POR LO QUE LE FALTÓ DECIR por Teresa Harguindey*
| 29 enero, 2015Con la garganta apretada por la angustia por la muerte del fiscal Nisman fui a la convocatoria del 21 de enero de la AMIA y de la DAIA a la calle Pasteur. Confieso que no pude cantar el himno nacional, no por falta de fervor patriótico, esta vez sentí vergüenza de recitar las estrofas que nuestros antepasados imaginaron para la patria que habitamos, hoy vaciadas de sentido. No estamos investidos de gloria como nación. El lunes 19 el país se aprestaba a conocer los entretelones de un escándalo mayúsculo, de proporciones inusitadas, que denuncia a la presidente, al poder que ella supo construir. Se trataba de una pelea desigual, como la de David y Goliath, pero nuestro David nos fue arrebatado de cuajo con la honda en el bolsillo. No tuvimos oportunidad de simbolizar con él los males que deseamos conjurar, nuestros desgarros como sociedad que duda y tiene derecho a dudar sobre la denuncia del pacto con Irán, y más luego de veinte años de investigaciones sin sellar con la verdad y condena la muerte de ochenta y cinco personas en el atentado de la AMIA. La muerte dudosa del fiscal Nisman nos hiere en el alma, por lo que le faltó decir, por su temeridad inigualada, porque decidió emplazar al poder antes de ser callado, porque amparado en su razón, no dudó en actuar con celeridad, porque era un gladiador que salió a la arena de la república y los desafíos ya no son moneda corriente en esta patria. Esto que pasó nos agarró tan mal. Probablemente en cada uno de nosotros haya quedado grabado el momento de conmoción con que amanecimos el lunes 19 de enero. Estamos consternados, desahuciados en el pabellón psiquiátrico en el que nos encerró la política de la última década. Allí, donde reina la ficción, y contra todo discernimiento nos machacaron hasta el cansancio que la inseguridad era una sensación, que los candidatos testimoniales no eran testimoniales, que no hay inflación ni cepo cambiario, que el Indec no arruga ante la realidad, que Ciccone fue expropiada por el gobierno en nombre del Estado a ningún dueño, que la corrupción no mató los sueños compartidos, que los millones de euros y dólares en cuentas truchas fueron amasados desde el trabajo honesto en un estudio jurídico, y en horario bancario sureño, que hay espías negros y blancos por venir, que habrá, en el fin de ciclo, un delfín que reemplace al delfín máximo oculto en la retaguardia y que interviene “primus inter pares” en las decisiones que nos afectan sin tener la legitimidad de los votos.
La muerte de Nisman nos emplaza con un golpe de realidad, sabemos qué queremos para salir de la pesadilla pero ¿cómo recuperar la llave del pabellón donde quedamos encerrados? Hace años que la mayoría oficialista en el congreso nacional es alcahueta de la directora del nosocomio y tiene a buen resguardo el manojo de llaves. Ahora, todos ellos tienen cola de paja por los años acumulados de atropellos (muchas veces desligitimados por la Corte Suprema), por lo cual una y otros son imprevisibles en el final de ciclo.
Si no fuera hoy por los bolsones de resistencia del Poder Legislativo ante los embates del oficialismo estaríamos desesperando aún más. Difícil no retorcernos de dolor (y en un grito silencioso) por la muerte dudosa de un fiscal de la nación, bastión aislado que deseábamos milagrosamente inexpugnable. Esta muerte nos interpela como nunca a nosotros la sociedad en el llano. No saldremos de la insanía mientras naturalicemos el todo vale, mientras efectivicemos en las elecciones que la cosa pública puede ser sujeto de corrupción siempre y cuando el bolsillo no sufra tanto. La podredumbre no se detiene en el umbral de nuestras casas, se mete en nuestra heladera, en nuestra cama, en nuestros sueños como la inundación en La Plata. En esta década permitimos alegremente que las instituciones republicanas de control del poder fueran progresivamente borradas o corrompidas hasta vaciarlas. Triste saldo luego de 30 años de recuperación de la democracia, (incluidos 24 años de gobiernos peronistas a nivel nacional y provincial y sus mayorías parlamentarias). Si queremos un futuro, sepamos mejorar nuestra cultura política y reclamar a nuestros gobernantes altura, hechos concretos y rendición de cuentas, y desconfiemos de los discursos ideológicos que no pueden ser traducidos mínimamente en uno o dos hechos con grandeza política para el conjunto de la ciudadanía. Sepamos exigir al gobierno la misma pericia y responsabilidad profesional que exigimos del médico que nos atiende, del cirujano que opera a un niño, de quien levanta una pared o construye un camino. Sepamos hacerlo en conjunto con la serenidad de la demanda bien fundada. Entendamos de una buena vez que el calibre de los políticos que tenemos ha sido resultado de la tinellización de la cultura donde se siguen mezclando la biblia y el calefón; rendidos por el cansancio del trabajo diario y el fraude de la moneda recibida como pago, dejamos caer a la cosa pública en los plasmas de la década ganada. La promoción de los corruptos o moralmente débiles ha sido el resultado de nuestra baja cultura política para elegir y luego para monitorear el funcionamiento del gobierno y defender el Estado de derecho. Y antes, para diagnosticar la salud de los partidos políticos.
El informe de The Economist Intelligence Unit 2014 sobre el desarrollo de las democracias del mundo arrojó que Argentina ocupa el puesto número 52 (democracia imperfecta) y Uruguay el puesto-17(democracia plena), líder junto a Costa Rica en América Latina. ¿Por qué no ocurre en estos países el disparate y la violencia que nos caracteriza? Mujica no los aconsejó: “quiéranse más”. Quizás no sólo significó que nos quisiéramos más entre nosotros, quizás también nos dijo que levantáramos nuestra autoestima, que nos animáramos a salir de la locura y de la ficción y nos miráramos al espejo, a la realidad sin miedo.
28 de enero 2015
*Teresa Harguindey es escritora
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