LA OTANIZACIÓN DE LA ARGENTINA por José Miguel Amiune*
Con-Texto | 9 noviembre, 2024Hay un hecho poco observado: Petri viene haciendo la política exterior. En septiembre tuvo lugar la Asamblea General de la ONU. En su discurso, Milei desterró la tradicional política exterior argentina signada por la neutralidad y la no injerencia. Hace una semana, Milei echó a Diana Mondino. El error que le achacó fue el voto argentino contra el bloqueo a Cuba. Mondino ya estaba de salida pero todos los errores que cometió no se comparan con el alineamiento con los Estados Unidos e Israel que definió fuertemente Milei en su discurso en Naciones Unidas. Este nuevo perfil de política exterior se posiciona en consonancia con la Organización del Tratado del Atlántico Norte y significa la sujeción de la diplomacia a las ideas de Milei.
La renuncia al principio de neutralidad, la no intervención en asuntos internos de otros países, el compromiso de no intervenir en conflictos armados entre otros países, la promoción de la solución pacífica de los conflictos y la soberanía de los pueblos y el derecho de los pueblos a decidir su propio destino han sido históricamente puntos de la línea de la política exterior argentina. Estos principios fueron sepultados por Milei en la ONU. Para alinearse automática y permanentemente con los Estados Unidos e Israel, y sumarse a la OTAN como socio global no se necesitan diplomáticos profesionalizados, con experiencia, formación especial e idoneidad. Lo único que requiere la Cancillería es subordinación y obediencia a los ideales libertarios, que Milei condensó en los trece minutos fatales de su discurso en la Asamblea General de la ONU. Para terminar de supeditar la política exterior a sus intereses personalísimos, envió dos notas oficiales desde la Secretaría General de la Presidencia que advierten al personal del Servicio Exterior de la Nación, así como a todos los empleados que no pertenecen a la carrera diplomática, que quien no estuviera de acuerdo con su decálogo, debía dar un paso al costado, es decir, renunciar. No contento con eso, al eyectar de su cargo a Mondino, el Ejecutivo mandó una segunda nota oficial, anunciando una auditoría para identificar a los miembros del Servicio Exterior de la Nación y empleados de la Cancillería que sostengan ideas, posiciones o conductas no encuadradas en los ideales libertarios. El objetivo es sanear el Ministerio de infiltrados que resistan sus principios en materia de política exterior.
Para decir verdad, toda esta parafernalia con el personal diplomático es humo para esconder que la Cancillería está paralizada desde su asunción como Presidente. Las medidas esenciales de la política exterior y los negocios que tanto atraen a Milei, se manejan en otro ministerio: el de Defensa a cargo del pupilo de Patricia Bullrich, el ex radical mendocino Luis Petri.
La otanización de la Argentina y el negocio de armamentos
En abril de 2024 el ministro de Defensa Luis Petri viajó a Bruselas para dar el paso decisivo en el realineamiento de la política exterior argentina: la presentación de la carta de intención para unirse a la Organización del Atlántico Norte, como socio global. En esa ocasión Petri se reunió con el Secretario General Adjunto de la OTAN, Mircea Geoanä, para comenzar los trámites de incorporación de la Argentina como socio global. Pero no fue lo único que hizo.
En esa gira europea Petri oficializó la compra de veinticuatro aviones F-16 Figthing Falcon a Dinamarca, que los había adquirido a la firma estadounidense Lockheed- Martin en 1980. Esos aviones de guerra tienen veinticinco años de fabricación, fueron parte de un lote de F16A y F16B y hace tiempo que no vuelan. La Argentina compró aviones viejos por la suma de 320 millones de dólares. La triangulación con Dinamarca se explica porque los Estados Unidos deben respetar el compromiso que tienen la OTAN y todos sus miembros, de no vender material de guerra a la Argentina. Esta condición fue impuesta por el Reino Unido en 1982, desde la guerra de Malvinas.
Es una carambola a tres bandas. El material obsoleto que Dinamarca no pudo enviar a Ucrania, lo coloca en Argentina con el acuerdo de los Estados Unidos. Lockheed-Martín proveerá de modernos aviones de ataque a Dinamarca y será el proveedor exclusivo de las reparaciones, equipamiento y modernización de la chatarra comprada por Argentina. Además asegurará a nuestro país la provisión de material de guerra que lo habilite a combatir en su nueva condición de socio global de la OTAN.
La prestigiosa Revista “The National Interest”, en su edición del 1º de noviembre de 2024 nos termina de develar la importancia de los acuerdos alcanzados por Petri. Según este medio, por un nuevo contrato con Lockheed-Martin, la Argentina recibirá 36 misiles AIM-120 C-8 Advanced Medium Range Aire-Aire, Misiles (AMRAAM), además de 102 bombas para propósitos generales MK-82500 libras y 50 bombas guiadas por rayos láser GBU-12 Paveway II. La Lockheed-Martin le vende también a nuestro país equipamiento de comunicaciones e instrumentos de navegación, repuestos, sistemas de soporte terrestre y mantenimiento técnico para el Block 10/15 Fighting Falcons. De esta forma, Lockheed-Martin será el principal contratista para la provisión de materiales, pertrechos y modernización de todo el material adquirido por la Argentina. El nuevo contrato firmado por el ministro Petri asciende a 941millones de dólares.
Como lo demuestran los hechos relatados la verdadera política exterior de Milei y los negocios vinculados, no tienen que ver con la Cancillería. Han sido subrogados al Ministerio de Defensa, a Patricia Bullrich, y a su esposo que es un gran trader de armas y equipos de espionaje, proveedor casi exclusivo de la SIDE y de otros órganos de inteligencia. Todo esto mediante el empleado de ambos, Luis Petri que vive disfrazado con uniforme de fajina.
El abandono de la neutralidad y los vínculos comerciales establecidos con Lockheed-Martin y la OTAN, se explican en el marco de una lógica guerrerista que se corresponde con la globalización de este tratado según los intereses de los Estados Unidos. Se trata de una apuesta militarista para contener a China, Rusia, India y los BRICS en su acelerado ascenso en la geopolítica y en la economía mundial. Implica también el reconocimiento de que “la era del dominio hegemónico de Occidente ha llegado a su fin”. Así lo ha reconocido Josep Borrell, el jefe de la política exterior de la Unión Europea, en un texto recientemente publicado. Este reconocimiento de una realidad difícil de refutar enfrenta a las élites occidentales a la pregunta sobre qué hacer.
Como un personaje de una tragedia clásica, el español Josep Borrell, quien desde diciembre de 2019 ocupa el cargo de alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea en el Ejecutivo de esa comunidad, empieza a ver algunos signos de la tormenta que los llevará al naufragio pero decide avanzar con más ahínco hacia los nubarrones, empujado por fuerzas que no controla pero que representa.
Globalizar la OTAN
La idea de globalización de la OTAN, que comenzó a surgir en la última década del siglo XX, es la respuesta que encuentran los países centrales frente al quiebre de la hegemonía angloestadounidense.
El ex secretario general de la OTAN, el británico Lord Ismay, decía que la Alianza Atlántica se había creado “para mantener a los rusos afuera, a los americanos adentro y a los alemanes abajo”. Para los grupos de poder centrales de Washington y Londres, seguía siendo clave terminar de debilitar estructuralmente a Rusia para dejarla definitivamente aislada y afuera. Los alemanes debían estar debajo. La reunificación de Alemania, que aumentaba su peso económico y territorial, más el éxito de su competitiva industria alimentada con hidrocarburos abundantes y baratos de Rusia y el avance de la Unión Europea, a partir del Tratado de Maastrich en 1993, considerado un eslabón de la historia comunitaria europea, y la creación del euro.
La perspectiva de una OTAN global es la más adecuada para definir el cambio que se produjo en la alianza atlántica después del colapso de la URSS. Derrotado el gran enemigo de la Guerra Fría, la OTAN comienza a convertirse en la herramienta político-militar del occidente geopolítico conducido por el polo de poder angloestadounidense para sostener su supremacía. La clave pasa a asegurar estratégicamente el orden mundial unipolar basado en un capitalismo transnacional dominado por las redes financieras con centro en Wall Street, Londres y la red de centros financieros internacionales.
Una nueva concepción estratégica comienza a conducir la alianza atlántica. El lineamiento dominante se convierte en la expansión hacia el este de Europa, para construir un cordón sanitario alrededor de Rusia y a lo largo de todas sus fronteras. Busca también expandirse al Asia y Oceanía para tejer una red de contención militar alrededor de China. El proceso expansivo de la OTAN se extiende con la invasión a Afganistán y otros escenarios de Medio Oriente, Asia y África. Todo esto se hace bajo el lema de que “solo una alianza verdaderamente global puede abordar los desafíos globales de nuestro tiempo”.
A partir de ese momento la lucha hegemónica se plantea entre el unipolarismo occidental o el multipolarismo de los BRICS.
La apuesta militarista de Occidente
Los números hablan por sí mismos a la hora de definir la apuesta militarista de Occidente. El gasto en defensa de los estados miembros de la OTAN, que empezaron siendo 6 y hoy suman 32 y liderados por los Estados Unidos, representa el 67% del gasto militar total mundial. La Europa “pacifista” gastó en 2023 588.000 millones de dólares, 16% más que en 2022 y 62% por encima de lo que gastaba una década atrás, superando por más de cinco veces al gasto de Rusia y más que duplicando al de China, que posee un PBI mayor que el conjunto de Europa. Este número es impactante: el gasto militar de Rusia equivale a solo el 8% del gasto de la OTAN. Así y todo, para Josep Borrell la cuestión en Europa es gastar más en defensa. Así les va.
El problema del militarismo, como toda perspectiva instrumentalista, es que pierde la dimensión de la política. Y eso es clave para entender los resultados adversos en varios escenarios a pesar de la descomunal inversión.
La crisis de la hegemonía angloestadounidense, el polo dominante de los últimos doscientos años es también una crisis de la supremacía occidental y de su declive secular relativo que contrasta con el ascenso de China y otros países emergentes. Este proceso significa una transformación estructural del sistema mundial y como contracara implica la caducidad del viejo ordenamiento político mundial y de las instituciones que cristalizaban las anteriores jerarquías de poder.
Las tensiones en torno de Taiwán, la guerra tecnológica contra China impulsada por los Estados Unidos y que se articula con la guerra comercial, la escalada en las guerras de Ucrania, el Líbano, Israel e Irán y la creciente guerra de información y propaganda, son fragmentos y frentes de este nuevo escenario de guerra mundial híbrida. Al revés de lo que sucedió a partir del siglo XIX, el viejo polo dominante tiene actualmente grandes dificultades para imponer sus intereses a través de la aplicación de la “violencia organizada”, como decía Samuel Huntington. Pero no va a dejar de intentarlo.
La OTAN global resurge a causa de una necesidad histórica: el tiempo corre a favor del enemigo. La apuesta militarista intenta aprovechar la ventaja militar para frustrar la multipolaridad, impulsada por el polo angloestadounidense. Sin embargo, no podemos olvidar que en 2019 Emmanuel Macron diagnosticó a la OTAN como un paciente con “muerte cerebral”. Fue en tiempos de Donald Trump. ¿Qué pasará con su vuelta a la presidencia de los Estados Unidos?
A modo de conclusión
La Argentina carece de una política exterior. Ése es un atributo de países con relativa autonomía. Al alinearse férreamente con EUA e Israel, la sustituye por una política de defensa que se equipa para intervenir en conflictos que no afectan sus intereses nacionales. En todo caso, la política exterior argentina es ingresar a la OTAN como socio global. Esta política exterior la ejerce el propio ministro de Defensa quien reconoce que este ingreso tiene el propósito de impedir que las inversiones rusas o chinas se expandan en América Latina. Eso justifica el costoso reequipamiento militar, en medio del ajuste más extremo de la economía argentina.
Esta política centrada en fortalecer capacidades militares rompe el equilibrio tradicional de fuerzas en América del Sur, alimenta hipótesis de conflictos y posterga indefinidamente los objetivos de integración regional.
La Argentina, en el marco de la guerra híbrida mundial, se convierte en blanco de ataques por actores no estatales. La elección de la OTAN en lugar de los BRICS, nos integra a un sistema de seguridad colectiva extrarregional que nos obliga a intervenir en conflicto entre terceros países. En cambio, los BRICS son un grupo de países emergentes que privilegian el desarrollo en lugar del armamentismo y fomentan el multilateralismo y la multipolaridad en el sistema internacional.
En suma, el gobierno de Milei ha consumado una conspiración suicida contra los intereses permanentes de la República de la República Argentina. Está aislando al país de sus principales socios comerciales y de sus auténticos socios geopolíticamente estratégicos. Todo ello sin la menor participación del Congreso que por la Constitución Nacional tiene una competencia inalienable en la política exterior y en los asuntos sobre la guerra y la paz. Abandona la neutralidad en un mundo atravesado por una guerra mundial híbrida y fragmentada, que puede escalar en cualquier momento. El perfil autocrático de Milei explica esta “privatización de la política exterior”, concebida y ejecutada en función de su visión personalísima, violenta y equivocada del mundo en que le toca gobernar a la Argentina.
Por último, pero no por ser menos trascendente, en su inmensa ignorancia Milei omite dos datos fundamentales que descalifican la otanización de la Argentina. El primero es que el único país de América Latina que es socio global de la OTAN es Colombia. Pero no lo hizo gratis, sino a cambio del Plan Colombia que le costó a los Estados Unidos miles de millones de dólares solo solo desplazar los cárteles de la droga a Ecuador y la frontera con México. A cambio incorporó a Colombia a su zona de seguridad estratégica, que antes llegaba hasta el Canal de Panamá, e instaló bases militares estadounidenses para monitorear la Amazonia, Venezuela y buena parte de América del Sur. La otra gran omisión es que la OTAN no solo fue una fuerza beligerante enemiga de la Argentina y solidaria con el Reino Unido. Esta situación se encuentra establecida por el artículo 5° del Tratado del Atlántico Norte de 1949 que dice: que “las partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas (…) será considerado como un ataque dirigido a todas ellas, y en consecuencia, acuerdan que, si tal ataque se produce, cada una de ellas (…) ayudará a la parte o partes atacadas”.
La OTAN declaró por unanimidad que en la toma de Malvinas, Argentina fue el país agresor, reconociendo la plena y total soberanía del Reino Unido sobre las islas del Atlántico Sur.
Cuando nos incorporemos como socios globales de la OTAN, todos los esfuerzos diplomáticos de la Argentina, realizados durante 132 años y que culminaron con la posición argentina en el Comité de Descolonización (Resolución 2065 de 1965), caerán como hojas seas. El Reino Unido y su socio estratégico serán las potencias dominantes en el Atlántico sur.
La Constitución de la República Argentina califica a quienes promuevan estas políticas como “infames traidores a la patria”.
08/11/2024
*Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral, Argentina. Estudios de posgrado en las universidades de Harvard y Tufts. Máster en Relaciones Internacionales por The Fletcher School of Law and Diplomacy. Ex embajador y Secretario de Obras y Servicios Públicos de la República Argentina.
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