MÁS ACERCA DEL PENSAMIENTO DE ROBERTO CALASSO SOBRE LA “ACTUALIDAD INNOMBRABLE” por Román Frondizi *
| 26 agosto, 2018Segunda Parte
Vimos en la primera parte que nuestro tiempo, la edad de la inconsistencia, una inconsistencia asesina[1], está habitado por ciertas tribus entre las cuales RC menciona a los terroristas, a los turistas, a los transhumanistas, a los algorítmicos. Se trata de variantes del homo secularis , un mutante que hoy se ha transformado en el hombre normal [2], que precisamente personifica a la inconsistencia.
Me referí entonces a los terroristas. Paso a los turistas.
Para Calasso los turistas son los visitantes reales o virtuales del mundo actual, observadores irresponsables que no desean pensar en nada ni siquiera en sí mismos. En esto, turistas de la vida y terroristas o turistas de la muerte se corresponderían como habitantes de la edad de la inconsistencia.
El homo secularis es inevitablemente turista y no solo cuando viaja pues también puede serlo a través del zapping y el link. Es una suerte de sucesor de los “cosmopolitas” de las primeras épocas modernas que se presenta como una lenta e invencible marea que desborda por doquier.
Para RC, en el turista se evidencia con mucha claridad la pérdida de las raíces ya que, más que cualquier otro tipo humano, lleva consigo las notas más comunes de la época: nomadismo cosmopolita, cruce de las fronteras e invasión del territorio ajeno, sobreposición de nacionalidades. Es un nómade del espíritu que percibe el vacío dentro de sí y no logra silenciarlo en ninguna parte. RC lo ve reflejado inclusive en el tipo humano del SBNR ( spiritual but not religious), espiritual pero no religioso, incapaz de reconocerse en las religiones actuales y, al mismo tiempo, insatisfecho con el dominio “procedimental” moderno. El colmo del turista es el turista virtual que, así como el turista que viaja en el espacio real puede volver a casa, puede, aquel, salir cuando quiere de frente a la pantalla.
Para Calasso la convergencia de las culturas se produciría, en el mundo actual, a través de la pornografía y del turismo, mundos paralelos en los que regirían las mismas reglas, en los que las acciones serían previsibles y repetitivas y responderían a secuencias prefijadas. La vestimenta presenta mínimas diferencias. Los preámbulos y las dudas tienden a negarse, simplemente se realiza, se hace.
Calasso llega a hacer al turista responsable de la banalización de la geografía y de la historia y lo considera incapaz de diferenciar lo virtual de lo real, lo fáctico de lo simbólico, la simulación de la realidad.
Puedo admitir sin dificultad que a un espíritu culto, refinado, crítico, y dotado de cierta dosis de elitismo, cause desagradable impresión sufrir la imprevista irrupción de una masa de turistas chinos, japoneses, alemanes o del propio país o de donde quiera que sean, en las plazas, en los museos y monumentos de las ciudades amadas o en las playas predilectas en los que nos encontramos o a los que llegamos. “Il turismo di massa”, como dijo mi primo Marco un atardecer de verano en que no encontramos ni una mísera mesita para tomar un helado en paz en “Tre Scalini”, con la Piazza Navona literalmente invadida y ocupada por turistas de cualquier lado. Encima el turista medio aparece asociado a cierta suciedad, a cierta torpeza, se viste de un modo que no usaría en su ciudad de residencia. Se dice de un lugar si está intacto o ha sido contaminado por el turismo. Paradojalmente, los turistas buscan lugares no contaminados por ellos mismos.
Para Calasso ya casi no se viaja para vagar por una ciudad desconocida dejándose llevar hacia lo que atrae en cada momento. Ahora se viaja con un fin bien preciso. Y el más común, dice, es tener sexo y, quizá, para encontrar una disculpa, hacer alguna “obra de bien”.
El inocultable fastidio de Calasso es exajerado, extremo, irrealista, suena en demasía elitista. Clasista? Podría ser, pero no lo aseguraría.
Es un dato positivo del mundo actual que muchas personas puedan “turistiar”, como diría un amigo cordobés,conocer lugares y gentes, hacerse una cultura más real que libresca. Y que el que no lo pueda hacer en la realidad al menos lo haga a través de la TV o medios electrónicos varios. A medida que perseveren en viajar la mayoría de esas personas probablemente mejoren su cultura. Somos muchos en este mundo, cada vez más, y deberíamos acostumbrarnos a ser tolerantes, lo que no significa perder capacidad de crítica, aunque resulte incómodo.
En mi larga vida no he encontrado turistas franceses, ingleses, italianos, alemanes, españoles, brasileños -no menciono chinos, japoneses o africanos porque no he logrado comunicar con ellos adecuadamente por cierta dificultad idiomática- en quienes advertir que, por ser turistas, renuncian a sus raíces. No excluyo, claro, que haya algún mojigato que lo diga más que lo haga. Y sin perjuicio de alguna agradable y venturosa experiencia personal, no he observado manadas de turistas corriendo detrás del sexo, si bien no niego que habrá quien lo hace. Innecesario y antieconómico dado lo disponibles que están las mujeres y los hombres en el propio barrio de la ciudad en la se vive.
La contracara sana sería transformarse en un vanaprastha védico e irse al bosque? Y cuando el bosque haya desaparecido y no haya más remedio que caminar por donde van todos, ir con una luz especial en los ojos que deje ver que no se pertenece? Nos extrañaríamos en nuestro propio planeta, seríamos a tal punto renunciatarios?
Por otra parte cabe preguntarse si, realmente, el turista es una “segunda realidad” como dice Calasso. Son interesantes dos ejemplos de la literatura en lengua inglesa. Viene al caso una carta de Samuel Johnson –uno de los más notables escritores ingleses- a su amiga y mecenas galesa la señora Hester Lynch Thrale, periodista, escritora y viajera[3]. Data de 1773 y en ella se lee: “(…) La utilidad de viajar es ajustar el pensamiento a través de la realidad, ver las cosas como son en vez de pensarlas como podrían ser.”[4] Por su parte Mark Twain, en 1869, en su encantador e irónico libro “Innocents Abroad”[5] contó el primer crucero organizado en los EE.UU. para visitar Europa y lo definió “(…) el progreso de los nuevos peregrinos”. Lo que importa es la calidad de la mirada del turista, que necesita ir adquiriendo educación, que le consentirá diferenciar lo valioso de lo banal. Cada quien busca y ve una cosa diversa en el marco de su relación con el tiempo y con el espacio que se ha modificado sustancialmente debido a la disponibilidad y al uso de los medios que ofrece la tecnología digital.
Lo cierto es que vivimos y viajamos en un mundo que ya no es ancho y ajeno sino más bien multiforme y variegado, diferente del que preferiría Calasso. El de hoy no necesariamente es mejor, sino, simplemente, es. En suma, las ideas de Calasso sobre el tema del turista contienen aciertos parciales, pero suenan, en parte, un tanto triviales. Y tambiénen parte rebuscadas y de una mordaz y cruel ironía, por decir lo menos, cuando p.e. encuentra argumento para establecer correspondencia entre terroristas y turistas.
III.- Quid de la sociedad secular?
Calasso hace en este tema muchas observaciones de notable interés, compartibles o no. Vale referirse, por obvias razones de espacio, solo a algunas de ellas.
Como resultado de un proceso de vasto alcance que ha embestido todo aquello que puede llamarse religioso, la sociedad secular se ha constituido en la única referencia para cualquier significado, el que podría buscarse solamente en la sociedad misma, como si la imaginación se hubiera amputado la capacidad de ver más allá en búsqueda de algo que le dé sentido a lo que ocurre dentro de la sociedad.
El secularismo se define, según Calasso, por vía negativa. Excluye lo sagrado, lo divino, dios o dioses. A partir de esta exclusión, toda otra es posible. En su forma eminente, el secularismo humanista, solo deja en pie algunas reglas: el altruismo, la tolerancia, el respeto por el principio mayoritario y de ciertos procedimientos democráticos como la división de los poderes del Estado. Al crear un ligamen indisoluble entre ciertos principios y ciertas conductas el secularismo humanista no viene después ni en contra de las religiones, supersticiones, sino que es una forma de religión.
Ahora bien: sin el estremecimiento de lo numinoso, sin poder apelar a lo trascendente ni dar nombre a lo que adora, la sociedad secular resulta condenada a una nueva superstición, la superstición de sí misma. No cree en nada salvo en ella misma. No ha alcanzado el alto grado de sabiduría que lleva a no creer sino a limitarse a observar, a estudiar, a comprender en una progresión indefinida e imprevisible del conocimiento. Para explicar el origen y el desarrollo de este proceso nuestro autor recurre a Durkheim[6] y a su concepto de función, aplicable a todas las sociedades. Se trata de delirios, pero delirios que cumplen una función eminentemente útil, porque solo gracias a ellos es posible mantener la cohesión social. Por eso la vida religiosa subsiste en las sociedades laicas. Ya no se trata de lo invisible, de lo divino, de un dios o de dioses. Es la sociedad misma, que para sus miembros vale lo que un dios para sus fieles. El laicismo lleva en sí una carga religiosa. Durkheim dixit y Calasso comparte.
La exasperación de tal proceso ha llevado a fenómenos aberrantes como los experimentos de los nazis o de los stalinistas o más recientemente de Pol-Pot.
Y hoy a la confusión, a la incertidumbre.[7] No se sabe donde se ponen los pies en cada momento: “(…) El terreno es friable, las líneas se desdoblan, los tejidos se deshacen, las perspectivas oscilan…nos encontramos en la actualidad innombrable”. La secularización es ante todo relajamiento de los vínculos, o tout court su cancelación, salvo el respeto por la ley que supone la observancia de un cierto orden …y el pago de los impuestos. Ni votar es obligatorio.
El mundo secular no quiere convencer, solo ser aplicado. Al final consiste en una serie de procedimientos que se consideran equivalentes a la normalidad tal como sucede en el tráfico aéreo o con el predominio de las finanzas sobre la economía. Con la informatización capilar se instaura el reinado absoluto de los procedimientos. Todo esto ocurre en un momento huidizo de la historia en el cual los procedimientos reemplazan a los rituales. Son potencias que siguen direcciones opuestas. El rito hacia la conciencia perfecta, que para los cristianos es el instante de la transustanciación. Los procedimientos miran hacia el automatismo total. Cuanto más se multiplican más se expande el reino de los autómatas.
Si la inteligencia ha sido absorbida por algoritmos no conscientes pero que funcionarían mejor que la mente se podría concebir que la conciencia pueda sufrir algo parecido. Pero hay un inconveniente: nadie sabe de qué cosa esta hecha la conciencia, ni siquiera lo puede decir la microscopía tridemensional. Sin embargo, estamos convencidos de que la conciencia es una entidad presente en la totalidad de los seres humanos. Ella es la barrera invisible contra la que choca la super-información y la única derrota que ésta sufre hasta ahora. Pero la información y la inteligencia artificial siguen intentando avanzar y ahora se atreven hasta con los valores, a los que desean incorporar a los robots volviéndolos altruísticos, “beneficial machines”. Difícil, pero, como de costumbre, resolvible según los sabihondos algorítmicos. Cómo? El robot debería aprender a leer. Qué? Todo, absolutamente todo. Leído todo, de su boca manaría la esencia de los valores.
Ocurre que el homo secularis no es feliz. No se siente liberado de muchos pesos. Advierte la inconsistencia de lo que lo rodea. A veces reconoce en ello algo amenazante: la inconsistencia que está presente en él mismo.
La inclinación a exponerse al shock de lo que no se conoce, de lo desconocido, dice mucho acerca de la calidad de una persona. Hay quien la ignora, quien no puede evitarla. Esa sensación puede ser advertida cuando se visitan las ruinas del pasado. Hay quien necesita o prefiere un guía, quien las recorre como si fuese ciego y solo saca fotos. Y hay quienes simplemente miran: son los pocos que no renuncian a someterse al shock de lo desconocido. Las ruinas testimonian que el pasado está ausente. Una vez absorbido este shock puede iniciar el proceso del conocimiento. Calasso pone el ejemplo de los historiadores, menciona a Burckhardt y a Michelet. Es la digitabilidad el gran enemigo de la inclinación a exponerse al shock de lo desconocido. Ya eran pocos quienes lo hacían y ahora la informática puede obligar y de hecho obligaría a cualquiera a tener que soportar un saber que no sabe, una especie de rumor ininterrumpido e instructivo que lo envuelve en cualquier dirección.
Qué posibilidad le queda al hombre dentro de la actualidad innombrable? Excluída cualquier vía religiosa y desechada la estupidez del SBNR –spiritual but not religious- el homo secularis debería conformarse con la cancelación de lo invisible que hoy sería el presupuesto de la vida social común? He aquí la divisoria de las aguas, dice Calasso. Si lo esencial no es creer sino conocer se tratará de abrirse una vía en la oscuridad usando todos los medios en una especie de bricolage del conocimiento sin certeza alguna del punto de partida ni del de llegada.
Esta condición –mísera y exaltante- es la de quien no pertenece a ninguna confesión y al mismo tiempo rechaza aceptar la nueva religión – mejor dicho la superstición-de la sociedad misma. Es una vía difícil, sin puntos de referencia salvo los estrictamente personales. Pero también una vía en la que se encuentra el socorro de voces afines, como en una constelación clandestina. Para Calasso más no se puede esperar por el momento. Y agrega: y sin embargo es muchísimo, un gran juego que no pocos han practicado a lo largo de los siglos.
Existe también la posibilidad, dice Calasso, de sentarse en la ribera del gran flujo informático, sin lamentarse ni justificarse, limitándose a mirar, incluyendo a quien mira en lo que mira. Tentar con cautela si el sujeto que mira es nuestro huésped o si uno es su huésped. Cederle el paso y darle una señal de consenso.
Las dos salidas que propone Calasso , especialmente la última, son un repliegue individualista cargado de pesimismo que dejan un amargo regusto de impotencia.
IV.- Quid de la democracia?
Afirma Calasso que el pensamiento secular ha inventado la democracia y que en ello radica su mayor orgullo. Hace falta una aclaración. O bien nuestro autor remonta el pensamiento secular a la Edad Antigua o bien olvida que la democracia nació en Grecia y tuvo una notable presencia en la república romana. Con las conocidas limitaciones acerca de quienes podían participar de los derechos que le son inherentes. No me parece razonable adjudicar a Calasso estas posturas. Probablemente ha querido decir que el pensamiento secular ha inventado la democracia constitucional, representativa, con división de los poderes del Estado y garantías de los derechos individuales tal como se la conoce hoy. Casi una obviedad…Destaca RC que la democracia consiste en una concatenación de procedimientos, y en su carácter representativo. Los procedimientos que regían la vida y las instituciones políticas existían y funcionaban en la república romana. Y también el carácter representativo. Los patricios elegían a los senadores, los ciudadanos a los cónsules y a los tribunos de la plebe. Y también existía la forma directa: las asambleas en las que se reunía el pueblo, que también tenían sus reglas y procedimientos.
El mejor modelo democrático, para Calasso, es el de la democracia formal . Su maravilla radica en ser vacía, sin contenido. Para ella lo esencial es la regla más que lo que ella prescribe. Peligrosa teoría, a mi modo de ver, para la salud y la vida de la democracia, que me recuerda la doctrina del positivismo jurídico: toda norma es válida si ha sido dictada por el órgano con competencia para hacerlo y de acuerdo al procedimiento establecido a tal fin. Sirvió para legitimar el régimen jurídico nazi. Los crímenes de guerra pudieron ser juzgados y condenados por el Tribunal de Nuremberg recurriendo al ius gentium y no a las normas del derecho alemán que eran formalmente válidas según la doctrina del órgano competente y el debido procedimiento vigentes en Alemania.
Los procedimientos, las reglas, del juego democrático forman parte esencial de la democracia. Hasta ahí le doy razón a Calasso. Pero no bastan para que la democracia se sostenga y sea defendida por los ciudadanos. Ella debe expresar en la práctica los valores que la sustentan y que son el resultado de la evolución de la civilización: mínimamente la libertad, la igualdad, la justicia que quizá es más un ideal que siempre, siempre ha de perseguirse más que una vigencia en la vida social[8].
La democracia requiere, a mi modo de ver[9], una suerte de lealtad cívica entre los ciudadanos y entre las razones que ellos invocan. Y esa lealtad se produce y se re-produce no solo y no tanto en torno de la participación de aquellos en las diversas ideologías sino más bien sobre bases mucho menos genéricas y más concretas y, si se quiere, modestas. La participación debería referirse a un conjunto de “cruzamientos”, que, como se verá enseguida incluyen, es más, se basan en los valores fundamentales de la democracia y no solo en las reglas reglas procesales de su funcionamiento. Esa participación debería recaer en los verdaderos sujetos de la vida pública: ciudadanos que votan y eligen libremente a sus representantes; república constitucional representativa basada en el cabal funcionamiento de sus instituciones y con control judicial de constitucionalidad; democracia asumida por las partes políticas en el sentido de que quienes ejercen la función de gobierno se legitiman no solo en razón de su origen electoral sino en cuanto reconocen –y se reconocen- en la existencia de la oposición, que ejerce función de control político, y admiten que ella puede llegar al gobierno. A su vez, quienes están en la oposición y ejercen dicho control saben que pueden llegar al gobierno y que quienes se encuentran actualmente en él no solo lo saben sino que también lo admiten lealmente. Este proceso parte y reparte de la mínima base de que si aceptamos tratar con los demás es porque nos reconocemos, o mejor aún, porque ya nos hemos reconocido. Allí están, de nuevo, las reglas, los valores, la razonabilidad como base de la sociedad democrática, la vigencia de los cuales y no solo, por cierto, el conjunto de reglas, forma una barrera para evitar la plaga a la que hace referencia Calasso, que otra no es sino la posibilidad de que por las vías legales llegue al poder quien se propone abolir la democracia, como ocurrió –caso paradigmático- con Hitler en 1933.
Tiene razón Calasso cuando condena el intervencionismo “democratizante” de Occidente en países como Argelia o Egipto fomentando la anulación de los resultados electorales: toda su prédica a favor de la democracia será considerada una burla y se fortalecerá el antiguo precepto que enseña a cuidarse de lo que propone Occidente.
La verdad es, a mi entender, que la performance del secularizado Occidente en el norte de África y en Medio Oriente – los EE.UU., Inglaterra y Francia a la cabeza- es más que deplorable, es francamente deleznable. Habrá que recordar las hazañas de la Anglo Persian Oil Co., el MI6 y la CIA para derrocar al Dr. Mossadegh, premier de Irán, un gobernante constitucional elegido democráticamente, por haber nacionalizado el petróleo y haber defendido con éxito sus razones ante la ONU y la Corte Internacional de Justicia? Reinstalaron al Sha: el proceso termina con el gobierno de los ayatollá, crisis de Irán, Trump y la ruptura unilateral del Tratado con Irán. Brillante! Y más: cito de memoria, la intervención anglo-francesa por la crisis de Suez; haber armado hasta los dientes a Saddam Hussein para después inventar lo de las armas químicas y desatar la “ guerra de Irak”, invadir y destruir no solo a Saddam sino al país entero[10]? Y lo de Libia? Después de haber hecho toda clase de negocios –inclusive Italia- con Khadafy, liquidar su régimen y matarlo para dejar ese país en el estado en que se encuentra, virtualmente destrozado, envuelto en una guerra civil y casi sin un gobierno que pueda ser considerado un interlocutor válido ni siquiera en la crisis sobre los refugiados? Ahora el reciente gobierno de Italia le entrega corbetas de guerra a la Guardia Costera líbica para que impida la partida o la navegación de los buques que llevan a los migrantes desesperados por el hambre y la guerra. Por otro lado deja de lado la tradicional e inteligente política de los gobiernos italianos desde el final de la segunda guerra –de centro, socialistas o de derecha- que logró dejar virtualmente indemne a Italia del terrorismo yihadista, y, mezclando ignorancia con un racismo elemental, lleva adelante una gestión precisamente racista en un contexto europeo de indiferencia hacia qué hacer con los migrantes que no sea rechazarlos o expulsarlos. Hace falta mencionar a Siria? O a la incapacidad para encontrar una solución al horror de Palestina? Estas cosas también potencian y dan fuerza al terrorismo yihadista, es más, son parte de sus causas. De todo esto, no se lee nada en el libro de Calasso.
Me permitiría apuntar, además, que hoy por hoy se ha hecho común anunciar, por diferentes razones, el fin de la especie humana tal como la conocemos. En la dirección casi mesiánica propagada por una cierta ecología los excesos predatorios del hombre llevarían poco menos que al fin del mundo viviente. En la dirección del acelerado entusiasmo tecnológico se nos anuncia, desordenadamente, la robotización de todo el trabajo, la suntuosidad de lo numérico, el arte automático y el peligro de una inteligencia sobre humana. De golpe aparecen categorías amenazantes. No ya el laicismo humanista, sino el transhumanismo y el posthumanismo o, simétricamente, el regreso al animalismo, según que se profetise desde el transhumanismo robotizante o que se caiga en el lamento a partir de los atentados a la madre naturaleza. Sin dejar de valorar uno y otro punto de vista en lo que tienen de despertadores de una conciencia crítica de la situación actual del mundo en sus diversas variantes, señalo el riesgo de que su exasperación se transforme en una suerte de sonajero ideológico destinado a obscurecer el verdadero peligro actual al que se enfrenta el mundo: el callejón sin salida al que lo empuja el atropello vejatorio del superpoder de las finanzas sobre las demás formas de la actividad humana desde la política democrática, a la economía productiva, a la ciencia y al arte.
Sufrido lector: digámoslo en frances: voilá, l´autre face de certaines variables du monde sécularisé e ses exploits!
V.- La sociedad vienesa del gas.
Tal el título del segundo capítulo del libro de Calasso. Lo tomó de la post-data de una carta de Walter Benjamin a Margarete Steffindel 7 de junio de 1939, en la que le informa que la Sociedad Vienesa del Gas ha suspendido la provisión de gas a los judíos porque le traía pérdidas. Causa: los judíos consumían mucho gas pero no lo pagaban, porque lo usaban sobre todo para suicidarse.
En este capítulo, dice Calasso con acierto irrefutable, no se trata de recuerdos, sino de palabras escritas, publicadas, dichas, referidas, registradas entre principios de enero de 1933 y mayo de 1945. Y agrega que todas las imágenes de aquellos años, de cualquier proveniencia, emanan algo hipnótico. Y es cierto.
El capítulo recorre el período que precede a la actualidad innombrable que sería el resultado de lo que sucedió entre el 30 de enero de 1933 y el 5 de mayo de 1945. En aquellos años el mundo cumplió parcialmente una tentativa de autodestrucción. La historia – un verdadero documento- es contada a través de una cronología compuesta por los testimonios de escritores, artistas, intelectuales, políticos y militares: Karl Mann, Brasillach, Walter Benjamin, Virginia Wolf, Bruno Walter, Céline, Martin du Gard, Joseph Roth, Ernst Jünger, Ezra Pound, Drieu La Rochelle, Robert Frost, Samuel Beckett, Halevy, Arthur Koestler, Marie Vassiltchikov, Curzio Malaparte, el mariscal de campo Walter von Reichenau, Joseph Goebbels, André Gide, Himmler, Vassili Grossman.
Faltaría, quizá, poco más adelante en el tiempo, la llegada del general Einsenhower a Auschwitz y su orden ante la visión del horror: “Graben todo, mañana puede aparecer un bastardo que lo niegue”.
Este segundo capítulo es, a mi gusto, la parte más lograda del libro. Son sus mejores páginas. Calasso pinta un fresco que produce una gran inquietud, un gran desasosiego. Muestra, en las palabras de quienes cita, la distancia, la indiferencia, la falta de visión acerca de la enorme, inminente tragedia, o la claridad de los testimonios acerca de lo que sucedió, la indiferencia, la distancia, el colaboracionismo, la crueldad, la locura. Es imposible resumirlo, sugiero leerlo íntegro.
VI.- Apuntes.-
La lectura de este libro no me ha dejado indiferente. Lleva a pensar, a compartir, a disentir.
Pareciera que para Calasso la crisis de nuestro tiempo se resume en el dominio de la técnica. No considera el aplastante dominio que ejerce el capital financiero sobre la vida social e individual. Erroneus: ambos aspectos son indisociables y concurren, con otros, a dejar librado al hombre a la inconsistencia de la actualidad innombrable.
Ni el bricolage del conocimiento, ni sentarse en el margen del gran flujo informático a mirar y consentir no son lo único que le queda al hombre de hoy. Tampoco parece plausible aceptar como vía de escape la que parece discernirse de la cita de Baudelaire con que se cierra el libro: lograr denunciar a tiempo la noticia del derrumbe de nuestro mundo, al contrario de la angustiosa imposibilidad del gran poeta francés de comunicar su sueño: “(…) Síntomas de ruina…¿Cómo advertir a la gente, a las naciones…? Advirtamos al oído a los más inteligentes…Una torre-laberinto. Vivo para siempre en un edificio que está a punto de colapsar, un edificio corroído por una enfermedad secreta”. Cuando la noticia llegó a las naciones, dice nuestro autor, las torres eran dos, y gemelas.
El libro de Calasso, en el que no faltan páginas meláncólicas ni otras de tinte elitista, hace sí una crítica impiadosa del mundo actual, pero no presenta un paralelo y congruente intento de construcción de una alternativa. El tiempo presente no permite visiones tranquilizadoras, pero ello no debería llevarnos a cubrirlo con un velo de absoluta negatividad. Y tanto menos a renunciar o elegir atajos inconducentes. Precisamente su carácter innombrable podría ser una especie de desconocido, de ignoto, cuyo shock constituiría el umbral del conocimiento indispensable para dar lugar a una acción superadora.
Cual ? Tal vez vivir en la verdad de los propios valores morales y actuar con virtù -cualidad sobresaliente de la inteligencia y del ánimo que permite al hombre dominar el curso de las cosas- para atrapar las ocasiones que presenta la fortuna y realizar “il vivere político”, que incluye y supera al vivere civile, al vivere libero y al vivere quietamente[11]. Dotarse de un ethos no solo crítico sino también de libertad, entendido como poder ser de un modo diferente al que la actualidad innombrable pretende ejercer sobre nosotros. Un ethos que permita a la vida superarse a sí misma no solo en el plano existencial sino también en el político y social.
Tal “mi género próximo y mi diferencia específica” con el gran escritor italiano.
Buenos Aires, agosto 24 de 2018.
*Jurista, ex Camarista Federal, ex Conjuez de la Corte Suprema, escritor, ensayista.
[1] Calasso, R., “L´ Innnominabile…”, cit., p´.14.
[2] Id.id., p.43.
[3]“Letters to and from the late Samuel Johnson”. Cambridge University Press. On line: letter-to-and-from-the-late-samuel-johnson-IIa/. También en otros sitios on line ingleses y americanos, entre ellos los de la Manchester University y la California University.
[4] Reconozco que no me consta, pero apostaría que Johnson leyó a Machiavelli. Es muy fuerte en este pasaje el eco de lo escrito por Niccolò en “Il Principe”, cap. XV: “(…) siendo mi intención escribir algo útil …me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa más que tras una visión imaginaria de ella”. Como es sabido el pensamiento del gran florentino tuvo fuerte repercusión en Inglaterra: sir Walter Raleigh, Gabriel Harvey, Thomas Cromwell, Francis Bacon el gran Canciller, James Harrington, Henry Neville , etc.
[5] Twain, M., “Innocents Abroad”, 1869, hay version on line. Ver, entre otras, la muy cuidada edición de Proyecto Gutenberg: http://www.gutenberg.org/files/3176/3176-h/3176-h-htm.
[6] Durkheim, E., “Les formes elementaires de la vie religieuse”, Paris, P.U.F., 1960. Hay edición on-line.
[7] En 1977 un famoso economista de Harvard, John Kenneth Galbrait, publicó “The Age of Uncertainity”, lectura recomendable para vislumbrar alternativas al pretendidamente omnisciente monetarismo imperante. Hay versión española: “La Edad de la Incertidumbre”, Barcelona, Plaza y Janés, 1984, 1ra ed., entre otras.
[8] Deuteronomio, 16-18, “(…) tzedek, tzedek tirdof”: justicia, justicia buscarás.
[9] Frondizi, Román, “El derecho, el juez, la justicia”, La Plata, Librería Editora Platense, 2023, pp.174-75.
[10] La prensa oocidental mintió descaradamente presentando a ese horror como una guerra sin muertos. Había que escuchar a Radio Vaticano y leer el Osservatore Romano para saber algo de la verdad de lo que estaba ocurriendo. Paradojal, verdad?
[11] Frondizi, R.J., “Conocer a Machiavelli”, Buenos Aires, Cathedra Juridica, 2017, cap. V y VII.
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