UN GOBIERNO TRABADO por Jorge Ossona*
Con-Texto | 6 junio, 2020A un año de la proclamación de la formula Fernández-Fernández ya es factible ir trazando algunos lineamientos políticos tendientes a dilucidar los misterios acerca de la relación entre aquel candidato a presidente presuntamente moderado y componedor y una vicepresidenta radicalizada supuesta heredera de la tradición setentista.
Una primera observación exige colocarnos en perspectiva. Aquel anuncio sorpresivo dejo perpleja a la sociedad política argentina. El gobierno de Mauricio Macri quedo droggy y reaccionó astuta pero tardíamente sorprendiendo con la formula Macri-Pichetto; pero ya marchando defensivamente detrás de la original iniciativa de sus contrincantes.
El otro sector que sumido en el estupor fue el peronismo duro pero real: el de los sindicatos y de los poderes territoriales provinciales y municipales del GBA. A estos últimos, no les quedaron muchas opciones dado el predicamento de la Sra. de Kirchner en los bolsones populares de sus suburbios. En el interior, las cosas fueron más matizadas; sobre todo por el pertinaz antikirchnerismo del electorado cordobés y de su gobernador que nunca dejo de expresar su preferencia oficialista.
El resultado de la PASO fue la segunda gran sorpresa que puso al desnudo la decepción de importantes sectores de clase media con un gobierno que había prometido estabilizar la economía y relanzarla al crecimiento. Tanto como el de la elección de octubre en la que tras una maratónica campaña en la que el gobierno sustituyo del marketing en las redes sociales por la presencialidad publica, el presidente recupero ocho puntos quedando a solo siete de un ganador prácticamente estancado en el resultado de la primaria.
Las celebraciones tanto de la victoria como de la asunción permitían atisbar los primeros interrogantes sobre la original y misteriosa componenda. No vamos a entrar en los detalles de esa escenografía rica en gestos sino más bien, y más allá de los rigores de la actual pandemia, en el lenguaje de los hechos. Comencemos por las especulaciones a partir de las hipótesis centrales desde el comienzo de la gestión.
En primer lugar, el presidente Fernández no es un gobernante títere como el desorientado y desbordado Héctor Campora en 1973. Pero tampoco la vicepresidente Kirchner se ha conformado con un rol entre protocolar y testimonial destinado a terminar plácidamente su carrera política. Cada uno representa un proyecto diferente. Fernández aspiraba y aun aspira a una gestión regularmente airosa de renegociación de la deuda y de reactivación moderada de la economía -la consigna principal de su campaña- a lo que se le suma desde abril un manejo exitoso de la pandemia. Con ello es presumible suponer que ira en procura de una mayor autonomía respecto de su socia.
Esta, en cambio, ha ocupado las esclusas más importantes de la administración pública depositarias de poderosas cajas presupuestarias. Aspira a colocar a un delfín en 2023 que convierta por fin al kirchnerismo en una expresión histórica político-cultural superadora del peronismo. Conoce el corazón del presidente “liberal progresista” más próximo a las políticas ortodoxas moderadas a las que vetara restándole márgenes para su consecución. Pero tampoco podrá ir demasiado más lejos de ese límite a sabiendas de que la base de su electorado no va más allá de un conurbano acechante cuya detonación puede arrastrarla también.
En suma, un gobierno trabado en una suerte de empate en el que los jugadores se pueden permitir solo pequeños movimientos insuficientes para trazar un derrotero dominante. Mientras tanto, el peronismo territorial y sindical espera y toma distancia consciente de que debe preservarse como reserva ante algún desenlace de emergencia. La volatilidad de una economía estancada desde hace diez años y hoy a las puertas de una depresión, y la debilidad política congénita de los gobiernos heredada de la crisis de 2001 siempre permiten aventurar ese escenario a la vuelta de la esquina.
En este contexto de un riguroso día a día condicionado por la evolución del covid-19 en el país es difícil formular un pronóstico de lo que vendrá. Salvo, si, algunas pocas tendencias más o menos tangibles. La oposición luce desorientada y dividida, sin liderazgo preciso y sin un programa de sustitución respecto de un gobierno que no tiene ninguno salvo el de la regulación de la cuarentena y la renegociación de la deuda. No así su castigada base electoral de clase media lista para pronunciarse inorgánicamente ante los avances radicalizados del kirchnerismo.
¿Quién capitalizara ese capital comenzado con las movilizaciones de 2008? ¿Sera una nueva coalición heredera de Juntos por el Cambio o una fracción oficialista típica de un peronismo que juega a dos puntas? ¿Sera un Fernández dispuesto a independizarse de su socia la cabeza de un nuevo pan peronismo que absorba a las distintas tribus de sus compañeros aun en la oposición? ¿O su gobierno se resignara a atravesar de la mejor manera posible el desafío de las elecciones del año próximo y de finalizar su mandato?
Una cosa es casi segura: esta nueva etapa de la transición incompleta desde 2001 no admitirá definiciones terminantes sino esta suerte de stand by crónico, de empate, que podría ser una productiva llave de consensos colectivos. Pero que siguiendo nuestra cultura política binaria nos preserva en el letargo.
* Miembro del Club Político Argentino
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