BREVE MIRADA SOBRE EL MEDIO ORIENTE por Ricardo Lafferriere*
| 27 diciembre, 2014Sobrevolando “Una guerra de bordes”
No existe un centro en el conflicto generalizado que sufre el Oriente Medio.
Los conflictos se entremezclan confundiendo actores, pero si algo los caracteriza es la ausencia de un protagonista central y de un contencioso dominante. El dramatismo de los hechos, en todo caso, es lo que ubica en la agenda periodística uno u otro de los flancos, que sin embargo es imposible entender sin comprender su esencial diversidad.
Varias “guerras civiles” se superponen en el espacio musulmán que se extiende desde el Golfo Pérsico hasta el Mar Negro y desde el mediterráneo hasta el Mar Caspio. Algunos analistas hablan, incluso, de un conflicto con un centro virtual: el Mar Negro, incluyendo en el enrevesado de intereses contrapuestos la sensible zona de Crimea, el conflicto de Rusia con Ucrania y los que se mantienen latentes en Azerbaian, Georgia e Irán.
El Primer conflicto –no significa el “más importante”, sino el más antiguo y persistente, por sus raíces religiosas- es el que enfrenta a los árabes sunitas con el “shia” (o shiítas). Se remonta a la división ocurrida en el Islam a la muerte de Mahoma hace catorce siglos, que a pesar del tiempo mantiene la misma fuerte rivalidad que en Occidente dividió, en los comienzos de la modernidad, a católicos y protestantes.
El origen histórico se remonta a la sucesión del Profeta Mahoma. Los sunitas sostuvieron que la autoridad debía surgir del consenso de los clanes, mientras que los shiítas reclamaron la ley hereditaria defendiendo la entronización del sobrino de Mahoma, Alí. Mientras que los sunitas sostienen la separación entre la autoridad religiosa y la política, los shiítas invocan la unidad de la autoridad bajo la tutela de los Imanes y su “primus inter pares”, el Ayatollah, todos descendientes de sangre del profeta Mahoma.
A lo largo de la historia los shiítas canalizaron la rebelión de los conversos de otras religiones –católicos y judíos- hacia el Islam, así como de las etnias no árabes desconformes con el trato que la aristocracia árabe y la tradición musulmana daban a las personas de etnia no árabe.
El 85 % del mundo musulmán es sunita, en sus diversas versiones. El Shia, sin embargo, ha mantenido una actitud militante más activa, tal vez como derivación de su origen de rebeldía ante el viejo “establishment” musulmán de los primeros tiempos.
En este contencioso, los sunitas no tienen un liderazgo indiscutido, aunque en la actualidad ese papel esasumido por Arabia Saudita y las monarquías del Golfo. En el abanico de versiones sunitas se encuentran desde los moderados de Turquía, los lejanos indonesios, los grupos aislados de China, los pakistaníes, jordanos y los afganos moderados, hasta los más extremos de Al Qaeda, Al Nusra, y el propio Estado Islámico, cuyo origen fue un desprendimiento de Al Qaeda en la guerra civil siria que se extendió a Irak, se acerca al Líbano y expresa, luego de su autodeclaración de “Califato”, pretensiones de hegemonía universal en la línea del Islam originario.
Es bueno destacar que no todo el Islam sunita se siente adversario o enemigo del shía, sino que el antagonista principal es el wahabismo, centrado en Arabia Saudita.
El liderazgo shiíta lo ejerce indiscutiblemente Irán. Su brazo militar es Hezbollah, y sus alianzas más fuertes son el gobierno de Irak –donde a pesar de la mayoría de su población shiíta existe un importante sector sunita, dominante hasta la caída de Saddan Hussein- y el régimen shiíta-alawita de Al Assad, en Siria. Admiran a los shiítas pero no siguen su liderazgo estricto los “Hermanos musulmanes” egipcios y la organización “Hamas” en Palestina.
El segundo conflicto es la guerra civil interna dentro del mundo sunita, entre los moderados de la corriente mayoritaria del Islam liderados por Arabia Saudita, contra el Jidahismo expresado por varios grupos que giran alrededor de Al Qaeda y –actualmente- el Estado Islámico. El jidahismo es la reacción ante el sectarismo y la represión del régimen shiíta de Irak y el shiíta-alawita sirio. Al Qaeda, por su parte, tiene su origen en su cuestionamiento a la alianza del wahabismo saudita con los Estados Unidos, que se mantiene desde la entronización de la dinastía saudí, a mediados del siglo XX.
El Estado Islámico es un desprendimiento expulsado de Al-Qaeda en febrero de 2014 por su “ambición” y “extremismo”. Estableció su capital en Mosul (Siria) y se declaró Califato bajo la éjida de su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, autodesignado Califa de todos los musulmanes. El “Califa” es una figura política-religiosa a la que los musulmanes deben obediencia, cualquiera sea su lugar de residencia y si esta jugada recibiera aceptación y consenso del mundo islamita, su poder trascendería el mero dominio territorial, que en principio tiene su asentamiento en regiones de Irak, Siria y Líbano.
La multiplicación de adhesiones de jóvenes musulmanes de países occidentales que concurren a Siria a luchar junto al Estado Islámico es un indicador de este peligro.
Metodológicamente se ha diferenciado de Al-Qaeda no sólo por la característica sectaria y despiadada de su accionar, sino por centrar su lucha en el dominio territorial y su escasa presencia internacional, a diferencia de Al-Qaeda que prioriza sus actos terroristas en diversos lugares del mundo, especialmente países occidentales.
Este segundo conflicto tiene la particularidad de extender las alianzas más allá de la región.
El tercer conflicto es el que enfrenta a los Jidahistas radicales con los demás grupos religiosos de la región– Yazidis, Turcos, Kurdos, Christianos, Judíos y Alawitas-.
Si bien no lleva implícita la posibilidad de un desborde generalizado, este conflicto puede generar reacciones en la opinión pública occidental que termine definiendo actitudes con incidencia en el escenario de conflicto.
La persecución de poblaciones enteras de Yazidies, así como el secuestro, esclavización y venta de niños y mujeres yazidíes por parte del Estado Islámico, al igual que la crucifixión de cristianos que negaban su conversión al Islam por parte de este mismo Estado en la ciudad de Mosul, no es sólo una “consecuencia” del conflicto sino que conlleva la capacidad de aislar al Estado Islámico de la comunidad internacional, como de despertar la solidaridad con las poblaciones perseguidas.
Un cuarto conflicto abierto es la guerra civil en Siria entre el gobierno de El Assad y los grupos rebeldes, desarrollado más adelante en el apartado “Siria”.
Un quinto conflicto es el que enfrenta a los kurdos con los Estados en los que se encuentran.Los kurdos son alrededor de 30 millones de habitantes en un territorio de aproximadamente 100.000 kms2 implantados en la superficie formal de tres Estados: Siria, Irak y Turquía.
Y un sexto conflicto puede considerarse a la tensión subterránea y también ancestral de carácter geopolítico que enfrenta a Irán y Turquía, dos importantes países de la región, por su predominio sobre el “Turquestán”, la amplia región de origen turco que formara alguna vez parte del imperio persa, luego del imperio otomano y por último de la ex URSS, con fuertes riquezas hidrocarburíferas.
Irán –heredero por historia y sentimiento del Imperio Persa, líder además del mundo shiíta- y Turquía –lo propio, del imperio otomano, tradicional bastión sunita pero alineada con el mundo occidental- mantienen un recelo constante y una rivalidad que no puede obviarse al momento de analizar los alineamientos y correlaciones de fuerza en la región al punto que, aunque no se encuentre hoy por hoy desatado, podría definirse como el “sexto conflicto” del Oriente Medio.
La complejidad de este entramado tampoco permite detectar un conflicto principal, ya que éste cambia según la evolución de los acontecimientos y el involucramiento de países ajenos a la región, modificando alineamientos y priorizando uno u otro de los “bordes” de esta guerra generalizada según los variables intereses del gran juego internacional, que también se juega en la región.
La participación de Estados Unidos
Ya desde mediados de la primera década de este siglo se debate en los Estados Unidos la necesidad de lograr lo que en ese país se denomina la “independencia energética”. Al comenzar el siglo XXI, los Estados Unidos sentían que su vulnerabilidad al chantaje o la presión del suministro de crudo del oriente medio limitaba sus acciones de política exterior.
En 2004, Michel Klare publicó su informe “Sangre y petróleo. Peligros y consecuencias de la dependencia del crudo”. En él demostraba la limitación de opciones que sufría Estados Unidos por su fuerte dependencia de la importación de crudo saudí, esencial para el funcionamiento de su economía, y la necesidad de avanzar hacia nuevas fuentes energéticas de corto, mediano y largo plazo que le permitieran liberarse de esa dependencia, costosa en términos no sólo económicos sino en sangre de soldados americanos luchando en teatros de guerra lejanos a su país para defender su “yugular”: la provisión de petróleo para su economía.
El informe fue un disparador de un debate que culminó con la decisión bipartidaria de lograr el autoabastecimiento. Si bien en el largo plazo las opciones de las fuentes atómicas y renovables eran –son- promisorias, la urgencia del corto plazo llevó al desarrollo de las tecnologías de extracción conocidas como “fracking” para explotar los inmensos reservorios de “Shale” oil y gas existentes en su subsuelo.
Diez años después, Estados Unidos se convirtió en el principal productor mundial de hidrocarburos, con la perspectiva de transformarse en pocos años más en el principal exportador mundial.
El efecto geopolítico de este logro fue la alteración del tablero estratégico planetario. Su despliegue militar en el medio oriente se redujo sistemáticamente, desplazándose hacia su foco de mayor inestabilidad militar, el Pacífico y puntualmente el mar de la China y adicionalmente reduciendo el peso del gasto militar sobre el presupuesto federal. Pero la consecuencia fue el vacío de poder en el oriente medio, desatando fuerzas adormecidas durante décadas en la región.
La guerra civil en Siria
En el 2013 parecía que el principal conflicto regional era la rebelión siria, desatada como eslabón de la cadena de movilizaciones populares de la “primavera árabe” que terminara con los regímenes autocráticos de Egipto, Túnez y Libia.
El régimen de Al Assad concentró la atención mundial luego de la comprobación del uso de gas venenoso contra los grupos rebeldes. Respaldado en un ejército de mayoría shiíta, gobierna con mano de hierro un país de mayoría sunita desde 1970, a pesar de que la población shiíta-alawitaa la que pertenece la familia dominante alcanza apenas al 13 % del total.
La utilización de armas químicas terminó por definir el involucramiento formal de Estados Unidos, que más que por razones de directa amenaza a sus intereses estratégicos, respondió a una presión de la base electoral de su gobierno demócrata ante una violación masiva de derechos humanos y de su condición de garante de la Convención Internacional contra el Uso de armas químicas.
En una declaración que aún hoy se cuestiona en el seno de los “Thinktanks” norteamericanos, el presidente Obama declaró que la efectiva comprobación del uso de armas químicas sería una “línea roja” que desataría la intervención de Estados Unidos contra el régimen de Al Assad.
Comprobada formalmente esa utilización, o sea atravesada la “línea roja” que él mismo había fijado, Obama se encontró en el dilema de cumplir su amenaza llevando a su país a una nueva guerra –enfrentando todas sus promesas de campaña-, o dejarlo pasar –lo que convertía a su palabra en un enunciado vacío, con lo que implicaba para la credibilidad y el prestigio de la política exterior norteamericana-.
Optó por lo último, y aunque mantuvo su cuestionamiento activo al gobierno de Al Assad, redujo su participación a la provisión de armamento a los grupos rebeldes.
Sin embargo, los rebeldes sirios estaban lejos de ser un grupo homogéneo de formación y vocación democrática. Al contrario, su sector más fuerte era el más radicalizado “Frente Al QaedaNusra”, ala local de Al Qaeda, del cual se desprendió luego el grupo que actualmente conforma el Estado Islámico.
El apoyo norteamericano de armamento sofisticado terminó en la situación actual, en la que el Estado Islámico utiliza contra los kurdos y contra los aviones norteamericanos armamento norteamericano recibido para luchar contra Al Assad.
Irak
Igualmente complicada es la situación en Irak, donde el prestigio norteamericano luego de la invasión que derrocó a Saddam Hussein encadenó su suerte a la del gobierno surgido de las elecciones que instauraron el primer gobierno electo, que obviamente respondió a la mayoría shiíta.
La invasión significó una suma de errores estratégicos que marcarían los años posteriores. No sólo no pudo comprobarse la veracidad del motivo invocado –la tenencia de armas de destrucción masiva por parte de Saddam- sino que su derrocamiento significó una ruptura del equilibrio regional entre sunitas y shiítas, desatando potentes fuerzas religiosas en pugna ancestral.
El nuevo gobierno iraquí, alineado con Irán, no sólo fue un fracaso como administración, sino que se desarrolló como sectario y altamente corrupto. Ambas características alimentaron el surgimiento de la reorganización de los sunitas que anteriormente respondían a Hussein, sumados en bloque al Estado Islámico, sino que, como consecuencia de la disolución del antiguo Ejército de Hussein, los antiguos efectivos con capacitación militar pasaron a integrar también las filas del jidahista Estado Islámico.
El dilema que atraviesa Estados Unidos en Irak desde hace varios años se expresa en la necesidad de articular su contencioso con Irán –con el que mantiene un fuerte enfrentamiento estratégico, por su proyecto de fabricación de armas nucleares- con la necesidad de que Irán siga manteniendo y apoyando al régimen Iraquí sostenido por Estados Unidos y que en la visión popular es la consecuencia de su invasión; y con su decisión estratégica de retirar su presencia militar en la región, cada vez menos posible por el peligroso avance del jidahismo. A pesar de que el retiro de las tropas norteamericanas de Irak fue una bandera electoral de Obama, ha debido revertir este proceso disponiendo el envío de nuevos contingentes, ante el crecimiento jidahísta.
La decisión de intervenir militarmente contra el Estado Islámico, por su parte, ubica a EEUU en el tercer dilema. Luchar contra el Estado Islámico significa aliviar la presión contra el “enemigo común”, que es el régimen de Al Assad en Siria.
La opinión pública actual en Estados Unidos y el mundo occidental, sin embargo, condena con más energía al régimen Jidahista que al régimen sirio, pero la oposición no Jidahista al régimen sirio no tiene capacidad militar como para desequilibrar en su favor esa lucha contra Al Assad sin la presión –la mayor de todas, en términos militares- del Estado Islámico.
El régimen de Al Assad, por su parte, recibe el apoyo estratégico de Rusia y de Irán, ambos por razones geopolíticas, y es fuertemente cuestionado por su vecina Turquía, que, sin embargo, tiene su propio contencioso con los kurdos que se remonta a varias décadas de enfrentamiento de atentados terroristas, guerrillas y desestabilización permanente.
Los kurdos, luchando por su independencia se enfrentan al estado turco, que lucha por mantener la unidad territorial a la que se aferra luego del desmembramiento realizado por las potencias triunfantes en la Primera Guerra Mundial con la formación de Siria, Líbano, Irak y Palestina con sectores territoriales pertenecientes al Imperio Otomano.
Y los Estados Unidos interviniendo con unos contra otros, con otros contra unos y también al final contra sí mismo, en contenciosos que no afectan ni rozan su territorio ni –a esta altura- sus intereses estratégicos.
La intervención norteamericana, por último, le provoca un enrarecimiento en su relación con dos países con los que no tiene contenciosos abiertos, aunque sí una tensión por un tema histórico –la URSS- y un tema de estrategia regional, más que global –el desarrollo de armas nucleares en Irán-, ambos conflictos administrables por otros medios –económicos y diplomáticos- ajenos a la presión militar directa.
Esta complicación ha generado no pocos debates en la administración norteamericana sobre el nivel de su involucramiento, siendo uno de los motivos del profundo desgaste de la imagen del presidente Barak Obama que lo llevara a su derrota legislativa en noviembre de 2014.
Turquía
Es el Estado más desarrollado de la región, está fuertemente enfrentada al régimen sirio de Al Assad pero –como se adelantó- tiene, además de su histórico recelo con Irán, su propio problema interno: en el noreste de su territorio, vive en Turquía una importante población kurda, que reclama la formación de un estado independiente con el territorio que ocupan en Turquía, Siria e Irak.
Éstos –los kurdos- son rebeldes en Siria, pero también en Turquía.
Ello ha llevado a Turquía, que es formalmente integrante de la OTAN e integrante de la Alianza Occidental, a sufrir su propio dilema. Su problema ancestral, la lucha contra los kurdos, no es simétrico con su enfrentamiento con Al Assad, ya que el principal protagonista armado en la lucha rebelde siria, el Estado Islámico, ha lanzado una fuerte ofensiva adicional anti-kurda.
Esta ofensiva no le desagrada especialmente, lo que descoloca al régimen de Ankara frente a la fuerte defensa de los kurdos que realiza Estados Unidos y la alianza occidental, a la que formalmente pertenece. Los kurdos han terminado siendo los únicos combatientes en tierra, complemento indispensable de los bombardeos realizados por Estados Unidos sobre el Estado Islámico, que no pueden lograr definiciones militares sin tropas de infantería que ocupen el terreno y que ellos –los EEUU- no están en disposición de enviar.
En efecto: debilitar al régimen sirio chiíta-alawita de Al Assad y debilitar a los kurdos, ambos objetivos estratégicos turcos, son también objetivos estratégicos del Estado Islámico.
La actitud de Turquía en la lucha por Kobani –ciudad sirio-kurda, situada a menos de un kilómetro de la frontera sirio-turca- ha sido un doloroso testimonio de este dilema. Mientras unas pocas decenas de luchadores “Peshmergas” kurdos defienden con uñas y dientes su ciudad ante la feroz ofensiva del Estado Islámico apoyados por bombardeos aéreos norteamericanos, al momento de escribirse este informe, decenas de tanques turcos se encuentran a trescientos metros del campo de batalla, tras la frontera turca, observando los hechos.
Más aún: costó un singular esfuerzo diplomático y una fuerte presión norteamericana lograr que Turquía permitiera el paso de combatientes voluntarios kurdos que se dirigían a Kobani para ayudar a sus con-nacionales y a quienes los turcos no permitían cruzar la frontera.
Irán
Hezbollah, organización paramilitar iraní declarada terrorista por Estados Unidos y las Naciones Unidas, ayuda a Irak a entrenar y organizar su ejército profesional. Lo mismo hacen los asesores norteamericanos, por pedido del propio gobierno iraquí.
Hezbollah, sin embargo, juega en Siria defendiendo a Al Assad. Pero en este caso, enfrentando no sólo al Estado Islámico sino a los demás rebeldes sirios, apoyados por Estados Unidos.
Su interés estratégico es evitar que la eventual caída de Al Assad fortalezca a su viejo rival, Turquía, y por eso considera el mantenimiento de su régimen en Siria como una clave estratégica de gran importancia.
La estabilidad del régimen sirio le permite preservar una muy fuerte influencia en el Líbano, donde aún cosecha el prestigio de su relativo éxito en la última guerra con Israel -2006-. La derrota del régimen implicaría para Irán un fuerte retroceso. Debilitaría –quizás hasta extinguir- su influencia en el Líbano, perdería un aliado natural en su rivalidad con Arabia Saudita, y –tal vez lo más importante- dejaría el terreno libre para el avance de la influencia de su más recelado rival, Turquía, sobre todo el viejo Turquestán.
Israel
El cambio de la política norteamericana que implica el des-involucramiento de su compromiso militar en medio oriente no sólo afecta a Arabia Saudita, sino de manera importante a Israel.
Esta nueva situación es inmediatamente advertida por los protagonistas del enfrentamiento ancestral en el mundo árabe. Crecen los “halcones” de ambos bandos –unos, advirtiendo que sus chances se amplían, otros incitando a incrementar la fortaleza de sus defensas- y se debilitan los espacios de las “palomas”. El positivo efecto pacificador del “rezo conjunto”, trabajosamente logrado por el Papa Francisco, entre judíos e Israelíes en Roma, duró menos de una semana: tres jóvenes israelíes fueron asesinados por extremistas palestinos, desatando una de las ofensivas israelitas más duras de los últimos tiempos.
Desde la perspectiva de la política regional, el acercamiento necesario entre EEUU e Irán significa para Israel un golpe a su escenario estratégico. Irán ha sido el país de la región que más duramente ha antagonizado con el Estado Judío, al punto de que su anterior presidente, MahmudAhmadinejah llegó a definir su “aniquilamiento” como un objetivo permanente de su país. La perspectiva que un país con esa mirada estratégica exhiba semejante amenaza no es precisamente tranquilizador para ningún país vecino.
La menor presencia militar norteamericana en la región tampoco es tranquilizadora. Aunque Israel siempre apostó al desarrollo de sus propias fuerzas militares disuasorias, su alianza con Estados Unidos significaba un respaldo significativo que en el nuevo escenario se debilita.
Para Israel, entonces, y a pesar del abismo que lo separa del Estado Islámico, una acción debilitadora del eje Irán-Al Assad-Rusia como la que desarrolla el jidahismo en la guerra civil siria termina jugando objetivamente como una coincidencia táctica. En esto también sus intereses se conjugan con los de Arabia Saudita, a pesar de sus fuertes diferencias.
Estados Unidos, por su parte, está asumiendo en el conflicto palestino un papel que acentúa su carácter “moderador”. Sin abandonar ni dejar de lado su alianza con Israel, ha repetido gestos de desagrado hacia actitudes de los “halcones” israelíes, como la edificación de asentamientos en Jerusalen Este e incluso con gestos diplomáticos de desaire a visitantes importantes de Israel en Washington. La satisfacción con que se recibió en Israel la derrota electoral de Obama no ha pasado desapercibida.
La política interna sigue mandando, aún en el mundo globalizado. Y la política interna israelí ha girado hacia posiciones de mayor dureza, con una opinión pública crecientemente intolerante ante las provocaciones nada inocentes de los palestinos de Gaza. Es esa misma opinión pública la que no desecharía un ataque unilateral a Irán, sin “permiso” de Estados Unidos, en caso de percibir que el programa nuclear iraní alcance un umbral de accesibilidad rápida a la construcción de artefactos nucleares.
Esta acción podría convertirse en un detonante de un conflicto cuyas consecuencias son claramente imprevisibles, colocando a Estados Unidos y a la Alianza Occidental en una situación de alta tensión interna, ya que aunque en Estados Unidos existe una fuerte vertiente de opinión pública pro-israelí, en Europa una acción de esta naturaleza implicaría una condena de muy alto perfil y seguramente también la puesta en marcha de represalias de diverso orden.
Tal vez ese escenario explique la tendencia israelí luego del cese de fuego a lograr acuerdos de convivencia con los palestinos, a la vez que reforzar su potencia militar. Los acuerdos realizados luego de la última confrontación en Gaza parecieran avanzar en esa dirección que, por otra parte, ha sido siempre la oferta del estado judío para pacificar la región.
Rusia
¿Qué hace Rusia en la región y cuáles son sus intereses?
Lo primero que debe recordarse es la importancia que tiene para Rusia el Mar Negro, ya desde tiempos zaristas. La exitosa lucha con Turquía por Crimea le permitió acceder a un mar cálido por primera vez en su historia, al punto de establecer en Sebastopol la principal base de su fuerza naval tradicional.
La presencia militar en el Mar Negro es uno de los eslabones de un sueño permanente, sólo adormecido por la necesidad de convivencia: el control de los estrechos de Bósforo y Dardanelos, en manos de Turquía, sin los cuales es imposible acceder al Mediterráneo y los mares abiertos.
La rivalidad natural con Turquía queda señalada por la más dura geopolítica, y su alineamiento con el rival histórico de Turquía, Irán, es la consecuencia inmediata de este “dominó”.
Un régimen adicto –o aliado- en Siria, por su parte, le permite acceder al mediterráneo por el puente terrestre de países aliados –Irán, la propia Armenia (enemiga histórica de Turquía) y la Irak pro-iraní, así como “encierra”a Turquía tras un cerco que le dificulta su influencia hacia la región del Turquestán, integrada por países que formaron parte de la vieja Unión Soviética –Kazakstan, Uzbekistan, Turkmenistan, Kirguistan y Tajikistan-
De ahí que su actitud hacia el Estado Islámico sea de rivalidad –en cuanto no coincide con su objetivo de derrocar a Al Assad- y que por eso se haya sumado a la condena en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a la actitud genocida de los jidahistas sin cuestionar tan duramente el ataque militar norteamericano contra el Estado Islámico; pero a la vez, no coincide con el eventual involucramiento militar norteamericano con tropas terrestres, en cuanto significaría una presencia molesta para sus objetivos en la región.
En una mirada más global, al debate ruso le resta saldar definiendo sus objetivos de largo plazo. Se enfrentan al interior de Rusia las miradas geopolíticas de la “vieja guardia”, que sueñan aún con su trascendencia global y presionan para una actitud más agresiva hacia los países ex “satélites” de Europa del Este, que conformaban su cinturón de seguridad ante la OTAN, frente a las fuerzas que reclaman una imbricación con la economía global, la apertura de fronteras y la continuación del proceso de apertura y democratización que se inició con Gorbachov.
Al igual que en el caso norteamericano, la política interna termina incidiendo fuertemente en las decisiones de política exterior. El nacionalismo es un componente de fácil acceso para su uso en la política interna en caso de dificultades económicas, como la que está sufriendo Rusia ante la caída del precio del petróleo.
Esa caída puede estar siendo provocada por la acción de Arabia Saudita liberando reservas petroleras para debilitar a Irán con la reducción del precio –y por efecto dominó, a Rusia- o por los propios Estados Unidos, con el mismo fin de debilitar a Rusia ante la presión de sus aliados europeos, de quienes quisiera alejarse militarmente pero que no se encuentran en condiciones de prescindir del “paraguas estratégico” que significa su alianza en la OTAN.
La reducción de las compras petroleras de Europa a Rusia, así como la eventual amenaza de reemplazarla por gas de origen “shale” importado de Estados Unidos, llevó a Rusia a buscar un acercamiento con China asegurándole su provisión energética e iniciando una alianza estratégica que la coloca como eslabón proveedor de materias primas para su desarrollo industrial, en una curiosa inversión de la dependencia china de la Unión Soviética en tiempos iniciales de la Guerra Fría.
Afganistán
Si hacia el norte el conflicto del medio oriente se imbrica con los problemas de la política exterior rusa, hacia el sur lo hace con otra zona de conflicto en la que el integrismo sunita –allí expresado por los talibanes- fuera desplazado del poder por la invasión norteamericana, instaurando un gobierno que resultara, como el de Irak, altamente corrupto, débil y sin control del territorio.
La decisión norteamericana de retirar su tropas, de concretarse, implicaría la caída del régimen surgido de las elecciones de abril-junio (1ª y 2ª vuelta) de 2014 en manos de los talibanes, en un país que se encuentra ya fragmentado territorialmente entre “señores de la guerra” que dominan diferentes sectores de su geografía y en el que el narcotráfico florece y el cultivo de amapola o “adormidera” es el mayor del mundo.
Aquí también juega Rusia, que acaba de ofrecer al gobierno afgano su ayuda militar en asesoramiento y material bélico aprovechando el vacío que amenazan dejar las tropas norteamericanas. El gobierno afghano es a la fecha de escribirse este informe una coalición que, a instancias de Estados Unidos, ha logrado incorporar a las más importantes fuerzas político-militares de un país en el que las etnias conforman un mosaico más importante que la propia identidad religiosa.
La formación de una coalición plural fue una condición que exigió Estados Unidos para mantener sus tropas en el país, a fin de evitar ser identificado con la extrema corrupción y sectarismo de la administración del presidente Karzai.
Sin embargo, el grupo integrista “talibán”, de formación sunita extremista, gobernó el país entre setiembre de 1996 y diciembre de 2001 con la aplicación de la “sharia” o Ley Islámica en una de sus versiones más extremas y sigue teniendo vigencia y hasta un crecimiento destacado en determinadas zonas del país (como Kandahar). Degradó la situación de las mujeres (a las que prohibió la educación y sometió a normas extremas de aislamiento) y de las minorías no adictas, gobernó el país con mano de hierro y dio asilo al jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden, luego del atentado a las Torres Gemelas, negándose a entregarlo a Estados Unidos y provocando la invasión que lo derrocara.
Los talibanes fueron reemplazados por la autoridad militar externa y un gobierno civil plural pero extremadamente débil, jaqueado por su propia incapacidad y la “dead line” fijada para el retiro de las tropas americanas para fines de diciembre de 2014. Los norteamericanos, por su parte, luego de negociaciones –al final, interrumpidas- con los talibanes para que aceptaran integrarse a un gobierno de coalición, respaldaron el proceso electoral que terminó con la elección de AshrafGhaniAhmadzai como nuevo presidente.
Sin embargo, esto no significó la estabilidad política. El nuevo presidente se resistió durante meses a conformar un gobierno de coalición, siendo forzado a ello por los hechos, ya que esta actitud se convirtió en una condición impuesta por Estados Unidos para mantener su presencia militar en el país –sin la cual el gobierno central caería rápidamente en manos de los Talibanes-.
Afganistán es una pieza importante en otro juego “de bordes”: el que comprende a Pakistán, India y China. Avanzar en este nuevo escenario extendería este informe más allá de los límites del medio oriente, aunque sus imbricaciones son inevitables. Pakistán realiza un doble juego de “aliado-enemigo” de Estados Unidos, considera a la India su principal problema nacional, tiene buenas relaciones con China, da protección y facilita territorio a los Talibanes para entrenar sus efectivos, así como a Al Qaeda, y sin embargo recibe una multimillonaria ayuda militar norteamericana.
Conclusión:
El medio oriente es una “guerra de bordes”. A cada protagonista le interesa su situación, y no existe “un lado frente a otro” sino numerosos “unos” frente a numerosos “otros”, alianzas cruzadas de las más diversas e insospechados e imprevistos realineamientos.
Es futuro de estos contenciosos es altamente opaco, al punto que ni siquiera se atreve a prever una evolución probable la Fundación RAND –grupo civil de alto análisis estratégico vinculado al Pentágono y a la CIA-.
Su dinámica es alta y su inestabilidad es constante. Tal vez una visión imaginable sea la de un empate variable, con frentes cambiantes e inestables, que puedan ocupar el escenario periodístico en forma sucesiva sin terminar con la existencia de los principales protagonistas. Es tan imaginable un derrumbe del régimen de Al Assad –con sus consecuencias, el debilitamiento de Irán, el aislamiento de Hezbollah en el Líbano, la frustración de las ilusiones rusas de rodear a Turquía por tierra y la entronización de un régimen jidahista con acceso al Mediterráneo- como la permanencia de Assad coexistiendo con espacios territoriales fuera de su control en las zonas kurdas, en las dominadas por el Estado Islámico y en las regiones en manos de sus opositores no integristas, pero sin consolidarse plenamente en el noreste sirio.
Es previsible el retiro norteamericano de Afghanistán, dejando sólo consultores e instructores militares para la formación de un ejército profesional afghano, como el mantenimiento de su presencia. Es previsible el retorno de tropas militares a Irak interrumpiendo su programado retiro, tanto como el reinicio de ese retiro abandonando el gobierno iraquí a sus propias defensas y a la ayuda que podría brindarles Irán, Hezbollah y eventualmente, Rusia.
No parecen darse las condiciones para convertirse en un conflicto abierto y global entre las grandes potencias, ni tampoco en una lucha de líneas claras entre dos contendientes. Más bien es posible que esas luchas parciales desemboquen en alianzas provisionales, acuerdos de corta duración y estancamiento secular de la región, que puede a la larga transformarse en retroceso si la economía global accede a fuentes de energía de reemplazo para el petróleo, su principal riqueza, desinteresando a los grandes jugadores globales. Esto, sin embargo, no aparece a la vista en el corto plazo.
La evolución de la política interna en los grandes actores también puede incidir en la región. La evolución de la situación interna en Rusia, los efectos del cambio de la situación política en Estados Unidos luego del crecimiento republicano, el desemboque final de la crisis ucraniana (y en general, de los países de Europa del Este) en su relación con Europa y Rusia pueden activar cambios de esos países en su política hacia la región que generen desequilibrios.
El efecto que provocó en la opinión pública occidental la decapitación televisada de tres personas por parte del Estado Islámico fue una demostración que a pesar del alto grado de sofistificación en los análisis y en los instrumentos políticos, diplomáticos y militares, todavía la reacción visceral de las sociedades y sus dirigentes pueden desatar procesos no imaginados. La conmoción que causaron en el espíritu los asesinatos televisados de tres personas no cambian ni los intereses nacionales ni el equilibrio estratégico global, pero sin embargo colocó al Estado Islámico en el centro de la escena de la política internacional convirtiéndolo en un protagonista principal de este drama y determinó el involucramiento militar de la principal potencia mundial en un conflicto en el que no están en peligro su territorio ni sus intereses estratégicos ni económicos globales, pero tenía su opinión pública indignada exigiendo al presidente que “se hiciera algo inmediatamente” para “terminar con esto”.
Desde la perspectiva de los intereses de la República Argentina también parece claro que debe evitarse el compromiso con los actores de la región, demasiado tomados por el fundamentalismo, la intolerancia y la provisoriedad en sus alineamiento como para encontrar campos de colaboración común, sin perjuicio de la buena relación con todos en la medida en que no afecte intereses nacionales directos.
Aunque en ocasiones parezca antiguo, el orden “westfaliano” de una convivencia internacional hegemonizada por los Estados-Nación puede ser reemplazada “desde adelante” con una organización planetaria plural, democrática y global, pero mientras ello no sea posible, debe resistirse la tentación de aceptar el retroceso hacia formas y razonamientos pre-estatales, anteriores a la modernidad, basados en el uso de la fuerza o la justificación de medidas en los intereses de los estados, identidas religiosas o divisiones étnicas, sin ley ni derecho que los rija.
La defensa de la responsabilidad de los Estados, su soberanía, su respeto bajo la condición de respetar los compromisos internacionales sobre derechos humanos, no agresión y solución pacifica de las controversias, la expansión de los tribunales internacionales penales, económicos y de variadas competencias, configuran una línea de acción permanente y adecuada para guiar los pasos de un país de mediano desarrollo que necesita un mundo multipolar y la vigencia del derecho.
La tradición de la Argentina en el respeto y la prédica por el orden jurídico internacional es, una vez más, una buena consejera y una excelente guía para la acción.
Diciembre 2014
* Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor