HISTORIA DE UN CONFLICTO por Israel Loterstein* (Primera parte)
Con-Texto | 7 enero, 2025
Objeto de este trabajo.
Desde el 7 de Octubre de 2023 árabes y judíos se encuentran enfrentados en el mayor y más sangriento conflicto que registra su historia, tanto por su duración como por la cantidad de vidas humanas que se ha cobrado. Es obvio que se trata de un conflicto de causas políticas, económicas y sociales, y su eventual solución solo puede provenir de esos ámbitos. La historia muy poco puede hacer para ayudar a resolverlo. Por el contrario, tendenciosamente relatada como por lo general observamos que ocurre, solo puede colaborar en empeorarlo. La intención de lo que sigue es por ello intentar (solo eso, intentar) por respeto a la disciplina histórica y a lo que creemos son los sucesos realmente ocurridos presentar un relato que sea imparcial y refleje los hechos históricos. Específicamente nos enfocaremos tan solo en aquellos sucesos que juzgamos fundamentales y que condujeron posteriormente al actual enfrentamiento a partir del nacimiento del sionismo político por una parte y el nacionalismo palestino por la otra. Previamente se dedicarán algunos esquemáticos elementos de juicio sobre épocas mucho más antiguas, cuando sirvan de ilustración y aclaración de situaciones actuales. Temporalmente este relato finalizará en 1949 cuando, a nuestro juicio, ya casi todos los problemas fundamentales del drama que hoy vivimos estarán planteados.
De nombres diversos y otros antecedentes históricos indispensables.
¿Cómo llamar a la región del planeta donde hoy se enfrentan israelíes y palestinos? La pregunta no es trivial: ya que meramente en la forma de llamarla puede estar contenida toda una definición política. Desde el punto de vista de la Historia específicamente digamos que esa región, que conecta al Asia con Egipto bordeando el Mediterráneo, tuvo a lo largo de los milenios distintos nombres. En la edad del bronce, entre los años 1500 a 1000 AC, fue una provincia egipcia que aparentemente respondía al nombre de Canaan. Siguió llamándose así por muchos siglos pero además, con la invasión de unos llamados ¨pueblos del mar” (quizá provenientes desde la actual Turquía, quizá desde islas del Mediterráneo), colapsaron muchas “ciudades estado” cananeas y un nuevo pueblo se radicó en la parte sur de la costa: los filisteos, por lo que los griegos que trataban con ellos le dieron a la región un nombre: Filistea, que derivó en el actual de “Palestina”, que después, en algún momento, lo adoptaron también los romanos.
Alejándose de esa costa los historiadores acuerdan que, sobre las no muy elevadas colinas que se van alzando a medida que nos dirigimos desde el mar hacia el este, hacia el rio Jordán, y en paralelo a las ciudades costeras y quizá en conflicto con ellas, se fueron formando en torno al año 1000 AC dos reinos: uno en el norte llamado Israel, y otro en el sur, bastante más reducido llamado Judá, con Jerusalén por capital. La Biblia por su parte más o menos coincide (a su manera, desde ya) con este relato histórico, aunque señala que previamente a ellos existió un grandioso reino unificado, con Saúl, David y Salomón como monarcas, que luego se dividió en los dos reinos arriba mencionados. Empero no existen a la fecha, en nuestra opinión al menos, evidencias históricas o arqueológicas fehacientes que validen la existencia de tal reino unificado.
Del reino del norte, el de Israel, pese a la muy poca simpatía de la que goza en la Biblia, se puede afirmar con bastante seguridad que alcanzó cierto poder y relativa importancia en el Cercano Oriente en algún momento histórico, ocupando vastos territorios incluso bastante al este del rio Jordán, en lo que es la actual Jordania. Pero finalmente fue destruido en 720 AC por el poderoso imperio asirio, y sus elites, como acostumbraba el vencedor, fueron casi todas desterradas. El reino de Judá, más pequeño y por ello menos codiciado, sobrevivió durante más tiempo, hasta el 586 AC en que fue a su vez destruido por los caldeos, el templo de su Dios nacional Yahavé (que era también el Dios principal del reino de Israel) en Jerusalén aniquilado y sus elites también enviadas, en este caso al exilio babilónico, aunque algunos escaparon a Egipto.
Consideramos sumamente importante señalar que precisamente a partir de ese tan particular momento histórico el pueblo hebreo pasó a estar dividido en dos partes: una que habitaba la tierra “de Israel” y otra viviendo como vimos en diversos exilios: inicialmente Babilonia y Egipto, pero con el correr de los siglos los judíos se fueron estableciendo además, como es hoy sumamente conocido, en muy diferentes lugares a lo largo del planeta.
Lo que llamaremos la tierra de Israel, desde 586 AC fue dominada por varios imperios y además llamada de diversas formas. Los persas que derrotaron a los babilonios y la conquistaron y posteriormente los griegos que los derrotaron a ellos la llamaron Yahud, para los romanos fue generalmente Judea y en algún momento pasaron a llamarla como vimos Palestina. En esta Judea Herodes, el impopular rey judío bajo protectorado romano en el siglo I AC, reconstruyó con singular magnificencia el templo para Yahavé en Jerusalén, que pasó a ser el centro cultual fundamental del judaísmo en aquellos días. Incluso los judíos de las Diásporas más lejanas aceptaban su total primacía y enviaban continuamente al mismo ofrendas para los sacrificios que allí se practicaban ya que, como señalamos, ese templo era el centro indiscutido del culto y devoción religiosa hebrea.
Para completar estos antecedentes históricos vale la pena recordar que en el año 140 AC los judíos lograron en esas tierras de Israel una breve independencia como resultado de la exitosa lucha de los cinco hermanos macabeos contra los herederos de Alejandro Magno que gobernaban Siria y el Cercano Levante. Esa independencia, durante la que se sucedieron cinco reyes hebreos, perduró con muchas dificultades y conflictos internos hasta la llegada de los romanos al mando de Pompeyo, quien en 64 AC declaró a Judea como una provincia de su imperio. Y si bien se permitió por un tiempo que fuera gobernada por reyes judíos (como Herodes) que gozaban de cierta autonomía, en los primeros años de nuestra era, en el 6 DC, Judea y toda Palestina pasaron a estar gobernadas directamente por procuradores romanos.
¿En algún momento la hoy tan disputada Gaza fue judía?
No existe el menor indicio al respecto. En la Biblia hebrea por ejemplo no se menciona a Gaza como perteneciente a alguno de los dos reinos hebreos antes recordados. Como argumento para considerar la ciudad y la zona como judías la ultra ortodoxia actual en Israel recuerda que en el libro del Génesis (Capítulo 15; versículos 18-21) Dios le prometió al patriarca Abraham, origen del pueblo hebreo, un territorio que iría del ¨”Éufrates al rio en Egipto”. Como se ve mirando un mapa esa promesa implica una extensión territorial absolutamente formidable que abarcaría efectivamente Gaza pero además varios países actuales, o buena parte de los mismos. Nos permitimos señalar nuevamente que no existe a la fecha registro histórico o arqueológico alguno de la existencia, alguna vez, de una entidad territorial judía de esa formidable extensión.
Pero es interesante acotar que el historiador Flavio Josefo relata que en torno al año 95 AC el rey Hashomeo (descendiente de los Macabeos) Alejandro Janeo conquistó para su reino la ciudad de Gaza y obligó por medio de la fuerza a todos sus habitantes a convertirse al judaísmo, circuncisión incluida. Es un relato bastante confiable, ya que los hasmoneos, según evidencias históricas, fueron quienes habrían decidido en el Siglo II AC adoptar como su ley nacional a la ley judía, la Torá, tal como está contenida en los cinco libros del Pentateuco, (algo que ocurría en el seno del judaísmo probablemente por vez primera). La conquista de Gaza empero duró poco, menos de diez años, al igual que la obligada conversión. Con la derrota de Alejandro Janeo, cuenta Josefo, los habitantes de Gaza volvieron al helenismo que anteriormente practicaban, y aumentó su rencor hacia quienes los habían forzado al cambio de culto.
¿Fueron expulsados los judíos de la tierra de Israel?
Es una pregunta de relevancia ya que una de las premisas primordiales, diríamos que fundacionales del Sionismo (incluso al punto de figurar como fundamento básico en la Declaración de la Independencia de Israel) es la siguiente: “Estamos retornando a la tierra de la que alguna vez fuimos expulsados por la fuerza”. Y desde el punto de vista estrictamente histórico, quizá con algunos matices, la respuesta a esta pregunta es negativa. Es decir: no existió tal expulsión.
El concepto de expulsión, recordemos, es claro: implica el prohibir habitar un determinado territorio. De hecho mencionemos que el pueblo judío sufrió a lo largo de su historia numerosas expulsiones territoriales de ese tipo. Para recordar tan solo algunos ejemplos mencionemos la española de 1492, la portuguesa medio siglo más tarde, la inglesa de 1291, la francesa en tres oportunidades, la rusa en el Siglo XVI. Pero tal cosa no sucedió durante el dominio romano en Palestina: los judíos efectivamente se rebelaron contra ellos en tres oportunidades (entre el año 67 DC, y el 135 DC) los romanos los reprimieron sangrientamente, en la primera rebelión el emperador Tito Flavio ordenó durante la batalla quemar el templo de Jerusalén hasta sus cimientos, por casi 150 años se prohibió a los judíos habitar esa ciudad, casi un 10% de los habitantes de Judea fueron vendidos en los mercados de esclavos…pero no existió prohibición alguna para que aquellos judíos que no habían participado en la rebelión no siguieran habitando el resto del territorio. En realidad y desde el punto de vista religioso los siglos II al V de nuestra era fueron allí de notable importancia para la religión judía ortodoxa, ya que durante los mismos se terminó de compilar el llamado Talmud de Jerusalén (hay una versión babilónica además). Que se pudiera completar una obra tan monumental y fundamental para la ortodoxia demuestra la existencia de centenares de sabios y de una comunidad numerosa en la que debían estar insertos.
Pero los “matices” sobre el tema a los que nos referimos previamente en nuestra opinión son extremadamente importantes, y es justo tomarlos en cuenta. Por un lado al haber destruido el Templo de Jerusalén y en la práctica hecho imposible cualquier intento de reconstrucción del mismo se cortó el señalado vínculo fundamental entre el pueblo, su Dios, su religión y en consecuencia con la tierra de Israel, que más arriba comentamos en detalle. El rol del templo fue entonces reemplazado por una institución relativamente novedosa creada en el Siglo II AC: la sinagoga. En la sinagoga los judíos se reunían para la plegaria, el estudio, la lectura sistemática de la Biblia, el aprendizaje continuo de la Ley, el conocimiento de su pasado, la sociabilidad, etc. Y sinagogas podían construirse en todas partes, incluso o sobre todo en la diáspora, por lo que al desaparecer el Templo la tierra de Israel perdió totalmente su antigua centralidad y su carácter de indispensable para el culto hebreo. El judaísmo ya se había configurado de una nueva forma.
Otro aspecto que influyó muchísimo en el alejamiento hebreo de la tierra de Israel fue que luego del 330 DC el imperio romano en Oriente (los bizantinos) adoptó el cristianismo como su religión, y lo hizo, como ocurre con tantos conversos recientes, con notable fanatismo. La anterior y admirable pluralidad religiosa y respeto del politeísmo romano hacia otros cultos cesó completamente, y los judíos fueron en Palestina particulares víctimas de la fe intolerante de esos nuevos fieles. Si bien en los siglos siguientes los judíos se acostumbrarían a las persecuciones derivadas de no haber aceptado a Jesús como el Mesías, esta fue la primera vez que sufrían las consecuencias, por lo que les impactaron notablemente. La vida se les fue haciendo allí cada vez más difícil, el antisemitismo (por ejemplo ver el Código de Justiniano) fue cada vez más virulento, sumado al hecho de que el territorio se empobrecía cada vez más, mientras abundaban las posibilidades de encontrar, en el resto del mundo, lugares mucho más acogedores, al tiempo que también allí podían preservar fundamentalmente a través de la sinagoga plenamente su judaísmo y tradiciones. Por lo que no es extraño que lentamente y de alguna manera se hayan sentido empujados a emprender el camino del exilio. Exilio, señalemos, no total: todo indica que puede afirmarse que siempre existió alguna población judía mínima en Palestina, por momentos en mayores cantidades, por momentos muy minoritarios. Pero básicamente en ese momento y por largos siglos, por lo que hemos explicado, el pueblo judío optó por radicarse en las diferentes diásporas.
Ligazón física, territorial, con la tierra de Israel como vemos en la práctica cesó. ¿Y conexión de otro tipo existió?
Espiritualmente, y lo consideramos desde el punto de vista histórico como un hecho objetivo y fundamental, la ligazón fue continua, permanente por milenios, nunca cesó, y fue sin duda una de las características esenciales que definían al pueblo judío en la Diáspora. Las esperanzas mesiánicas (el Mesías los llevaría a Israel) las plegarias recordando la tierra prometida, las bendiciones en las festividades de “el año próximo en Jerusalén”, las lecturas del pasado a través de la Biblia,… fueron una indudable constante del pueblo judío por casi dos mil años.
Para dar tan solo un ejemplo de ese amor permanente Iehuda Halevi, el exquisito poeta de Sefarat (España), resume en un poema escrito en un hebreo maravilloso ese sentimiento en el año 1120, antes de morir en su peregrinación a Palestina:
“¿Extrañas tu a tus hijos madre Sión
Como ellos, dispersos y perdidos, a ti te extrañan?
¿Quieres tu, como ellos de ti, un amoroso saludo?
¡Aquí te lo traigo! De cercanos y lejanos
En su corazón, caldeado por generaciones te lo trae
De todos los rincones del mundo, cruzando mares y desiertos,
En su pecho, el de un solitario hijo tuyo, uno
De los que humedecen con sus lágrimas montes ajenos como el rocío tu Hermón
Y mueren en mundos extraños, llenos de amor y nostalgia por ti.”
Traducimos esta primera estrofa del poema de Iehuda Halevi ya que David Ben Gurión relata que lo recitó en 1906, con su arribo a la tierra de Israel. Evidenciaba a todos luces un sentimiento milenario. La Declaración de Independencia de Israel de 1948 lo expresa muy elocuentemente: “Eretz Israel es el lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí nació y se forjó nuestra identidad política, religiosa, cultural y espiritual. Aquí por vez primera fuimos un estado independiente, creamos valores espirituales de gran significación no solo para nosotros sino para el mundo entero… Nuestro pueblo estuvo ligado a esta tierra durante toda su vida en la Diáspora, nunca cesó de rezar y tener esperanza en un retorno y a la libertad política que el mismo nos otorgue.”
La anterior es básicamente una relación como vemos de carácter espiritual, religioso. ¿Por qué aparece entonces el sionismo político a fines del Siglo XIX?
Aún a riesgo de simplificar excesivamente un tema tan complejo intentaremos una respuesta. Sin duda hasta aproximadamente el año 1800 lo que existía era efectivamente un sionismo exclusivamente religioso: se retornaría a la tierra de Israel cuando llegara el Mesías. Y para que este sionismo se transformara en político y dejara de ser tan solo una aspiración religiosa era imprescindible un paso previo que implicaba, en ese momento, que una cantidad significativa de judíos rompiese el marco cerrado en el que vivía el judaísmo durante siglos, quizá milenios, y se conectara con el marco gentil que lo rodeaba para tomar de ese modo contacto con la Modernidad. Aclaremos: no es que el mundo judío careciera de valores espirituales, pero en ese momento tal ruptura primero e integración después eran indispensables para incorporar las nuevas ideas que precisamente traía consigo la modernidad. Especialmente dos conceptos a extraer serían fundamentales para los judíos: la separación entre ciudadanía y religión por un lado y el nacionalismo por el otro.
Ese proceso de separación entre ciudadanía y religión comenzó a darse en el pueblo judío a fines del Siglo XVIII, en varios países de Europa Central y Occidental como por ejemplo Austria, Alemania, G. Bretaña, Francia y los Estados Unidos. Se produjo en diferentes grados: en algunos individuos implicó en casi el total abandono de la religión, o de aspectos fundamentales de la misma. En otros casos la transición fue más moderada.
Pero esos judíos no solo tomaron del mundo gentil y la modernidad la idea de separar ciudadanía y religión, sino además otro concepto fundamental. Es que durante el Siglo XIX en lo político social otra idea novedosa estaba adquiriendo un auge central inusitado en el mundo: el nacionalismo. En dicho siglo nace por ejemplo el nacionalismo alemán, italiano, húngaro, polaco, griego, el de de los países americanos…y el de los judíos. El sionismo debe ser visto, en nuestra opinión, como la versión judía del notable auge político de esa nueva idea universal, que el judaísmo como otros tantos pueblos adopta en ese siglo. Un nacionalismo sui generis el judío, sin duda, ya que por el momento carecía físicamente de un territorio. Pero englobaba todos los elementos que la idea contenía, de allí su enorme potencia y su éxito futuro.
En resumen, insistimos, el sionismo para nada es un movimiento colonial como en nuestra opinión, quizá muy tendenciosamente, se pretende hoy definirlo por parte de algunos historiadores, sino tan solo uno más de los nacionalismos que surgieron durante el Siglo XIX. Su fundador Teodor Herzl, abogado y periodista vienés, sería arquetípico de la nueva clase de intelectuales de origen judío que estaban emergiendo por entonces y lo posibilitaron. Pero para explicar el éxito del sionismo pese a la carencia de un territorio es menester además agregar otro factor que lo impulsó, junto con el nacionalismo. Es que además un nuevo fenómeno político estaba emergiendo en Europa: una nueva y muy peligrosa forma del antisemitismo. Este nuevo antisemitismo ya estaba dejando de ser un fenómeno estrictamente religioso como lo había sido desde la Edad Media: lentamente se iba transformando también en uno racial. Herzl fue testigo personal de cómo en la adelantada Francia, el ejemplo de modernidad para el mundo, la Francia de la Revolución, la patria laica de la igualdad y la fraternidad, donde sus judíos no alcanzaban siquiera a ser el 0,5% de la población, y además estaban total y absolutamente integrados a la vida económica, social, idiomática, cultural y hasta militar, en esa Francia, durante el burdo proceso Dreyfuss en 1894 multitudinarias manifestaciones antisemitas vociferaban con amenazas, diatribas y sobre todo demostraban una furia inaudita contra el pueblo hebreo.
Herzl, viendo eso en Francia, pensó entonces con gran angustia en el lugar del mundo en el que en ese momento habitaban más del 60% de los judíos del planeta: el imperio zarista. Pensó aterrado en los pogromos a todas luces organizados por la Ojrana, la policía secreta del Zar. Todo eso lo superpuso y desarrolló con las arriba mencionadas ideas nacionalistas, tan en boga en ese momento, y llegó a la conclusión que era necesario, más vale indispensable, un Hogar Nacional donde los judíos fueran mayoría y les pudiera servir de refugio en caso de necesidad. A esta combinación (nacionalismo más Hogar Nacional) le puso el nombre de sionismo. No tenía claro en un primer momento si estaría en Palestina (aunque comprendía cuan atractivas eran los milenarias tradiciones) o en Uganda, o quizá en Argentina. Tampoco tuvo claro si era necesaria la creación de una nación dotada de independencia política. Lo que le quedó absolutamente claro es que un Hogar Nacional era imprescindible. Nació en ese momento, reiteramos, el movimiento sionista que en 1897 efectuó su Primer Congreso. Fue recibido con una extraña mezcla de asombro, apoyo, escepticismo, alegría y desconfianza. Y también por la oposición de muchos judíos, quizá la mayoría. Pero algunos, muy influyentes en sus países y de fuerte poderío económico, se entusiasmaron con la idea y le brindaron su apoyo, sobre todo económico. Pero solo para Palestina: a los judíos muy ajenos a las tradiciones, como Herzl, les podía dar lo mismo cualquier lugar del mundo donde establecer un Hogar, pero para la gran mayoría solo Palestina, o más vale para ellos la soñada “Eretz Israel”, podía movilizarlos como lo llegó a hacer.
¿Y qué pasaba en ese momento en Palestina?
Era un lugar sumamente atrasado económicamente, con un proceso de desertificación avanzado. Desde más de quinientos años había sido una olvidada provincia del vasto imperio otomano (al igual que las actuales Siria, Líbano, Irak, Jordania, Arabia Saudita, etc.), manejada desde Estambul, con solo en el lugar soldados y una pequeña elite de funcionarios turcos otomanos gobernando despóticamente a centenares de miles de súbditos árabes, en general en condición miserable, subsistiendo en base a una agricultura y pastoreo nómade sumamente primitivos y desde ya totalmente carentes de los más elementales derechos políticos. Sobre cerca de 900.000 habitantes de ese entonces en Palestina se estima que solo unos 25.000 eran judíos. El único interés que podía presentar para el resto del mundo la tan atrasada Palestina era la existencia de los “Santos lugares” especialmente en Jerusalén, las peregrinaciones al Santo Sepulcro, y las consiguientes disputas al respecto entre católicos, protestantes, ortodoxos rusos, coptos etc. cada uno de ellos con sus protectores en las grandes capitales europeas (por ejemplo el Kaiser alemán, el Zar ruso, estadounidenses, ingleses y franceses). Situación que provocaba continuamente conflictos, mediados por los príncipes europeos.
Mencionemos aquí que algunos historiadores árabes pretenden demostrar las ideas del nacionalismo de fines del Siglo XIX también fueron receptadas por un grupo especial de la elite intelectual de los árabes que habitaban el Cercano Oriente. Pero todo indica que este grupo fue muy minoritario. La idea de sacudirse el yugo del imperio otomano se difundió entre esos círculos, y fue acompañado de un vago panarabismo que abarcaba a los que hoy son los habitantes árabes de varias naciones. Pero, insistimos, el accionar de tales sectores fue, en nuestra opinión al menos, muy limitado, y la hegemonía turca permaneció incólume, como lo había estado por siglos.
Como consecuencia de ese dominio político turco los sionistas a partir de 1900 tomaron contacto con el Sultán en Estambul para discutir la factibilidad de la creación de un Hogar nacional judío. Y pese a que no fueron mal recibidos por su potencial económico era absolutamente utópico que el Sultán accediera a algún tipo de acuerdo político al respecto. Pero ese contacto en cambio posibilitó la compra de importantes extensiones de tierras en Palestina, en manos de propietarios absentistas que vivían en Estambul, y con ello dio oportunidad de creación de las primeras colonias agrícolas judías en “la tierra de Israel”, pero junto con otros problemas que veremos más adelante.
Con todo desde 1882 a 1917, aún contabilizando aquellos que llegaban en el marco de otros movimientos no incluidos en el sionismo (más de la mitad efectivamente no llegaron en el marco del sionismo, como los “Jovevei Sion), pese a la intensa propaganda de este movimiento, de los congresos y de la difusión, solo se consiguió que unos 70.000 judíos aceptaran emigrar a Palestina. En el mismo período, para comparar, llegaron a EEUU veinticinco veces más inmigrantes judíos. O sea que por cada judío que se dirigió a Palestina veinticinco lo hicieron a América. Pero en 1914 estalló la primera Guerra Mundial y todo cambió, en el mundo y en la región..
En esa guerra el Imperio otomano tomó partido por las potencias centrales: Alemania, Austria, enfrentando a G. Bretaña, Francia y al Imperio zarista. Recordemos que se había previsto un enfrentamiento breve, pero hacia fines de 1917 era evidente que la guerra había resultado infinitamente más larga, sangrienta y costosa de lo que se había pensado inicialmente, y los contendientes estaban en mayor o menor medida agotados. Para esa fecha estaba claro además que la revolución contra el zarismo provocaría la casi segura salida de Rusia de la contienda, pero los EEUU habían decidido, con cierta lentitud, incorporarse al bando de los aliados, para impulsar un frente occidental estancado.
Ese estancamiento en Europa occidental apuró la apertura de otro frente de la guerra y G. Bretaña se decidió a atacar a un exhausto imperio otomano en el Medio Oriente. Tuvo pleno éxito y hacia fines de Octubre de 1917 las tropas del General Allenby se encontraban a las puertas de Palestina. Era evidente que a lo sumo en un par de meses caerían en manos británicas no solo Palestina sino los territorios hoy llamados Siria, Líbano, la entonces llamada Transjordania, Irak, Arabia Saudita, etc. Y ya estaban en conversaciones con su aliada Francia sobre la forma en que se repartirían tan jugoso bocado colonial. Y es en ese momento, 3 de Noviembre de 1917, que el ministro de Relaciones Exteriores inglés, Lord Balfour, emite ante la total sorpresa y conmoción del mundo hebreo una notable e histórica declaración. .
*Cacho Lotersztain *Ingeniero (UBA) desde 1961, BSc. en Física (Universidad de Birmingham, G.B.) en 1968, Magister en Historia (U.T. Di Tella) en 2005 y Doctor en Ciencias Sociales (IDES, U. N. G. Sarmiento) en 2016. Fuí Profesor Titular de Física de la UBA y Director de Investigaciones del INTI hasta el 24 de Marzo de 1976