A LA BÚSQUEDA DEL NUEVO REAGAN por Albino Gómez*
| 10 septiembre, 2016El ex presidente estadounidense impuso un nuevo estilo de mandatarios, más cercanos a la televisión, de rápida respuesta y capaces de delegar la letra chica. Un ejecutivo pragmático y sin titubeos políticos.
Todos sabemos que los presidentes estadounidenses han sido en general procónsules o redentoristas. Aquéllos coincidieron más bien con presidentes republicanos, y los últimos con presidentes demócratas, aunque no siempre de una manera totalmente pura. Sin embargo, para referirnos a los de las últimas décadas, Ronald Reagan fue un verdadero procónsul así como Jimmy Carter un auténtico redentorista. Obama lo intentó a medias ser redentorista pero el Congreso republicano se lo impidió.
Enigma de una mente
Siempre se ha dicho que la mente de Reagan era un verdadero enigma, y esa ha sido también la cuestión central en docenas de entrevistas con sus ex colaboradores y con sus adversarios. Sin embargo, de todo ello surgió un retrato rico, provocativo y algunas veces contradictorio. Pero ni uno solo de sus amigos y ex colaboradores entrevistados sugirió que el presidente fuera, en algún sentido convencional, analítico, intelectualmente curioso o bien informado, aunque hubiera resultado fácil y natural para ellos decir que lo había sido. Evidentemente no pensaron que fuera necesario mentir. Una y otra vez pintaron el cuadro de un hombre que tenía serias deficiencias intelectuales, pero que políticamente, era un peso pesado, un líder cuyos instintos e intuición eran acertados más a menudo que sus propios análisis. Su mente, dijeron, se formó por completo a través de su propia historia personal, no reflexionando sobre libros de historia. Reagan pensaba anecdóticamente, no en forma analítica.
La mente del Presidente, sugirieron, se movía alrededor de dos polos filosóficos: la verdad y la necesidad. Para él, las verdades eran simples y las conocía. Podía momentáneamente ceder si sentía que no había otra alternativa política, pero casi invariablemente volvía a sus principios. Y era duro y obstinado en ese sentido. Tan pronto transigía –como lo hizo en 1981, aprobando una medida impositiva que daba menos oportunidades de las que él quería, a las empresas- a la vez que reafirmaba su meta reduciendo las Reglamentaciones gubernamentales en los negocios.
Era un creyente sincero, dijeron sus colaboradores, pero también lo describieron como un hombre muy capaz en el terreno de maniobras sofisticadas, incluyendo las formas usuales del engaño político.
Estas fueron las claves del pensamiento de Reagan y de su éxito político como presidente del Sindicato de Actores Cinematográficos, como gobernador de California y como Presidente de los Estados Unidos. Sus críticos atribuyeron a menudo estos éxitos a su talento como “gran comunicador” o a una torpe buena suerte. Pero Reagan sabía lo que hacía, cuándo ceder y cuándo luchar, y de ello habló en una conferencia de prensa mantenida en el Salón Oval, cuando afirmó: “Los conservadores recalcitrantes pensaron que si yo no podía conseguir todo lo que pedía, debía saltar desde un acantilado con la bandera flameando y perecer en llamas. Pues no, si no puedo obtener el 70 u 80 por ciento de lo que trato de obtener, tomaré lo que pueda y luego continuaré tratando de obtener el resto en el futuro. Y tal vez resulte más fácil lograrlo cuando vean los resultados. Y esto es lo que criticaron porque no podían soportar que yo transigiera y me conformara con menos de lo que había pedido”.
Primer acto
Reagan creyó que alguna gente lo había subestimado por su ocupación previa como actor, porque sólo una generación atrás no se permitía el entierro de los actores en el cementerio de una iglesia. Pero esto no le preocupaba en absoluto. En cuanto a su salto de ser un demócrata del New Deal hasta convertirse en un republicano, lo atribuyó a su creencia de que el gobierno había crecido más allá del consentimiento de los gobernados y a que era el propío gobierno el que comenzó a contribuir a las aflicciones económicas.
Cuando se le pidió en la misma conferencia que explicara algunas de sus declaraciones y acciones contradictorias, como por ejemplo, la de condenar el Tratado del Canal de Panamá antes de llegar a la presidencia, pero no haciendo luego nada al respecto desde entonces, contestó que “era un asunto pasado”. En cuanto a qué podía decir acerca de la inmensa deuda nacional que se había más que duplicado en los cuatro primeros años de su administración, a la luz de sus promesas de eliminar los déficits, contestó que no estaba tan fuera de línea si ello se consideraba como porcentaje del producto bruto nacional.
En definitiva, de la mencionada conferencia surgía que se trataba de un hombre que tenía clara idea de lo que quería lograr y sobre la forma de hacerlo. Sin embargo, de acuerdo a sus ex colaboradores y amigos, podía ser complejo y opaco, resultándoles difícil explicar su ocasional torpeza moral –como su declaración de que los soldados alemanes enterrados en el cementerio militar de Bitburg eran “víctimas del nazismo…tanto como las víctimas en los campos de concentración”. Recordemos que ello ocurrió en el curso de una gira europea, y que cuando se supo que había tropas nazis de la S.S. enterradas en aquel cementerio, la totalidad de su gabinete y Nancy Reagan le recomendaron que cancelara dicha visita. Pero el presidente permaneció inconmovible, porque dijo que iba a probarle al gobierno alemán que era un firme aliado, profetizando que si había un incidente sería pronto olvidado.
Frente a una decisión, usualmente consultaba con su gabinete y aceptaba su consejo, pero a veces, daba un viraje repentino por su cuenta en una dirección completamente distinta y no probada. Podía también ser tan reservado que sus colaboradores quedasen en blanco en cuanto a llegar a saber con algún grado de seguridad qué tipo de compromisos podía asumir, ya fuese en el encuentro cumbre en Ginebra con el líder soviético Gorbachov o con los líderes del Congreso sobre reformas impositivas o de comercio.
Según Michael Deaver, asistente del Gobernador Reagan en California, Subjefe de Gabinete en su primer término como Presidente y amigo personal de Nancy Reagan, una de las claves de su éxito fue la de haber sido siempre subestimado. Y esto ha sido dicho una y otra vez por los que trabajaron con y contra el Presidente, pero parece que dicho aserto nunca fue asimilado. El comentario corriente de la mayoría de los académicos y comentaristas era que el Presidente Reagan era ignorante, dogmático y afortunado –muy afortunado- y que se las arreglaba siendo un buen tipo y un maestro de los medios informativos. Pero esto es ignorar ocho años como gobernador y ocho como Presidente, y nadie tiene tanta suerte, tan buena y tan larga.
Una y otra vez durante su presidencia Reagan demostró su implacable determinación de salirse con la suya. En el proceso agraviaría a sus partidarios, utilizaría sofismas, cambiaría totalmente su posición al tiempo de negarla. Pero también era capaz de tomar el tipo de decisiones difíciles que sus predecesores en la Casa Blanca trataban en general de evitar. Por ejemplo, Richard Nixon y Jimmy Carter, jugaron muchas veces en los márgenes de las cuestiones, avanzando gradualmente. Así, el Presidente Nixon se retiró de Vietnam lentamente, a lo largo de varios años, y nunca terminó su trabajo. El Presidente Reagan retiró las fuerzas americanas del Líbano de un solo golpe. El Presidente Carter jugaba con la economía; el Presidente Reagan hizo grandes y audaces cambios.
Los presidentes anteriores pasaban sus días leyendo largos informes, reuniéndose con expertos, manteniéndose al tanto de los acontecimientos internacionales. Pero el presidente Reagan, de acuerdo a legisladores y otras personas que lo veían en privado, generalmente mostraba poco conocimiento acerca de la mayoría de los temas en discusión. Y se dice que su participación en las discusiones terminaba a menudo luego de leer en voz alta la información que su gabinete le había preparado en pequeñas tarjetas recordatorias. De acuerdo a un miembro de la Comisión para Fuerzas Estratégicas del Presidente, “nunca participó en las reuniones más allá de lo que Robert C. Mc Farlane, su asesor en seguridad nacional, le dijera”. Y nunca comprendió qué se estaba tratando de hacer “con los programas estratégicos y el control de armamentos. Sólo comprendía que estábamos recomendando la forma de obtener el misil MX”. Pero fuera lo que fuese lo que el presidente había o no comprendido, aceptó la propuesta de compromiso de la Comisión, elaboró un arreglo con el Congreso y obtuvo el misil.
Igual audacia mostró cuando se trató de tomar la decisión que llevó a duplicar el déficit federal. De acuerdo a un veterano funcionario de la administración, el presidente estaba en pleno conocimiento de que ese aumento conduciría a una seria pendiente económica. También sabía que la reducción impositiva y el aumento del presupuesto militar –dos de sus metas más queridas- podrían hacer necesario que el gobierno tomara más dinero en préstamo agravando así el déficit. Pero dijo el ex funcionario: “ Si Reagan tenía que elegir entre aumentar los impuestos y tomar préstamos para reducir el déficit, él creía que obtener préstamos era el menor de los dos males”.
Una de las grandes fuerzas del presidente –según el ex Secretario del Tesoro James A. Baker III, que también actuó como Jefe de Gabinete de la Casa Blanca- fue que ”No solamente creía con firmeza en ciertas cosas sino que había creído en ellas por largo tiempo”.
El comunicador
Tal vez más que ningún otro en la política norteamericana, Reagan, como locutor de radio, estrella cinematográfica, presentador de televisión en el programa de General Electric, fue la personificación de la era de la comunicación, de la era de símbolos en los Estados Unidos del siglo XX, donde la ficción se convirtió en el centro de la vida diaria, más real que la propia realidad. Así avanzó fácilmente y sin mucho trabajo o esfuerzo aparente. La confianza en sí mismo y el optimismo se encarnaron en su forma de ver las cosas. Y nada era imposible para un hombre nacido bajo tan buena estrella.
Para la tribuna.Los libros nunca jugaron un papel importante en sus primeros años, aunque al presidente le gustaba decir que era un “lector voraz” y un “entusiasta de la historia”, pero ni él ni sus amigos, cuando se les preguntó, pudieron dar el nombre de un libro particular de historia que hubiese leído o de un historiador que fuese de su preferencia. Por ello parecería que las ideas de Reagan acerca del mundo fluyeron de su vida, de su historia personal más que de sus estudios, habiendo desarrollado, no tanto una filosofía coherente, sino un conjunto de convicciones, alojadas en su mente como máximas.
De su madre, que gustaba de citar la Biblia, le vino cierto tipo de fundamentalismo. Creció con un fuerte sentido del bien y del mal, con una visión del mundo como el campo de batalla del bien contra el mal, y según Michael Deaver, Reagan creía en la interpretación literal de la Biblia.
De su padre, un desafortunado demócrata del New Deal, y de su experiencia creciendo en un pequeño pueblo de Illinois, heredó sus instintos populistas, incluyendo el nacionalismo y el anti-elitismo. Su anti-elitismo emergió como anti-intelectualismo, en ataques al “establishment” del Noreste y, por último, en discursos que denunciaban a los burócratas de Washington DC. Y aunque pareciera no existir ninguna pista de racismo populista en su vida personal, se pronunció contra las primeras leyes de derechos civiles.
Durante su presidencia del Sindicato de Actores Cinematográficos desde 1947 a 1952, mientras luchaba contra una toma del sindicato por los comunistas, su nacionalismo comenzó a abarcar un ferviente anticomunismo. Y éste se convirtió casi en una total cosmovisión, expresada en una dura retórica antisoviética, una profunda desconfianza respecto a negociar con los soviéticos y en frecuentes demandas de un poder militar americano, cada vez mayor.
Otro elemento se incorporó al conjunto de sus creencias mientras recorría el país declamando su famoso discurso para General Electric, y mientras Nancy Reagan comenzaba a incluir a ejecutivos de las grandes empresas en su vida social: se convirtió en Republicano. Y se las arregló para conciliar su nueva devoción por el capitalismo con su populismo, insistiendo en que si se eliminaban las riendas del gobierno, se produciría una expansión comercial que distribuiría prosperidad a todo el pueblo.
Allí comenzó a hablar de reforma impositiva, de la plegaria en las escuelas, de los peligros de contemporizar con los soviéticos, y sobre todo de la necesidad de reclamar que el gobierno se desmontara de las espaldas del pueblo y de las empresas.
Para la época en que llegó a gobernador de California en 1967, las ideas de Reagan estaban totalmente formadas. De hecho, Michael Deaver pudo recordar sólo dos oportunidades en que su jefe se atormentó antes de tomar una decisión. Como gobernador, tenía que definirse respecto del aborto, y “él no había reflexionado sobre ello hasta entonces”. Deaver dijo: “Por tanto, conversó con abogados y médicos, y llegó a la conclusión de que un feto es un ser humano. Y se mantuvo firme en esa opinión de ahí en más”.
Su equipo
El primer orden del día era encontrar un gabinete que pudiera defender la verdad e inclinarse ante la necesidad. Entre los que lo rodearon en California y más tarde en Washington, siempre hubo ideólogos para garantizar la continuidad de su pureza ideológica, y pragmáticos conservadores para hacer el trabajo efectivo. Y cuando los dos grupos chocaban, según Deaver, optaba por los pragmáticos. En general, Reagan era para los suyos, salvo excepciones, fácilmente predecible, toda vez que se tuvieran en cuenta sus posiciones básicas. Además, siempre se concentraba en el gran cuadro, dejando los detalles para sus ayudantes, y dándoles un poder sin precedentes entre sus antecesores.
Según un veterano funcionario de la Casa Blanca: “El presidente no se interesaba terriblemente en el proceso y durante bastante tiempo yo no estaba seguro de que él supiera lo que yo hacía. Se sentía cómodo dejando que sus asesores le contasen las cuestiones y las opciones”.
Estas eran las máximas que parecen haber sido el foco alrededor del cual funcionaba la mente del Presidente. A menudo no era la lógica de un argumento lo que él recordaba o a la que recurría, sino una circunstancia o historia que conectaba la cuestión del momento con un conjunto de sus principios básicos, y esas anécdotas eran frecuentemente las últimas palabras que cerraban el asunto, esperando que sus funcionarios siguieran luego adelante implementando sus deseos.
En tal sentido, la experiencia del Presidente en el Sindicato de Actores Cinematográficos, por ejemplo, podía ser citada cuando el tema fuese la negociación con los soviéticos, y el mensaje era: no confíen en los comunistas. O cuando sus asesores hablaban con él acerca del déficit, frecuentemente traía a colación que las reducciones impositivas de Kennedy estimularon la economía, y el mensaje era: no cedan a un aumento en los impuestos.
De hecho, la argumentación lógica no siempre convencía al presidente. Al decir de todos, sus asesores se sentían en libertad de debatir abiertamente frente al presidente, siempre que no cuestionasen en forma directa sus creencias básicas. En la mayoría de las reuniones, el presidente escuchaba en silencio, y si adelantaba una opinión, raramente la fundamentaba con un razonamiento previo. A menudo guardaba sus opiniones para sí.
Algunas veces adelantó una nueva posición por su cuenta, con muy poco aporte de sus asesores o aún contra la opinión de estos. Este fue el caso con su idea de la iniciativa de Defensa Estratégica (SDI). Luego de algunas conversaciones informales con los jefes de Estado Mayor y otros, informó a sus asesores que quería que le preparasen un discurso delineando un audaz sistema de defensa con un misil orientado al espacio. Muchos de los miembros de su gabinete estuvieron en desacuerdo con el alcance del plan, al igual que la mayoría de los expertos militares y los miembros del Congreso, pero se encontraron cediendo frente a su inflexible voluntad.
El sistema del presidente para obtener información fue un factor crítico en sus tomas de decisión. De acuerdo a sus asesores, él descansaba primordialmente en memos de su gabinete, que por lo general no eran análisis detallistas. El gabinete también le enviaba notas que tendían a apoyar sus creencias. Reagan pasaba por encima de los titulares de varios periódicos, buscando esencialmente material anecdótico y posiciones de editoriales, sin leer por lo general las noticias del día. Los amigos le enviaban artículos de revistas, extractados principalmente de publicaciones conservadoras. Pero todos sus asesores coincidieron en su “pasividad intelectual”.
En cuestiones internas, el margen de acción que daba a su gabinete variaba según el tema o la cuestión específica. En temas económicos, el presidente podía tomar parte activa –usualmente, por ejemplo, examinaba el proyecto de presupuesto- dando su decisión sobre cada punto. Pero en la mayoría de los asuntos, adelantaba su punto de vista y esperaba que sus asesores encontrasen la forma de implementarlos por los medios adecuados.
En los temas de política internacional, que conocía menos y en los que estaba también menos seguro, concedía al gabinete más poder aún.
Algunos críticos vieron a Regan como un hombre de mente simple. Pero más bien, sugieren sus ex asesores, era simplificador. Esto es, reductor de lo complicado a símbolos simples y a imágenes del bien y del mal: americano o antiamericano. Esto le permitía tomar un atajo entre las complejidades que desconciertan y que no interesan al público en general, para colocarse exactamente en la onda de pensamiento de dicho público.
El tipo de mentalidad del presidente y su técnica política le dieron una oportunidad primordial en dar nueva forma a las actitudes de su nación acerca del papel que debía desempeñar el gobierno en la economía, y de la necesidad de un presupuesto militar mayor. También devolvió la confianza al público, confianza que se había tambaleado por ciertos hechos en la administración de su predecesor. De hecho, dos aspectos de esa época anterior –inflación de dos dígitos con altos intereses y la invasión soviética de Afganistán- dieron a Reagan una ventaja en sus esfuerzos por convencer al país de la verdad de sus creencias.
Un estilo
El pensamiento y la técnica de Reagan tuvieron un éxito enorme durante su primer mandato en las tareas negativas y más simples de atacar al gobierno sobredimensionado, y de golpear retóricamente a la Unión Soviética. Estos eran blancos relativamente fáciles, casi una cuestión de tildar el cuadro correcto, como en las pruebas típicamente americanas de “múltiple elección”. Ya durante el segundo mandato, las cosas fueron complicándose, recayendo sobre su sucesor Bush, una pesada carga que le costó su derrota a manos de Clinton.
Sin embargo, debemos concluir que Reagan -aunque se lo haya olvidado- sigue siendo algo así como un ícono cultural-antropológico y político, representante de valores todavía muy vigentes en la sociedad norteamericana, como parte de un presente que se proyectará con mucha fuerza en el futuro inmediato de los Estados Unidos de América, no importando quién sea el sucesor de Obama, que no me cabe duda, será Hillary Clinton
*PERIODISTA, escritor y diplomático. Fue Director Ártístico de Canal 7