiempo, y la posibilidad práctica de proceder con la mayor facilidad o conveniencia, en la prevención de las causas intencionales y deliberadas de las conductas obsesionadas por la mera detención del poder.
Desatender el gobierno racional para la totalidad de los ciudadanos conduce a los crímenes provocados por la ausencia del buen sentido que debiera aplicarse, que es también la adopción de la estupidez como forma de comportamiento, generadora en consecuencia, de los infortunios de los gobernados.
Por eso, la estupidez es el comportamiento que no sólo muestra la falta de buen sentido, sino además la descalificación por carencia de inteligencia.
La falta de buen sentido aparece independientemente de los tiempos históricos o de sus localizaciones, como lo demuestran los casos de la Argentina y Venezuela frente al resto de los países del hemisferio sur; conceptualmente parece escapar del tiempo en su universalidad, aunque los hábitos y creencias de un tiempo particular y lugares determinen las formas a adoptar.
Cabe preguntarse entonces, desde que la estupidez y aún la perversidad, con su falta de buen sentido, son inherentes a los individuos, si debe esperarse cualquier cosa de un gobierno.
Juan María Gutiérrez decía que: La Constitución no es una teoría. Es la Nación Argentina hecha ley. El prólogo de la Constitución Nacional expresa la reunión de los representantes del pueblo, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para todos los que habiten el suelo argentino, en una excelsa síntesis de Res Publica, acorde con las doctrinas filosóficas adoptadas y a la comprensión de la idea común de que cada estilo de pensamiento pertenece a la familia humana, por encima de su diversificación y a son de su carácter estable.
Pero al mismo tiempo, mantener a la vista la evolución como fenómeno inherente al desarrollo de los ciudadanos con un sentido progresista, fuera del alcance de las revulsiones provocadas por la inserción de ideas ajenas por compatibilidad en un sistema, particularmente por la aplicación de cambios violentos en las instituciones políticas, económicas o sociales de la nación.
El mejor de los progresos es provisto por un sistema anticipatorio de los problemas que acarrea el proceso evolutivo de individuos y sociedades, como medio de protección de los derechos humanos, conculcados históricamente en las acciones y efectos que revuelven violentamente a a los hombres y a las instituciones.
Así, los derechos del hombre se encuentran conceptualizados en la historia de los filósofos políticos desde Platón y Aristóteles, a través de Tomás de Aquino, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Rousseau, Jefferson, Madison, Hamilton, Nietzsche y Marx, que han dedicado su pensamiento en los planos superiores de la ética, la soberanía, el contrato social, la corrupción del poder y el equilibrio entre la libertad y el orden, éste último en el sentido de concierto o buena disposición de las cosas entre si, a efectos de la aplicación de la forma de gobierno que proteja al género humano.
La teoría a aplicar deberá obligadamente evitar la ignorancia de quienes ejerzan el gobierno y lo practiquen exclusivamente para los sectores que consideren de su propiedad, circunstancia que afirmará la desigualdad al demostrar que, tanto los pueblos electores, y los gobernantes como elegidos, desconocen el arte de hacer que un país abra sus puertas al progreso.
Sobre la base de la Res Publica, la República de todos deberá para su éxito, elaborar un diagnóstico correcto, condición sin la cual no existen soluciones eficaces. Para eso se deberá tener en cuenta que las ideologías manejadas por aprendices de brujos se contrapondrán con las enseñanzas de los grandes maestros del pensamiento que han señalado que la vida de los hombres no ha de convertirse en una sirvienta de las ideologías. Las ideologías son rituales, no conducen a la verdad crítica. Sirven para catequizar, para reclutar adeptos, para ordenarlos sin que piensen ni se valgan por sí mismos, y terminan al final erosionando el proyecto de Res Publica, la República para todos.