POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS por Francisco M. Goyogana
Ernestina Gamas | 10 septiembre, 2012En todas las épocas los seres humanos han sentido parecidos grados de temor y esperanza, de plenitud y de decadencia, de amenaza y de ilusión. Parecidos, porque los padecimientos de la libertad han sido similares, con episodios que se hicieron sentir entre 1946 y 1955, como ahora, especialmente después del 2007.
Este período se ha caracterizado por la tendencia a monopolizar los medios de comunicación social en general, sean prensa escrita, oral o televisiva, en el que se ha sumado la televisión, que supera al esquema de 1946-1955 cuando las emisiones televisivas no existían o se encontraban todavía en estado embrionario.
Estos padecimientos de la libertad de pensamiento, expresión y palabra han atentado y atentan contra la sociedad democrática, entendida como una manifestación en la que el pueblo tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus propios asuntos, sean generales o particulares, en los cuales los medios de información son libres e imparciales.
La suposición de la existencia de una idea alternativa de democracia en que el pueblo no puede permitirse hacerse cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar rígidamente controlados, reniega del significado de la palabra democracia, tanto en su primera acepción del DRAE, doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno, como en su segunda acepción, predominio del pueblo en el gobierno político del Estado, definiciones que comprometen a la libertad de manifestación de los ciudadanos por los medios disponibles, a la luz de la Constitución Nacional.
Muy probablemente, a nadie le gustaría despertarse una mañana y descubrir que todos los diarios, incluyendo las publicaciones semanales y mensuales, todas las radios en la totalidad de sus frecuencias, y las estaciones televisivas, pertenecen a un mismo propietario. Que necesariamente puede no ser el Estado, sino quien se ha apropiado del Estado, confundiendo precisamente Estado con gobierno, para que reflejen inevitablemente sus opiniones. Este proceso nos hace sentir una pérdida de libertad, pero cada vez más con cada incremento intervencionista. Con el mismo propietario de los medios de comunicación, en caso de haber alguno que no haya sido todavía cooptado, estos se alinearían con el gobierno, ya sea por tradición monopólica partidista, o porque sus todavía propietarios ambiguamente libres considerarían útil para sus intereses pasarse a la nueva mayoría. En resumen, esa situación enmarca un régimen totalitario de hecho.
En esta situación, el control de hecho de todas las fuentes de información del país serían administradas según la lógica que les imponga el sistema, sin posibilidad de revertir la situación por parte de los medios cautivos, pues en la historia de ningún país se ha visto nunca que un diario, periódico, revista, radio o estación televisiva se hubiera levantado contra quien ostenta la propiedad, aunque sea de hecho, y con más razón por esto mismo.
Con ese estado de cosas, ya conocido en el mundo contemporáneo como la anomalía venezolana, aunque también hay otras, la instauración de un régimen totalitario de hecho, impuesto más allá de las voluntades individuales, no forma parte de ninguna dialéctica democrática.
La anomalía argentina que ya ha dejado muy atrás haberse insinuado para manifestarse crudamente contra los medios de comunicación masiva, muestra peligrosamente a un sector que se adjudica la exclusividad de la posesión de la verdad en su totalidad, y a la otra parte, la democrática y diversa, cuya razón superior se encuentra en los derechos y garantías, y en las instituciones constitucionales.
El delirio partidario que persigue la independencia de opinión, que es sustentado solamente por el gobierno, que no es el Estado, se encuentra en camino de transformarse lisa y llanamente en un régimen totalitario, con todos los resortes regulatorios de todas las actividades en poder de los servidores circunstanciales del sistema impuesto al margen de las leyes que lo limitan.
Lamentablemente, una parte sustancial del electorado, que de acuerdo a las estadísticas ajenas a los intereses del partido posesor, no lee o en todo caso lee pocos diarios y poquísimos o ningún libro, escucha la radiofonía monotemática gubernamental exceptuadas escasas emisoras aún independientes y se atosiga de una televisión que no resiste la crítica, con la salvedad de las excepciones que afortunadamente siempre existen, parecen embarcarse en una modificación de la Constitución Nacional para adecuar algún artículo a favor del continuismo y profundización del modelo totalitario.
A ese electorado no se le puede reclamar que el actual “modelo” amordaza a los magistrados, porque la idea de justicia va asociada a la amenaza e intrusión en sus asuntos privados. Hasta se ha afirmado que una presidente rica al menos no robaría, porque concibe la corrupción en término de miles de millones y no de un par de centenares. Y también porque la ingenuidad lo lleva a sentir que por falta de necesidades crematísticas, la seguridad se encuentra garantizada con una atrevida apelación a la ética.
La idea de un Congreso bicameral controlado por una mayoría servil no condice no la tradición argentina de éxito a través del trabajo fructífero y el ahorro como fuente de un patrimonio privado sólido. Por el contrario, la declamación de una riqueza fácil, también será ahora producto de los medios de comunicación de un partido que se ha posesionado de la administración, que ha convertido a lo sagrado en espectáculo, a una ideología basada en que basta golpear para vencer, del atractivo mediático de las bondades de la falsificación de estadísticas, que la criminalidad en ascenso es meramente una sensación, cuando es visiblemente más morboso el caso de la criminalidad feroz, que induce a pensar que lo que sucede cada día, tal vez podría sucedernos a todos en cualquier momento.
Este electorado fascinado, víctima creciente de la acción mediática oficial manejada por el partido oportunista, será el que abra las puertas a un futuro a contramano del progreso que ya muestran países vecinos, del entorno regional y de más allá también, con el agravante de otra parte del electorado desmotivado por falta de liderazgos confiables.
La responsabilidad del gobierno monopolizador de los medios que deforman las mentes plásticas de los carenciados de capacidad crítica, no debe ignorar que su concepción de democracia se restringe al episodio de ganar una elección. Pero también existe una seria responsabilidad en aquellos que no querrán ser conscientes de ello, porque se consideran destinados al círculo dantesco de los indolentes.
Ha llegado la hora de defender la libertad de expresión de los medios independientes de opinión, que ilustran a la ciudadanía sobre la ideología del espectáculo, para salvaguardar en el país la pluralidad de la información.
Este desafío debe ser una invitación a ponerse una mano sobre la conciencia y a asumir la propia responsabilidad. Porque ningún hombre es una isla… No preguntéis nunca por quién doblan las campanas, doblan por ti.
Agosto 2012
* Francisco M. Goyogana cursó estudios de Farmacia y Bioquímica; oficial de la Armada Argentina, retirado como Teniente de Navío Bioquímico; tuvo una prolongada trayectoria en la industria farmacéutica, miembro de la Farmacopea Argentina y redactor asociado del nuevo Capítulo "Biotecnología"en su última edición. Simultáneamente, ha publicado una cantidad de artículos científicos y en el tema histórico, diversos trabajos aparecidos en publicaciones como el Boletín del Centro Naval, Todo es Historia, etc. Ocupó el cargo de vicepresidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia y Rector de la Cátedra Argentina Sarmiento. Autor de "Sarmiento y la Patagonia" Lumière (2006), "El Paradigma de la crisis" Lumière (2007), "Sarmiento y el Laicismo. Religión y política" Claridad (2011) y otros. Premios "Domingo F. Sarmiento" y "José B. Collo" otorgados por el Centro Naval.