«EL» O LA ADORACIÓN DEL BECERRO DE ORO por Román Frondizi*
Ernestina Gamas | 18 mayo, 2013Para Con-texto.
Se está formando en el mundo y en el país un nuevo tipo de sociedad: la sociedad de los ricos sin méritos ni control, sin tradiciones y sin responsabilidad. No de aristócratas, ya que para pertenecer basta tener mucho dinero; no de industriales, porque no importa si se producen buenas o malas mercaderías; no racista, porque no se refiere al color de la piel sino a la cantidad del dinero que se posee, de la que dependen el barrio en el que se vive, los consumos, las diversiones, las relaciones, las opciones políticas. El criterio de selección para integrar la nueva sociedad es muy simple: o se tienen los millones, o no se tienen y entonces no hay ninguna esperanza de formar parte. Es la gran revolución plutocrática, la Cresocracia sin límites legales, sociales ni éticos. Aumentan los impuestos, sobre todo a los pobres y a la clase media, mientras ellos se autobenefician con “blanqueos”. Ya lo dijo la reina María Antonieta: “Si el pueblo no tiene pan, que coma bizcochos”.
Este estilo de vida, que se viene acentuando en nuestro país, se basa en la resignación del pueblo. La negación de toda regla moral, de todo control institucional produce, sin parar, escándalos, malversaciones, enriquecimientos ilícitos, robo de los bienes del erario. Este capitalismo de amigos, de mentirosos, de aventureros, exhibe a los delincuentes muy tranquilos, esperando al límite los fallos absolutorios de los jueces también amigos, resultado de la subversión de la Constitución y de la aplicación de leyes que pretenden lograr la impunidad eterna. Augurémonos que, como dice el itálico refrán “cosí bel gioco gli duri poco”. Mientras tanto…seguiremos mirando por la ventana?
Vivimos con una bomba de tiempo en el ropero, mientras constatamos que estamos haciendo de todo para reproducir los errores de ayer: falta unidad de los dirigentes alrededor de cuatro o cinco ideas básicas –sin perjuicio de todas las diferencias que quieran- y de una conducta más noble o, al menos, menos egoísta y mezquina, como reclaman millones de compatriotas.
El Papa Francisco acaba de denunciarlo justo en estos días con todas las letras. Este estilo de vida hace que los seres humanos sean considerados objetos de consumo, utilizables y desechables. La alegría de la vida es cada vez menor, mientras la indecencia, la violencia y el delito crecen, y demasiada gente vive muchas veces de una manera indigna. La adoración del becerro de oro, explica Francisco, ha encontrado una nueva y despiadada imagen en el culto del dinero y en la corrupción desbordante. Pecadores si, corruptos no!
¿Habrá que recordar que el becerro de oro fue un falso Dios llamado “El” -¡oh casualidad !- en el seno del pueblo judío, al que adoraron quienes vivieron en el camino del materialismo para obtener bienes y riqueza, practicando la mentira y el saqueo, y oprimiendo a los más débiles?
¿Habrá que recordar que los que persistieron en adorar a “El” fueron repudiados por Dios, quien se apartó de ellos: “ han rechazado el bien, el enemigo los perseguirá” (Oseas 8: 2,3), y terminaron en el exilio babilónico, esclavizados. Dios se los había advertido (Ez 17:12).?
Más tarde, Aristóteles, en la “Etica a Nicómaco”, escribió que el dinero no puede generar riqueza pues no es un bien sino el símbolo de un bien. Esta tesis fue retomada por Santo Tomás de Aquino, quien la tradujo en “el dinero no produce dinero”, con pié en el Evangelio de Lucas (6,13), allí donde dice “prestad el dinero sin esperar necesariamente la restitución”.
En el siglo XVIII David Ricardo y Adam Smith establecieron que el valor de un bien no consiste en su capacidad de satisfacer una necesidad (valor de uso), sino en su capacidad de intercambiarse con otros bienes (valor de cambio).Esta capacidad está definida por dos ejes cartesianos: la demanda y la oferta, de cuyo cruce depende el valor de un bien. El razonamiento parece racional, casi matemático. Pero un siglo después, Marx consideraba que si el dinero es la “condición universal” para satisfacer las necesidades y producir, no sería más un “medio” sino el “primer fin”, para conseguir el cual se verá si y en qué medida satisfacer las necesidades y producir los bienes.
Si el dinero, de valor de cambio, se tramuta en el generador de todos los valores, la filosofía griega y la tradición judeo-cristiana sobre las cuales está fundado Occidente resultarían ignoradas y el crepúsculo de nuestra civilización habría empezado.
Revertir este oscuro camino depende de nosotros. Actuemos, defendamos nuestros valores: el trabajo, la dignidad, la justicia, la verdad, la paz, la igualdad, la libertad, la solidaridad, la propiedad.
No seamos cómplices.
¿O vamos a esperar al juicio final?
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*El autor es Abogado