EL PECADO INICIAL DEL PERONISMO por Ariel Kocik*
Ernestina Gamas | 10 junio, 2012
Las democracias que solo apelan al apoyo popular, real o vigilado en cada barrio, usan un argumento común a las tiranías, que siempre tuvieron apoyo social, como Hitler, Mussolini y Stalin, ídolos de masas vigiladas por delatores y policías. En América Latina hubo absolutismos con cadalsos aceptados en nombre de las plazas llenas. Las democracias unipersonales, sin control de nadie, han violado todos los derechos humanos. A pesar de su índole policial, han sido las preferidas por los trasgresores de izquierda y derecha, que avalan la delación, verdadero puntal del partido único. Vale recordar que el nazismo exaltó a la clase obrera y se alió al comunismo en 1939, y que Stalin no causó menos víctimas que Hitler (solo en Ucrania murieron 10 millones en dos años), sin que menguara el respaldo de figuras altas en la estima de la izquierda, como el poeta Pablo Neruda y tantos otros que siguen siendo ídolos. El general Pedro Eugenio Aramburu es sinónimo de dictadura y represión, pero no es cuestionable que Perón haya sido amigo de Ante Pavelic y Rafael Trujillo, criminales del siglo XX al lado de los cuales Aramburu no tiene comparación. O que Perón se haya refugiado en dictaduras mucho más duras que el régimen de facto que lo derrocó, como la de Francisco Franco. Por otro lado, el llamado gobierno popular de 1973 mató a sus propios votantes. Antes de 1976, liquidó a muchos más peronistas que Aramburu. Se ha citado el caso de Julio Troxler, quien sobrevivió a los fusiles en 1956 pero no a la Triple A del peronismo. Las paradojas no tendrían fin. Muchos de los pilagaes fusilados en 1947 por la gendarmería, portaban retratos de Perón y Evita. Es decir, eran peronistas. Además de ametrallados, fueron quemados. Eduardo Vuletich afirmó en 1954 que si Perón se declaraba dictador, contaría con su apoyo como líder de la CGT. Por su parte, John William Cooke es un ídolo de izquierda, pero fue el diputado garante de la ley más liberticida de los conservadores, la ley 4144 contra extranjeros “indeseables”, usada por Perón para secuestrar y deportar a obreros como el maderero chileno Eduardo Seijo.
La “gratitud del mandatario”
En 1973, bajo la gobernación de Oscar Bidegain, con clima de euforia social, se reflotó al viejo torturador de la penitenciaría, Roberto Pettinato, como jefe de las cárceles bonaerenses. Atrás quedaba la memoria del dirigente campesino Ángel Rodríguez, torturado con picana y golpeado brutalmente en la cárcel de Olmos. Rodríguez, vecino de Tandil, fue secuestrado en 1954 por decreto (reservado) del presidente de la Nación, junto al obrero Ricardo Alfredo Saravia. Tampoco se recordó el “triángulo” de castigo que Pettinato usó contra los presos políticos, como Alberto Candiotti, o los apaleos en el sótano, vividos por Cipriano Reyes, testigo con marcas en el cuerpo. En otro orden de ironías, el radical Ernesto Sammartino, ícono antipopular según se enseña, se adelantó cinco décadas a sus críticos académicos, en defender los derechos humanos de los presos políticos. En 1946, Sammartino exigió la liberación de los militantes políticos y gremiales castigados, y también luchó en la calle, poniendo el cuerpo a la policía, junto a los obreros de Berisso, a dos cuadras del frigorífico. “Acá está el radicalismo, barricada de libertad”, gritó Sammartino y alzó su revólver. Cuando secuestraron y torturaron al ex diputado Cipriano Reyes en 1948, Roberto Pettinato lo recibió y lo derivó a la Sección Especial. Pettinato le dijo a la esposa de Cipriano –Clementina Salguero- que vería al esposo “cuando estuviera en condiciones”; no lo podían mostrar “hasta que no se compusiera de todo lo que le habían hecho”, afirma Argelia Reyes. El oficial Salomón Wasserman, verdugo de muchas víctimas, fue ascendido por decreto presidencial el día que torturó a Cipriano Reyes en 1948. El mismo día se difundió la felicitación de Perón a captores y esbirros, en su esquela para el jefe de la policía: “Haga llegar también y en el mismo sentido, mi felicitación y el reconocimiento al personal que intervino en el seguimiento y descubrimiento del complot para atentar contra la vida del presidente de la Nación, señores: inspector Mayor, don Luis Alberto Carlos Serrao, Director de Investigaciones: oficial principal, Don Salomón Wasserman… La evidente diligencia, tesón, sagacidad y valentía puesta en evidencia por ellos en su difícil tarea, hacen que todo elogio resulte parco ante el éxito logrado… Esta pesquisa señala, una vez más, hasta donde pueden superarse los servidores públicos… Reciba, pues, la gratitud del mandatario y el agradecimiento del pueblo… Juan Perón”. El diario de Ángel Borlenghi, El Líder, celebró la brillante pesquisa de la Sección Especial, recordando que “estábase en la pista” y “con gran eficacia actuó la policía”. Respecto al paro de la CGT para repudiar el “complot” contra Perón, Borlenghi afirmó: “Puede afirmarse que se trata de otro 17 de octubre”. El verdadero autor del 17 de octubre de 1945, mientas tanto, estaba en la cámara de tormentos de la calle Urquiza. El matutino El Mundo citó al juez Oscar Palma Beltrán, quien “por seguridad” no reveló el paradero de los detenidos: “Agregó también que los presos se encontraban en perfecto estado de salud, incluso Cipriano Reyes”. Perón relacionó el “complot” con el asesinato de Jorge Gaitán en Colombia y de Sandino en Nicaragua. El 17 de octubre de 1953, Perón recibió al asesino de Sandino, el dictador Anastasio Somoza, en la Plaza de Mayo, al grito de “¡Viva el general Somoza!”. El contraste entre la prensa oficial y los hechos explica casos como el de Pettinato, “humanista” según la propaganda, hoy homenajeado por el gobierno, convertido en el torturador favorito del progresismo. En su tiempo, a los desaparecidos de los llamaba “personas con paradero incierto y situación procesal inexacta”. Así llegaban a la penitenciaría, aunque se llamaran Moisés Lebensohn.
“Wasserman, sicario de Perón”
Después de las torturas, Reyes volvió a la penitenciaría en un estado calamitoso. Los médicos verificaron los tremendos castigos. “El doctor Barés, muy cordialmente, elevó por escrito una petición a la dirección del penal, aconsejándome que cuando fuera trasladado me diera baños de asiento para reducir el orquitis traumático que había producido la picana eléctrica”, afirmó Reyes. Una vez más Cipriano fue visto por Roberto Pettinato, quien le preguntó quién era, como si no lo reconociese. Reyes fue interrogado adentro del penal por el comisario Camilo Racana, jefe de torturas en la sección Orden Político. Más tarde el penalista Pettinato y el policía Racana actuarían juntos en un congreso internacional en 1950, como delegación argentina especializada en el “tratamiento” de los detenidos. El ministro del Interior, Ángel Borlenghi, decía todos los policías debían ser peronistas “de corazón”. El agente Wasserman formó en la guardia del Presidente (según El Mundo), llegó a comisario, supo exhibir los planos de una casa de lujo en Mar del Plata e incluso la primera dama Eva Duarte le habría concedido 500 mil pesos. “Se hizo rico por el solo hecho de mostrar su índole criminal”, según Crítica. En 1955 fue detenido y les rogó perdón a sus víctimas, como Cipriano Reyes. Confesó llorando el agente: "Perdón, Cipriano. ¡Por mis hijos! ¡Perdón! ¡Fueron esos hijos de puta que me mandaron!". Juan Ovidio Zavala, testigo de la escena, señaló: “Llora tan constantemente que ningún otro detenido lo quiere aguantar como compañero”. El ex comisario peronista también lloró ante su víctima Yolanda de Uzal, a quien castigó en 1953. “Wasserman, sicario de Perón”, fue el título del diario El Mundo. Otra víctima de 1948, el trabajador Américo Romero, declaró: “Cuando el ‘llorón’ Wasserman hizo detener a Cipriano Reyes y a sus amigos, yo tuve la desgracia de caer en manos de la Sección Especial. Había escuchado hablar de ella, pero nunca pensé que pudiera reunir a 150 personas tan perversas. Lombilla, Amoresano, Alberto Lovell (boxeador de peso completo) y otros me arrancaron la dentadura y me tuvieron dos días estaqueado en una mesa, aplicándome la picana eléctrica.” Señaló que “Alberto Lovell era el que pegaba más fuerte”. Romero era un radical en el gremio maderero y el oficialista Graciano Fernández lo entregó a la policía. El pecado inicial del peronismo, entonces, fue la tortura, junto a la delación en los trabajos, como el plan secreto en el gremio de los gráficos, formulado por gente como Francisco Cardillo y elevado a José Espejo, recomendando anular y aniquilar a cualquier fuerza opuesta, bajo la supervisión del teniente coronel Jorge Osinde. Muchas víctimas de estos procesos fueron peronistas, como Santiago Cahill, militante justicialista de Morón, torturado en 1951.
Muchas de estas cuestiones se amplían en la nota “Las cárceles en tiempos de Perón”, Todo es Historia 525.
* El autor es periodista e investigador de historia.
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