DOS GENERACIONES: LA DE 1945 Y LA DE 1970 por Esteban Lijalad*
Ernestina Gamas | 8 octubre, 2013Mis entrevistas con viejos militantes universitarios en épocas del primer peronismo me han servido para acceder a un mundo que yo creía inexistente. Tomé conciencia de que la generación del 45 – que en rigor se extendió durante toda la década peronista- tenía una riqueza humana y política que jamás fue sacada a la luz. Durante décadas fue casi un estigma el decirse “antiperonista”. Esos viejos militantes universitarios fueron olvidados por la Argentina política. Sus historias afectaban la construcción de un relato en el que el peronismo- más allá de sus orígenes- se integraba al sistema democrático como un actor importante y respetable. Para ese relato era incómodo recuperar del olvido estas historias de represión, autoritarismo, arbitrariedad, violencia.
Quiero ahora comparar esas dos generaciones: la del 45 (una generación de resistencia a un gobierno que expresaba una alianza corporativa fuertísima, que incluía a la Iglesia, el Ejército, los sindicatos, muchos empresarios, la farándula artística y deportiva, los medios de comunicación, etc.) y la del 70, rememorada en estos tiempos como la de los “jóvenes idealistas”.
La generación del 70 fue hija de la Revolución Cubana y creyó verla encarnada en el peronismo. Esa extraña mixtura sonaba en la consigna “Perón, Guevara, la Patria liberada”
Esa generación, a la cual yo pertenecí, rompió con sus familias- porque eran antiperonistas- , con su formación democrática o marxista clásica y adhirió fervorosamente a la aventura de “ser peronista”, o sea, fundirse a un sujeto hecho de poder puro, sin sutilezas teóricas, “puro pueblo”, que gritaba sin sonrojarse “alpargatas sí, libros no”. Con ese acto de ruptura no solo quebrábamos las relaciones con nuestra “clase”, con nuestras familias, sino con el “ethos” cultural de un progresismo hecho de libros, nostalgias parisinas e identificado, a su modo, con Occidente. Tirábamos a Marx o a Sartre o a Freud a la basura y adheríamos al tumultuoso, contradictorio, violento y autoritario peronismo, el lugar real donde “las masas” vivían. Coqueteábamos incluso con cierto fascismo de hecho. Algunos, de tanto leer a Perón y sus nostalgias mussolinianas abandonaban cualquier resto de “recato” y cantaban extasiados “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”.
Era una catarsis, una ceremonia desvariada, un rito de iniciación: había que probar que no quedaba ninguna fibra de “socialdemocracia”, de “izquierda cipaya”, en nuestras mentes y que ya, casi, éramos pueblo. Había que amar a Perón, si uno quería fundirse realmente con el pueblo.
Así como hubo una trayectoria desde la derecha nacionalista de Tacuara hacia Montoneros y la “tendencia revolucionaria”, hay otra que nace en la izquierda marxista y termina en Guardia de Hierro o, peor aun, en los grupúsculos de la ultra derecha peronista. También, obviamente, había “entristas”, marxistas puros y duros que, por cálculo político, adoptaban alguna terminología peronista y se sentían parte del “Movimiento”, con la secreta esperanza de guiarlo hacia la Revolución Social.
La generación del 45, en cambio, era hija de la Guerra Española y la Segunda Guerra Mundial: el frente antifascista que englobaba desde el Partido Comunista hasta algunos cristianos, pasando por anarquistas, socialistas, radicales, demócratas progresistas, liberales. Arraigada en la tradición democrática, continuadora, en muchos casos de una historia familiar de militancia enfrentada al golpe de Uriburu. Para ellos, Perón era simplemente- no había mucho que discutir- la versión criolla del fascismo, una continuidad natural del uriburismo, un representante de la corporación militar, la Iglesia y los sindicatos, al estilo fascista y falangista.
No fue una generación de ruptura, no tuvo que pasar por ritos de iniciación ni abjurar de su formación o sus tradiciones familiares. Fue, en ese sentido, más sana, más consistente. No necesitó de sesiones de terapia para integrar sus diversos yoes, como nosotros (judíos hablando de la conspiración sionista, izquierdistas teniendo que comulgar en la iglesia “ de los pobres”, internacionalistas bebiendo grandes tragos de nacionalismo, marxistas renegando de sus libros y dedicándose a leer a Perón, y así sucesivamente)
Los del 45 eran antifascistas, simplemente. Y casi todos, anticomunistas. Sabían que Hitler y Stalin tenían la misma sangre autocrática y violenta. Y que de esos modelos se desprendían pequeños dictadores como Perón.
Sabían que estábamos en Argentina y que las cosas nunca llegarían a la letal maquinaria nazi o al crudo Gulag ruso. Sabían que era muy difícil perder la vida, aunque había casos. Lo más usual serían algunas temporadas en la cárcel, problemas para recibirse, algunos golpes. Aunque también hubo torturas, torturas en serio, con picana aplicada sobre una cama de metal, durante horas.
El apoyo obrero a Perón fue una amarga píldora que tuvieron que tragar. Fueron sorprendidos por la rapidez con la que la “clase obrera” – el gran mito socialista en el que muchos de ellos creían- se hacía fascista. Evita fue otro misterio: cómo podía ser que una figura de la farándula, enjoyada y vestida con pieles pudiera ser una especie de diosa de los pobres.
Si algo no pudieron entender, al menos en ese momento, es que el peronismo era una construcción mitológica, no un mero rejunte de oportunistas. Algo muy complejo que ya está inscripto en el ADN argentino, parte constitutiva de una cultura política y extrapolítica. Pero esa es otra historia.
Ellos sufrieron en peronismo real, no la narración mitológica construida para perdurar. Para ellos, el peronismo fue el “tira” que los delataba, las golpizas en la Sección Especial, el control agobiante, la inexistencia de una prensa libre, el festival de “permisos de importación” con el que se premiaba a los leales, la impudicia de la UES, la manipulación del deporte, el espectáculo y la cultura, al servicio del poder dominante. Fue la imposición de la educación religiosa, la intervención en las universidades y la destrucción de la Reforma, la persecución a los legisladores de la oposición, los oscuros negocios de Juancito Duarte, el refugio para los nazis, los profesores falangistas, los “amigos” como Somoza, Stroessner o Trujillo, los libros de lectura con frases como “Mamá me ama, Eva me ama”, la afiliación compulsiva al Partido Peronista, las listas negras de artistas, la política exterior muy poco “popular y antiimperialista”.
Ese relato, para nosotros, simplemente no existía, era obra de la propaganda “gorila”, un infundio de los “contreras”. Nos negábamos a saber que Cipriano Reyes, coautor del 17 de octubre, había sido torturado y preso durante siete años, no sabíamos los nombres de los torturadores (los hermanos Cardoso, Lombilla, Amoresano) Nos negábamos a ver una realidad que nuestros padres conocían bien. Sus advertencias nos sonaban huecas: una tía vieja no puede saber más que yo quien fue Perón.
Y sin embargo, lo sabían: todos los fantasmas cuidadosamente ocultados, minimizados o justificados aparecen en estos relatos de los testigos. Sin histerias, reconociendo errores, algunos, incluso, afirmando que las cosas cambiaron mucho desde entonces. Pero nadie reniega de su militancia opositora. Ninguno de ellos abomina de sus posiciones, que fueron consistentes con los valores que encarnaban.
Se los puede acusar de ingenuidad. Pero ninguno actuó manipulado por poderes ocultos, por la tan mentada “Sinarquía internacional”, la Masonería, el Imperialismo o el judaísmo. Esos cucos fueron alimentados por Perón y combinados en una mezcla explosiva con los mitos tercermundistas. Esa extraña combinación de tercermundismo, fascismo y marxismo fue la que nos taladró la mente en los setenta. Aun hoy, esa mescolanza actúa determinando que el peronismo sea un animal político capaz de hacer y deshacer, decir y desdecir con total desparpajo.
Ellos fueron leales a sus ideas, incluso las equivocadas: el “clima de época” como dijo Pandolfi, haciendo alusión a un cierto izquierdismo ingenuo que coincidía en algún punto con el estatismo peronista, pero que rechazaba desde las entrañas el autoritarismo y el culto a la personalidad que caracterizaron al Régimen.
Ha sido una experiencia personal extraordinaria entrevistar a estas personas, los testigos olvidados.
Soy uno de los "viejos militantes universitarios" entrevistado por el autor de esta excelente nota, Esteban Lijalad. No lo conocía, no había leído ningun texto suyo antes y, por consiguiente, no imaginé que me encontraría con un analista y sociólogo inteligente, un intelectual honesto y un periodista objetivo. Después leí sus notas con entrevistas a otros dirigentes estudiantiles y ahora ésta, con sus conclusiones al comparar la generación del 45 con la llamada "maravillosa" de los 70. Advierte Lijalad que la del 45, a la que pertenezco, no tuvo líderes estrellas que ocuparan despues los medios periodísticos por sus actuaciones públicas. Sabe que nunca usaron otros recursos que la palabra y la escritura. Y le consta que hoy no aspiran a que se les reconozca el idealismo de su militancia. No lucharon por eso. Por ello, debo destacar que se ha interpretado bien las diferencias de dos épocas y de dos comportamientos. Los universitarios de los 40 nos opusimos al fraude electoral y seguimos, a partir de 1943, contra un régimen que destruía las universidades convirtiendo el gobierno militar en un poder policial, que alineaba al país con el eje nazifacista, mientras iniciaba un modelo de prácticas corruptas que, agravado, aún perdura. En los 70 privó el aventurerismo político . Es probable que hoy, como dice Lijalad, se nos vea como "testigos olvidados". Si; fuimos testigos, pero sobre todo, actores que luchamos por valores morales y en salvaguardia de las instituciones democráticas. Y nunca pensé que se nos hubiera olvidado. Por el contrario, aunque la publicidad actual debe atender otras urgencias, tuvimos prueba de reconocimiento: un expresidente de la Federación Universitaria Argentina este año ha sido premiado por la Cámara de Diputados de la Nación "por su trayectoria" y porque él y centenares de militantes universitarios de los 40 y 50, siguen luchando por un país mejor y para"salvar a la democracia republicana" como dicen los fundamentos de la Resolución parlamentaria. La historia se impone al relato.
Nestor Grancelli Cha
ngrancellicha@yahoo.com.ar
Me atrajo al artículo el comentario de Grancelli Cha. Veo en ambos (artículo y comentario) una ausencia. La generación peronista del 45 fue mucho más amplia de lo que describe Lijalad y acepta Grancelli, ambos de los cuales pintan a ese grupo como militantes aliadófilos y socialdemócratas (en el sentido clásico europeo) de puras intenciones egalitarias que de alguna manera hallaron en Perón al agente catalizador de sus nobles sueños.
La realidad es un tanto distinta. Primero, que la Argentina en 1943 estaba profundamente dividida con respecto al conflicto lejano. En parte significativa en el núcleo invisible de la sociedad de aquél entonces, los inmigrantes italianos y su descendencia, habían muchos tiraban hacia Il Duce como modernizador (así como el futuro Conductor argentino apuntaba, por testimonio propio en los 1930, a imitarlo). Segundo, que el nacionalismo antibritánico (entonces se quemaban las Union Jacks, no la bandera de estrellas y franjas) era muy amplio y cruzaba las banderas partidarias. Los radicales de FORJA era tan nacionalistas como los futuros matones de choque peronistas de la Alianza. Y Perón mismo, militar y ex-agregado militar en Italia precisamente cuando Don Benito hizo su famosa Marcha Sobre Roma, se prestaba al nacionalismo argentino. Tercero, que Perón siempre fue anticomunista y antisocialista y usó los sindicatos allegados a su causa personal para liquidar a la izquierda que en 1943 tenía peso en la clase trabajadora.
O sea, que en las filas de los militantes peronistas del 45 (entre ellos mis padres) habían muchos que provenían y participaban de ideas bastante más a la derecha de mi generación del 70. (A diferencia de Lijalad, no me sentí atraído al peronismo aún en la época que el Che — o para mi Camilo Torres — planteaba cosas que debían tomarse en cuenta.)
Y el tiroteo de Ezeiza fue esencialmente un tiroteo entre la mentalidad peronista del 45 y la moda guevarista del neo-peronismo del 70 — maldije a ambos y pensaba que debían superarse. Es por esa diversidad ideológicamente incompatible en el corazón del peronismo que al terminar el ciclo "kirchnerista" se vuelve a la misma maroma y no hay opciones electorales reales.
A mi modo de ver, Argentina necesita un Laborismo verdadero que se abstenga de la mitología y praxis peronista. Y eso no lo vi en los militantes del 45, como tampoco lo vi en mis contemporáneos del 70.