ALEJANDRA PIZARNIK (1936 – 1972) por Cristina Piña*
Ernestina Gamas | 19 septiembre, 2012
El 25 de septiembre harán cuarenta años de la muerte de Alejandra Pizarnik y resulta difícil –sino imposible- pensar que hoy tendría 76 años. Para siempre detenida en los 36 años, las generaciones sucesivas la siguen reconociendo no sólo como una de las mejores poetas argentinas contemporáneas, sino como nuestra “poeta maldita” en la estela de sus tan admirados Lautréamont, Rimbaud y Artaud.
Porque al igual que ellos, entendía la labor poética como un absoluto, una vía de acceso al conocimiento total, en la que se asimilaban vida y poesía, en tanto esta última se alcanza al costo de emprender una “ascesis invertida” que pone en juego las experiencias límites del yo -locura, suicidio, muerte- y en la cual el recurso a las drogas y el alcohol, así como la transgresión de los códigos sexuales, sociales y productivos cumple un papel fundamental de protesta ante el mundo burgués. Quizás esa idea de lo poético esté expresada de manera privilegiada en la siguiente estrofa:
Ojala pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del
poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con
mis días y con mis semanas infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada
letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del
vivir.
(“El deseo de la palabra” de El infierno musical)
Sin embargo, el simple “mito personal” no explica su importancia, mientras que su obra sí. Digo “obra “y no sólo poesía, porque como lo demostraron las sucesivas publicaciones de inéditos y de textos aparecidos en revistas, Alejandra también fue una estupenda prosista, crítica literaria, humorista, diarista y corresponsal.
Gracias a su trabajo encarnizado sobre el lenguaje, el castellano en sus manos alcanzó una coloración única –oscura, sugerente, llena de matices- que no le es propia, así como renovó y transformó los diversos géneros literarios que abordó.
Si bien es difícil elegir sólo uno de sus bellos poemas, he seleccionado el número 35 de Árbol de Diana (1962) –libro que junto con Los trabajos y las noches (1965) es uno de sus “libros encantados”, como los llamó la crítica- donde se percibe la condensación, musicalidad, densidad semántica y tonalidad que la caracterizan
35
a Ester Singer
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de
fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.
Además de los dos libros de poemas citados, es autora de La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Extracción de la piedra de locura (1968), El infierno musical (1971) y Textos de sombra y últimos poemas,
(publicación póstuma 1982). Entre su prosa merecen destacarse La condesa sangrienta y sus Diarios (2003)
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* Cristina Piña es escritora y poeta