UNA REFLEXIÓN ACERCA DEL PODER, LA CRISIS Y NUESTRO FUTURO por José Armando Caro Figueroa*
Ernestina Gamas | 28 marzo, 2013Para con-texto
La cotidianeidad argentina está plagada de señales inquietantes que logran sobreponerse a las buenas noticias. La inflación, la inseguridad ciudadana, las amenazas sobre el empleo, el cepo cambiario y la confrontación que preside nuestras relaciones políticas y sociales, son algunas de aquellas señales que preocupan a la mayoría de los argentinos.
Destruidos o degradados los partidos políticos, los ciudadanos canalizamos ideas, temores y esperanzas a través de las tertulias familiares, de las charlas de café, de los medios de prensa independientes, y de las redes sociales. Unos ámbitos en donde es frecuente recurrir a la historia argentina en la búsqueda de modelos, señales o alertas que nos permitan responde a dos preguntas centrales: ¿Dónde estamos? ¿Hacía adónde vamos?
Muchas veces, quienes vivimos las catástrofes de 1975/76 o 2001/2002 pretendemos responder a esas preguntas identificando o seleccionado analogías capaces de vincular el presente con alguno de aquellos momentos traumáticos. Sin embargo, es bueno recordar que ambas crisis estallaron en un contexto de severo deterioro del poder político y de condiciones económicas internacionales harto desfavorables para la Argentina.
En el terreno de la política, los Gobiernos de Isabel PERÓN y de Fernando DE LA RUA habían perdido las cuotas de poder que son imprescindibles para conducir a una Nación en situaciones de crisis. En el primer caso, como resultado del doble cerco puesto por los terrorismos y por una dirección sindical torpe; en el segundo, a consecuencia de la mezquindad de los partidos integrados en la Alianza gobernante, de las vacilaciones que paralizaron al vértice del poder, y del accionar subrepticio de quienes terminaron imponiendo en drástico giro.
A este dato político común, hay que añadir también el hecho de que ambos Gobiernos compartieron un escenario económico internacional y local especialmente adverso, y que podríamos ejemplificar con el daño que provocó a nuestra economía el deterioro de los términos internacionales de intercambio (TII), con la crisis fiscal, y con el empobrecimiento colectivo y sectorial.
Cuando miramos la realidad contemporánea desde la historia, es fácil concluir que –afortunadamente- nos encontramos muy lejos de aquellos abismos: La Presidenta de la República acumula dosis desconocidas de poder político y social. La Argentina, pese a las crecientes desigualdades interiores que soporta, es un país rico cuyos productos mundialmente competitivos se cotizan en niveles también inéditos.
Por tanto, no estamos cerca de ningún estallido y es sencillamente improbable que en los próximos años vayamos a recaer en aquel infierno al que solía aludir Néstor KIRCHNER.
Si bien es cierto que muchos argentinos atraviesan penurias y que nuestro país tiene serias dificultades -inseguridad, pobreza, desaliento, las tensiones ideológicas-, que se incrementan por las malas decisiones del Gobierno, muchos de estos asuntos y conflictos tienen una relativamente fácil solución. Bastaría con que la Presidenta de la República (que a propósito del nuevo Papa ha revelado su capacidad de rectificar) y los poderes fácticos decidieran volver sobre sus pasos y abordaran los problemas sin intentar maquillarlos, ignorarlos o usarlos como argumentos de confrontación.
¿Dónde están entonces los conflictos verdaderamente graves en tanto se constituyen en amenazas para nuestro futuro?
El primero de ellos radica en el mundo de la política local y se traduce en la vocación de doña Cristina FERNÁNDEZ DE KIRCHNER por echar mano a la caja de pandora que guarda las herramientas políticas contrarias a la Constitución (domesticación de la justicia, de la prensa, de los sindicatos; uso partidista de los recursos del Estado incluidas las ayudas sociales; avasallamiento del federalismo; violación de derechos fundamentales, demonización del adversario).
El segundo, tiene que ver con las ideas estratégicas que quienes gobiernan y quienes no gobernamos tenemos respecto del futuro de la Argentina.
Así como antaño hablábamos de la “Argentina Potencia”, apostábamos por la unidad como alternativa a la dominación, o nos imaginábamos instalados para siempre dentro del “Primer Mundo”, la Presidenta de la República y, entre otros, el Gobernador de Salta, tienen una idea estrecha, mezquina, diríase que enana de la Argentina. Para ellos el futuro se identifica con la reproducción indefinida del país (y de la provincia) actual y de su perpetuación personalista en el mando.
Pienso que el desafío de construir una sociedad de hombres libres, una patria igualitaria e integrada en el mundo, pasa por proponernos multiplicar nuestra producción exportable, reformar nuestra penosa educación, resolver la crisis energética y del transporte, rediseñar incentivos económicos y sociales, encontrar las condiciones que hagan posible el diálogo entre lo divergente y la convivencia de los antagonismos. Pasa por decidirnos todos a vivir dentro de la Constitución.
Pero, claro, por aquello de que las ideas preceden a la acción (lo recordaba recientemente Armando FREZZE), deberíamos estar debatiendo cómo lograr aquella multiplicación productiva sin destruir el ambiente, eliminando las infraviviendas, y dejando atrás las metrópolis deshumanizadas.
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*Ex Ministro de Trabajo 1993/1997