LA GUERRA SIMBÓLICA ABSURDA E INTERMINABLE por Alberto Kreimer*
| 6 mayo, 2016Reemplazado el monumento en homenaje a Cristobal Colón por el de Juana Azurduy, vemos que se cambió a un genovés-español por un español-vasco. Al primero se le imputa ser un genocida de indios, una afirmación que no se compadece con la historia ni siquiera usando anacronismos. A la segunda, erigida por sugerencia de Evo Morales, la representación de las luchas de los pueblos originarios. El escultor del nuevo monumento se llama Andrés Zerneri que, a primera vista, no aparece como apellido prototipo de pueblos originarios, sino más vinculados a los que, al decir de Octavio Paz, descendieron de los barcos siglos después de la llegada de los españoles. El monumento a Colón, esculpido en mármoles, fue lesionado seriamente en su traslado y el de Juana Azurduy tiene claras fallas de construcción. No califico para opinión artística, pero a la luchadora del Alto Perú me parece que se le rindió mejor homenaje estético con la cueca de Ariel Ramirez y Felix Luna (supervalorizada en la interpretación de Mercedes Sosa). Hace solo unos días el Presidente Macri le pidió disculpas al primer premier italiano Renzi por el trato brindado al monumento a Colón que fuera donado por la colectividad. Pero la guerra simbólica continúa.
En una reciente entrevista en un semanario cultural el escultor Zernieri nos avisa que está terminando una gigantesca escultura de mujer originaria para reemplazar el monumento del General Roca a quién acusa del genocidio indígena en su Campaña del Desierto. ¿A dónde llevar entonces el monumento de don Julio Argentino, prócer defendido por trotskistas como Abelardo Ramos y sus discípulos, algunos vinculados al gobierno de Evo Morales? Teniendo en cuenta que completó dos presidencias y fue factótum en la construcción de la nación, le correspondería la Plaza de Mayo. Pero si la ponemos enfrente a la curia vendrán los laicos-agnósticos para recordarnos que en la primera presidencia de Roca se dictó la ley 1420 de instrucción estatal laica (obligatoria y gratuita) y, además, la ley 2393 de matrimonio civil, lo que motivó la ruptura de relaciones con el Vaticano (única en la historia ya que ni siquiera lo hizo Perón en 1955). Seguramente pedirían que a la catedral se la lleve a otro sitio. Además, a pesar del esfuerzo interreligioso que impulsa Francisco, los judíos tendrían su derecho a la defensa de Roca que creó una Legación Diplomática Argentina en Ucrania para fomentar la inmigración de ese origen.
Esta situación traerá graves enfrentamientos con los nacionalistas ortodoxamente católicos que en compensación pedirán se cierre el crematorio de la Chacarita que tiene una construcción diseñada para homenajear a los difuntos masones, creada por el Dr. Penna y el Dr. Ingenieros, cuya imagen recordatoria está en una escultura a la entrada. ¿Pero qué pasaría si después de terminar con el crematorio y sus imágenes los patriotas sanmartinianos pidieran que se erija un monumento al Libertador que también estuvo en la masonería? Cómo negar ese lugar al padre de la patria. Y una vez que se concrete ese nuevo monumento los que niegan la existencia de la “década infame” podrían pedir que junto a San Martín se ponga aunque sea un busto del General e Ingeniero Agustín P. Justo, también masón y, para colmo, aliadófilo. Los nacionalistas antibritánicos pondrían el grito en el cielo. ¡Qué lío!
Pero sigamos. La decana de la Universidad de Periodismo de la UNLP, Florencia Saintout –quién instituyó el premio Rodolfo Walsh y se lo otorgó a Hugo Chávez-, podría pedir también que se cambie el Día del Periodismo que recuerda a Mariano Moreno, jacobino defensor de los Hacendados (¡nada menos!) y se lo reemplace por el día que EEUU inoculó el cáncer al Comandante, hecho resaltado por su sucesor Nicolás Maduro, cuya seriedad nadie puede poner en duda.
Si se hubiera que destruir el monumento de Mariano Moreno en la Plaza Lorea, le tocaría el mismo destino también al Pensador de Rodin, un franchute que también hizo el monumento al vende patria de Sarmiento. Entonces todos los sarmientinos, que no son pocos, pondrían el grito en el cielo y saldrían “con la espada, con la pluma y la palabra” y habría que evitar derramamientos de sangre.
En este jubileo los anarquistas podrían exigir que se demuela el monumento a Ramón Falcón y se le cambie el nombre a la calle que lo recuerda, ya que fue un asesino de obreros. Seguramente requerirían que se lo reemplace por el de Simón Radowitsky que hizo justicia. Entonces nadie diría nada ya que hasta los camporistas obsesionados por los símbolos pensarían cómo no se le ocurrió a ellos. ¿Y si los integrantes de la Policía Federal, defendiendo a quién fue su valiente jefe, decretaran una huelga? El caos sería terrible, sin policía y todo el país en conflicto con originarios, roquistas, masones, morenistas, chavistas, sarmientistas, anarquistas y otros fanatismos.
Y así hasta el infinito con estas cosas importantes. ¡No sea que nos tengamos que ocupar de pavadas como los diez millones de habitantes que están bajo la línea de pobreza!
*Miembro del Club Político Argentino