EL YRIGOYENISMO (ALGO MÁS QUE «PATÉTICAS MISERABILIDADES) «RÉGIMEN FALAZ Y DESCREÍDO» O «EFECTIVIDADES CONDUCENTES» por José A Giménez Rébora
Nestor Grancelli Cha | 14 diciembre, 2013La diferencia entre partido y movimiento es materia propia de científicos políticos; sin embargo, pese a no serlo, aportamos una visión que cree que decir «patéticas miserabilidades», «régimen falaz y descreído» o «efectividades conducentes» es menos importante que el carácter pluriclasista y pluriregional; así lo fue el radicalismo hasta su progresiva partidización desde la muerte de Yrigoyen en 1933.
Hasta entonces, no obstante el fragor de las luchas políticas, se cuidó de hacer formulaciones y acciones para no suscitar enfrentamientos sociales o regionales (Pellegrini se dijo su amigo; Figueroa Alcorta presidió la Corte cuando él fue Presidente, etc.)
Alem (1841-1896) en agosto de 1892 ubicó al radicalismo como algo diferente a los demás partidos actuantes, conservadores o liberales tradicionales y a otros en ciernes (socialismo, liga del sur en 1908, etc.), al definir los criterios a que se subordinarían sus luchas contra los privilegios se sujetarían a cuatro puntos:
1. el respeto por la libertad política,
2. la honradez administrativa,
3. el sentimiento nacional y
4. la impersonalidad de la coalición de ese año (1891)
Tales «puntos» no eran, pues, clasistas, regionalistas, elitistas o condescendientes con vivir deshonestamente o con limitarle la libertad a otro y, desde luego, no implicaban un programa al detalle según el estilo partidario en boga; implicaban sí, algo diferente a la idea de que pudiera anteponerse la defensa de lo particular a lo nacional o la autorización del agravio a otros despreciando como política de gobierno propiciar el encuadramiento de los conflictos y el desarrollo nacional con miras a resolver las cuestiones propias de la convivencia nacional e internacional.
Más tarde, Yrigoyen exigido por las alternativas que le imponía la ley electoral de 1912, tras los intentos revolucionarios radicales de 1893 y 1905, reiteró esos «cuatro puntos» mediante una formulación equivalente diciendo que su programa era la Constitución nacional de 1853, que, aunque no lo vieran sí los interesados y los doctrinarios, era un obvio pacto de diversidades de todo tipo, pacto cuyo preámbulo, justamente, señalaba objetivos aún pendientes de consumar.
A pesar de haber sido tratado de ignorante, psicópata, etc., en 1923, entre lo poco que dejó escrito Yrigoyen, que era un político y no un científico, usó estas expresiones explicativas:
«La U. C. Radical (Unión Cívica Radical) es… (un) movimiento de opinión nacional que enraíza en los orígenes de Mayo… y por eso es prenda segura de trabajo, de paz, de libertad, de progreso y de justicia… La política que apliqué en el gobierno era la que persigue la humanidad como ideal supremo de su progreso y bienestar. Aquella que hace plácida la vida de las sociedades y estimula sus actividades y venturas, en la vigencia de un ordenamiento legal equilibrado, entre las dos grandes fuerzas siempre combatientes: el capital y el trabajo. Naturalmente me sentí atraído por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelan un poco de justicia. Ese poco de justicia que representa el mínimo de felicidad a que tienen derecho los proletarios de todo el mundo. Esta política liberadora, no fue a pesar de ello, ni parcial ni partidaria, ni menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad a todos los avances y al desarrollo económico y social de la Nación.» (YRIGOYEN, Hipólito, Mi vida y mi doctrina (1923), Leviatán, Buenos Aires 1981, 50/1 y 138/9; libro con prólogo de Horacio B. Oyhanarte del 3.7.1945 y estudio preliminar de Hebe Clementi a la edición de 1981)
Yrigoyen reiteraba, entonces, varias cosas útiles para reflexionar:
• el radicalismo era un movimiento de opinión nacional (no un partido en términos convencionales)
• enraizaba en los orígenes de Mayo;
• el pensamiento de Mayo equivalía a trabajo, paz, libertad, progreso y justicia;
• dicho radicalismo postulaba un ordenamiento legal equilibrado para dirimir las controversias entre el capital y el trabajo sin perjuicio de su preocupación por el drama tremendo de los que nada tienen y sólo anhelan un poco de justicia; y
• su política liberadora, no fue a pesar de tal preocupación y simpatía ni parcial ni partidaria, ni menos excluyente; se fundamentó en el bien común y dio estabilidad a todos los avances y al desarrollo económico y social de la Nación.
Consecuentemente, el radicalismo de entonces no era propiamente un partido con fines «particulares» sino algo distinto; tenía un fin nacional y por ende, sus formulaciones no debían contrariar a algún sector o región, ni ser una doctrina petrificada y facciosa ni debía propiciar políticas contrarias a la realización y dignidad nacionales.
En muchas ocasiones, a manera de definición, Yrigoyen reiteró lo del Quijote y lo de Martín Fierro repitiendo que «no es para mal de ninguno, sino para bien de todos» o «con todos y para el bien de todos» y diciendo que las ideas radicales derivaban del llamado «ideario de mayo» (de 1810) que habían sostenido los caudillos federales de las primeras décadas de la revolución como Artigas, Ramírez, Quiroga o López, u otros que no fueron caudillos en sentido «clásico» como Dorrego (cuando a Yrigoyen le preguntaron por un caudillo posterior, Juan Manuel de Rosas, gobernador bonaerense y titular de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina que reforzó el robustecimiento del Estado nacional pero no consideraba llegado el momento de un régimen constitucional nacional, Yrigoyen se limitó a expresar algo coherente con aquello de «contra nadie y con todos para el bien de todos» sin caer en el antirrosismo militante de los anti radicales que con Rosas había corrido «mucha sangre»)
Yrigoyen ya sabía que los problemas nacionales en la segunda década del siglo XX no eran distintos de los enumerados apenas unos años atrás en un documento que él mismo en 1878 había suscrito junto a Domingo F. Sarmiento, Bernardo de Irigoyen, Luis Sáenz Peña, Roque Sáenz Peña, Leandro Alem, Aristóbulo del Valle y Adolfo Saldías; este documento decía:
«…La Nación necesita organizar su sistema de rentas; necesita levantar su crédito por medio de una economía inteligente y severa; necesita promover sus industrias que la emanciparán del dominio económico del extranjero, arrancándola además de la postración en que ha caído; necesita aumentar su población y repartirla mejor en todo el territorio; necesita valorizar sus riquezas; abrir mercado a sus productos, facilitar las comunicaciones, arrancar del aislamiento a sus centros poblados, ilustrar a sus masas y satisfacer, en fin todas las exigencias sociales, políticas y administrativas de un pueblo joven, que aspira a engrandecerse…» (transcripto en FRONDIZI, Arturo, Petróleo y política, Editorial Raigal, Buenos Aires 1954, 32)
Sin embargo, Yrigoyen también sabía que estas cuestiones no eran ni abstractas ni técnicas, aunque incluyeran aspectos teóricos y técnicos, que había intereses de por medio y que una disputa incorrecta o inoportunamente planteada en vez de contribuir a la solución de los problemas sería dañina porque generaría incomprensiones y problemas.
La observación es importante porque los radicales yrigoyenistas no vinculaban sus éxitos electorales entre 1912 (Santa Fe) y 1928 a la condición plural de sus bases sociales y regionales ni asociaban la posibilidad de repetirlos a resolver los problemas en el sentido del bien común dándole estabilidad a todos los avances y al desarrollo económico y social de la Nación; tampoco vincularon el derrocamiento de Yrigoyen a esas razones ni que las posibilidades de ser una expresión mayoritaria disminuyeran, en vez de aumentar, si se partidizaban y renunciaba a privilegiar lo nacional, agravarndo su impotencia para contribuir a resolver los problemas en sentido nacional que, enfatizamos, no es en sentido estatal.
Yrigoyen había sostenido, incluso como consigna electoral (no como explicación) aquello de que «la causa del radicalismo es la causa de la nación misma» y por eso se inclinó a creer que posiciones como la alentada en 1909 por el radical cordobés Dr. Pedro C. Molina (1855-1920) ignoraban la necesidad de conformar prioritariamente la nación.
La forma de pensar y de formular las cuestiones por parte de Molina ponía de manifiesto que ignoraba uno de aquellos «cuatro puntos» (el «sentimiento nacional» y el carácter de pacto nacional de la Constitución) y que el radicalismo fuese un movimiento político socialmente plural y no un partido «a la europea» (sectorizado)
Molina anteponía la perfección lógica y abstracta de la regla del librecambio al interés nacional o a razones de justicia aunque las partes estuvieran en condiciones demasiado desiguales de potencia económica y por esto enfrentó con dureza la pretensión proteccionista expresada por el periódico La República que dirigía José Camilo Crotto (1863-1936) y respaldaba la dirección partidaria de entonces, Yrigoyen incluido; años después la cuestión se replanteó en torno a la llamada «doctrina del deterioro de los términos del intercambio»)
Además, la vitalidad política del radicalismo también fincó en esa época:
• en su clase de su arraigo y representatividad social y regional y en el carácter carismático del liderazgo de Yrigoyen («El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen» como expresó Borges en «Fundación mítica de Buenos Aires» y esto no era, obviamente, mérito de los «punteros partidarios» sino de la actitud de la propia gente); y
• en no enredarse en disputas divisoras e inconducentes.