¿NOS SOBRA POBLACION EN LA ARGENTINA? Por Jorge Ossona*
Con-Texto | 10 noviembre, 2024
Los países como las personas tienen un ADN especifico eventualmente análogos al de otros de devenires históricos divergentes. Resulta indispensable avaluar ese juego de factores antes de incursionar en sus trayectorias pues contienen una enorme información potencial de sus problemas.
La Argentina fue, en ese sentido, un caso emblemático de país de “fronteras abiertas” escasamente poblado. A las circunstancias históricas del siglo XIX épico postemancipatorio se le debe sumar un territorio de extensión semicontinental. Inscripto en los arrabales de los circuitos atlánticos trazados por la revolución industrial británica primera y el resto de las europeas más tarde definió un capitalismo en principio pastoril de salarios exigentes; y , por lo tanto, de una sociedad que sin prejuicio de su precariedad material, definió contornos igualitarios aunque compensados por desigualdades proporcionales en términos de inserción regional y de ventajas sectoriales de despliegue en los mercados mundiales. El gran desafío para la forja de un Estado Nacional desde la segunda mitad del siglo XXI suponía resolver o al menos atenuar este triángulo genético.
Particularmente, el de su escuálida demografía. Los hombres de la Organización Nacional acertaron en que era posible sortear esa limitación aprovechando desde 1850 los cambios tecnológicos en materia de comunicaciones atrayendo como fuerza laboral a la población rural excedente de los procesos de industrialización europeos para el despliegue de nuestras actividades potenciales competitivas. Pero la condición esencial era suministrarles la seguridad jurídica de un orden público que asimismo le garantizara utilidades a las inversiones infraestructurales destinadas a reducir los costos logísticos de las distancias internas y externa. Dicho de otro modo, diseñar una red ferroviaria de alcance nacional que vertebrada con los vapores nos permitieran un ¡lugar en un mudo ávido de nuestras producciones agrarias en germen.
Los tres requerimientos fraguaron en resultados virtuosos hacia las últimas décadas del siglo XIX y se pudo configurar con notable rapidez un país de vanguardia en una zona que el azar bien pdo haber fragmentarse en diferentes jurisdicciones. Sin embargo, a lo largo de los ciento cincuenta años siguientes la ecuación subyacente y su gestión política deparo un curso errático bien distinto a la eufórica linealidad supuesta en el amanecer del XX hasta llegar a una actualidad curiosa en la que por momentos parece que nos sobra gente. Conviene siempre evitar estos juicios simplistas y ajustarlos a un análisis más sutil que los supuestos de nuestra incurable frivolidad diagnosticadora y sugestiva de soluciones que le experiencia ha demostrado ficticias.
Según los datos del censo celebrado en 2022, el país cuenta hoy con aproximadamente 46 millones de habitantes. Dada nuestra extensión territorial seguimos siendo un país escasamente poblado; pero a diferencia de aquel de nuestros orígenes aproximadamente la mitad vive en condiciones de pobreza y un segmento para nada despreciable directamente de indigencia. El dato podría resultar natural en una nación con el dato genético de superpoblación y dualidad económica. No es, por cierto, nuestro caso. A poco de poner la lupa en nuestro devenir del último medio siglo podríamos hasta afirmar lo siguiente: en el nuevo capitalismo global “desorganizado” y diseminado en actividades productivas que prescinden de mano de obra, la Argentina ha sufrido mucho más que los superpoblados al sumir en la informalidad a casi el 40% de la población. ¿Nos sobra gente? Una mirada superficial podría explicar de esa manera las realidades sociales de nuestros detonados grades conurbanos. ¿Estribaría allí, asimismo, la razón de fondo de la emigración de más de un millón de personas en su mayoría, a diferencia de sus antepasados inmigrantes muy calificados?
Vayamos por parte: si entre 1880 y 1930 la infraestructura y los servicios urbanos le suministraron trabajo a los inmigrantes europeos y durante los treinta años siguientes la industria protegida los sustituyó en proveérselo a los quebrados agricultores de la las regiones pampeanas desde hace años esas actividades han dejado de hacerlo. Y no porque la Argentina no cuente con un parque industrial significativo porque ya desde los 50 –pero sobre todo en los 60 en adelante- las industrias han tendido a sustituir mano de obra por tecnología. Durante los 90 ese proceso se exacerbo por el cruce del tipo de cambio convertible y las mutaciones del complejo electrónico. Los 2000 tras una drástica devaluación mejoraron al primero aunque al tiempo de levemente expandirla exhibiendo los límites terminantes a la capacidad de ocupación industrial. Distinto es el caso de los servicios aunque la tecnología acelera también allí su sesgo destructor de puestos laborales.
Con todos estos elementos sobre el tapete podría concluirse que nos estaría sobrando como poco una cuarta parte de la población. Pero también seria inexacto por varias razones que nos remiten la historia. La afluencia inmigratoria europea entre 1880 y 1930 tuvo atractivos adicionales para los aproximadamente tres millones que decidieron permanecer en el país. Al pleno empleo y los salarios relativamente alto respecto de sus países de origen se les sumo la propiedad de la vivienda, primer escalón que eyectaba a los extranjeros de los conventillos y una educación pública primaria obligatoria, gratuita que al tiempo de nacionalizar a sus hijos los calificaba para múltiples actividades públicas o privadas. “Tener un sexto grado” en la Argentina confería un nivel de conocimientos y destrezas excepcional respecto de sus pares regionales que además los limitaban en cuanto a sus alcances universales.
En los 50 y 60 se avanzó mucho en la calificación de los trabajadores industriales y en el resto elevando la vara de la inclusión a la escuela secundaria como trampolín a la universitaria. Sin embargo, el desarrollo industrial sustitutivo de las exportaciones había estado sustentado en subsidios protectores de imposible financiamiento desde los 70 con lo que sus prometedoras posibilidades extrovertidas durante los 60 fueron reemplazadas en los 80 por otras aún menos trabajo intensivas. La crisis fiscal era solo el índice de un proceso más profundo de destrucción del funcionariado desde las agencia propulsoras del desarrollo hasta las educativas primarias y secundarias. La descalificación comenzada en los 90 se alineo con el desempleo y la informalidad explicando en no poco el empobrecimiento y la desintegración social que el país ha experimentado desde entonces.
Volviendo a nuestra hipótesis anterior ¿nos sobra ente entonces? No, en tanto resolvamos un problema pendiente desde la crisis de la industrialización casi en coincidencia con la democracia que este año cumple cuatro décadas consistente en definir cómo y con qué bienes insertarnos en el mundo global. Y en ese aspecto, dos o tres salvedades adicionales pues definir ese camino nos exige abordar, de paso, otra de las implicancias del empobrecimiento: la recalificación de fuerza laboral en el conjunto de actividades competitivas retornando a la igualdad apuntando a la población mas carenciada según una estrategia que arranque en el propio embarazo y continúe con un seguimiento de sus destinatarios hasta depositarlos en los estudios terciarios.
Cuestión que supondrá redefinir en los próximos años l sistema educativo en su conjunto e integrar socioculturalmente a los conurbanos y a las zonas rurales en donde se concentra pa población excedente hoy solo sobreviviente n actividades desempeñándose en actividades informales y segregada habitacionalmente del resto.
*Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos