MOVIMIENTOS EN EL ALINEAMIENTO GLOBAL por Ricardo Lafferiere*
| 27 diciembre, 2014El complejo conflicto del medio oriente está desbordando hacia diferentes “flancos”, algunos de ellos imprevistos.
Turquía
En el análisis anterior, mencionábamos el conflicto de intereses que sufre Turquía. Integrante de la OTAN, y en consecuencia parte del “bloque occidental”, debería ubicarse en actitud de confrontación con los “jidahdistas” del Estado Islámico.
Sin embargo, la mayoría de su población simpatiza más que antagoniza con la organización extremista sunita. Ello es por dos motivos: su común enfrentamiento con la dictadura de Al Assad, en Siria (que es shiíta-alawita) y su fuerte ofensiva contra los Kurdos.
Ambos protagonistas (Al Assad y los kurdos) mantienen abiertos los conflictos con el gobierno turco, pero también son vistos como enemigos por la mayoría de la población. Eso condiciona fuertemente la actitud del gobierno de Erdogan, que a su vez está en plena etapa de realineamiento internacional.
Turquía era hasta la asunción de Erdogan el país musulmán de mejores relaciones con el mundo occidental. Esta afinidad se debía a la herencia cultural de Mustafá KemalAtaturk, su héroe nacional, que junto a los “jóvenes turcos” derrocó a la varias veces centenaria dinastía otomana, disolvió el Califato y sentó las bases del moderno estado turco.
Sus relaciones con Israel eran las mejores del mundo islámico, así como su colaboración militar con Estados Unidos, país con el que comparte su pertenencia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, alianza militar gestada en la posguerra para garantizar la seguridad europea ante un eventual ataque soviético, en tiempos del mundo bipolar
Turquía era también el lugar de asiento de los primeros misiles con cabeza nuclear que luego de la Segunda Guerra Mundial se implantaron apuntando a las principales ciudades de la Unión Soviética.
El triunfo de Erdogan implicó un giro, tanto en el “relato” nacional como en su más cercana definición de pertenencia al Islam. De país laico pasó a ser un país musulmán tolerante.
Aunque sigue siendo el país más laico y de costumbres menos extremas del mundo islámico, su pertenencia al mundo musulmán ha sido acentuada paulatinamente, a la vez que aumentó el discurso oficial antinorteamericano.
La novedad es su acercamiento a Putin.
Rusia
Hasta hace pocos años, la carrera por los recursos energéticos y el trazado de los grandes oleoductos enfrentaba dos proyectos: el que proyectaban las empresas occidentales, destinado a trasladar el crudo de Azerbaian a través de Turquía hasta el Mediterráneo, que terminó siendo construido con un desvío a través de Georgia para evitar la travesía de Armenia, frente al que proyectaba Irán atravesando su propio territorio, sacando el crudo de Uzbequistán hacia el Golfo Pérsico.
Hoy, el desafío energético es crudamente geopolítico. La provisión de gas ruso a Europa formuló una dependencia de Europa Occidental ante su proveedor casi monopólico, que además cometió el error de amenazar con su suspensión como medida de presión.
La consecuencia fue inmediata: Europa buscó de inmediato alternativas. Son el shale norteamericano –mediante plantas de regasificación-, así como el gasoducto “Medgaz” que atraviesa el Mediterráneo desde Argelia hasta España, a inaugurarse en abril de 2015 y cuya interconexión con el sistema europeo a través de Francia está siendo impulsado por el gobierno español, con el aparente beneplácito del gobierno alemán.
Las sanciones contra Rusia a raíz de su anexión de Crimea revirtieron la “dependencia”. Rusia sigue teniendo su gas, pero al debilitarse la demanda europea debe buscar alternativas y lo ha hecho firmando un acuerdo estratégico de largo plazo con China, a la que le asegurará la provisión de gas que ésta necesita para su desarrollo industrial, por las próximas décadas.
En el reciente viaje de Putin a Ankara, además de reiterar su prédica antioccidental, ha acordado con Turquía ampliar el gasoducto “Blue Stream” y formalizar un acuerdo de provisión de gas ruso a este país, con una reducción de precio en un 6 % a partir del 1 de enero de 2015.
El viejo conflicto “intra-oriental” de la guerra fría, el ruso-chino, cambió su centro de gravedad. El país más importante pasó a ser el más dependiente, y el entonces cuasi-satélite ruso (China) es hoy la potencia en ascenso en vías de convertirse en la primer potencia mundial.
Rusia, al parecer, en el dilema de sumarse a la construcción del nuevo paradigma económico internacional integrado plenamente a la economía global, como parecía ser su decisión hasta hace apenas un par de años, parece haber cambiado de rumbo, volviendo sobre sus pasos, apoyándose en su fuerte sentimiento nacionalista. Una Rusia más cerrada a occidente y más volcada a China parece volver a insinuarse en el escenario estratégico de la región y del mundo.
Una decisión anunciada en forma imprevista y al borde de la grosería diplomática acaba de ser anunciada por Putin en Ankara: la suspensión del gasoducto “South Stream” que, atravesando Rumanía, llevaría un nuevo aporte de gas ruso a Europa con terminal en Italia. La empresa GAZPRON, protagonista central de la explotación hidrocarburífera rusa, ha decidido suspender definitivamente la construcción de ese gasoducto, lo que ha sido fundamentado por Putin en la actitud europea de dificultar construcción fundada en un presunto “comportamiento monopólico” y “ajeno a la competencia” de la firma rusa –en rigor, aplicación de normas antimonopólicas vigentes en la Comunidad que impiden a los productores energéticos ser también distribuidores-.
Rusia y Turquía, por su parte, han comenzado un acercamiento. Enfrentadas desde hace siglos por el dominio del Mar Negro y el control de los estrechos de Bósforo y Dardanelos que abren las puertas al Mediterráneo, y en la segunda postguerra por la integración militar de Turquía en la alianza occidental, el juego ruso frente a Turquía ha sido un acercamiento a sus rivales. El rival ancestral, con el que Turquía ha pugnado por el predominio e influencia sobre el viejo “Turquestán”, que es Irán, y el gobierno shiíta-alawita de Siria, con el que terminaba rodeando con una especie de “cinturón” el borde continental turco impidiéndole su proyección hacia oriente.
Los últimos pasos de Irán parecieran estar alterando esta relación
Irán
El país persa, líder indiscutido del “Shia” y en las últimas décadas fuerte contendiente de los Estados Unidos luego de la caída del Sha y la entronización de los Ayatollahs, ha comenzado un acercamiento que, en rigor, comenzó con la caída de Saddam Hussein en Irak y el derrumbe de su gobierno sunita.
El proceso electoral abierto por la intervención norteamericana permitió la instauración de un régimen que responde a la mayoría de la población irakí, que profesa el Shia, y en consecuencia tiene una especial vinculación con Irán.
Irán ha ayudado al gobierno iraquí en los últimos años de diversas formas: económica, técnica y hasta militarmente. Hoy mismo está adiestrando unidades iraquíes al mismo tiempo que lo hace Estados Unidos. Y el avance de las conversaciones para regularizar la marcha del programa nuclear iraní haciéndolo homologable con las normas internacionales ha tenido como contrapartida la suspensión de las sanciones que han afectado profundamente la economía persa en los últimos años.
Adviértase: mientras Rusia comienza a sentir los efectos de las sanciones occidentales, la pérdida de sus mercados de gas y la interrupción de su intercambio tecnológico con Europa y Estados Unidos, Irán se acerca a Estados Unidos, avanza en un acuerdo sobre el programa nuclear y se beneficia con el levantamiento de las sanciones económicas.
Ese acercamiento de Estados Unidos e Irán tiene una respuesta: el acercamiento correlativo de dos ex rivales, Turqía y Rusia.
Arabia Saudita e Israel
¿Pueden tratarse en un mismo apartado dos países con regímenes tan diferentes?
Una novedad los une. Como se adelantó en el trabajo anterior, ambos son dañados por el cambio de estrategia norteamericana de reducir su exposición militar en la región, ya que ambos contaban con su alianza militar con Estados Unidos.
Si bien Israel tiene fuerzas de autodefensas confiables, altamente tecnificadas y poder nuclear propio, no ocurre lo mismo con Arabia Saudita.
El reino saudí enfrenta dos peligros. El primero y más antiguo es la expansión del Shia, liderada por Irán a través de su brazo militar Hezbollah y su fuerte influencia en el Líbano. El segundo es el ataque de los grupos radicales sunitas –especialmente Al Qaeda, el frente Al Nusra y el Estado Islámico- que cuestionan su estrecho vínculo militar con Estados Unidos desde mediados del siglo XX.
De ambos peligros, el segundo es militarmente más peligroso.
Irán había participado de ese juego, hasta ahora, a media máquina. Aliada del gobierno sirio y por su identidad shiíta, su simpatía no se encontraba precisamente en el lado del integrismo sunita. Sin embargo, comparte con los jidahístas su cuestionamiento a Arabia Saudita y las monarquías del golfo, lo que era visto por éstos con preocupación y temor.
La novedad producida en estos últimos días es que, por primera vez desde que comenzó el conflicto, Irán se ha sumado a los bombardeos contra ISIS realizados por la coalición internacional liderada por Estados Unidos.
Este paso es claramente una definición “pro-occidental”, ya que no sólo responde a la convocatoria norteamericana a una alianza internacional contra el terrorismo, sino que alivia a un aliado tradicional norteamericano –el reino saudita-.
Sin embargo, este paso dado por Irán a través de su Fuerza Aérea tensiona más su vínculo con Turquía que, como está dicho, no tiene interés en ningún paso que debilite la rebelión siria contra Al Assad, como de hecho es abrir al Estado Islámico un nuevo frente militar, esta vez contra Irán.
Un hecho que no puede conocerse es cuánto de esta decisión iraní estará motivada por el daño que ha generado y está generando en su economía la caída del precio del crudo impulsado por Arabia Saudita, que ha llevado el petróleo virtualmente a casi la mitad de lo que valía hace apenas seis meses: de 115 dólares el barril en junio, a 67 a comienzos de diciembre.
La caída del precio del petróleo golpea fuertemente la economía iraní, que funciona con un componente altamente rentístico financiado con la exportación de crudo. Las cuentas públicas iraníes entran en crisis con un valor del petróleo inferior a 80 dólares.
De ahí que la suma de la ofensiva militar de Irán contra el Estado Islámico, además de su acercamiento a Estados Unidos, su defensa del gobierno amigo shiíta de Irak y su defensa del gobierno de Al Assad en Siria puede significar una señal al reino saudita de que no aprovechará el nuevo escenario para alimentar su peligro más cercano, el integrismo jidahísta sunita, que está a sus puertas.
Conclusión
El proceso está abierto y su dinámica es endiablada. Nuevos protagonistas se suman al enrevesado escenario y situaciones que incidirán tal vez marginalmente aparecen en el horizonte. La iniciativa republicana en el Congreso de Estados Unidos, donde el presidente Obama ha perdido la mayoría en ambas Cámaras, de reponer las sanciones económicas a Irán en lugar de prorrogarlas por el plazo de siete meses en que se prorrogó el “dead line” para culminar el acuerdo sobre el programa nuclear, enrarecen este proceso.
Irán tiene conflictos internos, lo que se encarga periódicamente de recordar el AyatollahKomenei reiterando su prédica antinorteamericana aunque expresa apoyar las conversaciones y el eventual acuerdo. Este discurso antinorteamericano es parcialmente neutralizado por el alivio que ha significado el levantamiento de las sanciones económicas, que beneficia a la mayoría de la población. Sin embargo, si las sanciones vuelven a imponerse y la situación interna iraní vuelve a deteriorarse, no está claro hacia dónde girará en definitiva el gobierno persa.
No debe olvidarse que el gobierno de los Ayatollahs condena fuertemente lo que consideran una “moral pervertida” del mundo occidental, y ello le abre un puente de contacto con la mirada nacionalista de Putin, claramente afectado por el medido giro de la política exterior iraní hacia occidente.
La incertidumbre pareciera incrementarse ante la indefinición de los principales protagonistas sobre sus verdaderos objetivos. La utilización de la política exterior para fines internos por parte de los republicanos en Estados Unidos –curiosa novedad en la política de USA, en la que tradicionalmente la política exterior contaba con un apoyo bipartidario-, la indefinición sobre el cierre definitivo del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, el diseño final del entramado energético sobre el que se edificarán los bloques económicos en las próximas décadas y la definición de las “guerras civiles superpuestas” del mundo musulmán son demasiados temas abiertos como para apostar a una salida probable.
Desde la Argentina, la reflexión final sigue siendo la misma. Ante esta incertidumbre, no pareciera conveniente apostar a convertir a la Argentina en un país dependiente de rentas de hidrocarburos, sin perjuicio de una política energética integral que utilice en forma medida y razonable los recursos con que cuenta el subsuelo del país. La opción contraria, además de alejarse de los objetivos ambientales de reconversión de fuentes primarias por renovables que el país debe profundizar, obligaría a participar activamente en un juego militar, político y estratégico que afortunadamente está lejos de nuestras posibilidades y conveniencias nacionales.
2/12/2014
* Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor