LA DEMOCRACIA ABUSADA, Impolítica, antipolítica y despolitización por Ernestina Gamas*
Ernestina Gamas | 1 abril, 2013
Estamos inmersos en un mundo de representaciones, de ficciones, juegos de metáforas que dan cuenta de la realidad en la que vivimos sometida a la tiranía del lenguaje humano. Explicamos lo que pensamos, lo que vemos, lo que sentimos, todo lo que recordamos, lo que soñamos y también nuestros deseos y nuestras pasiones, mediante una combinación de palabras. Son ellas, su genealogía y sus traducciones, las que nos han hecho llegar memorias de otros tiempos, costumbres, tradiciones y formas de organización social que con el tiempo se han venido adaptando y resignificando.
Aunque desde la época de la antigua Grecia permanece la noción de "orden democrático" que da cuenta de “el propósito de organizar una vida común entre gente diferente” . Aquellos antiguos griegos descubrieron que para gobernarse como pueblo “demos”, había que reemplazar al “genos”, los grupos parentales, y así “fundir” (expresión de Aristóteles) a los habitantes en un mismo cuerpo cívico. Para ellos un sistema electivo de gobernantes se instituía como alternativa a lo que hasta entonces – y esto reaparece a lo largo de la historia- había sido trasmitido entre grupos de familia en forma hereditaria o en nombre de los dioses.
De esta manera quedaba establecida la necesidad de votación para consagrar la legitimidad de los gobernantes y como un elemento de ruptura con el sistema anterior en el que una minoría tomaba todas las decisiones. Aunque en un principio en forma restringida, después con el correr de los siglos y como resultado de luchas, interrupciones y controversias, fue extendiéndose a todos los ciudadanos y quedó universalmente admitida su validez.
Democracia es entonces un sistema de gobierno y de organización de un estado en el cual el poder no radica en una sola persona sino que se reparte entre todos los ciudadanos. El pueblo selecciona a sus representantes mediante el voto y gobierna el elegido por la mayoría. Esto se apoya en una doble ficción fundadora: Un principio de justificación, "como si" la voluntad de la mayoría valiera por la totalidad del pueblo, acarrea una de las ficciones principales, puesto que no es la mayoría que gobierna sobre sí misma sino que una minoría lo hace por ella también pretendiendo representar a la voluntad general de todos los ciudadanos. Una parte que vale por el todo y esos electores fueran “el pueblo”. La otra ficción es una técnica de decisión, "como si" el momento electoral valiera por la totalidad del mandato. Otra vez la parte vale por el todo
Cuando los representantes dejan de escuchar las demandas de las minorías que no los votaron, la democracia va degenerándose en una tiranía de las mayorías. Así como cuando la legitimidad de origen, o sea el momento electoral, suplanta a la legitimidad de ejercicio, los gobernantes se aprovechan de ese punto de partida para tener carta blanca a lo largo de toda la duración del mandato. En los dos casos se crea una tensión que desvirtúa el verdadero principio democrático.
Es por eso que se cuenta con que por sobre esta doble ficción, gobernantes y gobernados acaten y se sometan al conjunto de leyes escritas en la Constitución del Estado donde lo Político se ejerza como la confrontación de ideas y de palabras diferentes para lograr el bien común. Darle prioridad a lo Político, al disenso, a las distintas voces que conforman al demos, es continuar la tradición que nos dejaron los griegos.
EL PELIGRO DE LO IMPOLÍTICO
Un gobierno que se piensa en términos de amigos –los que nos votaron y nos siguen- y enemigos –los que no nos votaron y están en desacuerdo con los actos de gobierno- no sólo no es democrático sino que tampoco es político. Es una de las características del populismo, sistema que se instala después de haber accedido al poder por mecanismos democráticos o sea por elección popular, situación que enarbolan constantemente para su validación a lo largo del tiempo. El populismo plantea esta división entre adeptos y detractores y pretende acallar cualquier forma de crítica ante sus arbitrariedades. Al obstaculizar y neutralizar los mecanismos de control previstos en un sistema de gobierno democrático y republicano, ya sean estatales o de ciudadanos y al impedir toda fiscalización de los actos de gobierno, se inicia un proceso donde toda preocupación activa y positiva de vigilancia o de denuncia de la oposición es estigmatizada, atomizada y debilitada. Se la convierte en una suerte de potencia enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. En esta impugnación permanente, se consume toda la energía y recursos del estado. Se trata de permanecer en el poder, estrangulando toda disidencia. Ningún horizonte es posible ya que lo que se desmerece es la crítica creativa. Se trata de una oligocracia que expresa en forma desordenada y furiosa su única verdad. Sólo pueden existir condenando a todo opositor, sin siquiera intentar escucharlo, alzando sólo su voz hasta alcanzar la zona de lo impolítico.
Lo impolítico es la no valoración ética de lo político, la negación de su realidad conflictiva. Es el vaciamiento del espacio para los debates necesarios en toda sociedad y que al carecer de ellos declina hasta su anquilosamiento y bordea su finitud.
Georges Santayana (Filósofo español radicado en los Estados Unidos. 1853-1952) dijo que “quienes no conocen la historia, están condenados a repetirla”. Por consiguiente, este apego de los gobiernos populistas a reescribir la historia para construir su propia épica, tiene una condena implícita. No hay lugar para la tradición de respeto a la legalidad democrática sino para la epopeya apoyada en la invención de “El” héroe arquetípico. El que siempre es sacrificado en el altar de su entrega en pos del bienestar de su pueblo, cuando el dolor y la desesperanza de la gente necesita respuestas para sobrellevar la inmovilidad que proyecta “la crisis”, siempre anterior, siempre heredada. No hay momento para la confrontación de ideas, de palabras diferentes frente al único relato de literalidad aplastante, imposible de ser rebatido, imposible de ser traducido. Ya no se trata de ficciones convenientes sino del discurso único y de puestas en escena como parásitos de la realidad.
El PELIGRO DE LA ANTIPOLÍTICA
No es democracia y no se practica el ejercicio político, cuando la calle se convierte en el espacio propicio para el despliegue del reclamo en el que se violentan las formas y los límites. Es el espacio en el que se quiebra la paz social y el respeto a las leyes que son el fundamento de un gobierno democrático. Cuando estamos en peligro de caer en un mecanismo de sustitución de la institucionalidad deliberativa por el griterío de la multitud, nos estamos alejando de la democracia y entramos en la confusión de la antipolítica. Una deliberación es el momento de confrontar ideas, pensamientos, palabras diferentes. Pero son los ciudadanos los que deberán elegir a aquellos que los representen para deliberar. Por eso el buen ciudadano no es únicamente un elector periódico. También es aquél que vigila en forma permanente, el que interpela a los poderes públicos, los critica y los analiza.
Cuando es el interés lo que hace al ciudadano y no el apego a las instituciones, serán aquellas medidas de gobierno que lo beneficien en su capacidad de consumir y de hacer negocios que le sean favorables, lo que lo guie en el momento de elegir a quienes lo representen.
Estamos justamente a pocos meses de elegir representantes que sepan debatir, que neutralicen el peligro de que el Poder Legislativo incumpla su misión de legislar y se limite a ejercer sólo funciones notariales desde el palacio de las leyes, sede de uno de uno de los tres poderes independientes. De eso también depende la independencia del tercer poder de la República. El Poder Judicial. Es cuando tenemos que actuar como ciudadanos responsables, sabiendo que todos estamos amparados cuando se respeta la ley y que cuando se vulnera la palabra escrita, todos quedamos expuestos a una glosolalia legal, arbitraria e ininteligible.
EL PELIGRO DE LA DESPOLITIZACION
Todo gobierno populista empleará gran parte de los recursos en cooptar, sobornar y seducir al pueblo para que ser reelegido. La política se encuentra así desvalorizada por aquellos mismos que solicitan los sufragios. La dádiva deslegitima el real enfrentamiento político de programas y valores puestos en juego. El desarrollo de la democracia necesita de las opciones tajantes que no se excluyan mutuamente y que se sitúen en el espacio de las distintas ofertas políticas democráticas. El conflicto y el consenso deben tener lugar en la democracia, pero si son claramente distinguidos y remitidos a instituciones específicas. Es necesario repolitizar el espacio democrático. Toda otra opción populista jugará a desesperanzar a los opositores y a sus votantes tratándolos como enemigos. La hipótesis de que ya se sabe quién ganará, hace perder entusiasmo electoral porque induce a una “retirada sin combatir” prueba de carencia de fe en la propia causa, una frustración por adelantado. La democracia pierde, sin el encuentro de la ciudadanía con los políticos.
La democracia pierde cuando se alejan las palabras, las variadas y contrapuestas ideas. Pierde cuando espanta los sueños, los deseos y las pasiones.
Bibliografía
Pierre Rosanvallon, “La legitimidad democrática” Manantial – 2009
——————————————————
*Es escritora y co-directora de este sitio
.