EMPEZAR A REDUCIR LA BRECHA por Jorge L. Ossona*
| 20 julio, 2015Uno de los interrogantes que acucian a importantes sectores de la Argentina actual de veras interesados en combatir la pobreza es como hacerlo. No es infrecuente que la conciencia de sus alcances convenza a muchos sobre su irreversibilidad; y que, a propósito de ello, se registre cierta desmoralización resignada e imposibilista. Sin embargo, una decisión política conjugada con excelencia burocrática, además de los aportes de múltiples asociaciones de la sociedad civil, podrían arrojar en el término de algunos años resultados tan asombrosos como estimulantes como para proseguir. El caso de Medellín en materia de generar polos educativos antiestigmatizantes ha sido al respecto aleccionador, salvando a miles de jóvenes de caer en los espejismos tentadores ofrecidos por los narcotraficantes. El camino a recorrer no sería fácil; pero tampoco imposible: requeriría de equilibradas cuotas conjugadas de experticia profesional de funcionarios idóneos y actualizados sobre diversas experiencias practicadas tanto puertas afuera como adentro del país y organizaciones genuinamente solidarias de la sociedad civil de un lado y del otro de la brecha. Al paso, saldrán los interesados en preservar un statu quo reaccionario y conservador consolidado desde hace décadas, y adornado por discursos entre “pobristas” y “efectivistas”. Ofrecerán resistencias múltiples, detrás de los cuales se ocultan los beneficiarios de una explotación sin precedentes; pero tampoco serian invencibles.
La pobreza estructural, que en estas playas alcanza a una tercera parte de la población, es un fenómeno definido por una economía informal específica adecuada a determinadas concepciones del mundo y de la vida. Si la primera reduce a millones de personas a la subsistencia; las segundas, se afianzan en la naturalización del orden social y hasta de la paradojal auto estigmatización de sus víctimas. La explotación se efectúa a través de sucesivos anillos que sirven para disimular al régimen y hasta darle un barniz “inclusivista”. Al frente de esos eslabones se sitúan “filtros”, “administradores”, “referentes”, “porongas”, “capos”, “popes” y demás intermediarios reclutados en la propia pobreza y que, sin dejar de negociar firmemente con el poder para sostener su legitimidad de mando sobre sus grupos subordinados, operan como engranajes cruciales del sistema.
Otra de las tentaciones que habrá que evitar es el voluntarismo en sus más diversas expresiones. Un ejemplo al respecto lo ofrece el fenómeno de las ferias informales de La Salada. Es indudable que se trata de la capital de la economía informal por debajo de la cual subyacen miles de personas en situaciones de servilismo e incluso de semiesclavitud; ambos, asombrosos en un país de tradición social democrática como la Argentina, entre otras cosas, por su débil demografía. Pero el complejo ofrece productos a bajo precio además de puestos laborales a miles y miles de otros pobres dispuestos a defenderlo como un bastión propio. Deberán surgir fórmulas imaginativas para blanquear a sus puesteros, eliminar su sujeción a punteros y alquiladores al servicio de administradores asociados, a su vez, al contrabando, la piratería e incluso a muchas grandes empresas oportunistas beneficiadas por mano de obra de costos orientales. También, a políticos que al tiempo de denunciar la “ilegalidad” del complejo, usufructúan de él mediante el pago de prebendas rigurosamente pautadas en las que están incluidos diferentes eslabones del poder municipal y diversas de sus dependencias internas, las policías, fiscales y jueces que succionan nutridos fondos para sus “cajas negras” así como contingentes electorales masivos y previsibles. En resumidas cuentas, un engranaje complejo que requerirá inteligencia, sensibilidad, pragmatismo negociador; aunque también de una férrea decisión de no caer en las tentaciones de preservar un statu quo aberrante pero sumamente eficaz al momento de contabilizar las “efectividades conducentes”.
La experiencia social argentina de los últimos años da cuenta, afortunadamente, de ejemplos al respecto. Un caso emblemático es el de las cooperativas de cartoneros; tal vez, uno de los fenómenos más emblemáticos de la nueva pobreza diseminada en las grandes ciudades a partir de la crisis de 2001-2002. A la par de la explotación mafiosa de familias desesperadas surgieron experiencias de solidaridad horizontal que, con apoyo de asociaciones de la sociedad civil, se transformaron en asociaciones cooperativas. Estas lograron tallarse espacios institucionales en donde realizar por si mismas las tareas de los sucesivos eslabones de acopiadores y separadores de diversos materiales como vidrios, metales, plásticos, papeles y cartón contactándose sin intermediaciones respecto de las empresas recicladoras. El gobierno de la CABA a partir de 2013 también formulo su aporte reconociendo a doce de estos emprendimientos y semiformalizandolos mediante la provisión de indumentaria de trabajo, obra social, y hasta de un subsidio módico que los cooperadores deben conjugar con los precios de mercado ofrecidos por los empresarios. El sistema dista de ser perfecto, pero logro encuadrar a aproximadamente el 40 % de los cartoneros. La extensión y perfeccionamiento de experiencias análogas tanto en el GBA como en el resto de las grandes ciudades del país, además de constituir un buen ejemplo de políticas genuinas de inclusión, servirán para atenuar el pavoroso problema de la saturación de los depósitos de basura; una cuestión ecológica que afecta a toda la sociedad y que requiere, también, de urgentes respuestas.
Julio 2015
*El autor es historiador y docente, integrante del Club Politico Argentimo-UBA
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