Editorial noviembre 2020
Con-Texto | 25 noviembre, 2020El miedo es una forma eficaz para controlar a la gente. Como hemos pasado casi todo el año bajo la amenaza del Covid-19 que comenzó de a poco y se propagó en forma descontrolada, se optó por mensajes presidenciales que atemorizaron a la población imponiendo una cuarentena grotescamente alargada que causó más daño que resultados, dadas las falsas opciones planteadas desde un principio. En ese momento teníamos la experiencia de Europa y había pocos casos en el país. Se sabía ya cuáles eran las medidas de cuidado y se podrían haber trasmitido con insistencia para que la gente las pusiera en práctica y supiera cómo cuidarse, en lugar del “quedate en casa” tantas veces repetido. Si se hubiera implementando la supervisión cuando entraron los viajeros procedentes de los lugares infectados, con los test correspondientes y seguimiento de contactos, habría sido más fácil sitiar al virus. Pero se optó por sitiar a la economía asestándole un golpe cuyos efectos hicieron caer a muchos definitivamente y dejaron a otros tantos con heridas de las que será complicado recuperarse, si es que se logra.
Hay heridas más profundas que inexplicablemente se profirieron a los que deberían ser la promesa para el futuro de una sociedad. Un Ministro de Educación de turbios antecedentes, aliado con sindicalistas desaprensivos decidió la suspensión de las clases presenciales, en todos los niveles de educación y en todo el país. Niños y jóvenes privados de contacto con sus pares recibieron –sólo los más afortunados- clases brindadas a distancia durante todo el ciclo lectivo y con el auxilio imprescindible de sus padres. Los menos afortunados, los que no contaban con conexión y si acaso con una sola computadora para toda la familia, fueron abandonando el apego al estudio que en nuestro país es obligatorio desde los 4 años y en los niveles primario y secundario. Eso resulta irrecuperable y una política de daños incalculables.
Ahora con el virus aparentemente retrocediendo, no se está libre de un rebrote, aunque la posibilidad de otro encierro parece tan traumática como impracticable. El daño psicológico causado por las políticas adoptadas, tanto sanitarias, educativas como económicas no se tuvieron en cuenta a pesar de que algunos “expertos”, fuera del entorno presidencial lo estaban advirtiendo. Resultado fue una enorme cantidad de muertos que nos puso entre los primeros en el ranking internacional, una salud pública arrinconada, la educación mutilada y una economía destruida.
Convenía tener a todos guardados para dar lugar a prioridades gubernamentales muy alejadas de las de la gente. Temas sin urgencia para la población pero sí para el dúo gobernante, fueron continuos embates contra las instituciones, ignorando a los que padecían la creciente recesión.
Cabe reflexionar sobre esto. Mientras el presidente ponía marcha un relato lleno de inexactitudes y contradicciones, la Vicepresidente permanecía impasible frente al sufrimiento de la población, sin emitir palabra para solidarizarse con los padecimientos. La megalomanía es una característica de los que tienen delirio de poder y por consiguiente carecen de empatía. Con un arrogante narcisismo por momentos muy agresivo, se dedicó a alcanzar sus metas de persecución y venganza y a despejar el camino hacia la propia impunidad. Desde la omnipotencia se desconocieron los problemas cotidianos de la gente. Aunque las causas por enriquecimiento están en marcha y ese enriquecimiento fue consecuencia de llevarse puestos caudales del Estado.
Las propiedades adquiridas por las cabezas de una oligarquía estatal rápidamente enriquecida, fueron el producto del desvío de fondos que podrían haber sido dirigidas a fortalecer el sistema de salud, a invertir en infraestructura y mejorar los sueldos de los maestros. Durante tres períodos seguidos se inauguraron cáscaras vacías y algunas veces telones que ocultaban obras inexistentes sin inversión de ningún tipo. Profundas falencias de todo tipo en materia de protección social para un gobierno que se dice nacional y popular, la pandemia marcó las grandes desigualdades estructurales en el país poniendo en evidencia que los sistemas de salud estatales vienen siendo desmantelados y descuidados sistemáticamente. Por eso, en muchos casos las estrategias han sido dirigidas a frenar la afluencia de contagios sobre lugares asistenciales saturados y con escasez de personal capacitado para atenderlos. Testeos y seguimiento a nivel nacional, bien gracias.
En nuestro país, una casta política, enseñoreada en todos los niveles del estado es otra epidemia que nos aqueja desde hace años. Con el nuevo gobierno, montada estratégicamente sobre el Coronavirus, nada mejor que un relato para justificar la parálisis del Congreso y del Poder Judicial. Esta oligarquía, tan afecta a avanzar sobre los dineros públicos, nos ha mostrado durante la cuarentena, todo tipo de trapisondas entrelazadas despiadadamente, desconociendo la necesidad de los más sumergidos. Sobreprecios en la compra de alimentos para los más necesitados, desvíos de alimentos destinados a ser distribuidos entre los más pobres para ser vendidos “más baratos que en los negocios”, contratos espurios para todo tipo de compras sin licitación, aludiendo a la urgencia y ya nos enteraremos de más.
Sólo nos queda esperar con qué eufemismos nos sorprenderán para explicar lo inexplicable mientras nos exprimen, resultado de la impericia, el oportunismo y la deshonestidad.
Ernestina Gamas
Directora
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