ACTUALIDAD DE UN PENSAMIENTO: ISAIAH BERLIN por Arnoldo Siperman*.
Ernestina Gamas | 10 julio, 2012
Nació en Riga en 1909. Trasladado a Inglaterra a los once años, mantuvo allí el centro habitual de sus actividades. Hizo su carrera universitaria en Oxford, formándose en el neopositivismo, participando en el proceso de “traducción” de las concepciones del Círculo de Viena al ambiente intelectual anglosajón. Sus primeros trabajos fueron sobre temas de epistemología, pero ya en 1939 publica una biografía de Karl Marx, con la cual inicia su extensa trayectoria en el campo de la historia de las ideas. Durante la guerra actuó como diplomático inglés en Washington y en 1945 en Moscú. El centro de su vida académica ha sido siempre Oxford, donde enseñó teoría social y política desde 1967. Le fueron discernidos altos honores en Inglaterra, incluyendo la presidencia de la Academia Británica en el período 1974-78. Su obra escrita se integra principalmente con colecciones de ensayos y monografías y en su mayor parte ha sido traducida al castellano, entre otros idiomas. Falleció en 1997.
Berlin es un filósofo político, que se expresa a través de la historia de las ideas. Se define a sí mismo como un liberal racionalista, pluralista, adversario del determinismo y de los sistemas generales que excluyan la posibilidad de optar entre fines y valores. A lo largo de toda su obra fue desarrollando la idea de que la cultura occidental reposa sobre tres axiomas, los que conducen a lo que denomina monismo. Son ellos: que todas las preguntas, constitutivas de problemas planteados por el mundo, pueden ser contestadas, correspondiendo a cada una de ellas una precisa y única respuesta; que el logro de la respuesta acertada correspondiente a cada uno de esos interrogantes depende de la utilización del método adecuado; y que las respuestas a las diversas preguntas deben ser, por lo menos, compatibles entre sí, de modo de configurar un todo coherente. Las ideas de progreso, de universalidad, de justicia, así como la concepción positivista de la ciencia, reposan sobre estos axiomas.
Llevado al ámbito del pensamiento político los monistas, entonces, son todos aquellos que como los tomistas, los positivistas, o los marxista-leninistas, aspiran a referir los problemas políticos a un orden superior de Verdad, ya sea que ésta provenga de la revelación o del develamiento científico de la naturaleza. Pero pese al predominio del monismo, a la persistente tendencia de los occidentales a construir sistemas globales, postulando verdades universales, han habido siempre, a lo largo de la historia, quienes han estado yendo contra la corriente, como los nominalistas medievales, Maquiavelo, los escépticos, los románticos, todos los que creen que los fines no están dados sino que deben ser creados, los que no se conforman con las verdades preestablecidas y encuentran que hay campos de la política irreductibles a postulaciones trascendentes de lo verdadero y de lo bueno. Son los pluralistas, entre los cuales se inscribe Berlin.
La objeción a ese monismo es un tema central de su obra filosófica. Implica impugnar a los determinismos históricos, a la visión teleológica de la historia y a los esquemas conductistas, que anulan los juicios morales y hacen temerario oponerse al “curso de los hechos”. El monismo, al excluir la controversia sobre los fines, esteriliza al debate político mismo y conduce a reemplazar la toma de posición frente a los conflictos y a sus problemas por la tentativa de suprimirlos, como lo han mostrado los totalitarismos del siglo XX, dando lugar, a veces con la complicidad de ciertos discursos cientificistas, a supuestas soluciones finales inevitablemente vinculadas con dispositivos persecutorios, concentracionarios o psiquiátricos.
Que haya ritmos en la historia -argumenta Berlin, enfrentándose a las tesis deterministas- no implica que sean inexorables; las épocas y los grupos tienen características (“espíritu”) pero ello no hace inevitable el obrar de sus miembros. Otro aspecto de la falacia monista es la tendencia a convertir en “descripciones” de la realidad a los modelos que utiliza (contractualista, familiarista, clasista, comunitarista), sin reparar adecuadamente en su carácter instrumental y en el empobrecimiento que implica confundirlos con esa realidad. El rechazo de un modelo, sostiene, no se funda en objeciones relacionadas con aspectos fácticos ni con su coherencia interna; sino que se debe a un desacuerdo básico con los discursos políticos que son su consecuencia, especialmente en el terreno de la libertad.
El rechazo al monismo confluye con el abandono de la tradición positivista y con la consiguiente desestimación del análisis filosófico. Berlin viene cuestionando esa perspectiva general desde la década de 1950, (Las ideas políticas en el siglo XX, 1950, La inevitabilidad histórica, 1953, publicados más tarde en Cuatro ensayos sobre la libertad y, especialmente ¿Existe aún la teoría política? que data de 1961, incluido luego en Conceptos y Categorías), intentando una reconstrucción de la teoría política que brinde espacio al debate ético. Según su punto de vista, la historia de las ideas constituye un modo de hacer filosofía, en realidad el único modo de hacerlo como filosofía política, enfoque que lo aleja de los métodos de trabajo de aquéllos a quienes califica de “filósofos profesionales”. Para poner en obra esa empresa dedica estudios especiales a muchos de los más significativos pensadores políticos occidentales, poniéndolos en relación con el tema del monismo predominante. En su análisis de Maquiavelo, por ejemplo, lo presenta no como un teórico de la neutralidad moral sino como un dualista, que propone oponer a la moral medieval cristiana, universalista y trascendente, una redescubierta moral republicana romana, cívica, comunal, en la que los fines del individuo no son separables de la vida colectiva.
Desfilan en su extensa obra Giambattista Vico, negador de la doctrina de la ley natural intemporal; Montesquieu, Burke, Hamann y particularmente Johann Gotlieb Herder, a quien dedicó varios estudios. Destaca en todos estos pensadores las objeciones al universalismo iluminista y sus desarrollos teóricos sobre la diversidad cultural y sobre la “igualdad en la diferencia”. El examen de la obra del escritor tradicionalista Joseph de Maistre le da oportunidad de marcar la ruta que lleva del pensamiento de la restauración monárquica, que hubiera debido edificarse sobre los tres soportes de la legitimidad (el trono, el altar y el patíbulo) al fascismo del presente siglo. Ha dedicado también estudios especiales a Georges Sorel; a varios escritores rusos, como Alexander Herzen, Bielinsky, Tolstoi; a Hume, relacionándolo con las fuentes del anti-racionalismo alemán; a John Stuart Mill, a Comte, a Moses Hess (“padre del comunismo alemán”) a Disraeli y a Marx. Su mayor interés lo concitan los escritores que se han enfrentado al pensamiento iluminista, a los que Berlin presenta como formando parte de una línea de pensamiento que denomina Contrailustración.
La teoría que más ha contribuido a la difusión del pensamiento de Berlin, que tal vez sea el aspecto más polémico de su obra, se desarrolló originariamente en el ensayo Dos conceptos de libertad, publicado en el año 1958 y que luego integró el volumen titulado Cuatro ensayos sobre la Libertad. Se desarrollan allí las nociones de libertad positiva y negativa, distinción que, no sin resonancias del Benjamin Constant de la libertad de los antiguos y de la libertad de los modernos, constituye el punto de partida de un análisis que pone en escena los valores básicos de la democracia liberal.
La libertad negativa alude al ámbito no interferido por otras personas, se relaciona con la posibilidad de obtener fines (políticos o económicos), y con las interferencias causadas por otros. Corresponde a la concepción clásica de los teóricos ingleses, como Hobbes y Bentham, la que acepta que la libertad no puede ser nunca ilimitada, ya que al no existir coincidencia universal sobre los fines, no hay alternativa que limitarla, en aras de la libertad misma. De este concepto es que se deduce el principio de la legalidad regulatoria que, al estar al servicio de la libertad tampoco puede ultrapasar ciertos límites, como se lo evidencia en el iusnaturalismo de Locke tanto como en el liberalismo de Mill. Es tratando de proporcionar fundamentos a esa indispensable limitación del poder, sin la cual la libertad perece, que se ha recurrido al derecho natural, a Dios, a la utilidad, a la razón a priori; y es en este punto que está el núcleo formativo del llamado Estado de Derecho democrático liberal. Berlin destaca que tanto las formas paternalistas del ejercicio del poder político, aún bajo forma benevolente, cuanto las ilusiones de autorrealización, son tan incompatibles con los ideales de la libertad negativa como lo es el goce de la libertad a expensas de los demás.
La libertad positiva, por su parte, se refiere a quién o qué causa la interferencia. Se relaciona con el autogobierno, impone que otro no decida por mí lo que es bueno para mí. La libertad positiva, para Berlin, debe ser el medio de sostener a la negativa: la libertad de un pueblo se mide por la fuerza que tengan las barreras al poder, no solamente en su formulación legal sino en los términos reales de su ejercicio. Pero sin pasar por alto que a veces, sin embargo, la libertad negativa aparece eclipsada por la positiva: la mayor parte de las luchas por la libertad lo han sido en realidad por el autogobierno, mucho más que por espacios no interferidos. Esa lucha puede ser vista como un esfuerzo por lograr ser reconocido, por sí mismo tanto como en razón de la pertenencia a un grupo (nación, color, raza). Es que ambos conceptos de libertad se encuentran en estado de tensión; así, por caso, la forma más acabada de autogobierno, la soberanía popular como se la concibe en el modelo de Rousseau, puede conducir a la restricción de la libertad como esfera no interferida y ello en nombre de la libertad positiva.
Rechaza la concepción del sujeto como una entidad trascendente que esté por encima del individuo concreto y empírico, como querían los teólogos de las tradiciones judía y cristiana y la metafísica idealista del siglo XIX, y, por lo tanto, entender a la libertad como la facultad positiva de “elevar” ese yo empírico a condición ideal alguna. Y como no hay un yo que trascienda al modo en que los demás me reconocen, tampoco puede haber una “razón” trascendente y despersonificada. Desde ambas perspectivas, las conclusiones del enfoque dan cuenta del punto de vista político y de la dimensión ética de la teoría berliniana: una sociedad de seres libres exige que en ella no se sacrifique a nadie por otro o por el futuro; que se tenga siempre en cuenta que no hay ideal que pueda justificar ese sacrificio ni posibilidad alguna de que exista un acuerdo generalizado sobre los ideales dignos de ser alcanzados; y que es menester admitir el estado de conflicto como el estado propiamente humano, como la situación en la cual se ejercitan opciones.
En 1969, al publicarse en edición inglesa los Cuatro Ensayos…, Berlin incorporó una Introducción en la cual, respondió a los críticos que le habían imputado una excesiva preeminencia de la libertad negativa. Con la frase “No es necesario subrayar hoy día -creo yo- la sangrienta historia del individualismo económico y de la competencia capitalista sin restricciones” abre Berlin una extensa impugnación al liberismo y a las concepciones políticas de lo que se ha llamado el fundamentalismo de mercado y define a la explotación y al colonialismo como enemigos profundos de la libertad.
En Arbol que crece torcido…, publicado en 1990, se incluye el ensayo La búsqueda del ideal, que reitera un tema básico en Berlin: la condena a todo lo que pueda significar exigir a los hombres sacrificios “… en el altar de las abstracciones…”, llámense progreso, patria, clase o credo. El volumen culmina con el trabajo titulado La rama doblada, en el cual reflexiona sobre algunos aspectos del nacionalismo: junto a su costado brutal y guerrero, a las ansias de dominación que inspira, a las manías de superioridad que alienta, a la estupidez chauvinista, están también su vertiente emancipadora, el sentimiento que subyace a la liberación y a la lucha contra el colonialismo y la riqueza que aporta, a todos, la variedad cultural.
Se ha dicho de Isaiah Berlin que ha sido el más formidable historiador de las ideas del siglo XX y quien con mayor lucidez hizo de esa historia un pensamiento filosófico fuerte. El mismo parece haber querido defenderse de pasar a integrar alguna de las categorías que se generan “clasificando” en escuelas y orientaciones a los pensamientos filosóficos y políticos, prefiriendo expresarse a través del estudio del pensamiento político de aquellos escritores que, desde diferentes perspectivas, han coincidido en sus visiones adversas al monismo dominante. Por una parte, se define a sí mismo como liberal, apoyado con firmeza en las tradiciones de la Ilustración, de la que rechaza ese monismo pero no su impostación moral; por la otra, reivindica la diversidad cultural, cara al sentimiento romántico, ciertamente en la versión igualitarista radical de Herder y no en la reaccionaria de Maistre.
Su proyecto intelectual se desarrolla en la tensión entre los conceptos y categorías con las que se pretende enmarcar universalmente al horizonte humano, que constituyen la herencia ilustrada y racionalista y, en el otro extremo, el historicismo apoyado en pertenencias comunitarias, cercano al voluntarismo romántico que aparece en los críticos enrolados en la Contrailustración. En ese espacio se definen el pluralismo y el liberalismo de Berlin: en el constituido por esa tensión entre el legado de la Ilustración y la diversidad multicultural. La exigencia de “reconocimiento”, como hombre pero también como integrante de un grupo, expresa tanto la dificultad de superar la contradicción como la posibilidad de instalarse en la misma. Por ello puede afirmar, este teórico de la moderación y del compromiso, que “…mantener un equilibrio precario es la primera condición para una sociedad decente…”, rechazando todo fundamentalismo, incluso el de la propia razón; de modo que su desestimación del racionalismo dogmático pueda ser visto como su peculiar modo de defender a una auténtica racionalidad.
La permanente insistencia sobre que no hay racionalidad alguna competente para establecer acuerdos finales definitivos y excluyentes sobre los valores que debemos perseguir en la vida, que le ha valido el discutido calificativo de “agonista”, anima su concepto de libertad. Obtenerla y mantenerla exige, según sus propias palabras, la permanente e incansable “…protesta contra la explotación y la humillación, contra los excesos de la autoridad pública, contra la hipnotización publicitaria…” y contra todo aquello que implique, por una vía u otra, que sean algunos poderosos quienes decidan cual habrá de ser el estilo de vida, las creencias o los objetivos de los demás.
Bibliografía principal. Obras de Berlin
Karl Marx. His Life and Environment, Oxford, 1939.
Karl Marx, Madrid, 1988.
The Age of Enlightenment: The Eighteenth Century Philosophers, New York, 1956.
Four Essays on Liberty, Oxford, 1969.
Cuatro ensayos sobre la libertad, Madrid, 1988.
Vico and Herder. Two Studies in the History of Ideas, Londres, 1976.
Russian Thinkers, Londres, 1978.
Escritores Rusos, México, 1980.
Concepts and Categories. Philosophical Essays, Londres, 1978.
Conceptos y categorías. Un ensayo filosófico, México, 1983.
Against the Current. Essays on the History of Ideas, Londres, 1979.
Contra la corriente. Ensayos sobre historia de las ideas, México, 1983.
Personal Impressions, Londres, 1980.
Impresiones personales, México, 1984.
The Hedgehog and the Fox
El erizo y la zorra, Barcelona, 1980
The Crooked Timber of Humanity. Chapters in the History of Ideas, Londres 1990.
Árbol que crece torcido. Capítulos de historia de las ideas, México, 1992.
El Fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, Barcelona, 1992.
The Magus of the North: J.G.Hamann and the Origins of Modern Irrationalism, Londres, 1993.
Conversations with Isaiah Berlin, Londres, 1990.
Isaiah Berlin en diálogo con Ramin Jahanbegloo, Madrid, 1993.
Publicaciones póstumas en castellano
La traición de la libertad. Seis enemigos de la libertad humana:: Helvetius, Rousseau, Fichte, Hegel, Sain.Simon, Maistre. México, 2004,
El sentido de la realidad. Sobre las ideas y su historia. Buenos Aires, 1998.
* ARNOLDO SIPERMAN, Abogado, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1958), Profesor en las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Profesor, Jefe de Departamento y Vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires). Director de publicaciones universitarias, jurado de concursos, miembro del Consejo Superior Universitario (1960/61). Autor de numerosos artículos, monografías y varios libros. Los más recientes: Una apuesta por la libertad. Isaiah Berlin y el pensamiento trágico, Ed. De la Flor (2000) El imperio de la ley. Política y legalidad en la crisis contemporánea (2002) Ideología. Una introducción (2003) Pensamiento trágico y democracia (2003), El drama y la nostalgia. Racismo político, Wagner y la memoria reaccionaria, Buenos Aires, Ed. Leviatán, 2005 y La ley romana y el mundo moderno. Juristas, científicos y una historia de la verdad, Ed. Biblos (2009).