EL COMPLOT DE LAS BALAS DE TINTA Y EL LENGUAJE POLÍTICO por Ernestina Gamas*
Ernestina Gamas | 20 septiembre, 2013A diferencia de la voz de los animales que sólo emiten sonido para indicar dolor o placer -dice Aristóteles- sólo la especie humana posee la palabra para expresar el sentimiento del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. La palabra es el medio del que se valen las personas que viven en comunidad, para alzar su voz y hablar de la justicia con que se reparten las ventajas y las privaciones que les toca de lo común.
Pero no todas las voces tienen la misma preponderancia, no todas las voces tienen el mismo grado de libertad para representar una parte de esa comunidad. La libertad que debería ser la cualidad de quienes no tienen otra, ni riqueza ni poder, es en la práctica lo que sólo algunos ejercen. Muchos, el resto de los que integran el demos, son el escándalo de un sonido inaudible. Esa ficción necesaria para conformar el todo, es la parte indiferenciada y marginada en el silencio.
El sistema llamado democracia, fue pensado para involucrar a todos, también a la parte de los que no tienen parte y es un sistema que origina también, el sentido de la política y de su voz. La democracia es una administración de los intereses desencontrados y fue pensada como forma de equilibrar las desigualdades. La política es la forma de canalizar el conflicto, de hacerse cargo de la violencia que el conflicto de esas desigualdades pueda ocasionar. Por ello, la palabra política debería ser también la voz de quienes no tienen voz, para tomar su lugar y hacerse reclamo. Esa es su obligación.
Por el contrario hoy entre nosotros, el lenguaje político se utiliza para malversar la razón de ser de la política y aprovechándose de ese silencio, no deja de levantar los decibeles sin parar de vociferar. En un acto de traición permanente, pretende acallar todo sonido disidente que intente cuestionar su acción.
Así, roto el contrato con su función de origen y apelando al desgaste de la palabra, el lenguaje político se ha vaciado de sentido. Vacío del significado de las palabras en una repetición ad infinitum de una verborrea que nada dice y cuanto dice lo desdice sin pudor, se esconde detrás de múltiples máscaras que ocultan sus verdaderas intenciones, la de un poder sofocado y sofocante que pretende cooptar voluntades y afianzarse en su fuerza de sojuzgamiento. La autoridad delegada en los administradores de la res-pública, toma forma de poder ilimitado, que se esgrime desde el Gobierno como forma de dominación, después de haber clausurado sistemáticamente los canales de comunicación entre el Estado y la sociedad. Ya que la política para ser ejercida es inseparable de la comunicación, los actores necesarios son los políticos, los medios y la opinión pública.
Desmantelado el entramado institucional que sirve de sostén a las libertades individuales y a la inclusión que debe asegurar la democracia, lejos de equilibrar la impotencia de los más desprotegidos, imprime su violencia en un discurso que pretende ser unívoco. Este es el resultado de una alianza desvergonzada. La de un grupúsculo que se adueñó de las decisiones amparado en la validación de las urnas, con un entorno cómplice y obsecuente de empresarios que hacen buenos negocios. De esta manera se hipoteca el patrimonio de todos repartiendo tanto la obra pública como las licencias de medios de comunicación masiva por donde circula un simulacro de palabra política. Todo recurso es válido, eufemismos, información tergiversada, discursos estandarizados y muy escasas entrevistas y declaraciones utilizando cuanta salida retórica y mecanismo significante pueda disimular el saqueo del futuro de aquel resto silencioso.
Aunque existe un sector de voz independiente, una ilusión de lo político, que se ha convertido en el sustituto imaginario de esta clase dirigente. Extrapolando lo que decía Tocqueville en “El Antiguo Régimen y la Revolución” publicado en Francia en 1856, refiriéndose a los intelectuales del siglo XVIII, “si pensamos en esta nación tan molesta con sus instituciones y tan incapaz de enmendarlas, se comprenderá sin dificultad” que los periodistas han necesitado hacerse cargo de esa palabra vaciada por la mitomanía, al hablar a la gente con realismo y crudeza y referirse a sus problemas y a su dramática condición cotidiana, transformándose así en palabra política. El gobierno que se diluye en su desmesura, es el que auto impugna su propio relato y enredado en obsesiones conspirativas recurre a la estrategia inefectiva de vilipendiar cuanto cree que lo amenaza. Lo más lamentable es que en la medida que se desvía del principio representativo, pulveriza su legitimidad. Al caer de su pedestal de poder trastabilla y en sucesivas crisis de desconfianza y de recelo arremete contra los que desafían a la palabra única, imputándolos de ser agentes de “complot destituyente”. Notable paranoia de quien produce su propio aislamiento como patología política.
De esta manera y en forma demagógica se multiplican las denuncias de complot. Se acusa al periodismo de terrorismo de tinta, como si fuera el creador de las desgracias que sólo denuncia. Así, complotan los que escriben y describen, complotan los que aportan los fondos que ellos dilapidan, complotan los que opinan distinto o simplemente los que opinan.
En la antigüedad, mediante su arte retórico y delante de una multitud de espectadores, los sofistas enseñaron a jugar con las ideas. Las convirtieron en vehículo de una gran libertad mental, permitiéndose subvertir el orden al hacer notar que éstas estaban al servicio de las personas y no éstas para rendirles culto. Jugaron con las ideas y jugaron con las palabras. Por ello fueron acusados por Platón de “agitación popular retórica” (Gorgias 502 d). Los estigmatizó por su “vergonzoso discurso vulgar” (503,a). Vio el peligro de aceptar cualquier forma de disidencia o crítica a la palabra oficializada.
A principio del siglo XX decía El Duce “El que no está con nosotros está contra nosotros” y refiriéndose a la función del lenguaje decía que ésta no consiste en aclarar ni en descubrir la relación entre las cosas sino en producir efectos.
Conceptos que entre nosotros, se convierten en especial advertencia. La palabra política como palabra que hoy el poder autoriza a través de su brazo comunicador que son los medios afines de propaganda, pretende ser formadora de opinión pública y en una operación de sinecdoque, toma la parte por el todo. El fragmento como presencia de una ausencia que es una operación de engaño.
Buenos Aires, 09-2013
* Escritora y co-directora del sitio Con-Texto