EL CORONAMIEDO Y LA POSVERDAD por Archibaldo Lanús*
Con-Texto | 12 septiembre, 2020La aparición del coronavirus abrirá un nuevo capítulo en la historia de los hechos sociales por haber despertado en algunos casos un verdadero pánico, frente a una enfermedad sin duda letal, pero no más grave que muchas otras que provocan millones de muertes
Coincidiendo con el nuevo proceso de globalización, apoyado en la revolución tecnológica que cambió el sistema de comunicaciones, ha aparecido el fenómeno de recurrentes anuncios de acontecimientos catastróficos que amenazan con alterar la naturaleza y la vida social o física de individuos y familias.
La difusión masiva de este tipo de contenido de informaciones y mensajes, sobre todo a través de la TV y entre poseedores de teléfonos móviles, ha expandido una sensación de “temor” en una gran parte de la población mundial. Una saturación de noticias y datos -gran cantidad de los cuales transmiten malas o inquietantes informaciones- produce en la psiquis de millones de personas un “temor” larvado ante posibles acontecimientos que amenazarían su vida física o social.
Hechos, alertas o peligros, reales o ficticios, se suceden de continuo y debilitan la seguridad de los individuos y sus familias. Intervenciones militares (Kosovo, Irak, Siria, inquietantes flotas que se mueven en océanos lejanos, etc), amenazas al medio ambiente (incumplimiento de los Acuerdos de París, aumento del nivel de los océanos, expansión del agujero de la capa de ozono, degradación acelerada del medio ambiente, etc), ataques ecológicos (incendios en la Amazonia e Indonesia, polución en las grandes ciudades), pestes y enfermedades nuevas (aviar, Sida), infecciones como el Ébola y el cólera y regreso de algunas enfermedades infecciosas que se creía extinguidas, así como anuncios de que algunos países están preparando virus artificiales para iniciar lo que imprudentemente se anuncia como guerra biológica y otras amenazas a la salud humana. También se informa que se prepara la fabricación de vacunas, cuya aplicación será obligatoria para hacer frente a inminentes peligros.
Desde la niñez el temor de agresiones, accidentes, o desastres y se difunden en frecuentes películas comerciales con zombis y personajes que suscitan miedo, no con la inocencia de los antiguos cuentos de niños sino con la frialdad de un juego de poder y aniquilación.
La aparición del coronavirus abrirá un nuevo capítulo en la historia de los hechos sociales por haber despertado en algunos casos un verdadero pánico, frente a una enfermedad sin duda letal, pero no más grave que muchas otras que provocan millones de muertes.
Sin embargo, es la primera vez que se percibe el contagio de una enfermedad como una amenaza global.
El hombre ha convivido con virus, bacterias y hongos desde la antigüedad. Se registran tétricos recuerdos que costaron la vida a millones de seres humanos: Tucídides, en la antigua Grecia, habla de la peste durante las Guerras del Peloponeso que mató a Pericles, la de la época de los Antoninos mató a miles en Roma, entre ellos al emperador Marco Aurelio, la del Medioevo en el siglo XIV se llevó un tercio de la población europea, la fiebre amarilla asoló a barrios enteros de Buenos Aires en el siglo XIX y no podemos olvidar la terrible gripe española, que mató a más de 20 millones de seres humanos al finalizar la Primera Guerra Mundial.
Por qué razón aquellas pestes más letales que el coronavirus no tuvieron las consecuencias políticas, sociales, económicas y culturales que tendrá globalmente la pandemia desatada a principios del 2020. En seis meses veremos en muchos países un colapso económico y social del que surgirán millones de pobres, el resurgimiento de tentaciones totalitarias y muy diversos sectores humanos anonadados por un miedo desconocido que los inhibirá por algún tiempo largo. Ha sucedido algo distinto en esa eterna dialéctica entre la salud humana y la enfermedad.
La cultura del mundo globalizado de la actualidad ha dejado atrás el ancestral criterio de “verdad” que guió a los pueblos hacía la libertad y el conocimiento, para dar espacio para lo que se ha dado en llamar la “posverdad”. Grandes pensadores señalan esa desconexión. Algunos filósofos hablan de una sociedad “líquida” donde todo es provisorio, como cosas que flotan pueden desaparecer.
¡Estamos viviendo uno de los más patéticos escenarios de ensayo de la posverdad! Para no explayarme en su significado, me remito a la definición que nos ofrece la Real Academia de la Lengua española: “Distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
Dos factores podrían ser los desencadenantes de una situación que ha dado lugar a lo que llamo un “pánico pandémico”. Una noticia falsa que hizo circular en marzo de este año el informe del director del Imperial College of London, Neil Ferguson, anunciando cuarenta millones de muertos, y por otro lado, la denuncia del Gobierno de Washington que se trataba de un “ataque” proveniente de China señalando así al enemigo central de la política nortemericana en estos tiempos, fueron dos noticias que se expandieron por todo el planeta. Con estos anuncios de marzo el pánico se apoderó del mundo. El anuncio de muertes masivas fue algo aterrador en esta época donde el estado físico y la juventud son los bienes más preciados para masas de consumidores. Por otro lado, el anuncio de que China había desatado un “ataque con un virus desconocido” puso en alerta la seguridad de muchos gobiernos que se sintieron responsables de la vida de sus pueblos luego de tanto oír el relato de un monstruo que intentaría dominar el mundo. Ambos miedos se juntaron en respuestas improvisadas -los sistemas de salud no estaban preparados para enfrentar ese tipo de pandemia como lo declararon muy al principio- en medio de una gran confusión donde los expertos se contradecían y las informaciones de que se trataba de una “conspiración” partieron a los cuatro vientos del planeta. Si bien la cuarentena nunca fue recomendada por la OMS, parecía ser la medida más impactante y fácil para mostrar autoridad mientras se preparó una caótica respuesta sanitaria (se metieron en el mismo corral sanos y enfermos y se instaló una propaganda masiva para justificar la autoridad de las medidas impuestas por los gobiernos). Las contradicciones son evidentes cuando existe la orden simultánea de “confinar” en los domicilios y “distanciar” en las plazas. Ni que hablar de lo que pasó en Italia donde el gobierno definía sus estrategias siguiendo las estadísticas de muertes oficiales que las autopsias posteriores declararon tratarse de falsas muertes por coronavirus.
Lo más insólito es que la medida de la “cuarentena” proviene del Medioevo, cuando se la usó para apartar a los atacados por la peste del siglo XIV, en alusión a los 40 días que Jesús de Nazaret se retiró al desierto.
La imaginación colectiva tuvo anticipaciones como el film Contagio de Steven Soderbergh, inspirado en el libro Los ojos de la oscuridad de Dean Koontz (1981). En esta ficción se describe un virus que surgió en Wuhan que se bautizo como Wuhan400, y se imaginó como un arma biológica. La realidad es que al virus actual se lo llama COVID-19 propuesto por la OMS, porque es de la familia de la “COORONAVIADAE”, vinculado al SARS-COVID2 y otras enfermedades como el Ébola. Se le adjunto 19 por ser el año en que se despertó en China. Los científicos chinos, aislaron el virus y secuenciaron el genoma y así pudieron concluir que se trataba de una enfermedad nueva.
Todavía no se sabe su origen, aunque es muy posible que venga de los murciélagos vendidos en China, que contagiaron a seres humanos.
La confusiones sobre su origen y las tesis conspirativas, agravadas por la paranoia antichina, y las estrategias gubernamentales y mediáticas anunciando que futuros “picos” agravarían la pandemia –por ejemplo, contando muertes todos los días- fueron eficaces impulsores de la sensación de miedo. En las sociedades ricas hay muchos hipocondríacos.
Ante la confusión creada por las evidentes contradicciones científicas y sanitarias, las poblaciones se sometieron a las autoridades abandonando sus derechos y aún aceptaron en su mayoría que no hubiera debate entre expertos e intelectuales sobre la realidad que se vive en los primeros seis meses desde que apareció la noticia de la existencia del virus (natural o artificial).
Al momento de escribir estas líneas, de acuerdo a mi información no hay certezas de cómo combatir este virus. Se ha intentado el confinamiento, los barbijos y en China hasta un sistema de Big Data que funciona como app para catalogar personas. Lo cierto es que se han adoptado medidas que han destruido las economías de muchos países y se han restringido o anulado derechos individuales que van dejar graves secuelas laterales. El miedo ha sido una fuerza ecualizadora y disuasiva que ha sometido a millones de seres humanos a las decisiones sanitarias del poder político que en general ha carecido de sustento científico.
La discriminación por edad y otras medidas que restringen la actividad de individuos e instituciones son consideradas por intelectuales, juristas y científicos un flagrante atentado a los derechos humanos, la moral y a las garantías individuales.
Por otra parte, se ha producido una catarata de relatos conspirativos y fake news que las redes sociales difunden sin ningún reparo.
Juan Manuel de Faramiñán Gilbert, catedrático de la Universidad de Jaén, destaca que esta pandemia ha provocado un cambio de actitudes y de percepciones que nos han sumergido en un proceso de ficción permanente, “donde por un lado el velo de los bulos, por otro la devastadora realidad de la epidemia han modelado un complejo escenario de equívocos e incertidumbres”.
Lo ha dicho la alta comisionada para Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet: “Las medidas de emergencia no deben ser pretextos para la vulneración de derechos”.
Como afirma el eminente catedrático Juan Manuel Faramiñan Gilbert, las respuestas deben centrarse en las personas y no solo en los aspectos médicos. Las medidas de contención o distanciamiento deben tener en cuenta la necesidad de personas que necesitan comer, vestirse y vivir en ambientes sanos. Debemos generar nuestras propias defensas inmunológicas para desarrollar nuestras vidas rodeados de peligros e incertidumbre.
En muchos casos no se tuvo la prudencia de esperar a tener un poco más de información antes de sentenciar el peligro, como lo enseñó en la Grecia clásica Prometeo, quien escondió la prognosis en la Caja de Pandora. Miles de artículos y opiniones (de expertos y fabuladores) parecen haber agregado un poco más de irracionalidad a lo que es ya un fenómeno social que tendrá graves consecuencias para la humanidad, pero también agregarán confusión a ese gran desafío científico que es descifrar el misterio que encierra la dialéctica entre la salud y la enfermedad del ser humano. El virus que nos preocupa confirma la incertidumbre que debemos aceptar como seres biológicos que no dominamos la naturaleza.
Quizás lo mejor que podría dejarnos este virus -o, dicho con crudeza, La peste, a la que se refería la obra de Albert Camus, escrita en Argelia en 1947- es tener la posibilidad de un tiempo de reflexión sobre nosotros mismos, sobre los valores que guían nuestras vidas. Tomar conciencia de la dimensión ética de una vida virtuosa guiada por la verdad y no por el espectáculo del entretenimiento y la vanidad.
Debemos erradicar el miedo de nuestras almas para así poder recobrar la dignidad de nuestra condición humana.
15 de Agosto de 2020
*El autor es diplomático e historiador
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